ORDERS TO KILL (1958, Anthony Asquith) Orden de ejecución
Cuando el cine inglés ya se encontraba inmerso en las primeras muestras del Free Cinema, es bastante probable que la figura de Anthony Asquith apareciera en aquellos años como un destacado exponente de la qualité británica en la pantalla. Al igual que sucedió en tierras francesas, realizadores férreamente integrados con las convenciones industriales de aquellos años, fueron demonizados casi sin piedad, y Asquith sería uno de los ejemplos más característicos en el cine de las islas. Hasta el momento solo he podido acceder a un tercio de los 37 largometrajes rodados por Asquith desde pleno periodo silente y hasta entrada la década de los sesenta, y entre ellos jamás he detectado un nivel especialmente destacable, con la excepción de dos obras extraordinarias como las admirables A COTTAGE ON DARTMOOR (1929) y la muy posterior THE BROWNING VERSION (1951), sin duda su título más popular. En cualquier caso, esa medianía que caracterizó buena parte de su obra, no impide reconocer un deseo de articular en parte de su cine una voluntad de plasmar relatos discursivos o apólogos morales, dando como resultado propuestas quizá anacrónicas en su formulación, pero, en última instancia, de estimable resultado.
Es el enunciado que, punto por punto, refleja ORDERS TO KILL (Orden de ejecución, 1958) que parte de una historia original de Donald C. Downes y transformado en guion a la pantalla por el ya oscarizado Paul Dehn -sería este su tercer largometraje como tal guionista-. En cambio, para Asquith supondrá una nueva muestra para adentrarse en un argumento controvertido, dispuesto en una especie de apólogo moral desarrollado en las postrimerías de la II Guerra Mundial. Ya en los títulos de crédito -que revelan al mismo tiempo la impostura de severidad de su enunciado- nos indica que su argumento alberga una base real. Será la oportunidad de mostrar un inserto de unas manos ensangrentadas -de gran importancia en la resolución del relato- que funden con otras en terreno estadounidense, en el plácido entorno de la Sra. Summers (una breve pero entrañable presencia de la veterana Lillian Gish) junto con su veterana sirvienta. Ambas esperan la llegada del hijo de la primera -el piloto Gene Summers (un rotundo Paul Massie, en su debut como protagonista ante la pantalla)-. Este retorna a su hogar aún sin haber concluido la contienda, y sin conocer que su perfil se está sometiendo a consideración por los altos mandos, al objeto de enviarlo en una nueva misión, esta vez como paisano, a tierras francesas, con la misión de eliminar a un agente que controla diferentes redes de resistentes, y de las cuales varios de ellos han sido asesinados de manera sospechosa. Cuando se le brinda a Summers esta posibilidad la aceptará con inusual entusiasmo, siendo adiestrado para la misma -en la que asumirá una falsa identidad- por el mayor MacMahon (Eddie Albert) y también por un concienzudo entrenador -interpretado por James Robertson Justice- todo ello en tierras inglesas.
A su llegada a París, el joven tendrá una primera cita con la elegante y en apariencia distante Léonie (maravillosa Irene Worth) -enlace de la resistencia- quien le aconsejará en los pasos a efectuar de cara a su misión. Todo parece ir según lo planificado, pero el destino acercará a nuestro protagonista de manera insólita a la persona a la que se debe ejecutar, el anciano y apacible Lafitte (magnífico Leslie French). Su personalidad bondadosa y sincera desarmará a su ejecutor, hasta el punto de poner en tela de juicio su posible culpabilidad en estos asesinatos. A partir de ese momento, todo se pondrá en entredicho, pero llegado el momento Gene llevará a cabo su compromiso. Sin embargo, a partir de ese momento la consumación del asesinato no supondrá más que el inicio de una pesadilla de inesperadas consecuencias.
De entrada, el film de Asquith destaca en el aporte de una sombría fotografía en blanco y negro por parte de Desmond Dickinson y una oportuna partitura elaborada por el prestigioso Benjamín Frankel. Son dos elementos que proporcionan espesura a un relato que, a mi modo de ver, alberga como principal inconveniente la morosidad narrativa que registra su primera media hora. Todo el proceso que describe la puesta en marcha del plan y el proceso de alistamiento del protagonista se encuentra dominado por una rutina argumental y abierto academicismo. Algo solo apenas solventado en la breve secuencia confidencial entre madre e hijo, en donde la primera detecta elementos que este le esconde en la conversación mantenida entre ambos. O en los tensos instantes en los que Gene es sometido al primero de sus entrenamientos a modo de posible interrogatorio enemigo, donde se acierta a transmitir esa sensación de desasosiego asumido por el protagonista, en un contexto hasta ese momento cómodo para él.
Por fortuna, la película -que en todo momento se delimita en episodios relevados a través de sendos fundidos en negro- eleva el tono una vez Summers llega a tierras parisinas. La ambientación resulta adecuada y creíble. Los pasos ejecutados entrarán dentro de lo establecido. La pintura de personajes resultará atractiva, con especial mención en torno a Léonie y en la desarmante bonhomía que desplegará el apacible Lafitte, destacado en el cariño que brinda a su gato -un animal prohibido en aquellos tiempos- y el trato humillante que le brinda su esposa. La precisión en el trazo de la reducida galería de personajes y la dosificación de su intriga, nos llevará al relato a sus mejores momentos, que tendrá su primera gran episodio en la dura secuencia confesional establecida entre Gene y la enlace, en donde él le expondrá sus dudas y ella con tremenda dureza -pronto acompañada de sus justificados miedos, como más adelante se comprobará- le hará ver la necesidad del cumplimiento de las órdenes en tiempo de guerra, más allá de que cualquiera de ellas esté desprovista de lógica. Serán unos minutos de una intensidad casi insoportable, en los que la lógica y los sentimientos irán ondeando en torno a sus dos protagonistas, en lo que de manera muy soterrada se planteará como una incipiente relación entre ambos. De notable fuerza resultará el asesinato de Lafitte por parte de Summers, cumpliendo la orden encomendada, en unos instantes que adquieren una extraordinaria fuerza dramática. En cualquier caso, el ulterior devenir de ORDERS TO KILL -que jugará con astucia el recurso de la elipsis- aún nos revelará un episodio posterior, precisamente el que concluye la película. Tras el reencuentro de Summers con sus superiores no dudará en retornar a la vivienda de Lafitte, donde se producirá una conmovedora catarsis entre él y su esposa y la hija del asesinado. En pocos planos, con una hermosa cadencia, y como si se produjera en ello una purificación del protagonista, lo cierto es que el film de Asquith adquiere una honda emoción. Que lástima que esa media hora inicial no alberge el suficiente interés, lastrando con ello el conjunto de la propuesta. En cualquier caso, nos encontramos ante un relato más que estimable, en el que durante sus instantes más intensos y sinceros, logra transmitir al espectador el drama interior y el dilema moral que encierra su argumento.
Calificación: 2’5