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CINEMA DE PERRA GORDA

TO KILL A MOCKINGBIRD (1962, Robert Mulligan) Matar a un ruiseñor

TO KILL A MOCKINGBIRD (1962, Robert Mulligan) Matar a un ruiseñor

Hay ocasiones en las que el recuerdo cinematográfico puede proporcionarte con el paso del tiempo visiones contrapuestas. Se dice que las películas envejecen o renacen, cuando estas permanecen iguales en su existencia, y somos los espectadores y las modas en los gustos y edades, los que modificamos dichas percepciones. En el caso de TO KILL A MOCKINGBIRD (Matar a un ruiseñor, 1962), mi percepción era casi completamente opuesta al a que ha ido generando la que sin duda es la obra más reconocida de Robert Mulligan. Mi recuerdo se remontaba a un pase televisivo allá por 1983, en donde he de reconocer que la película no me provocó excesivo entusiasmo. Cierto es que en estas tres décadas, el prestigio de la misma solo ha ido en aumento, hasta erigirse casi como un mito dentro de esa frontera que se estableció en el cine norteamericano entre el final del periodo clásico, y el desmonte del cine de estudios. Dentro de ese limbo que ocupó un radio de acción de pocos años, se insertaron algunos títulos extraordinarios, que con el paso del tiempo han ido consolidándose como auténticos clásicos. Hoy, treinta años después de haberla contemplado por vez primera, me rindo con placer a la evidencia de considerar esta adaptación de la única novela de Harper Lee como una más de aquellas obra maestras surgidas en el seno del cine USA de inicios de los sesenta.

Analizando ya con la perspectiva de una obra completa y conclusa, la filmografía de Robert Mulligan (1925 – 2008) se extendió en una veintena de largometrajes para la gran pantalla de desigual calado –en la que lamento no haber podido contemplar aún su debut con FEAR STRIKES OUT (El precio del éxito, 1957) y la muy posterior BLOODBROTHERS (Stony, sangre caliente, 1978)-, en la que se alternan exponentes valiosos con otros más o menos discutibles e incluso alimenticios –especialmente en sus últimos años de andadura profesional, pero también en los primeros, con propuestas tan olvidables como COME SEPTEMBER (Cuando llegue Septiembre, 1961)-. Sin embargo, en su filmografía se encuentran dos vetas en las que se podía enracimar lo mejor de su cine. Por un lado su querencia por el género Americana, que brindó títulos tan interesantes y poco reconocidos como BABY THE RAIN MUST FALL (La última tentativa, 1965), o la adscripción de extrañas mixturas de género como THE GREAT IMPOSTOR (El gran impostor, 1961), THE NICKEL RIDE (El hombre clave, 1974)  –dos enormes desconocidas de su cine-, THE STALKING MOON (La noche de los gigantes, 1968). Junto a ello, se inserta una cierta querencia por el mundo infantil o el paso  a la adolescencia, que tuvo un exponente más o menos prestigiado con THE OTHER (El otro, 1972) –que tendría que revisar para comprobar el alcance de su valía o si ha envejecido visualmente-. Lo cierto y verdad es que el que fuera uno de los representantes más menguados de la denominada “Generación de la televisión”, tuvo en uno de los primeros instantes de su obra, la inmensa suerte de encontrar ese grado de inspiración suprema que en ocasiones tan inesperadas se trasladan a los hombres de cine. En especial cuando asumen un proyecto con la perfecta combinación de intensa implicación y humildad.

De entrada, TO KILL A MOCKINGBIRD viene a servir de prolongación a una serie de títulos, sin cuya presencia dudo mucho la película sería como es. Por fortuna, el progresivo conocimiento que se puede adquirir con el paso del tiempo sobre exponentes durante largo tiempo ocultos, nos permite insertar su presencia habiendo tomado como referencia ilustres ejemplos previos como INTRUDER IN THE DUST (1949, Clarence Brown), STARS IN MY CROWN (1950, Jacques Tourneur), THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton), o las más recientes ANATOMY OF A MURDER (Anatomía de un asesinato, 1959. Otto Preminger), e incluso la británica THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton). Creo que de todas ellas toma algo la película de Mulligan, transformada en forma de guión cinematográfico por Horton Foote, prolongando de esta manera una de las corrientes más hermosas del cine de su país, en la que se entremezcla la importancia de la evocación y la mirada de la infancia, la descripción de un periodo de enorme dureza para su historia, como fue la Gran Depresión, en especial para su enrono rural o, en definitiva, la latente presencia racista en la sociedad sureña de su tiempo… que con facilidad se podría extender hasta nuestros días. Sin embargo, de entrada el film de Mulligan presenta algo muy especial. No soy persona que disfrute de la lectura de literatura –y es algo de lo que no me puedo enorgullecer precisamente-, pero al contemplar las imágenes y la cadencia de esta obra maestra, uno siente la tentación de sumergirse en las páginas que sirvieron de base a la misma, en las que Harper Lee utilizó la narración en primera persona en off ya siendo mayor, para describir esa infancia difícil en ese entorno rural que casi se puede palpar en sus fotogramas. La escritora se transfigura en el relato en la pequeña Scout (Mary Badham), el más pequeño de los dos hijos de Atticus Finch (un excepcional Gregory Peck, en el papel de su vida), joven abogado viudo que padece también estrecheces por la crisis, caracterizado por su talante dialogante y la abierta educación que ha formulado a sus hijos –que le llaman “Atticus” en vez de papá-. El otro hijo de Finch es Jem (Phillip Alford), formando junto a un tanto repelente compañero de vivencias veraniegas, un trío de muchachos que no dejarán de vivir el inmarchitable encanto de la infancia, aún en el seno de un entorno y una sociedad rural hostil.

El gran milagro de TO KILL A MOCKINGBIRD ya se intuye en esos títulos de crédito que casi parecen abrirnos al arcano de un recuerdo añorante, que se potenciará cuando escuchemos ya de adulta la voz en off de la pequeña, describiendo con detalles precisos la indolencia de esa reducida población, en apariencia dominada por la placidez y la relación entre todos su vecinos, pero en realidad anidando en sus habitantes el latente fantasma del racismo. Sin embargo, Mulligan –ayudado por la mágica textura que brinda la fotografía en blanco y negro de Russell Harlan, o el acierto de la prestación de Elmer Bernstein en su banda sonora-, logra componer un mosaico revestido de magia. Como si nos adentráramos en una especie de extraño cuento, aunque en realidad se narre algo establecido en un marco espacio temporal preciso, en el que lo hermoso y lo terrible casi se da de la mano. Un relato en el que la espesura del bosque adquiere de un instante a otro un aspecto ensoñador o amenazador. En el que incluso se invocan elementos ligados al cine de terror, sobre todo al centrar algunos de sus rasgos a la vivienda que se encuentra muy cerca de los Finch, en donde está confinado un joven enfermo mental del que se narran terribles circunstancias familiares. La capacidad que ofrece la película de incardinar a la perfección la mirada de esos niños revueltos en sus travesuras, sus comentarios y sus vivencias y aventuras diarias, desarrolladas para salir de la rutina, el recuerdo de su madre muerta –los pocos obsequios que el padre conserva de la misma y que en el futuro legará a sus hijos-, o la placidez casi pictórica que parece desprenderse de aquel remanso de entorno en el tiempo parece detenerse. Todo ello tendrá su contraposición con el encargo ofrecido a Atticus de ejercer como abogado defensor de Tom Robinson (Brock Peteers), un joven negro abusado de haber golpeado y abusado de una blanca de familia claramente desestructurada. Pese a los inconvenientes que sabe seguro le va a proporcionar aceptar dicha defensa, Finch no dudará en asumirla casi como un reto personal. Como si en ella se reflejara la oportunidad que tiene para reafirmarse en unos ideales de tolerancia aún carentes en la sociedad que le tocaba vivir. Lo admirable del relato, reside en que Mulligan en ningún momento carga las tintas en la vertiente discursiva que plantea el film. Es cierto que la película se divide en tres partes claramente diferenciadas. Una primera mitad en la que tienen especial protagonismo las andanzas e incidencias planteadas desde la mirada de los niños. Y tras ella la segunda se dividirá en dos fragmentos. El primero de ellos nos narrará el desarrollo del juicio –atención a las miradas de los niños, en especial de Jem-, mientras que la parte final nos relatará, meses después, el descubrimiento de la realidad de aquel suceso –en el que se inculpó injustamente a un hombre por su raza-, ligándolo con el descubrimiento de ese misterioso Boo Radley (Robert Duvall), que en el fondo ha sido el referente que han querido descubrir los niños a lo largo de estos dos veranos, y que en el último momento se erigirá como el salvador de los dos hijos de Finch.

TO KILL A MOCKINGBIRD es una película de infinita delicadeza. Delicadeza que se encuentra en el instante en el que Jem muestra a su hermana la caja en la que enseña los objetos que ha encontrado a lo largo del tiempo en el recoveco de un árbol –que en un momento dado el padre de Boo sellará con cemento-. Delicadeza a la hora de presentar ese granjero pobre que paga a Finch su defensa mediante los productos que cultiva –y que en un momento dado tendrá que dejar de lado esos instintos racistas que se adhieren en su personalidad por la presión de sus vecinos-. Pundonor en la manera con la que Finch explica su alegato final de defensa, en el lenguaje corporal y las miradas que Peck ofrece en el desarrollo de la vista, en la dignidad que los negros que se encuentran en la planta superior del recinto judicial manifiestan al despedir en pie al letrado hasta que este abandona pesaroso el mismo después de la adversa sentencia. Dolor contenido cuando conoce la huida desesperada del acusado que provocará su muerte, dignidad que apenas contiene su justa ira, cuando Finch es escupido por un impresentable miembro de la comunidad, sabiendo la muerte de Robinson.

El film de Mulligan aparece provisto de esa extraña sensación de estar rodado como predestinado a resultar algo más que una obra maestra. Como un retazo de vida ya pasada que es narrada con mirada nostálgica, al tiempo que vitalista y melancólica, por la que fuera una niña atrevida y valiente, ya convertida een mujer. Las escasas ocasiones en las que aparece dicho relato evocativo son de una gran belleza, y sirven al mismo tiempo para entrelazar los diferentes fragmentos en los que se divide su estructura. Todo ello adquiere una extraña cadencia, una sensación de melancolía por momentos infinita. Parece increíble como un realizador de medianas características pudo llegar a tal grado de inspiración. Pero esa es la grandeza del cine; que permite aflorar entre lo más humilde en ocasiones sus exponentes más grandiosos. TO KILL A MOCKINGBIRD –cuya referencia señala el hecho de no matar nunca una especie de ave como referencia bíblica de tolerancia-, culmina con un episodio admirable, magistral, en el que la atmósfera de cine de terror da paso a unos momentos de estremecedora comprensión. Me refiero sin duda al descubrimiento entre la penumbra del joven Boo –la expresión de Duvall en su debut ante la pantalla es conmovedora hasta extremos insospechados-. A partir de ese momento, los dos hijos de Finch tendrán un nuevo amigo en ese joven sin habla, que con su mirada parece encontrar en ellos ese amigo que siempre ha buscado –las dos muñecas de jabón que les realizara y les dejara en el árbol-.

Lo reconozco. Llegados esos momentos, las lágrimas casi me impiden escuchar los últimos comentarios de añoranza de la ya adulta Scout. Hacia mucho, mucho tiempo, que una película no me llegaba tan hondo. Que una atmósfera me resultaba tan cercana en su lejanía. Que unas simples andaduras de chavales me resultaban tan creíbles y reveladoras. Que un personaje como Finch aparece con tanta dignidad contenida. TO KILL A MOCKINGBIRD es una obra maestra de un clasicismo tardío y, sobre todo, y eso es lo más difícil, una película que llega al corazón con absolutos tintes de nobleza fílmica.

Un clásico inmarchitable.

Calificación: 5

1 comentario

Luis Tovar -

Gran articulo para una obra maestra total y absoluta. Una de las peliculas de mi vida.Es dificil pensar en adaptar mebor una novela al cine en una pelicula que sobrecoge ya desde los propios titulos iniciales con la absorbente banda sonora de Elmer Bernstein.