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CINEMA DE PERRA GORDA

LA VALIGLIA DEI SOGNI (1953, Luigi Comencini)

LA VALIGLIA DEI SOGNI (1953, Luigi Comencini)

A inicios de la década de los cincuenta, se producen en algunas de las más significativas cinematografías, películas que servían de cierto homenaje a los orígenes del cine. Pese a su alcance cáustico, SUNSET BOULEVARD (El crepúsculo de los dioses, 1950. Billy Wilder) no deja de aportar una mirada revestida de admiración en torno a la creación artística surgida en el periodo silente. Por su parte, en Gran Bretaña la maravillosa THE MAGIC BOX (1950, John Boulting), proponía una mirada revestida de admiración, en torno a los orígenes del cine en las islas. Es por todo ello comprensible, que una de las más relevantes cinematografías europeas se sumara a esa mirada, combinando la nostalgia con la reivindicación de su rico pasado silente, en una propuesta que al margen de su singularidad, demuestra que mucho antes de NUOVO CINEMA PARADISO (Cinema Paradiso, 1988. Giuseppe Tornatore), Italia había puesto en valor la riqueza de su pasado fílmico. Es, a fin de cuentas, la premisa que ondea por el conjunto de esta extraña, por momentos descuidada, pero en conjunto emocionante y sentida evocación al cine silente surgido en Italia, que al mismo tiempo emerge como uno de los títulos menos conocidos, al tiempo que más valiosos, en la filmografía de Luigi Comencini; LA VALIGLIA DEI SOGNI (1953). Y lo hace bajo una sencilla premisa argumental, envuelta en un relato de resabios neorrealistas, a través de la evocación marcada en un culto, pintoresco y entrañable personaje. Se trata del ya maduro Ettore Omeri (un entregado Umberto Melnati), antiguo actor de cine silente, quien se ha empeñado durante largo tiempo en ir salvando secuencias y rollos de antiguas películas, condenadas a desparecer mediante la reutilización de la celulosa. De tal forma, los primeros instantes de la película revestirán un alcance documental, describiendo ayudados por una voz en off, el proceso seguido en algunos almacenes para hacer desaparecer las emulsiones de la impresión cinematográfica en el celuloide y, con ello, poder reutilizar dichos materiales. Dichos pasajes desprenden en su aparente frialdad un halo de melancolía, al comprobar como dichos métodos hicieron desaparecer tantas y tantas obras cinematográficas, suscitando por contraste una enorme simpatía, la labor de ese hombre ya vencido en el tiempo. Una figura casi anacrónica, aunque en realidad aparezca casi como un precursor, para la que al parecer se tomó como base la figura real de Mario Ferrari, un coleccionista particular que puso en práctica tal vocación, atesorando en una colección personal dichos fragmentos.

En el film de Comencini, que aparece como una autentica declaración de amor al pasado de la cinematografía del país, centrada en su rico periodo silente, el autor de TUTTI A CASA (Todos a casa, 1960) logró conciliar en las imágenes de esta extraña tragicomedia, de un lado su propia vinculación, junto a su hermano y al también hombre de cine Alberto Lattuada, fundando la Cinemateca de Milán. Pero al mismo tiempo ese homenaje, dispuesto a través de una sencilla anécdota argumental, que por momentos adquiere la simplicidad del cine de Vittorio De Sica, aparece como espejo de referencia, a la hora de disponer las autenticas intenciones del conjunto; el sincero homenaje al olvidado periodo silente italiano. Para ello, nuestro protagonista conserva en su casa, una amplia colección de rollos y filmaciones que ha logrado salvar de su desaparición, viviendo de proyecciones que va realizando, en función de encargos personales, con las que al mismo tiempo prolonga esa nada solapada pasión por un cine perdido, que quizá solo él considera hasta entonces una forma de arte. Ayudado de la joven Mariannina (Maria Pia Casilio), y envuelto en una situación personal que se adivina limitada, Ettore acudirá a la llamada un colegio religioso, que le permitirá la exhibición de una selección de secuencias de títulos silentes, en donde se combinarán producciones religiosas, históricas, e incluso cómicas. Será el primer gran bloque en donde se plantee el verdadero objeto de esta película; la recuperación de episodios y pasajes de algunos de los títulos perdidos en aquel periodo inicial del cine italiano, describiendo sus imágenes una asombrosa vitalidad como tal

Ahí reside la autentica singularidad de la película, extendida en primer lugar en esta proyección descrita entre niños de un colegio religioso, donde el apasionado amante del cine –al tiempo que antiguo actor en su país- comentará con pasión mientras su ayudante proyecta diferentes fondos musicales, esos capítulos que ha elegido. La combinación de la ficción que describe la película en primer plano, y la que evocan esos fragmentos envejecidos, alentados por el relato en off del viejo rescatador, no solo provocarán un efecto de ensoñación, sino, al tiempo que servirán para el cinéfilo que pudiera contemplar la película –que al parecer cosechó un fracaso en el momento de su estreno, no estaban aquellos tiempos para estas sutilezas-, se sirviera a partir del juego dramático propuesto, alcanzar con ellos la admiración y el redescubrimiento, de un cine perdido en aquellos tiempos aún de carestía. Será algo que provocará la admiración de los niños, e incluso levantará las suspicacias de las religiosas –incluso ordenan a los menores que cierren sus ojos-, cuando se contemplen unas inocentes imágenes de jóvenes coristas ligeras de ropa. Será la admiración de los más pequeños, ante algo lejano pero que conserva el sentido de lo maravilloso, y que también provocará el interés de una aristócrata presente en la proyección –baronesa Caprioli (Ludmilla Dudarova)-, quien propondrá al entusiasta divulgador, una nueva proyección en una fiesta nocturna que desea convocar en su mansión, sugiriéndole a escondidas de las religiosas, que la misma contemple melodramas protagonizados por las grandes divas del cine mudo del país.

Este accederá a su petición, invocando los nombres de Francesca Bertini, Eleonora Duse, o incluso Elena Markowska, a quien la Caprioli ha querido invitar expresamente, sin decirle que se proyectarán algunos fragmentos de su olvidada andadura en el cine silente. Por desgracia, el contraste en la aceptación de esta proyección será absoluto, percibiendo el proyeccionista que el apasionamiento de las imágenes y la entrega de sus explicaciones, son acogidas con humillantes carcajadas por parte de unos invitados absolutamente distanciados de la fuerza dramática de unas secuencias y episodios dramáticos, que para ellos aparecen como algo polvoriento. Llegados a este punto, lo cierto es que cualquier espectador mínimamente sensibilizado con el arte cinematográfico, empatiza hasta casi conmoverse, con el dolor que ese desprecio manifiestas toda una pléyade de dilettanti y nuevos ricos, sino que incluso se extenderá hasta la propia Markowska, que se sentirá humillada ante el desprecio de algo que asumió con intensidad en su juventud. Será este un episodio magnífico, en el que unido a ese tensión entre la pasión y el rechazo, se pondrá en practica el que quizá sea uno de los primeros análisis de un nuevo estrato social, que pocos años después tendría un especial protagonismo en la cinematografía italiana –LA DOLCE VITA (Idem, 1960. Federico Fellini)-.

A partir de esa desagradable situación, el discurrir de LA VALIGLIA DEI SOGNI quizá derive en elementos de raíz melodramática, pero no por ello dejará de proponer un nuevo ejercicio metacinematográfico, que de manera ingeniosa salvará dicho elemento melodramático, permitiendo trasladar a nuestro protagonista, recuperado de manera inesperada para la profesión de actor. Será una nueva muestra de querencia en torno al propio hecho fílmico, en una película que quizá acuse algún pequeño desequilibrio, pero que en su propia concepción, no solo aparece como una valiosa rareza del cine de su tiempo, sino que debería figurar en cualquier recopilación de títulos encuadrados en el subgénero de “cine dentro del cine”. Y es que pese a la presencia de un cast desprovisto de intérpretes conocidos –aunque todos ellos se revelen sumamente eficaces-, nos encontramos con una producción que no solo sabe apelar al reconocimiento del pasado fílmico, sino que además sigue conservando en nuestros días una enorme personalidad.

Calificación: 3

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