LA RAGAZZA DI BUBE (1963, Luigi Comencini) La chica de Bube
Sin dejar de reconocer la extraordinaria riqueza caracterizaba el cine italiano en la primera mitad de la década de los años sesenta, y de cuyo nivel medio se beneficiaba incluso la obra de realizadores por lo general dominados por una menor inspiración que en el de aquellos definidos por una obra o cualidades más evidentes, creo que no son motivos suficientes para dejar de apreciar la valía demostrada por un título tan escasamente referenciado como LA RAGAZZA DI BUBE (La chica de Bube, 1963). Adaptación de la novela de Carlo Cassola, forma parte del periodo más valioso en la trayectoria de Comencini, que dio frutos tan interesantes como TUTTI A CASA (Todos a casa, 1960) o A CABALLO DELLA TIGRE (1961). Al igual que en aquellos casos, la película buscar alternar –con un equilibrio magnífico- varias de sus cualidades más notables; la precisión como retrato individual, la sensibilidad del componente sentimental y el vigor del cuadro colectivo. Ese conjunto nos servirá inicialmente para describir la personalidad de la joven e inexperta Mara (una de las más completas interpretaciones de Claudia Cardinale), una muchacha que vive en una lejana localidad italiana, hija de un matrimonio en el que el padre se caracteriza por su apoyo a la resistencia en los tiempos de la liberación contra el yugo fascista en Italia. De repente conocerá al hosco Bube (George Chakiris), un joven y reconocido partisano que compartió la vivencia de la resistencia con el hermanastro de la joven, que ha venido a hablar con el padre de la muchacha. Entre ambos se producirá un encuentro revestido de frialdad –Mara es absolutamente inexperta en las relaciones amorosas, mientras que en Bube parece no haber un rincón para relación alguna, absorbido como está en su lucha reivindicativa-. Sin embargo, y pese a que el tiempo se cierne sobre la muchacha de forma inapelable, una inesperada carta de Bube le hará albergar esperanzas en este joven que desde el primer momento le ha fascinado. Poco a poco, por medio de tibias cartas llegadas de manera irregular y acompañadas de algunos regalos, entre ambos jóvenes se establecerá una cierta ligazón, que alcanzará un nuevo estatus al regresar este y prometerse ante la familia de la muchacha, obteniendo la aprobación de su padre. Se iniciará para ellos la verdadera vida en común, desprovista de todo afecto y desarrollada en el contexto urbano de la posguerra italiana. Sin embargo, cuando entre ambos realmente se atisba cierto rasgo de ternura, Bube protagonizará un episodio especialmente violento en que asesinará al pequeño hijo de un sargento. Los dos prometidos tendrán que separarse no sin antes vivir su primera noche de verdadera pasión, prometiendo Mara esperarlo pese a que este tendrá que residir forzosamente en el extranjero, hasta que una previsible amnistía pueda salvarlo de una condena segura con la llegada de la inminente República Italiana. La joven esperará su regreso sin saber noticias de él, trasladándose a la ciudad, en donde trabajará como lavandera, en medio de una existencia incierta y rutinaria. Una tarde, y en un encuentro propiciado por una de sus compañeras, conocerá a un joven de buenos modales –Stefano (el sensible Marc Michel)-, trabajador de una imprenta. Pese a sus reticencias a abrirse con el recién conocido, la sinceridad del muchacho muy pronto hará mella en ella, brindándole esa sensibilidad que estaba esperando largo tiempo, y que en realidad jamás Bube le había brindado. Stefano incluso le encontrará a la muchacha un trabajo en la imprenta en la que ejerce como linotipista, buscando un acercamiento con la joven e intentando con ello olvidar una frustrada relación amorosa. Poco a poco, Mara se abrirá a Stefano, reconociendo finalmente su amor hacia él, aunque en ese preciso momento vuelva a estar presente Bube, que ha regresado a Italia y ha sido apresado por las autoridades. Pese a sus renuencias a volver a verlo –reconociendo en ello la realidad de cumplir un sentimiento que en realidad en esos momentos desea dejar en el olvido, dando una segunda oportunidad a su vida-, el reencuentro con Bube en la prisión llevará a la muchacha la necesidad en mantener su promesa, a sabiendas que supone el único apoyo que el detenido mantiene. Se celebrará la vista, condenando a este a catorce años de prisión por asesinato, condena que Mara asumirá de mantenerse como la única esperanza de Bube, y aún a costa de sacrificar con ello su auténtica vida.
La valía de LA RAGAZZA DE BUBE hay que entenderla de manera muy especial en ese ya señalado marco de riqueza para el cine italiano –como uno de los vértices más rotundos existentes en las cinematografías europeas de aquellos años-. Hay que entender esa vitalidad a la hora de marcar unos equipos y marcos de producción que en nuestros días parecen casi pretéritos, forjando buena parte de los mayores éxitos de aquel tiempo. En los créditos del título que nos ocupa, encontramos nombres tan significativos como el productor Franco Cristaldi –posteriormente esposo de la propia Cardinale-, el operador de fotografía Gianni Di Venanzo –que ofrece una aportación de especial significación por medio de los matices de su magnífico blanco y negro-, la implicación como coguionista de Marcello Fondato –igualmente inserto entre los argumentistas de TUTTI A CASSA- o incluso la hermosa y pertinente partitura musical de Carlo Rustichelli. Pero por encima de esas aportaciones individuales, y de la capacidad de Comencini para batir los talentos implícitos entre todos los componentes del equipo que auspició su resultado, nos encontramos con uno de tantos ejemplos que supieron conjugar en la pantalla un cercano alcance de crónica histórica, dominado por una capacidad analítica y de lucidez notable, combinando en sus imágenes el recurso a géneros populares e incluso –y es algo plenamente legítimo- la defensa de un renovado star system y el recurso a la comercialidad. Todo ello se da cita en esta estupenda película de Comencini –probablemente el mejor título de su filmografía-, que logra expresar en segundo término, pero siempre en unas circunstancias al servicio de la historia narrada, la evolución de la posguerra italiana. En sus secuencias nos apercibiremos del rechazo de las clases populares a la monarquía de los Saboya, el referéndum que dio paso a la república italiana, o incluso en secuencias de especial intensidad comprobaremos una estampa inusual en el cine italiano, como fue la reprobación de las clases populares a los sacerdotes colaboracionistas con el fascismo.
Ese alcance preciso de crónica –que alcanza una notable capacidad de observación- se complementa en la película con el determinado intervalo que la película comprueba a partir del encuentro de Mara con Stefano. Un auténtico oasis que Comencini plasmará con una extraordinaria sensibilidad –ayudado por la fuerza de los dos intérpretes, la utilización dramática de la iluminación, e incluso con el refuerzo del tema musical que incorporará Rusticelli en la banda sonora-. Un fragmento que alcanzará tintes casi conmovedores, al observar como una pareja de enormes afinidades en realidad jamás podrá consolidar sus mutuos afectos al existir el poderoso condicionante que perdura en la mente de la muchacha. Comencini sabe mostrar con delicadeza esa circunstancia, logrando ese contraste melodramático que llega a apelar la conciencia del espectador. En ese sentido, resultarán ejemplares tanto la manera con la que –utilizando el referente cinematográfico de WATERLOO BRIDGE (El puente de Waterloo, 1940. Mervyn LeRoy)- se describe visualmente la llegada del tan deseado acercamiento entre Mara y Setefano, y poco después la manera con la que se muestra –en una secuencia de enorme fuerza-, el reencuentro entre la muchacha y Bube, en una prisión dominada por la lividez y la frialdad del marco en el que ambos se expresan, inicialmente con frialdad, y poco después dando paso a sus sentimientos más íntimos. Son momentos que revelan la inspiración cinematográfica de un realizador indudablemente irregular, que se encontraba entonces en el mejor momento de su obra, y era consciente de la riqueza del material con que partía. Es por ello que LA RAGAZZA… va creciendo en interés y en fuerza dramática, con un sentido de la progresión tan impecable como la manera en la que se van exaltando los sentimientos de su joven protagonista. Un conjunto en el que resulta de notable pertinencia la estructura del relato en forma de flash-back –en los momentos finales entenderemos tal elección-, o la elección de la voz en off para complementar los sentimientos que rodean la aventura vital de Mara. Una singladura que alcanzará en su conclusión otra nueva vuelta de tuerca en torno a la oportunidad perdida en su vida, por medio del inesperado reencuentro con Stefano, siete años después de haber interrumpido su relación con él, en una secuencia que tiene algo de nostálgica semejanza con la inolvidable SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan).
Crónica histórica, madurez forzosa, sentimientos contenidos, fidelidad y capacidad de descripción psicológica, tienen en LA RAGAZZA DI BUBE una muestra espléndida, demostrando que incluso aquellos realizadores quizá mantenidos en una segunda fila, podían legar productos finalmente magníficos. Este es uno de ellos.
Calificación: 3’5
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Eugenio Murcia -