WINE OF YOUTH (1924, King Vidor)
Apenas un año y tres títulos antes de la admirable THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925), se encuentra WINE OF YOUTH (1924), uno de los exponentes del periodo silente, dentro de la filmografía de King Vidor, de los que apenas se ha comentado nada, incluso en estudios y publicaciones monográficas. Y ello sucede, por el sencillo hecho de que, durante décadas, esta ha resultado invisible. Es más, la copia que he podido contemplar es manifiestamente mejorable. Sin embargo, la espera ha merecido la pena, ya que bajo esta insólita combinación de comedia y drama, no solo se puede percibir la pericia del cineasta en el segundo de los géneros -fruto de la cual, emergería cuatro años después, la extraordinaria SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928)-, sino que en las costuras de lo que aparece una pequeña película, se percibe con nitidez, la visión del mundo que el joven Vidor iba preludiando, y que en las postrimerías del periodo silente, concluiría en ese inmarchitable poema social, urbano y existencial, que brindaría THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928).
Adaptada de una obra teatral de Rachel Crothers, plasmada en guion cinematográfico por el experto Carey Wilson, WINE OF YOUTH se inicia de manera ingeniosa, brindando una triple mirada, en torno a la evolución en la vivencia de la diversión y los ritos sociales de la juventud, de tres periodos generacionales. Lo hará en el mismo salón de una amplia vivienda, plasmando en primer lugar un baile de finales del siglo XIX, con una orquesta tocando una polka, y mostrando con brevedad los usos y costumbres de las maneras de ejemplificar la pasión amorosa, en los antecedentes de la familia Hollister. A continuación, se sucederá otro baile inserto en un periodo posterior, a principios de siglo, donde se interpretará un vals, contemplando los lances amorosos de la madre de la protagonista, a la hora de elegir su esposo. La acción, se insertará finalmente en los felices años 20, donde la fiesta se llenará de sonidos de jazz y de charleston. En un decorado de marcado carácter modernista -atención al uso dinámico que se ofrece de sus elementos y barandillas-, girará la mirada, en torno a la joven y desinhibida Mary Hollister (una espléndida Mary Bordman, casada con el propio Vidor un par de años después ¿Cuándo se le hará justicia, como una de las mejores y más modernas actrices del periodo silente?). Con su energía y desbordante y alegre personalidad, será la auténtica líder de un círculo de amigos, para los que la juventud se desarrolla entre fiestas, exteriorizando su desapego por las convenciones sociales, y su mirada distanciada en torno al matrimonio. Sucede que Mary tiene dos jóvenes que no dejan de cortejarla, componentes ambos de ese grupo de amigos, que se disputan su amor sin cesar. Uno de ellos es el atractivo, alegre y arrollador Hal Martin (el tan excelente como olvidado William Haines, que retornaría con Vidor en la ya citada SHOW PEOPLE). El otro, más educado y sensible, Lynn Talbot (Ben Lyon). Y a partir de esta interacción, se sucederán divertidas andanzas, ante las cuales, Vidor demostrará una constante inventiva cinematográfica, pensando que nos encontramos en 1924, y que la propia configuración de la comedia, se encontraba aquel tiempo, dominada por las grandes propuestas de los autores del slapstick cómico, y alejados por completo de la evolución posterior del género. Por ello, sorprende gratamente encontrarse ante un conjunto que, sobre todo en su primera mitad, destaca por ese aire jubiloso y lleno de frescura, tan acertado, a la hora de expresar lo burbujeando de unos años, que muy pocos años después, tendrían su dramática ruptura con el crack financiero de 1929. Por momentos, uno parece percibir que nos encontramos ante un largo fragmento, en el que se ausenta la más mínima base argumental, apareciendo por un lado como el disfrute de unas vivencias y, sobre todo, un estado emocional, dominado por el vitalismo. Hay instante, en los que uno parece situarse como un lejanísimo precedente del contexto que presidía THE PARTY (El guateque, 1968), la obra maestra de Blake Edwards. Esa sensación de que, en su aparente superficialidad, las secuencias de estas fiestas juveniles, están dominadas por una ausencia de progresión narrativa y, en su oposición, aparecerán descritas por inventivas peripecias, como esa ducha que una de las jóvenes vivirá en el interior de la edificación, permitiendo que al salir de la fiesta, el suéter que porte, se le vaya encogiendo, hasta dejarla prácticamente desnuda, para regocijo de algunos de los muchachos. O la reacción de otra de las jóvenes ante la borrachera que sobrelleva, que le hará contemplar el baile, bien de manera acelerada, o, en su oposición, a cámara lenta -recursos muy poco habituales en aquellos años-. O las tácticas del hermano de Mary -Bobby (Robert Agnew)-, acelerando su vehículo, y deteniéndolo con presteza delante de un árbol, para llamar la atención de sus compañías femeninas. Ello sin olvidar la divertida insistencia de la abuela de la protagonista, censurando hasta el límite, lo que para ella supone una deriva hacia la perdición de su nieta, que encontrará en la madre de la muchacha, una mirada más condescendiente.
WINE OF YOUTH se dividirá en dos partes, iniciándose la segunda de ellas, una vez el grupo de amigos se decida a acometer esa acampada sugerida por Mary a sus amigos, sobre todo para conocer más en la cotidianeidad a sus dos competidores amorosos, Hal y Lynne. La idea, dará pie a una serie de peripecias, hasta que esta simule desmayarse, entendiendo que la excursión no da más de sí. No obstante, dicha ausencia, habrá sido la suficiente, para que su familia se encuentre del todo punto alertada. Será el punto de partida, para que la película varíe de registro por completo, insertándose de manera pasmosa, en los recovecos del más intenso drama psicológico. Aun cuando la joven ha regresado al hogar, sin que sus progenitores ni su abuela lo perciban, escondida, al igual que su hermano, tendrá que contemplar con enorme dolor, una discusión iniciada por sus padres, que irá derivando en un duro enfrentamiento, en el que la veterana pareja, exteriorizará todos los resentimientos que han ido acumulando en su larga convivencia, en un extenso episodio, que llegará a resultar tan doloroso en su articulación dramática, como deslumbrante en su configuración cinematográfica. No será habitual, en el cine de 1924, encontrarse ante unos pasajes de tanta dureza, en el que se ponga en tela de juicio el matrimonio con tanta contundencia, y en los que la frontera del amor y el resentimiento, se encuentre planteada, en una incómoda combinación de sinceridad y tempo dramático. Es evidente que, en este episodio, culminado con un supuesto intento de suicidio por parte de la madre de Mary, encontramos no pocas de las claves, de esa crisis que vivirá -en un contexto de mayor juventud-, el inolvidable matrimonio Sims, en la ya mencionada THE CROWD -en el que incluso no faltaba otro intento de suicidio, en este caso por parte del esposo-.
Esa capacidad para ir modulando la gradación dramática, de una película que inicialmente surgirá alegre y festiva, hasta sumergirse en las cenagosas aguas del resentimiento por una convivencia fracasada, en la que sin embargo hay amor por medio, supone sin duda un enorme logro, para esta película, en apariencia pequeña y, fundamentalmente, olvidada, a la que solo tengo que objetar que, finalmente, nuestra protagonista, decida de manera abrupta, elegir el amor del insípido Lynn ¿O, en el fondo, es la ironía final de Vidor, al mostrar como Mary apuesta por la mediocridad, antes que por el riesgo y la aventura que le brindaría Hal? Estamos en un terreno, que adelanta casualmente, la propuesta de Edgar Neville ‘La vida en un hilo’. Lo que sucede, es que en la película de Vidor no hay, como en Neville, posibilidad de poder imaginar lo que ‘podía haber sido’. Y lo que hay, en este caso, es una magnífica película, en la obra de un cineasta, que ya en aquel tiempo, se acercaba a ser un gigante.
Calificación: 3’5