711 OCEAN DRIVE (1950, Joseph M. Newman)
A medio camino entre la estética y combinación de policíaco y melodrama elegante que planteada la revalorizada THE DAMNED DON’T CRY (1950. Vincent Sherman), y la corriente basada en crónicas policiales de alcance verista y de denuncia que tendría uno de sus mayores exponentes en THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson), podríamos ubicar con bastante presteza este 711 OCEAN DRIVE (1950. Joseph M. Newman), película ignorada durante décadas, pero que en los últimos tiempos está adquiriendo cierto estatus de culto, merced especialmente al atractivo visual de sus minutos finales –en el que incluso mi buen amigo Enrique Aragonés ha vislumbrado una cierta influencia para el posterior Alfred Hitchcock de NORTH BY NORWEST (Con la muerte en los talones, 1959)-. Sea como fuere, lo que es indudable es que nos encontramos ante un título dotado de un considerable sentido del ritmo y la progresión de sus elementos, caracterizado por una atractiva impronta vital, y en donde su descripción de personajes adquiere una considerable relevancia, insertando en el mismo tanto elementos de violencia expresados ante la pantalla, como otros que se intuyen y desarrollan fuera de la misma, y que quizá precisamente por ello adquieren una mayor fuerza y alcance percutante.
711 OCEAN DRIVE se inicia con la inclusión de unos rótulos que explican que el rodaje de la película se tuvo que realizar bajo protección policial, ya que las bandas mafiosas que sabían del contenido de la misma pretendían boicotear su rodaje. No tengo noticias si se trató de un aviso certero o bien de un reclamo publicitario –de ser así hay que reconocer que deviene efectivo, sobre todo pensando en el espectador de la época-. En realidad, el relato se centra en la descripción de los funcionamientos de las apuestas ilegales a través de los estados, relatando la voz en off con la imagen de la persecución final del que será el protagonista del relato –Mal Granger (Edmund O’Brien)-. De inmediato un flashback nos retrotraerá a los orígenes de la vinculación de Granger al mundo delictivo de las apuestas, ya que dada su profesión como empleado de telefónica –en donde obtiene un sueldo miserable-, pronto verá en él aptitudes el entrañable corredor Chippie Evans (magnífico Sammy White), a la hora de introducirlo en los ámbitos donde se difunden los resultados de apuestas y carreras, que para él se encuentran en la figura del rudo Vince Walters (Barry Kelley). Aquello supondrá para Mal –caracterizado pese a su escasez de recursos por su querencia a dichas apuestas, y al mismo tiempo por su noble carácter; dejará a un compañero suyo veinte dólares para que pueda salir adelante-, el descubrimiento de un nuevo mundo. Del mismo modo, para el hosco Walters, devendrá el encuentro con una persona que gracias a su astucia, intuición y conocimientos técnicos, puede aportarle un crecimiento en su negocio de incalculables dimensiones, basado sobre todo en la conexión telefónica con todo el estado, y teniendo como epicentro Los Angeles. Poco a poco, Granger logrará que sus beneficios se multipliquen, hasta el punto de lograr la absoluta dependencia de Vincent, prácticamente obligándolo a asumirlo como socio –aunque reclamándole solo un 20% de sus beneficios-. Una vez logrado un ascenso en su hasta entonces aún menguado crecimiento, uno de los aciertos del film estriba en la perfecta descripción que se ofrece del rol protagonista, conservando en todo momento un cierto grado de inocencia, aunque sin que él lo perciba su ambición le convierta en un ser frío de corazón –ese importante detalle de despreciar a un antiguo corredor que trabajaba para él, y que tendrá una importancia determinante para su futuro-. Paradójicamente, él, que inicialmente rechazaba cualquier ligazón de tipo amoroso, en un momento determinado su conocimiento de la atractiva y elegante Gail Mason (Joanne Dru), le hará modificar ese planteamiento que hasta entonces había mantenido contra viento y marea.
Su progresión dentro del mundo de las apuestas conocerá un definitivo empuje, cuando uno de los sojuzgados clientes de Walters, en un arrebato de desesperación lo mate de unos disparos, suicidándose posteriormente –en off-. Esta circunstancia llevará a Mal a encabezar su organización, que poco a poco se irá agrandando y llamando la atención en el conjunto del hampa, uno de cuyos más ilustres representantes es Carl Stephans (el magnífico y siempre ambivalente Otto Kruger). Conocedor junto a sus socios de los pingues beneficios que obtiene Granger con su singular organización –en la que los corredores que se encuentran a su lado se encuentran plenamente satisfechos-, este se mostrará reacio a la hora de aliarse con el magnate –a quien en ningún momento se le parará el aliento al dar órdenes de eliminar a competidores o deudores, en la reunión que mantiene con sus directivos-. Sin embargo, descubrir a la ya mencionada Gail, esposa de Larry (Don Porter) segundo de a bordo de Carl, supondrá implícitamente un anzuelo –que el astuto mafioso utilizará sin recato-. Las mitradas que se establecen entre Mal y Gail, y también las de desaprobación pero al mismo tiempo de resignación de su esposo, y de complicidad por parte de Carl, marcan una secuencia espléndida desarrollada en la piscina de un establecimiento en Palm Springs.
A partir de ese momento, nuestro protagonista aceptará la oferta que se le brinda, convirtiéndose en un socio distinguido de la compañía, pero al mismo tiempo traspasando de forma ya irrenunciable esa frontera que hasta entonces dejaba entrever en su comportamiento una aura de dignidad. La magnífica secuencia en la que reúne en un amplio almacén a todos los que han sido sus corredores, anunciándoles la asociación que ha hecho con Stephans –estando delante el adusto Lar´ry-, será determinando para ver como deja de ser una persona que dentro de su actividad delictiva, mantenía un cierto grado de ética. A partir de ese momento, irá imbricando su actividad con la creciente atracción por Gail –hecho este que irá provocando una creciente ira en su esposo, no por que sienta nada por ella, sino por lo que supone de humillación para él-. Todo ello no desembocará más que en una espiral de violencia, en la que Gail resultará herida por su marido, y este caerá abatido por la balas por encargo de Mal, extendiéndose ya un reguero de situaciones violentas de compleja resolución. Con la rapidez de un rayo y el acoso de la persecución policial, sabiendo al mismo tiempo que el personal de Stephan le está estafando en esas ganancias del 50% que le prometió, Granger ideará un plan para lograr una gran cantidad de dinero en las apuestas –aspecto en el que le ayudará Gail y el veterano Chippy, siempre fiel a la persona a la que descubrió, y viviendo finalmente lo que intuimos será su asesinato-.
Todo ello irá desarrollándose con la rapidez de un excelente climax desarrollado en la presa Boulder Dam de Nevada, en una de esas set pièces admirables, parangonables aunque no tan conocidas como la que podía proponer el episodio de la alcantarilla de THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed) o el menos valorado pero igualmente impresionante de la posterior NIAGARA (Niágara, 1953. Henry Hathaway). Medido en una planificación que sabe extraer la fisicidad y los rincones y recovecos del interior de la misma -¡Ojalá hubiera plasmado planos del exterior y la presencia del agua!-, lo cierto es que junto a la tensión existente en esa persecución policial –el flashback se diluirá en la persecución por el desierto al coche que conduce Mal-, uno de los grades aciertos de este fragmento final, reside en la capacidad que muestra su director a la hora de compadecerse por su protagonista. Por momentos nos lo hace parecer humano –en su interés por salvaguardar a Gail, o en su cansancio al ascender por esa interminable serie de escaleras y túneles-. Son momentos angustiosos, en los que se nos recuerda a ese hombre modesto y trabajador, que en un momento vendió su alma al diablo, aunque nunca dejando de albergar en su interior cierto grado de honestidad.
Me gustaría destacar un detalle final en torno a 711 OCEAN DRIVE; la aportación del director de fotografía Franz Planer, otorgando a la película una nítida prestación en su blanco y negro, contribuyendo por un lado a la utilización de la profundidad de campo de sus secuencias de interiores, y aportando un plus de elegancia al diseño de producción de la misma, centrado en su segunda mitad, por los lujosos escenarios interiores marcados por el entorno de Stephans, o potenciando la angustia del episodio final desarrollado en el interior de la presa.
Valorado sobre todo en una serie de westerns, algunos de los cuales he logrado contemplar, lo cierto es que poco a poco voy percibiendo que si bien Joseph M. Newman no puede definirse como un cineasta dotado de una personalidad definida, sí que es cierto que se trata de un profesional más que competente, al que convendría seguir la pista en buena parte de los títulos que dirigió. Puede que pocos alcancen el nivel de 711 OCEAN DRIVE, FORT MASSACRE (1958) o THE GUNFIGHT OF DODGE CITY (El sheriff de Dodge City, 1959), pero ya hablamos de una terna de valía, y varios de cierto interés. Motivo sobrado para proseguir en un sendero que intuyo nos propondría más exponentes de cierta valía.
Calificación: 3
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Jorge Trejo -