TALES OF MANHATTAN (1943, Julien Duvivier) 6 destinos
TALES OF MANHATTAN (6 Destinos, 1943. Julien Duvivier) supone la primera apuesta de la 20th Century Fox en el terreno del cine de episodios, faceta que prolongó algunos años después con la más ambiciosa FULL HOUSE (Cuatro páginas de la vida, 1952) –para la que además de un considerable reparto, contó con una magnífica nómina de realizadores-. En esta ocasión, se eligió la dirección de un Duvivier que llegaba a Estados Unidos exiliado de la Francia ocupada, desarrollando una andadura en Hollywood que muy poco después le haría recaer de nuevo en este formato cinematográfico –esta vez producido por la Universal- con la, a mi juicio más lograda FLESH AND FANTASY (Al margen de la vida, 1943) –para la que recuperó algunos de los componentes del fantástico reparto del film que comentamos-. Esta preferencia, no quiere en modo alguno inducir a pensar que TALES OF... carezca de interés. Nos encontramos con una propuesta planteada con inteligencia, que buscaba ante todo la posibilidad de aunar en base a diversas historias, la confluencia de un reparto estelar dividido en pequeños roles distribuidos en sendos episodios, que quedaban unidos por medio de un leiv motiv que -es algo bastante curioso-, se alejaba un poco del contexto que marcaba su título original. Y es que si bien en algunos de los seis episodios de que consta la película, sí se respira esa personalidad newyorkina que manifestaron en sus obras escritores como Damon Runyon, no es menos cierto que en otros invitan a pensar que esa analogía que sirve de punto de partida se encuentra un tanto pillada por los pelos.
No se trata, en todo caso, de un reproche que quepa acentuar a una propuesta que aúna un olfato comercial siempre visto este desde un prisma de respeto a la inteligencia del espectador de la época, al que brinda un conjunto de historias que se erigen como pequeños cuentos morales, centrando su hilo conductor en torno al eterno debate entre la sinceridad y cualquier tipo de representación o fingimiento. Es decir, que entre el actor del primer episodio y los afortunados y pobres negros del capítulo final, puede establecerse toda una gama de comportamientos urdidos y trasladados a la pantalla con indudable sentido de la amenidad, una gran profesional y ocasional grado de intensidad, aunque en ellos –y es una circunstancia difícil de soslayar en un producto de estas características-, en ocasiones acuse una cierta irregularidad, que impida que su conjunto alcance un más alto grado de coherencia.
El comienzo e incluso el primer episodio de TALES OF... es bastante atractivo, con la presentación de ese frac que ha de lucir el conocido actor Paul Orman (Charles Boyer). Pese a los augurios que le manifiesta el dueño de la firma de confección, este logrará un sonado estreno en su reaparición en los escenarios, tras varios fracasos consecutivos. El ritmo será ágil a la hora de mostrar el auténtico interés de Orman; el reencuentro con su amante, Ethel (Rita Haywarth), casada con un hombre de mayor edad y poderosa posición económica –John (Thomas Mitchell), siempre al borde la sobreactuación-. Este último intuirá la infidelidad de su esposa y, cual moderno Conde Zaroff, someterá a la pareja y, en especial al intérprete a un juego de humillaciones en el que se pondrá en juego su prpia vida. Sin embargo, será la propia capacidad histriónica de Orman, la que dará un vuelco a la acción, sirviendo la tensa situación para que vislumbre la realidad de los sentimientos que se encontraban presentes en ella. El episodio es trepidante, dominado por un montaje magnífico, una estupenda descripción de ambientes y tipologías, y contando además con una duración suficiente para que pueda extender su alcance psicológico. Será sin duda en esa segunda mitad desarrollada en el siniestro pabellón de caza del esposo de Ethel, donde la acción adquirirá una mayor hondura, dentro de un enfrentamiento a tres bandas en el que la sinceridad, las impostura y los buenos modales, conformarán un atractivo relato de entrada a la película.
Será algo que, lamentablemente, no tiene su adecuada continuidad con el siguiente segmento, a mi modo de ver el más endeble de todos ellos, y a demás introducido con una pirueta de guión nada creíble –el mayordomo del actor pide un préstamo de diez dólares dejando el smoking en prenda-. El fragmento se centra en el descubrimiento del verdadero amor por parte de una novia que va a casarse y descubre la infidelidad de su novio, quien recurrirá a su mejor amigo para intentar solventar la delicada situación. Dejando aparte el buen juego de actores entre Henry Fonda y Ginger Rogers, todo se diluye en un pequeño juguete de comedia, sin mayor trascendencia en sus postulados.
Más interés adquirirá el episodio que protagonizará Charles Laughton –es curioso como en sus apariciones en este tipo de cine, sus personajes poseían siempre un trasunto megalómano y al mismo tiempo vulnerable-, dando vida a un músico de escasas posibilidades, quien finalmente verá colmado su deseo de realizar una audición ante un conocido y exigente director de orquesta –encarnado con seguridad por Victor Francen-. Este accederá a sus deseos tras mil demoras, apoyando en su debut en un gran concierto –una argucia de guión un tanto artificiosa-, donde las intenciones y la fuerza de la música se verán frustradas por la inesperada rotura del smoking que su esposa ha adquirido, provocando las carcajadas del auditórium. Una situación que llegará a hacerse dolorosa, hasta que la actitud del director que le ha apadrinado llegará a revertir, permitiendo que el estreno del músico resulte triunfal. Ligero como un cartoon en sus primeros minutos, irregular y genialoide por momentos, lo cierto es que el fragmento expone en su desarrollo momentos que llegan a calar hondo –sobre todo aquellos centrados en la evolución de las reacciones de su personaje central en el concierto, junto a otros en los que se echa de menos un mayor grado de convicción –la difícil plasmación de ese cambio en la actitud de burla generalizada del auditorio, reconvertida en un respeto generalizado a su labor, por encima de las convenciones que emanan de la convocatoria-.
Aún superior resulta en su atractivo el capítulo protagonizado por un magnífico Edward G. Robinson –probablemente el intérprete más brillante de todo el reparto-, encarnando a un antiguo abogado que vive en la miseria de las calles de los bajos fondos de Manhattan –magnífica la labor de dirección artística en su plasmación física-. De repente y gracias a la ayuda que le ofrece el encargado de una misión de caridad, recibirá una carta que le invita a una fiesta de sus antiguos compañeros de promoción –todos ellos situados en el ámbito social y profesional-. Aunque reticente, la nostalgia y la ayuda que le proporcionan los miembros de dicha misión le harán aceptar el envite acudiendo a la lujosa celebración, donde logrará hacerse pasar por un miembro de la sociedad acomodada, hasta que la ausencia de la cartera de uno de ellos sea el detonante de un simulacro de juicio en el que el acusador será un antiguo rival de nuestro protagonista –encarnado por George Sanders-, y a este le servirá para revelar la realidad de su situación. Pese a ciertos instantes molestos –aquellos en los que se introduce dicho juicio en una fiesta en la que algunos de sus asistentes se encuentran bebidos-, es en esta ocasión donde nos encontramos más cerca que nunca del cine de Frank Capra. Aquel que se inclinó al mundo del ya mencionado Damon Runyon, y le permitió la que sigue siendo para mi su mejor película LADY FOR A DAY (Dama por un día, 1933), y el muy posterior y brillantísimo remake que propuso POCKETFUL OF MIRACLES (Un gangster para un milagro, 1961), que cerró su dilatada trayectoria. Centrado en el modulado trabajo de Robinson, es probable que nos encontremos con el capítulo más logrado de la película en su condición de apólogo moral, que llega a ofrecerse con una sinceridad dolorosa y lacerante.
La gran sorpresa de TALES OF MANHATTAN, supone encontrarse en su edición videográfica con un episodio que jamás fue exhibido en su estreno comercial, e incluso se ausenta en la obligada referencia de los títulos de crédito. Se trata de un fragmento de corta duración, protagonizado por el singularísimo W. C. Fields, acompañado por la presencia de Margaret Dumont y el cómico Phil Silvers. Un pequeño sketch ligado al contexto de Fields, que en esta ocasión proporciona al conjunto un contrapunto cómico irresistible, con esa subversión de un grupo de burgueses que asisten a la degustación de un producto que se contrapone como oposición a las bebidas alcohólicas, promocionado por el profesor que encarna Fields, sin saber que en su interior estos tienen licores del más alto voltaje. Como si fuera un precedente de EL ÁNGEL EXTERMINADOR (1962. Luis Buñuel), la brevedad del relato no impide que nos encontremos ante un fragmento muy divertido, que al parecer no fue incluido en el conjunto de la película por problemas en el salario del singular intérprete, en contraste con el del resto del reparto.
TALES OF MANHATTAN se cierra con un episodio que, bajo mi punto de vista, se pierde en la blandura de su contenido, y que tiene como principal atractivo contemplar en pantalla al singular actor negro Paul Robeson, un intérprete que poco después conocería el exilio por su reconocida filiación progresista. Este encarna a un agricultor que ha recogido junto a su mujer el smoking lleno de dinero, fruto de un atraco que ha llegado hasta allí de manera rocambolesca –una situación, esta sí, bastante ingeniosa-. La inesperada aparición del mismo será considerada un milagro, revolucionándose toda la colonia negra, caracterizada por su pobreza. Un episodio amable pero blando, del que solo cabría destacar, una vez más, el atractivo de su convincente dirección artística, cerrando un conjunto nada desdeñable, pero al cual quizá un superior grado de coherencia en su enunciado, le hubiera permitido alcanzar un superior grado de interés.
Calificación: 2’5
1 comentario
Hildy -
En 6 destinos me fascinó la historia que protagoniza Edward G. Robinson y me encantó la de Charles Laughton. Aunque las demás, por diversos aspectos, me parecieron también interesantes..., y ¡qué reparto! Lanzo un saludo reivindicativo al gran Thomas Mitchell, espléndido en su papel de marido celoso y cornudo. Me encanta las posibilidades que ofrece un frac que va 'viajando' por distintos propietarios...
Al margen de la vida me cautivó ese espíritu entre realismo y fantasía que envuelve las tres historias. Me quedo con la protagonizada por Cummings y Field. Esa historia de máscaras y carnaval...
Besos y como siempre gracias
Hildy