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CINEMA DE PERRA GORDA

INCOMPRESO (1967, Luigi Comencini) El incomprendido

INCOMPRESO (1967, Luigi Comencini) El incomprendido

Algún día habría que intentar ofrecer una recopilación de títulos, que en su presentación en festivales recibieron no solo la incomprensión del público sino, lo que es peor, fueron acogidos con manifiesta hostilidad. Es lo que le sucedió a INCOMPRESO (El incomprendido, 1967. Luigi Comencini), cuando se exhibió por vez primera en el Festival de Cannes de 1967, donde cosechó incluso abucheos. ¿A qué podría ser debida esa hostilidad? ¿A una ruptura con la línea de comedia que el cineasta había puesto en práctica con acierto en años precedentes?  No sería justificación alguna, cuando pocos años antes había filmado la magnífica LA RAGAZZA DI BUBE (La chica de Bube, 1964) –quizá su obra más lograda- ¿Que había elegido una temática que en una mirada superficial podía pecar de sensiblera? Podría ser una pírrica justificación, más uno no entiende, contemplando las imágenes siempre melancólicas de esta adaptación de la novela de Florence Montgomery, como no fueron apreciadas en la medida de sus merecimientos. Hay elementos colaterales que podrían incidir en su contra, como era la irregularidad de la obra de Comencini, capaz de títulos de escaso interés, pero también un conjunto nada desdeñable de proyectos notables, en los que pese a quizá carecer de unas constantes definidas, se integró con acierto en esa valiosa corriente del cine popular de su país. Pero es que al mismo tiempo, en aquellos años era bastante común desdeñar obras que barajaran en sus contenidos una mirada disolvente en torno al universo infantil. Cabría recordar que la hoy justamente reverenciada THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton) no recibió en el momento de su estreno una especial significación. Ni lo asumió la hoy indispensable A HIGH VIND OF JAMAICA (Viento en las velas, 1966. Alexander Mackendrick). Pero es que haciendo el seguimiento de otras aportaciones de Clayton y Mackendrick, especialmente inclinados en las sombras del universo infantil, pasan los años sin que la excepcional SAMMY GOING SOTUH (Sammy, huída hacia el sur, 1963. Alexander Mackendrick) emerja como esa cima del cine británico de todos los tiempos, o en el momento de su estreno OUR MOTHER’S HOUSE (A las nueve, cada noche, 1967. Jack Clayton) fuera despachada con disciplencia. Solo a partir de la indiferencia mostrada en aquellos referentes, podemos entender la hostilidad, que con el paso de los años se ha transformado en una mirada revestida de delicadeza, ante una película enfermiza, en la que sentimientos y emociones, parecen emanar a partir de esos lienzos idealizados que se suceden en los títulos de crédito. Un marco en apariencia idílico, que se romperá de manera abrupta, cuando contemplemos los flecos del sepelio de la esposa del diplomático inglés John Edward Duncombe (un matizado Anthony Qauyle). Se trata del cónsul británico en Florencia, a cuyo cargo han quedado sus dos hijos. El primogénito es Andrew (maravilloso Stefano Colagrande) y Miles (Simone Giannozzi) el de menor edad. Este último recibirá todo el cariño de su padre, incapaz de exteriorizarlo con un Andrew, que asumirá con aparente estoicismo esa ausencia activa de la figura paterna, teniendo para ello el recuerdo permanente de su madre, viviendo al mismo tiempo el carácter caprichoso y proteccionista del pequeño Miles.

Ya en la secuencia que inicia el relato –la del retorno en coche del entierro de la difunta- Comencini planificará con agudeza –utilizando para ello los elementos de la puerta del vehículo-, la distinta consideración que le merecen sus dos hijos. Será el camino a seguir en una película delicada, que parece anclada en el tiempo –el vestuario de los niños y la escenografía de la mansión del cónsul-, en el que no sucede en realidad nada importante. Sin embargo, su discurrir se dirime en miradas, pequeñas aventurillas de los niños, envueltas en la indiferencia del padre hacia Andrew y el excesivo proteccionismo que proporciona al caprichoso Miles –que no dudará en fingir situaciones, para no perder nunca el máximo interés de su padre-. Todo ello, manifestado a través de un inesperado y notable trabajo de cámara expresado mediante un –por una vez- adecuado uso del teleobjetivo, utilizando planos largos, con la anuencia del reencuadre, integrando elementos de su escenografía para expresar el estado de ánimo de sus personajes, y combinando situaciones cotidianas, elementos ligados a la comedia –que tendrían su máxima expresión en la magnifica secuencia de la comida con los visitantes nigerianos-. Junto a ello, aparecerá esa latente melancolía que impregna el conjunto de esa película dominada por jardines y lagos. En el fondo, que el sentimiento de ausencia de la esposa del diplomático y madre de Andrew, en el fondo será asumida de manera introvertida entre ambos –John escuchará a solas una grabación en la que evocará la voz de su esposa, Andrew contemplará en numerosas ocasiones el hermoso lienzo que parece erigirse como una mirada sobrenatural en torno a su latente presencia, incluso en los primeros días de su ausencia, aparecerá una nota manuscrita de la desaparecida-. Comencini acertará a la hora de la elección del punto de vista, teniendo por lo general como eje la mirada de ese callado y vulnerable Andrew, sobre el que se focalizará buena parte de la sensibilidad que rige en todo su metraje. Su convicción a la hora de dirigirse a la ciudad, escapándose de la mansión, para poder comprar un regalo a su padre en el día de su cumpleaños –teniendo que soportar la presencia de su molesto hermano pequeño-, la prueba de valor que ejercitará sobre la rama que se yergue sobre el lado, que serán, a la postre, el eje de la tragedia final. La evocación casi enfermiza del hecho de la muerte, el deseo de complacer a su padre lavando su coche sin que este lo espere, su desesperación al no poder viajar con él a Roma...

Lo cierto y verdad es que INCOMPRESO se erige como un bello, doloroso y delicado, poema de amor, de dos seres que caminan por el sendero de una ausencia que no pueden asimilar, pero son incapaces de realizar juntos el camino. Con un irreprimible aura romántica, Luigi Comencini logró ofrecer una película que, por fortuna, ha sobrevivido a las fluctuaciones de su tiempo, erigiéndose como un relato casi intemporal, basado en la mirada de un niño, que poco a poco va descubriendo que no tiene lugar en este mundo, prefiriendo casi de manera inconsciente volver a encontrarse con el aura de su madre.

Calificación: 3

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