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CINEMA DE PERRA GORDA

Andrew Niccol

THE HOST (2013, Andrew Niccol) La huesped

THE HOST (2013, Andrew Niccol) La huesped

Al contrario que la mayor parte de los mortales amantes del cine fantástico de nuestros días, sigo siendo un seguidor de la obra del realizador neozelandés Andrew Niccol (1964). Apenas con cinco largometrajes a sus espaldas en más de quince años de andadura –su ritmo de trabajo se ha acelerado en los últimos años-, unido a su reconocido guión en THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, 1998. Peter Weir), forjan un corpus quizá no demasiado extenso, pero en el que ante todo va predominando el progresivo desapego que viene produciendo su cine según sus películas se van sucediendo. Dejemos al margen del culto que sigue generando GATTACA (1997) –su deslumbrante debut como director- y veremos como el resto de sus largometrajes han sido orillados e ignorados, cuando de manera notoria y aunque en sus últimos exponentes se centre de manera clara en productos de carácter comercial, mantienen un mundo propio, tanto temática como narrativamente. Por ello, hasta cierto punto es comprensible el rechazo casi generalizado con el que ha sido despachada THE HOST (La huésped, 2013), centrado sobre todo por la génesis de su propia base argumental; una novela más de la inefable Stephenie Mayer, creadora de la insoportable saga TWLIGHT (Crepúsculo, 2008. Catherine Hardwicke). La propia Mayer ejercerá como una de las productoras del film, y es evidente que algo de ese mundo de melifluas relaciones adolescentes se da cita y limita el alcance de lo que podría haber sido un producto excelente. Sin embargo, considero que la impronta de su director logra superar y derribar de manera considerable dicho lastre, entroncando su película en ese mundo personal que ha seguido manifestando en su aún corta filmografía.

Como si nos encontráramos en una versión edulcorada de la novela de Jack Finney llevada al cine por Don Siegel, Philip Kauffman y Olivier Hirschbiegel, la película se inicia con unas bellísimas imágenes espaciales en las que se acerca el planeta tierra, mientras una cálida voz en off describe el estado de paz y bienestar que vive el planeta Tierra, algo desusado en todo su pasado. Muy pronto descubriremos que sus habitantes han sido invadidos por seres de otra esfera, acostumbrados a actuar así por propio instinto de supervivencia. Dicha circunstancia ha propiciado que se genere un reducido núcleo de resistentes, de auténticos terráqueos, contra los que paulatinamente irán luchando los invasores con métodos peculiares, al objeto de lograr una completa implantación, que se centra en el trasplante de sus almas en los cuerpos respectivos de los terráqueos. A partir de dicha premisa, THE HOST se articula en torno al drama vivido por Wanderer (estupenda Salirse Ronan), una de las extraterrestres que ha ocupado el cuerpo de Melanie, hasta entonces una de las escasas resistentes del planeta. Sometida a seguimiento por parte de de las denominadas “buscadoras” –la obsesiva Lacey (Diane Kruger)-, a la hora de vislumbrar en ella el indicio de otros terráqueos a los que puedan invadir en sus cuerpos –una vez más, encontramos ecos del I Am legend de Matheson-. Sin embargo, el gran drama de nuestra protagonista, es el de poder convivir en su interior con los pensamientos y el alma de Melanie, que en no pocos momentos choca con la personalidad exterior de Wanderer.

Puede decirse que es en esa confrontación –que justo es reconocer ofrecía la mayor dificultad del relato-, se encuentran quizá las debilidades más ostentosas del mismo, llegando en algún caso a dejar entrever una serie de debilidades cercanas al relato teen, que es claro encierran ecos y ascendencias de su escritora. La propia configuración de actores jóvenes y guapos nos retrotraigan al universo de TWLIGHT y sus numerosas secuelas… y para que vamos a engañarnos, sería fácil asumir dichas características para destrozar su conjunto. No seré yo quien lo haga, puesto que de principio a fin, THE HOST lleva impresa la marca de su realizador, prolongando ese discurso, temático y visual, apelando a un futuro cada vez más cercano de lo que podemos suponer, en el que el fantasma de la alienación colectiva pueda ir penetrando en el conjunto de la humanidad, por más que con él vaya aparejado el pensamiento único, la corrección a todos los niveles, y todo tipo de sentimientos e incluso comportamientos primitivos y violentos, sean derogados, llevando con ello la entraña que conforma –para lo mejor y lo peor-, la condición humana. En esta película podremos contemplar el comportamiento de esos invasores que se actúan de manera correcta, sin altibajos emocionales, vistiendo inmaculadamente de blanco, en una sociedad donde el límite de velocidad, la confianza y la sinceridad son moneda corriente. Un presunto mundo ideal, que desea ser colonizado de forma total, encontrando en Lacey un elemento de distorsión, empeñada de manera enconada en dicha tarea, y contrastando con su agresividad el entorno de compañeros caracterizados por su afabilidad –más adelante, en la conclusión del relato comprenderemos la razón de dicho comportamiento-. Es a partir de estas premisas, donde Niccol lanza sus habituales armas fílmicas, logrando extraer bellísimas composiciones en pantalla ancha. Composiciones y secuencias que alcanzarán un alto grado de belleza a partir de la llegada de nuestra protagonista –ayudada interiormente por Melanie- hasta un terreno agreste, desértico y rocoso, del cual el realizador ofrece una asombrosa impronta visual, al tiempo que describe con intensidad la agonía vivida por la joven al introducirse a pie en el abrasador desierto. Será el paso previo hasta el reencuentro con Jeb (William Hurt), líder del grupo de terráqueos resistentes, quien logrará contener la ira de los jóvenes que le acompañan, dispuestos a matar a Wanderer –sin saber en ningún momento que en su interior está inmersa el alma de Melanie-. Por una extraña intuición, este entablará con la supuesta alienígena una relación de confianza, llevándola a conocer el recinto en el que se encuentran refugiados todos ellos, en el interior de una gran masa rocosa. Serán pasajes dominados por un casi estremecedor esplendor visual, en los que podemos encontrar incluso ecos de la lejana GATTACA, y que apelan a la capacidad de supervivencia de la condición humana, por más que esta se encuentre casi totalmente diezmada. Lo manifestará ese campo de trigo inmerso en el interior de la montaña, alimentado por la luz solar que proporcionan centenares de espejos estratégicamente situados, poniendo bien a las claras la fuerza del ingenio humano, y con la vigilancia bien presente de retirarlos de forma manual cuando algún avistamiento aéreo de los invasores pueda contemplarlos.

Todo este amplio capítulo descriptivo resulta brillante, como en buena medida lo articulan la confrontación de personajes, incluso esos dos jóvenes que entre sí se disputan el amor de una protagonista que conserva una dualidad en su exterior y lo que comporta su alma. Se puede reconocer, llegados a este punto, que dicho tratamiento no observe la hondura que permitía o, sobre todo, que en determinados instantes, los encontronazos entre las dos personalidades que se encierran en el mismo cuerpo llegan a resultar irritantes. Sin embargo, por fortuna nos alejamos de manera notoria de la blandurronería de la ya citada TWLIGHT, mientras que en el fondo se destila en la parte final del relato –por debajo de ese impostado final feliz-, una visión existencial en la que, más allá de la prolongación temporal de la vida del alma, subsiste sotto vocce una mirada temporal sobre la supervivencia del alma.

Prosiguiendo en una mirada tan fría como cercana de lo que puede ofrecer su visión personal del futuro de la humanidad, combinando dichas inquietudes con un sentido muy personal –y hoy día poco reconocido- de la puesta en escena, capaz como pocos de plasmar la alienación de una posible sociedad futura basada en el choque perfecto con los defectos de nuestra condición como seres humanos. Que lo plasme integrándose en los parámetros de la corriente destinada al público juvenil, sin duda ha sido el motivo para ese rechazo casi generalizado. No seré yo quien comparta tal aseveración, reconociendo pese a sus límites, la vigencia de las constantes que siguen permitiéndome conceder a Andrew Niccol, como una de las escasas esperanzas del cine de ciencia-ficción de los últimos años.

Calificación: 3

GATTACA (1997, Andrew Niccol) Gattaca

GATTACA (1997, Andrew Niccol) Gattaca

Recuerdo que la primera referencia sobre GATTACA (1997, Andrew Niccol), recibida en un momento en que mi afición al cine se encontraba casi en la cuerda floja, provino de un joven compañero de trabajo, iniciásndose entonces un culto que quince años después de su realización, esta excelente opera prima de Andrew Niccol –al que ya conocíamos por su magnífico y lamentablemente revelador guión para THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, llevado a la pantalla de manera casi paralela en el tiempo por Peter Weir)- está considerada por no pocos especialistas y aficionados –entre los que me encuentro- como uno de los grandes exponentes de la ciencia-ficción fílmica de las últimas décadas. Recuerdo el fuerte impacto e incluso la emoción que me produjo su primer visionado –no dejo de reconocer que sus imágenes finales me conmovieron hasta la lágrima-, por lo que al revisar creo que por tercera vez esta película, tenía miedo a que el placer que me proporcionó la misma menguara de forma considerable. Por fortuna no ha sido así. GATTACA sigue transmitiéndome el mismo grado de satisfacciones. Quizá menos emoción, pero del mismo modo algunos aspectos que en un primer visionado pudieron quedarme confusos o a mi parecer escasamente integrados, en esta ocasión me han parecido de mucha menor pertinencia. Es el extraño juego de las grandes películas, y la variación que como espectador podemos formularnos ante ellas, y con cuya percepción es cuando realmente consideramos que una producción realmente adquiere ante nuestra mirada la vitola del clásico. Bajo mi punto de vista el film de Andrew Niccol –que posteriormente ha desarrollado una escueta pero interesante filmografía, siempre escorando su cine a facetas aleatorias de la ciencia-ficción y, ante todo, formulando en su cine una visión desencantada del inmediato futuro que nos espera-, ofrece una serie de condicionantes que, en su incardinación, permiten el logro de esta producción ejemplar, que poco a poco se fue ganando el aprecio de público y crítica aunque, justo es reconocerlo, nunca sorteando el mito –a mi modo de ver un tanto cuestionable- alcanzado por un título como BLADE RUNNER (1981, Ridley Scott) –a la que considero supera en cualidades, por más que su enunciado temático sea bien diferente-.

Una de las grandes cualidades de GATTACA, es la de haber logrado un competente acabado industrial a partir de una producción que apenas superó los treinta y cinco millones de dólares –que no llegaron a ser cubiertos en su pobre carrera comercial-, permitió un diseño de producción admirable, imaginativo, en el que la utilización de coches o edificaciones antiguas o de aspecto retro, fueron revertidas como rasgos de ese futuro no demasiado lejano que preconiza el primer rótulo del film, al que acompañan un par de citas, una de ellas procedente de la biblia. A partir de su punto de partida, la película nos narra la historia de superación del joven Vincent Freeman (Ethan Hawke), uno de los denominados “no validos” dentro de un mundo que ha establecido una especie de fascismo –al estilo de la raza aria alemana-, asumido sin rechistar por parte de una población que en todo momento demuestra su abulia y sentido alienante –la frialdad e inexpresividad de los rostros parece adherirse como un elemento más de la extrañamente elegante y fascinante dirección artística del film. Freeman logró evadirse de la condición de nacido por deseo de sus padres, al ser calificado como probable para una muerte siendo joven debido a un fallo con el corazón, que ha decidido desafiar la condición que le ha impuesto esa sociedad a la que han marcado sus padres, quienes años después tuvieron otro hijo –Anton-, dentro de los cánones imperantes. Freeman buscará un objetivo para articular su deseo; integrarse dentro de la estación espacial GATTACA. Y para ello contará con la ayuda de un joven amargado a partir de sufrir una serie de desengaños que le llevaron a un intento de suicidio, tras el cual quedó paralítico de sus dos piernas. Este es Jerome Morrow (Jude Law, en su primer rol en USA), quien ofrecerá a Vincent su propia esencia corporal para ir, de manera paulatina, convirtiéndose en una extensión de su propia personalidad. Para ello, le cederá muestras de sangre, orina, incluso restos corporales, al tiempo que logrará modificar el limitado aspecto físico de Vincent, para acercarlo al de Jerome –lo que comportará incluso una dolorosa operación para alargarse las piernas e igualarse en estatura sobre la persona a la que va a suplantar en su personalidad.

Todo ello quedará reflejado en el flash-back que describirá como ha llegado Vincent a convertirse en Jerome, iniciado cuando se descubra un cadáver por asesinato en el laboratorio, y tras la ingeniosa secuencia de los títulos de crédito, en la que veremos una serie de elementos que luego descubriremos es la manera con la que el protagonista elimina con un cepillo las muestras que emergen sobre su cuerpo. Ni que decir tiene que la introducción de ese flash-back, unido por la fuerza que le proporciona la maravillosa banda sonora de Michael Nyman –uno de los elementos más memorables del film-, permite que el espectador adquiera en pocos minutos la necesaria información para adentrarse en el drama que vivirá Vincent / Jerome a partir de la investigación que se producirá con el asesinato del director del centro por medio de un teclado de ordenador –detalle genial-, cuando se encuentra a escasos días para ser unos elegidos para tripular un viaje a la estela de Tritón. El bloque central del film se centra en una crónica de esos días en los que la policía estará casi pisándole los talones por haber dejado un pelo cerca del cadáver, que ha sido tomado como pista por parte de la policía, sin que ello signifique que nuestro protagonista haya tenido nada que ver en el mismo. Dentro de ese flanco temporal, GATTACA despliega sus mejores armas a la hora de describir una sociedad en la que parece no haber lugar para los sentimientos, en esos rostros que deambulan mecánicamente, como si ejercieran una actualización de los obreros de METRÓPOLIS (Metropolis, 1927. Fritz Lang), dentro de una sociedad que denota comodidad pero al mismo tiempo sumisión a un poder que apenas se muestra, pero en todo momento se intuye. A través de las magníficas composiciones horizontales descritas por el director, la película sabe introducirse en ese mundo mecanizado pero en apariencia inmaculado que ofrecen no solo los rincones de la estación espacial. Lo desprende la propìa vivienda del auténtico Jerome, o los lugares de lujo donde los ciudadanos cenan cómodamente, que percibimos se encuentran muy lejanos a la cotidianenidad de una población que nunca contemplaremos.

Pero junto a esa descripción física, GATTACA acierta plenamente al describir esa galería de seres que protagonizarán su ficción. Seres todos ellos insatisfechos, que intentan buscar la ayuda de otros para sentirse realizados en sus proyectos e ilusiones. Es algo que podrá manifestarse en la relación de Vincent y el auténtico Jerome –que desea ver en este aquello que él mismo no pudo ser-, en el incipiente romance que se manifiesta entre el primero e Irenne (Uma Thurman) –esta en principio intimidada por el hecho de que nuestro protagonista sea un auténtico “valido”; no conoce la impostura de su falsificación de personalidad- o, en definitiva, en el reencuentro que se produce entre Vincent y su joven hermano Anton (Loren Dean), convertido en uno de los investigadores del asesinato –que más tarde se resolverá con facilidad, como si en realidad este no tuviera más importancia que la determinada por Niccol para focalizar el drama vivido por su protagonista. En la relación entre todos ellos se percibirán elementos que denotan la voluntad de luchar en un contexto carente de sentimientos. Sin forzar las tintas, atendiendo siempre a una estética impecablemente resulta, Andrew Niccol nos describe un mundo frío e impersonal –será algo que ya esgrimiría en su ya señalado guión de THE TRUMAN SHOW- y seguirá mostrando en su posterior y breve andadura como realizador. Será una apuesta que quizá tenga su climax en el último desafío que se formularán los dos hermanos, luchando en una casi interminable y terrible lucha de natación en pleno mar abierto –maravillosa secuencia-, en la que por segunda vez Vincent venderá a su hermano menor –anteriormente siempre triunfante, demostrando su condición de “valido” o engendrado genéticamente según unas recetas preestablecidas-. La lucha de la perseverancia y los designios de la naturaleza contra los avances casi indiscriminados de la ciencia, encaminados a borrar la unicidad del individuo, tendrán en este fragmento una terrible incidencia, subrayada por la tremenda respuesta de nuestro protagonista, cuando su hermano le pregunta como ha podido vencerle: “Nunca me reservo fuerzas para el regreso”.

Provista de un sentido del tempo que en ocasiones aparece como operístico, de una conjunción de elementos de producción perfectamente delineados, de un cast impecable –nunca ha estado mejor en pantalla Ethan Hawke, extrayendo su atractivo como si fuera un elemento más del diseño de producción del film-, y de un sentido de la progresión admirable, que concluirá en unos minutos finales absolutamente portentosos, conmovedores, dominados por un preciso sentido del ritmo, y un montaje que permite que sus imágenes fluyan con la intensidad y la belleza cinematográfica de quien ha logrado una propuesta magnífica, memorable, punteada de manera insuperable por el fondo sonoro de Nyman. Cuando ha pasado ya el tiempo suficiente desde que se estrenara, creo que solo otra película cercana podría parangonarse con ella –y en este caso incluso superarla-. Me refiero a ARTIFICIAL INTELLIGENCE: AI (A. I, Inteligencia artificial, 2001. Steven Spielberg), considerando ambas como sendos logros que incluir en mi particular galería de las diez propuestas más valiosas de la ciencia-ficción en el cine, y una de las obras más perdurables del cine norteamericano en la década de los noventa.

Calificación: 4

IN TIME (2011, Andrew Niccol) In Time

IN TIME (2011, Andrew Niccol) In Time

Pocos directores de nuestro tiempo suscitan en mí más interés que el neozelandés Andrew Niccol, Una atención que se basa en dos ejes primordiales. El primero, la huella que dejó en mí la magnífica GATTACA (1998), que no dudaría en incluir en una hipotética relación de los diez mejores exponentes de la ciencia-ficción cinematográfica. El otro, se centra en la propia escasa producción que Niccol ha venido ejerciendo desde aquel debut que emergió con voz callada, y que poco a poco adquirió un estatus de cult movie de creciente significación. Al igual que ha venido sucediendo con nombres como Paul Thomas Anderson o Terrence Mallick, quizá es en el caso de Niccol donde se echa de menos la continuidad de una obra que siempre se presume interesante, y que hasta la fecha solo se ha extendido en cuatro largometrajes –actualmente se encuentra en preproducción THE HOST, prevista para 2013-. En una trayectoria tan corta, no se puede dudar que Niccol ha logrado expresar una serie de constantes temáticas –manifestadas de forma rotunda en su magnífico guión para THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, 1998. Peter Weir)-, al tiempo que ha marcado unas formas visuales y narrativas que se han venido reiterando de forma coherente, más allá de la divergencia de tono de sus diferentes propuestas. He de reconocer que las tres películas que preceden a IN TIME (2011) que comentamos en estas líneas, han logrado interesarme y especular sobre las posibilidades de su artífice. Sin llegar ninguna de ellas al alcance que, en última instancia, sublimaba en mi opinión GATTACA, tanto S1MONE (Simone, 2002) y LORD OF WAR (El señor de la guerra, 2005), suponen dos exponentes infravalorados y de considerable interés, que oscilaban en su mirada nihilista, un cierto tono humorístico –de forma especial en el primero de los títulos señalados-, destacando una visión del mundo presente y el futuro que parecen darse de la mano, puesto que sus ficciones por lo general adquieren un tono realista tanto en su diseño de producción, como en el comportamiento y actitud de los personajes que pueblan las mismas.

Todo ello, es algo que se reproduce en la cuarta película filmada por Niccol –nada menos que con seis años de distancia desde su anterior obra-. IN TIME incide en esa visión cercana y realista del futuro. Sus parajes podrían ser los normales de cualquier sociedad más o menos civilizada de occidente, en la que se detectan las diferencias de las zonas obreras de las residenciales en las que se sitúan las clases más adineradas. Ahí reside, bajo mi punto de vista, uno de los mayores aciertos de esta –digámoslo ya-, atractiva propuesta de Niccol que, sin embargo, sitúo un poco por debajo de sus tres anteriores títulos. La película nos relata de forma muy sintética un futuro indeterminado pero cercano en el que los seres humanos han sido programados para vivir veinticinco años, cifra a partir de la cual si quieren prolongar su vida en la tierra, deberán trabajar casi sin denuedo –es una sociedad en la que el valor del cambio no es el dinero, sino el tiempo; terrible planteamiento-. Como no podría ser de otra manera, los más adinerados disponen de siglos de tiempo, en una sociedad en la que padres hijos y abuelos aparecen todos con aspectos juveniles. Uno de esos obreros condicionados por sus humildes orígenes es Will Salas (impecable Justin Timberlake), en cierto modo rebelde a lo que condiciona su clase social, y comprobando como unas arbitrarias subidas limitan el valor del tiempo que adquiere mediante el trabajo. Una noche, Salas se encontrará con un “millonario” en tiempo –Henry Hamilton (Matt Bomer)- al que salvará de una segura emboscada auspiciada por el mafioso Fortis (Alex Pettyfer), encaminada a asesinar a este y apropiarse de su tiempo. Después de esconderse ambos, Hamilton confesará a Salas el hastío que le proporciona haber vivido más de
cien años, y su deseo de morir, donando a este mientras se encuentra durmiendo la casi totalidad de su tiempo antes de suicidarse. A partir de ese momento, unido a la imposibilidad de Salas de poder salvar a su madre de la carencia del mismo, este logrará penetrar en los sectores de la ciudad vedados para las clases más pudientes, con la intención de ejercer como rebelde ante una injusta sociedad establecida, que ha utilizado el valor del tiempo como moneda de cambio para mantener sus privilegios de clase, al tiempo que mantener un control en la habitabilidad del país. Su fuga será detectada por los guardianes del tiempo, uno de los cuales –Raymond Leon (estupendo Cillian Murphy)-, no cejará en su empeño de perseguir a Salas. Para ello contará con motivos crecientes cuando nuestro protagonista se interne en un casino y logre una ingente cantidad de tiempo al ganar en el mismo al dueño de una multinacional –Philippe Weis (Vincent Kartheirser)-. Este lo invitará a una fiesta en su mansión, en donde conocerá a su hija –Sylvia (Amanda Seyfried)-, iniciándose con la llegada de los guardianes del tiempo encabezados por Leon, una espiral de persecuciones y situaciones, que dirigirán el posterior devenir del film entre el servilismo al cine de acción –ejecutado, eso si, con verdaderos tintes de nobleza-, combinando en ello una huída de la pareja de jóvenes –en las que se establecerá una relación sentimental y, ante todo, de comunión de ideas-, llegando incluso a verificarse una consensuada decisión de erigirse como unos modernos Robin Hood, robando ese tiempo que el padre de Sylvia lleva almacenado en los pequeños y complejos cargadores, para distribuirlos entre las clases más desfavorecidas, provocando la alarma tanto de los garantes de la normalidad del sistema establecido, como de esos “gangsters” utilizados por estos en las zonas más obreras –como es el caso de Fortis-, para mantener allí la normalidad pertinente.

No se puede decir que Andrew Niccol no haya resultado fiel a sí mismo una vez más. Retomanco ecos de otros títulos precedentes, que van de POINT BLACK (A quemarropa, 1967. John Boorman) hasta SOYLENT GREEN (Cuando el destino nos alcance, 1973. Richard Fleischer), ofrece una mirada acre sobre una sociedad futura, pero que se parece mucho a la que vivimos. No hay en su puesta en escena el deseo de distanciarnos de un marco urbano que podría resultar vigente en nuestros días. De esta manera se apuesta por la cotidianeidad con la que se nos describe la forma de utilizar el tiempo como valor de cambio, o el abuso que las jamás mostradas autoridades tienen para mantener controlado el exceso de una población y de un sistema de valores; elevar el valor de ese tiempo logrado mediante el trabajo. Cierto es que en algunos instantes puede resultar divertido comprobar como para una llamada telefónica te piden un minuto, pero al mismo tiempo resulta terrible comprobar ver como un cadáver en plena calle, de un ser al que se ha consumido su margen temporal, es contemplado con indiferencia.

Todos estos elementos, alcanzan en el primer tercio de IN TIME –magnífico en su conjunto, y cercano en su poesía a la que emanaba de GATTACA-, las más altas cotas de su metraje. Y ello tendrá dos episodios memorables, en los que se encuentra quizá la medida que podría haber alcanzado esta película de haber seguido dicho terreno en todo su metraje. Una de ellas lo constituye la secuencia en la que Hamilton confiesa a Salas su deseo de morir, expresándole la angustia y el hastío por prolongar una existencia que admite ha cumplido sobradamente. Será un fragmento que concluirá cuando al despertar nuestro protagonista, contemple a este en un puente a punto de tirarse del mismo una vez se consuman los pocos segundos que le restan de vida –ha transferido su siglo a su nuevo amigo-. El otro, indudablemente, lo proporcionará la angustiosa secuencia en la que la madre de Salas, y por otro lado este, intentarán encontrarse, para que el joven le transfiera tiempo y pueda prolongar su existencia, no llegando a cumplir ese angustioso objetivo por escasos segundos, y planificando la secuencia con un picado en plano general de
considerable dramatismo. Pero con estos fragmentos magníficos, coexisten otros quizá de menor importancia pero reveladores de la sensibilidad del realizador, como ese baño que Salas y Sylvia realizarán por vez primera en sus vidas, en un nocturno en el que destacarán los tonos verdosos fluorescentes de los contadores que portan los dos jóvenes en sus brazos. Serán elementos que, unidos a la gélida puesta en escena marcada por Niccol y al peso que otorga a su banda sonora –en este caso, obra de Craig Armstrong-, conforman un tercio inicial magnífico, a la altura del mejor cine de su autor. Es quizá por ello, que esos dos tercios posteriores, con ser interesantes, dejan una cierta sensación de conformismo ante un público más o menos juvenil, que quizá prefiera antes valorar una serie de persecuciones, que la reflexión íntima de seres al borde de la extinción. No obstante, no sería justo señalar que nos encontremos ante un conjunto sin interés. Hay en toda la película suficientes elementos puestos sobre el tapete para merecer destacar la apuesta de Niccol. Detalles como la entereza de ese guardián del tiempo que, en el fondo, lucha contracorriente por unos sueltos “temporales” ridículos, la rebelión de una joven millonaria que se ha dado cuenta de la ausencia de sensibilidad de su padre ante las gentes más humildes, o incluso los trucos utilizados por Salas para que en sus luchas a mano, logre capturar la prolongación casi en el último segundo, ese que siempre parece
escapársele.

En definitiva, que considere IN TIME la propuesta menos brillante rodada hasta el momento por Andrew Niccol, no quiere ello decir ni de lejos que se encuentre carente de un considerable atractivo. Es más, creo que su interés y caudal de sugerencias es notable. Lo que quizá motive mis pequeñas reticencias es al hablar de un hombre de cine del que sigo esperando mucho y, sobre todo, anhelo que sus rodajes no se ralenticen de forma tan ostentosa, ya que sigo pensando que en su figura se encuentra uno de los representantes más valiosos de la historia de la ciencia-ficción como género.

Calificación: 3

S1M0NE (2002, Andrew Niccol) Simone

S1M0NE (2002, Andrew Niccol) Simone

Poco apreciada en líneas generales entre el público y la crítica, creo que con S1M0NE (Simone, 2002) nos encontramos ante un film sino totalmente logrado, sí como una brillantísima mezcla de sátira del mundo del cine, fábula futurista y estudio de la alienación colectiva y, por encima de todo... una muestra más del talento de Andrew Niccol.

 

Reconocido autor del guión de THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, 1998. Peter Weir) y –bajo mi punto de vista-, deslumbrante debutante como realizador con la excelente GATTACA (1997) –una producción a la que el paso del tiempo le otorgará el reconocimiento que merece-, Niccol ha demostrado en ambos casos la formulación de unas constantes temáticas no por aparentemente cercanas a la ciencia-ficción, más inquietantes y cercanas al devenir del mundo de nuestros días. Pero más allá de ello –que no es poco, dada la ausencia de ideas interesantes en el mundo de hoy-, creo que en sus dos únicas realizaciones hasta el momento nuestro hombre demuestra tener un singular talento para la puesta en escena, basado sobre todo en el excelente uso del formato panorámico, en la simetría, el aprovechamiento de la dirección artística, la integración de actores en su entorno y encuadres, así como una evidente fluidez narrativa acompasada con un tempo caracterizado de forma singular.

 

Es evidente que en estas líneas se manifiesta una notable apreciación de una obra aún incipiente pero en modo alguno desdeñable, de la cual SIMONE –S1M0NE en su título original-, es una muestra evidente. Sin llegar a las cotas de la mencionada GATTACA, Niccol en su nueva realización mantiene sus constantes temáticas y visuales, al servicio de una historia que tiene tanto de cercana ficción como de hilarante sátira del negocio hollywoodiense. Y es en este aspecto concreto donde uno parece por momentos evocar –aunque en un contexto menos cruel-, al demostrado por Blake Edwards en la ya lejana S.O.B. (Sois Honrados Bandidos, 1981). Por otra parte, esa constante denuncia de la alienación colectiva y doméstica que SIMONE ofrece plano a plano, no puede obviar el lejano mundo puesto en solfa por Frank Tashlin (al que algún día habrá que ubicar como enorme fustigador del American Way of Life de los años 50 y 60 y vanguardista maestro de la comedia cinematográfica): En el terreno de las referencias, finalmente cabe señalar que las secuencias correspondientes al juicio del protagonista masculino del film –Victor Taranky (excelente Al Pacino)- evocan lejanamente tanto las del juicio por un crimen inexistente sufridos ambos por Jack Lemmon en HOW TO MURDER TO WIFE (Como matar a la propia esposa, 1965. Richard Quine) y la previa IRMA LA DOUCE (Irma la dulce, 1963. Billy Wilder).

 

Al margen de estas referencias concretas –que en modo alguno invalidan el acierto del film-, conviene detenerse brevemente en el argumento del mismo. Victor Taransky es un director cinematográfica de índole minoritaria que ha sufrido varios varapalos y está a punto de ser expulsado del estudio cinematográfico para el que ha trabajado, tras la renuncia de la estrella femenina de su último film –una impecable Wynona Ryder-. A partir de ahí a Taransky le llega fortuitamente el encuentro con un lejano admirador y experto informático a punto de fallecer –en una secuencia sorprendente-, la posibilidad de crear una actriz totalmente virtual. Es el momento en el que nace Simone, una intérprete bellísima... A partir de ahí llega el éxito, la creación de un nuevo mito, un ídolo de multitudes. Llega la alienación provocada por los medios de comunicación, alentada por un público que necesita “masticar” ídolos, en una máquina que en este caso concreto procede con elementos informáticos pero que durante décadas ha funcionado de igual manera ante el consumidor.

 

Junto a este elemento de sátira colectiva –que cuenta con momentos realmente hilarantes-, se circunscribe la historia personal de Taransky por una parte como demiurgo de una creación de la que ha guiado sus hilos y que en un momento determinado se le va de las manos, así como la crisis que mantiene con su ex-esposa –la estupenda Katherine Kessner-, celosa de la previsible relación del director con su estrella que nadie ve... o la existencia de unos periodistas contumaces en la búsqueda de detalles sobre la misma, con marcados aspectos fetichistas.

 

Todo este engranaje es construido con enorme habilidad por Niccol combinando los elementos satíricos, comedia de enredo y la incorporación de elementos futuristas. En realidad con SIMONE realiza una prolongación del francamente revelador discurso reiterado en sus guiones precedentes, y en los que se avisa de muchos de los peligros de la sociedad actual. Sin embargo, en este caso el elemento de comedia –en algunos momentos delirante- se instala con singular agudeza. Puede incluso que en su desenlace final se caiga en un cierto alcance aparentemente acomodaticio, aunque su resolución tenga un matiz tan forzado como indudablemente afilado.

 

En definitiva, con SIMONE nos encontramos ante un film francamente estupendo. Con las posibles irregularidades que se le puedan argüir –que no son muchas, a mi juicio-, nos encontramos ante una producción que divierte sin dejar en ningún momento de hacernos pensar en como Hollywood nos manipula y, lo que es peor, la sociedad articula una serie de métodos para alienar nuestras mentes. Si a ello unimos un personal –aunque aún superable- sentido personal de la narrativa cinematográfica, creo que nos hace albergar esperanzas ante la valía de Andrew Niccol como guionista con unas constantes muy claras y definidas y, sobre todo, un realizador cinematográfico que muy fácilmente nos puede ofrecer una trayectoria lo suficientemente interesante como para que su nombre sea un valor en alza en los próximos años. Mientras tanto, disfruten y piensen con este SIMONE que merecía sin duda un mayor reconocimiento del que ha sido otorgado.

 

Calificación: 3’5

Comentario insertado en Cinefania de febrero de 2004

LORD OF WAR (2006, Andrew Niccol) El señor de la guerra

LORD OF WAR (2006, Andrew Niccol) El señor de la guerra

Pocas personalidades cinematográficas me resultan tan atractivas dentro del cine estadounidense de los últimos años, como la de Andrew Niccol. A su reconocido guión para THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, 1998), hay que sumarle una de las mejores películas de la década de los noventa –GATTACA (1997)- y posteriormente la divertida S1m0ne (2002). Se trata probablemente de un escaso bagaje cinematográfico para acreditar su valía como realizador –sin embargo, en ejemplos como el de Tarantino, con una cifra casi similar se le empezó a entronizar como a un genio-, pero en mi intuición personal ofrecen motivos suficientes para reconocer a un hombre con una demostrada y escéptica visión del futuro cercano, de los riesgos ya palpables de la sociedad de consumo, la alienación del individuo, de la humanidad en suma y, lo que es más importante, logrando que esas inquietudes tengan su adecuada plasmación a través de su acusada personalidad como realizador que, si bien hasta el momento no se han concretado más en la medida de su escueta producción, a mi juicio lo sitúan entre los realizadores más valiosos de sus generación. Pese a las pequeñas limitaciones que se le puedan oponer, creo que LORD OF WAR (El señor de la guerra, 2006) supone la ratificación de las cualidades de Niccol, al tiempo que en sí mismo es un espléndido producto que aúna interés comercial, una puesta en escena brillante, y una mirada francamente incómoda sobre un tema ante el la humanidad –y, en especial, el mundo desarrollado- en muchas ocasiones tiende a mirar hacia otro lado; el comercio ilegal de armas, comandado por traficantes que hacen de su profesión un auténtico alarde de profesionalidad.

Uno de ellos es Yuri Orlow (Nicolas Cage), un inmigrante centroeuropeo que junto a su familia se hace pasar por judío para poder establecerse en un barrio suburbial de New York. Harto de saborear el amargo sabor del fracaso en la vida, decide apostar por la práctica del comercio de armas a pequeña escala, lo que muy pronto le llevará a mercados internacionales y a enriquecerse comprando material usado e inactivo de los países del Este europeos. Pronto sentirá los efectos de la riqueza, que le permitirán acercarse a una joven que siempre le ha tenido fascinado –Ava Fontaine (Bridget Moynahan)-, a la que seducirá y muy pronto se casará con ella, teniendo muy pronto ambos un hijo. A partir de esa seguridad familiar, Orlow está a punto de arruinarse, incapaz de responder al altísimo nivel de vida que ha adquirido. A su ayuda llegará de forma inesperada el desmembramiento de la antigua Unión Soviética, que le permitirá acceder a numerosos cargamentos para luego depositarlos en países africanos, generalmente definidos en la miseria, sufriendo los estragos de crueles dictadores. Y a todo ello, habrá que añadir la contumaz persecución que sobre Orlow mantiene el agente del F.B.I. Jack Valentine (Ethan Hawke).

Toda esta síntesis argumental es convenientemente desarrollada en la película. Desde el alcance irónico en sus primeros minutos, hasta que progresivamente los tintes de la narración van alcanzando un tono más amargo y desesperanzado, en el que la presencia y / o ausencia de estos mercaderes de armas, no supone más que un referente a combatir, pero que en realidad ejercen como auténticos colaboradores de los gobiernos más respetados y aparentemente democráticos. Ese será el modo de vida de Yuri: sortear las dificultades legales existentes y lograr cumplir sus encargos, destinados a militares y, sobre todo, a crueles dictadores –como el de Liberia-. En un momento determinado, la mujer de Yuri se mostrará asqueada de las actividades de su marido, quien le promete que va a abandonarlas; el cerco de Valentine se acerca. Por ello, durante unos meses se dedica a negocios legales. Pero la intención dura poco, ya que finalmente le visita el dictador de Liberia, quien le hace un nuevo encargo. Reacio en principio a volver a su negocio de tráfico de armas, finalmente accederá tentado por la cuantía del pago; y para la operación volverá a contar con su hermano pequeño Viyaly (Jared Leto). Será ese el principio del fin, ya que por un lado su esposa e hijo descubren la nave en la que tenía instalado todo lo necesario para su actuación profesional, abandonarandole definitivamente. Poco después su hermano será fusilado mientras intentaba boicotear el último negocio de armas en Sierra Leona, y a su llegada a Estados Unidos será detenido por los hombres de Valantine. El joven agente llegará a pensar que ya ha logrado capturar a su objetivo, pero en el interrogatorio Yuri dará la vuelta al dominio psicológico de la situación, vaticinando al miembro de la ley lo que le va a suceder en los próximos minutos. Un breve lapso de tiempo este, en el que altos mandos norteamericanos favorecerán la salida de su encierro, aunque ello no evite sentir que se encuentra en una desesperada situación personal. Tal circunstancia no impedirá que Yuri prosiga en esa vida que ha dominado desde el primer momento, y en la que resulta un eslabón no solo competente, sino casi necesario en las sociedades avanzadas.

Pocas películas en los últimos años han logrado profundizar en su alcance nihilista, en la medida que lo hace este LORD OF WAR. Una visión realmente demoledora marcada en su vertiente temática, y que ya en la secuencia inicial nos presenta a Yuri en medio de un abrumador escenario bélico dominado por la presencia de las balas. La premisa visual servirá como inicio a unos interesante títulos de crédito, que nos permitirán conocer el proceso de fabricación de estos pequeños y mortales proyectiles. A partir de ese momento, conoceremos los orígenes y el estado de su familia en la década de los 80, así como su incorporación al negocio del tráfico de armas. Todo este fragmento –de algo más de veinte minutos de duración-, me parece el menos interesante de la película, en la medida que se discurre con demasiada ligereza sobre episodios que merecían un tratamiento cinematográfico más depurado, registrándose además una –en esta ocasión excesiva-, presencia de la voz en off del protagonista. Esa sensación desaparecerá cuando Orlow trace su plan para llegar hasta Ava, algo que logrará mediante numerosas y sorprendentes peripecias, y también llegando a plantearse soluciones divertidas como la de cambiar el nombre de un avión y hacerlo pasar por suyo. Todos esos momentos están resueltos de forma magnífica, hasta que en pocos planos nos traslade de forma sorprendente en la pantalla, a la boda de la pareja.

La estabilidad del protagonista le llevará a consolidarse en su trayectoria como traficante de armas viviendo aventuras llenas de riesgo que permitirán a Niccol ofrecer una mirada nada complaciente con las diferentes etnias y faunas humanas que rodean las distintas acciones. En realidad, todos están preparados y dispuestos para matar; pobres y ricos; dictadores y luchadores por la libertad. Y lo admirable en LORD OF WAR reside en esa más que acertada demostración de esa vertiente nihilista y desoladora sobre el conjunto de la raza humana. Pero lo es más en la buena forma cinematográfica con la que se exponen la mayor parte de sus elementos, pudiendo comprobar que sigue siendo uno de los directores que mejor planifican en pantalla ancha; que aporta las suficientes elementos en el guión que le sirvió de base, repleto de diálogos de gran contundencia, y que brinda algunas set-piéces realmente brillantes. Una de ellas es el rápido cambio de nombre y bandera de uno de los barcos que transportan armas, al cual se acerca una lancha portada por Valentine con objeto de interceptar al protagonista. Otra es ese momento en el que Orlow queda esposado en plenas tierras africanas durante casi 24 horas, y comprueba en ese espacio de tiempo como sus habitantes “despedazan” el avión delante de sus mismas narices. Y el último de estos fragmentos especialmente relevantes, cabría centrarlo en la ya comentada última conversación que mantiene Yuri, que ha sido detenido, ante un Valentine convencido de tenerlo ya en sus manos. Para sorpresa de este, y aún reconociendo que su vida personal está destrozada, no va a llegar a pisar un juzgado. En esta ocasión la planificación es especialmente remarcable, y la labor de los dos intérpretes está a la altura de un momento tan revelador e incluso doloroso para todos aquellos que creemos en la supuesta ética de nuestra sociedad basada en el progreso y la justicia.

Una vez más, Niccol logra excelentes interpretaciones de su cast, con especial mención en el cada día más brillante Ethan Hawke y el veterano Ian Holm, así como la bellísima y sugerente Bridget Noynahan. Pero haber logrado de un intérprete tan habitualmente cargante como Nicolas Cage una labor más que convincente, habla bien a las claras de las posibilidades de su realizador, al que solo cabría rogar se prodigara más en su andadura cinematográfica, ya que esta película revela bien a las claras el buen momento creativo que, como hombre de cine y como inquieto visionario de nuestra sociedad, alcanza y supera, con mucho, el interés de otros títulos de cercanos puntos de contacto en su denuncia, como pueden ser la estimable THE CONSTANT GARDENER (El jardinero fiel, 2005. Fernando Meirelles), o la mediocre BLOOD DIAMOND (Diamantes de sangre, 2006. Edward Zwick). En definitiva, un ejemplo claro de perfección narrativa, utilizando como base códigos visuales comunes el cine de nuestros días, y demostrando que dicha adscripción no tiene por que forzar a ningún realizador inteligente, a definirse como un posible discípulo de Michael Bay.

Calificación: 3’5