THE GREAT IMPOSTOR (1961, Robert Mulligan) El gran impostor
Entre los primeros pasos de la filmografía de Robert Mulligan, es más que probable que THE GREAT IMPOSTOR (El gran impostor, 1961) no solo sea uno de sus títulos menos conocidos, sino incluso el más ignorado. En las no muy abundantes referencias sobre su obra, apenas se cita esta su tercera película, y sucede un poco como la que supusiera el debut en estas tareas de su compañero de “generación de la televisión”, Franklin J. Schaffner, con THE STRIPPER (Rosas perdidas, 1963). La razón no es otra que la dificultad de poder contemplar estas y otras películas, siendo mucho más fácil dejarlas de lado cuando no se tiene ocasión de poder acceder a sus imágenes. Y en este caso, realmente tal omisión o dificultad ha sido una pena, puesto que de manera sorprendente asistimos a una extraña combinación de drama y comedia, establecida con tal convicción y singularidad por el realizador, que le convierten no solo un título atractivo en sí mismo, sino con probabilidad en una de las obras más logradas de la filmografía del autor de TO KILL A MOCKINGBIRD (Matar a un ruiseñor, 1962). Esa capacidad para alternar lo cotidiano y adentrarse en personajes individualistas, o la mirada a una Norteamérica más o menos alejada de los grandes eventos, momentos y lugares, alcanza en esta película una extraña mixtura con los tintes de comedia que ofrecen episodios incluso delirantes, integrándolo con los nuevos modos que el género venía ofreciendo en aquellos años, alcanzando en esa insólita combinación un oportuno contrapunto que evita incurrir en excesos ternuristas o, de otro modo, las facilidades que podía proporcionar insertar esta misma historia en un contexto más centrado en la comedia. Es por ello, que el devenir de THE GRAT IMPOSTOR alcanza un extraño equilibrio, trasladando de manera progresiva al espectador una sensación de armonía que es, a fin de cuentas, la que predominará en esa insólita visión de diferentes aspectos de la vida USA del momento.
La película se inicia ya en su secuencia de genéricos, con la detención de un maestro que en el primer momento ha dejado bien clara su actitud ante la vida; la de vivir engañando y subvirtiendo las normas y esquemas que la sociedad viene imponiendo al individuo. Este es Ferdinand Waldo Demara Jr. (Tony Curtis), un auténtico “rebelde sin causa” que ha decidido desde pequeño asumir un modo de vida que sublime la grisura de su existencia, aunque ello le lleve de forma paralela a esforzarse en una superación basada en la adecuación en cuantos roles inventados asuma en su existencia. El falso profesor es detenido por agentes del F.B.I., siendo trasladado en barco para ser sometido a juicio en calidad de desertor de la Marina. Será el punto de partida que nos permitirá conocer la apasionante aventura vital de este personaje real, que en una existencia azarosa pero enriquecedora en lo personal intentará pasarse por oficial de Marina, desertar de la misma, probar fortuna como monje trapense, pasar una temporada en prisión y lograr en la misma ver reducida su condena, convertirse en un falso oficial de prisiones, posteriormente enrolarse en la Marina Canadiense, en donde incluso llegará a ejercer como cirujano... Todo un cúmulo de falsas identidades y nombres, que en la realidad le llevarán a enriquecer una existencia que siempre vivirá en el filo de la navaja, con la que subvertirá las normativas y estereotipos existentes, pero que también dejará por el camino un buen número de personas agradecidas por su comportamiento y profesionalidad.
De alguna manera, el tono del film de Mulligan podría emparentarse con otra producción de la Universal también protagonizada por Tony Curtis. Me estoy refiriendo a MISTER CORY (El temible Mister Cory, 1957), una de las primeras realizaciones de Blake Edwards. Pero si el interesante título del autor de la posterior BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961), se integraba de lleno dentro del look de producción asumido por la productora en aquellos tiempos –uso del color y formatos panorámicos, cierto lujo en su dirección artística-, el film de Mulligan adquiere por el contrario una asumida modestia, que se advierte ya en la utilización de ese realista blanco y negro de Robert Burks, contrastando con la familiar sintonía que nos proporcionará un Henry Mancini a punto de saltar a la gloria –y que en ciertas secuencias ya ensayará los pentagramas dramáticos que llevará a la práctica poco después en EXPERIMENT IN TERROR (Chantaje contra una mujer, 1962. Blake Edwrads). A partir de ese contraste, la película nos ofrecerá un auténtico muestrario de ámbitos y situaciones, elemento que probablemente marcara un especial interés en el ya experimentado Mulligan –sobre todo en su faceta televisiva-, que le permitirá trasladar al espectador un viaje iniciático por una sociedad que se expresa entre el apego a su pasado, el respeto a ciertas instituciones y su proyección de futuro. Con tanta naturalidad como contundencia, THE GREAT... logra combinar episodios dominados por un notable dramatismo, con otros en los que predomina el elemento de comedia. Y si bien esa dualidad está expresada de manera un tanto tosca -los acercamientos en zoom al rostro de Curtis-, no es menos cierto que se torna efectiva, e incluso intensa, en episodios como el que describe la estancia de Demara como falso directivo de prisión, quien sin embargo logrará un objetivo que ni los más veterano oficiales de la misma jamás habían soñado: humanizar la galería de presos peligrosos.
Esa dualidad de drama y comedia, esa mirada naturalista a una realidad tan codificada como, en definitiva, fácil de subvertir, es la que poco a poco va prendiendo en el espectador, que de forma muy rápida empatizará con el personaje que encarna por un Tony Curtis ya cualificado como intérprete de comedia, pero que sin embargo alcanza una mayor hondura en su personaje, cuando este se inserta bajo tintes dramáticos –faceta en la que ya había demostrado su capacitación varios años antes, en títulos como SWEET SMELL IN SUCCESS (Chantaje en Broadway, 1957. Alexander Mackendrick)-. Así pues, sin alterar su tono, el film de Mulligan irá conformando una extraña coherencia, llegando a alcanzar su máximo grado de efectividad, en el episodio desarrollado en el buque de la marina canadiense que va a trasladarse a la Guerra de Corea, donde nuestro protagonista ejercerá como falso médico e incluso quirúrgico. Será un fragmento que ofrecerá la que supone una de las secuencias más asombrosas y menos conocidas de la comedia norteamericana de la década –digna del mejor Jerry Lewis-, en la cual el falso galeno tendrá que operar a su superior en el buque –encarnado por un magnífico Edmond O’Brian-, sacándole una muela y llegando a paralizar a este con el abuso de la anestesia. Un episodio supremo de slow burn, que de manera insospechada está ejecutado con un tinte de realismo insólito en sus características. A este fragmento cómico, se sucederá otro de especial dramatismo, de similar efectividad, en el que este logrará operar a un amplio grupo de coreanos heridos.
Se aprecie más o menos la obra de Mulligan, aún reconociendo en ella una clara irregularidad, es indudable que en THE GREAT IMPOSTOR hay más del director que en aquellos años había ofrecido obras como su debut con FEAR STRIKES OUT (El precio del éxito, 1957) o poco después brindaría la citada y célebre TO KILL A..., que el mismo responsable de brindado títulos insustanciales como COME SEPTEMBER (Cuando llegue Septiembre, 1961). Se percibe en las imágenes de esta película asumida una mirada que oscila entre el sarcasmo y la autenticidad, que no impedirá asistir a una ingeniosa conclusión incorporada como una auténtica trompe d’oil, e incluso como auténtica transgresión a ese postulado sentimental que parecían preludiar sus últimos instantes. Acompañada por un notable elenco de secundarios –a los ya citados cabe añadir Karl Malden o Raymond Massey-, el film de Mulligan queda como una insólita y atractiva comedia dramática, que merece ser reseñada por derecho propio dentro de cualquier antología del género.
Calificación: 3
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