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CINEMA DE PERRA GORDA

Nathan Juran

DRUMS ACROSS THE RIVER (1954, Nathan Juran)

DRUMS ACROSS THE RIVER (1954, Nathan Juran)

Dominada por la luminosidad y el cromatismo aportado por el operador de fotografía Harold Lipstein, y la precisión del montaje del excelente Virgil Vogel –al que se deben algunas nada desdeñables aportaciones a la ciencia-ficción-, DRUMS ACROSS THE RIVER (1954) aporta del mismo modo el buen pulso del humilde y en bastantes ocasiones estimulante cineasta que fue Nathan Juran, en esta ocasión inserto en su vinculación a la Universal International, dando vida uno de tantos exponentes del western destinados al lucimiento de una de las estrellas menores que el género promocionó en aquellos años; el tan limitado como entrañable Audie Murphy. Una vez más, delimitando su personaje dentro de las coordenadas de un joven valiente y dominado por un instinto noble, cierto es que en esta ocasión se insertarán en la definición de sus pasajes iniciales, una serie de matices bastante atinados, a la hora de describir el racismo inicial que caracteriza a un muchacho –Gary Brannon-, dominado por un instinto racista en contra de los indios, basado en el trágico hecho de que uno de ellos acabara con la vida de su madre. Su viudo, el veterano Sam Brannon (Walter Brennan) se mostrará más comprensivo con un situación que marcó su vida, entendiendo que la actitud de una persona no ha de generalizar la valoración del conjunto de una raza.

Nos encontramos en la población de Crown City (Colorado), cuyos habitantes comprueban con desesperación que las minas que hasta entonces han forjado su porvenir se encuentran agotadas, y la única esperanza que albergan se centra en invadir las que se encuentran en la otra orilla de un río que sirve como frontera para la vida de los indios. Con la bisoñez que caracteriza su juventud y la traumática muerte de su madre, Gary no dudará en aliarse en la siniestra banda que comanda Frank Walker (Lylle Bettger), destinado por un lado en romper ese pacto de paz que Sam insiste en respetar, y por otro propiciar el asalto a una diligencia que porta un importante cargamento de oro, en el que utilizarán a los Brannon como auténticos escuderos, dado que se trata de dos personas que gozan del respeto del conjunto de la ciudadanía.

Una vez más, nos encontramos ante un producto caracterizado por un ritmo que no decae en ningún momento, en el que Juran planifica con pertinencia el devenir del argumento planteado, que se establece fundamentalmente en los dos senderos divergentes. De un lado una mirada revestida de humanidad hacia la raza india –aunque en ella no se omitan sus aspectos crueles como tal pueblo, y de otra ese asalto, planificadas ambas acciones por la mente maquiavélica y, justo es señalarlo, descrita con cierto esquematismo, por la pandilla que comandará Walker, en la que encontraremos la presencia de una veterana figura del western serial como Bob Steele, ya provisto de una mediana edad, encarnando uno de esos roles arquetípicos de villano sin especiales matices. A partir de esas premisas –tan comunes en numerosos westerns de programa doble realizados en aquellos primeros años cincuenta, lo cierto es que el conjunto de DRUMS ACROSS THE RIVER resulta apreciable, quizá sobre todo en la mirada que se establece entre padre e hijo. En la veterania de un hombre que ha sufrido en carne propia la muerte cruel de su esposa de manos de los indios, pero no por ello ha visto en ellos a unos enemigos –de hecho siempre han sido buenas sus relaciones con el jefe de la tribu-, intentando aplicar ese sentimiento a un hijo de nobles ideales, pero que entre ellos se introduce la fisura del odio hacia quienes mataron a su madre.

Poco a poco, sin embargo, Gary se sentirá utilizado por el grupo de Walker, pudiendo comprobar que en la actitud de ellos no se atisba el más mínimo rasgo de ética y respeto a un pueblo. Será ya quizá demasiado tarde, interviniendo su padre para evitar un claro enfrentamiento en el fondo deseado por este para favorecer la invasión de los territorios indios y, con ello, explotar las minas que allí se encuentran. Fracasado ese intento, este se embarcará en el asalto de un cargamento de oro, para lo que obligará a Gary –que ya ha descubierto el juego sucio de este-, secuestrando a su padre. No obstante, su astucia  es la que poco a poco le irá procurando rodear las situaciones límite que se le irán planteando, que tendrán su punto de mayor tensión cuando sea detenido acusado del robo señalado, y se disponga a punto de ser ahorcado bajo la lluvia.

No se puede negar que en el film de Nathan Juran se encuentran no pocas convenciones, de entre las que no dejaremos de destacar el simplismo con el que es resuelto en sus últimos instantes el conflicto indio en su enfrentamiento con los ciudadanos de Crown City, o la ingenua manera con la Gary es salvado de la horca –por más que la secuencia de sus instantes previos bajo la lluvia adquiera cierta atmósfera-. Sin embargo, sería injusto dejar de reconocer la fuerza que adquieren secuencias como las del encuentro del joven protagonista con el moribundo jefe de la tribu –que le confesará algo que ni siquiera había dicho a su admirado padre; que su primogénito fue el causante de la muerte de su madre-, el episodio del funeral de este en medio de unos parajes de singular belleza montañosa, en donde se logrará extraer la fuerza de los atavíos indios y la serenidad y aura mágica de sus ceremonias. Será por otro lado un marco que Gary utilizará astutamente en los pasajes finales, a la hora de lograr combatir a la banda de Walker, al engañarles diciéndoles el lugar donde esconde el oro robado –que ha dejado a buen recaudo en el fondo del río protagonista del film.

Sin embargo, dentro del conjunto de esta nada desdeñable producción de menos de ochenta minutos, no me gustaría destacar una vez más la frecuencia con la que se insertaban en las películas protagonizadas por Murphy, de pasajes, personajes y situaciones que acentuaban el alcance masoquista de sus roles en sus incursiones del western. Como en la mayor parte de dichos títulos, no faltarán peleas, situaciones límites en las que será sometido a humillación y, en este caso, de manera muy especial, con la presencia de un inesperado sicario de Walker. Se trata de Morgan (un inquietante Hugh O’Brian), totalmente ataviado de negro, luciendo una ajustada chaqueta y altas botas de cuero y esgrimiendo en todo momento un semblante altanero y desafiante ante un Gary al que someterá a todo tipo de insinuaciones y humillaciones psicológicas, insertando en ellas uno de los rasgos menos comentados y más ocultos del universo del cine del Oeste; la presencia de una serie de comportamientos sexuales y psicológicos ocultos en su apariencia exterior, que precisamente por estar insertos en el género, pudieron ser trasladados a la pantalla con relativa facilidad. En este caso es evidente que Morgan esgrimirá ante el muchacho una relación de amo – esclavo que, unido a su indumentaria y semblante provocativo, mostrará una evidente carga homoerótica, de la que finalmente nuestro joven protagonista logrará revelarse.

Revestida de aspectos ingenuos aunque degustables con facilidad, e incluso con fragmentos provistos de cierta belleza, al tiempo que insertando aspectos dramáticos de cierto calado, DRUMS ACROSS THE RIVER es una de esas pequeñas cintas que, sin poder situar entre las cimas del género, poseen suficientes méritos para ser al menos evocadas con cierta consideración.

Calificación: 2’5

TUMBLEWEED (1953, Nathan Juran) [Sombras en el rancho]

TUMBLEWEED (1953, Nathan Juran) [Sombras en el rancho]

A raíz de su condición como “el soldado más condecorado de Estados Unidos”, en plena juventud y provisto de un atractivo físico de carácter aniñado, Audie Murphy pronto fue captado por Hollywood, debutando en una interesante aportación de John Huston, que conoció en el momento de su estreno una sonada polémica. No pocos aficionados conocen THE RED BADGE OF COURAGE (1951), en la que Huston proponía, a través de la novela de Stephen Crane, una interesante digresión sobre la relatividad y escasa frontera existente entre el valor y la cobardía. Al nivel que nos ocupa, supuso el inicio de la carrera del jovencísimo Murphy, quien a partir de entonces se convirtió en una estrella juvenil de la serie B del western –su primera incursión fue el entrañable THE CIMARRON KID (1952, Budd Boetticher), protagonizando en ese mismo año el bastante atractivo THE DUEL AT SILVER CREEK (1952, Don Siegel). En todas estas películas su personaje protagonista era presentado como un muchacho provisto de nobles ideales, valiente y gallardo, pero al mismo tiempo vulnerable y objeto de las insidias de un Oeste lleno de corruptelas. Con cierta herencia del serial a la hora de ser considerado el “chico” de todas estas películas, TUMBLEWEED (1953, Nathan Juran) –nunca estrenada en la gran pantalla en España, y editada en DVD bajo el título de SOMBRAS EN EL RANCHO-, propone uno de dichos exponentes, erigiéndose como un ejemplo de dicha serie B, tan apreciable en sus resultados como evidente en sus límites. Producida por la Universal International, con una cuidada fotografía en color del gran Russel Metty, cabría destacar en ella de antemano la producción de Ross Hunter –algo insólito en un hombre de cine más inclinado al melodrama-, y contando en las tareas como montador del brillante Virgil Vogel –artífice de algunas interesantes cintas de ciencia-ficción-.

De entrada, TUMBLEWEED podría ser definida en la imitación de sus virtudes, en el aspecto positivo al encontrarnos con un relato que se degusta con relativa placidez en esa ajustada duración de menos de ochenta minutos, permitiendo que su ritmo apenas decaiga. Por el contrario, hay algo que impide que su conjunto brille a mayor altura; el hecho constatable de intentar introducir en su metraje demasiados elementos pertenecientes a diferentes corrientes del género, sin que su acumulación encuentre esa densidad y equilibrio propio de las mejores muestras de dicha tendencia. Es más que probable que no eran esas las intenciones de este producto dirigido por el competente pero desigual Nathan Juran, destinado ante todo para el lucimiento –y al mismo tiempo las limitaciones- del joven Murphy. Este interpreta en la película a Jim Harvey, un valiente jinete que es encargado de conducir una caravana por un terreno agreste, esquivando en ella el acoso de los indios. Sin embargo, y contra sus intenciones –e incluso planteando un itinerario alternativo, más agreste-, su elección no impedirá el ataque de estos, que fulminarán a los hombres que formaban la caravana –las dos mujeres serán salvadas al ser ocultadas por Jim-. Mientras, este en un intento desesperado intentará negociar con el jefe de la tribu, no logrando más que ser atado y evitando la masacre. A su regreso a la localidad será recibido con hostilidad por sus moradores –e incluso por las dos mujeres que fueron salvadas por él-, viendo en él a un cobarde y estando a punto de ser linchado. Solo las buenas maneras del sheriff Murchoree (Chill Wills), pese al rechazo que le produce personalmente su convencimiento de la cobardía y anuencia de Jim con los indios, su condición como hombre de la ley le llevará a prisión, con el solo deseo de salvarlo de morir ahorcado por los ciudadanos soliviantados. El acoso que va viviendo rodeado en las instalaciones de la Ley, solo le servirá de salir de allí con la llegada de Tigre (Eugene Iglesias), ese joven indio al que salvó la vida en la secuencia inicial del relato, que matará al guardián de la prisión para devolver al muchacho esa vida que casi se le va a escapar de forma injusta. A partir de la huída de Harvey, este recurrirá a la ayuda de un viejo ranchero, viviendo no pocas azarosas aventuras, y encontrando en la distancia en Laura (Lori Nelson), aquella joven que salvó la vida pero que dudaba del valor de Jim, a una mujer que poco a poco irá añorando a ese muchacho que desde el primer momento llamó la atención en ella, aunque esté a punto de casarse con el joven y poderoso Nick Buckley (Roy Roberts).

Dentro de ese ya señalado e impecable ritmo que imprime a la película una agradable sensación, encontramos en la misma de nuevo esa descripción del personaje encarnado por Murphy como un ser valeroso que encontrará la incomprensión de su entorno. La cámara se encargará de explotar la fotogenia y el supuesto atractivo del intérprete –no olvidemos la presencia de Hunter como productor, siempre pródigo en destacar ese lado erótico de sus estrellas masculinas-. Por su parte, se introducirán apuntes en torno a una relativa dignificación de los indios –algo que el western instauró a partir de BROKEN ARROW (Flecha rota, 1950. Delmer Daves), aunque en realidad se planteara con mayor hondura en la excelente  DEVILS’S DOORWAY (La puerta del diablo, 1950. Anthony Mann)-, no dudará en aprovechar en determinados parajes lo agreste de sus exteriores –con especial mención al que describe el ascenso por una garganta del caballo que porta Murphy-. Y al mismo tiempo, introducirá con no demasiada convicción, aspectos ya vistos en otros exponentes del género como YELLOW SKY (Cielo amarillo, 1948. William A. Wellman), destacando el recorrido tanto del protagonista como de sus perseguidores por un desierto de cal, en el que todos ellos se encontrarán a punto de perecer –atención al brillante fragmento en el que el mismo caballo salvará al protagonista de morir de sed mediante su intuición-. En ese compendio de elementos ya utilizados en otras muestras del género previas y de mayor calado, no se encontrará ausente un elemento de intriga, al descubrir el joven proscrito que alguno de los ciudadanos ha estado aliado con los indios, y tiene oscuros intereses para hacerse con terrenos por alta cualificación en la obtención de plata. Por otro lado, intentará el encuentro con Águila –el padre de Tigre y lider de la tribu india- delante de sus perseguidores, para que con su testimonio quede indemne su reputación ante el colectivo que con tanta facilidad ha repudiado a este miembro de su sociedad. En aquellos años, no eran pocos los exponentes del género que expresaban mediante dicha circunstancia quizá una soterrada crítica al maccathismo vigente –del cual su máxima expresión sería el magnífico SILVER LODE (Filón de Plata, 195  . Allan Dwan), y cabría destacar, para finalizar, el apoyo brindado por el veterano ranchero al que acudirá casi como último extremo, sin que sepa que en el pasado, este vivió y sufrió una circunstancia parecida a nuestro protagonista, siendo acusado de un hecho que no cometió. Esa defensa de la justicia, se erigirá, en última instancia, como el auténtico hilo vector de este apreciable TUMBLEWEED, una demostración más de la eficacia del cine de corto presupuesto en los grandes estudios, al que la ausencia de una mayor hondura, no nos puede privar de su modesto placer como muestra de simple cine de esparcimiento en los inicios de los cincuenta, como apuesta clara por la figura de este tan limitado como simpático Audie Murphy.

Calificación: 2’5

THE BLACK CASTLE (1952, Nathan Juran)

THE BLACK CASTLE (1952, Nathan Juran)

THE BLACK CASTLE (1952), supuso el debut como realizador de Nathan Juran, hasta entonces caracterizado por su polivalencia al figurar en los equipos técnicos de no pocas producciones –es un caso similar al de Byron Haskin-, obteniendo incluso un Oscar por su responsabilidad como director artístico en HOW GREEN WAS MY WALLEY (¡Que verde era mi valle!, 1941. John Ford), y desarrollando con posterioridad –sobre todo en lo que abarca esta década- una dilatada producción en el ámbito del cine de géneros y estudios. Aunque practicó con solvencia varios de ellos –western, cine de aventuras-, si de algo es conocida la obra de Juran reside en su aportación para la ciencia-ficción, firmando varios títulos con el inapreciable aliado que supuso Ray Harryhausen, aunque sea bajo su amparo, y dentro del cine de aventuras exóticas, donde consiguiera su mayor título de gloria –THE 7th VOYAGE OF SINBAD (Simbad y la princesa, 1958)-. En esta ocasión, su puesta de largo como director se introduce a través de las coordenadas del relato gótico, ofreciendo una apuesta dentro del ámbito de la serie B para la Universal International, que tiene su mayor bagaje de cualidades en el logro de una atmósfera bizarra y malsana, en la que encontramos ecos tanto de Edgar Allan Poe –The Premature Burial- como Richard Connell –The Most Dangerous Game-, aunque su discurrir, por desgracia, no apriete el acelerador en ninguno de dichos referentes.

La película se inicia asistiendo el espectador a los preparativos del entierro de sir Ronald Burton (Richard Greene) y la condesa Elga von Bruno (Rita Corday). De repente, una angustiosa voz en off escuchada mientras encuadra en primer plano el rostro del primero cuando este es mostrado al levantar la tapa de ataud, nos indica que se encuentra en esta cataléptico. Será el inicio del extenso flash-back que dominará la casi totalidad del metraje de un relato centrado en la narración de la audaz aventura de Burton –camuflado para la ocasión con el nombre Richard Beckett-, quien en pleno periodo del reinado del emperador Carlos XVI decide seguir el rastro de dos compañeros a los que perdió su pista cuando acudieron a una cacería auspiciada por el barón Karl von Bruno (estupenda e insólita composición de Stephen McNally). Para ello viajará hasta su castillo, acudiendo al señuelo de una cacería que este ha programado, y advirtiendo pronto la sordidez que se esconde bajo las paredes de su lujoso, noble y siniestro palacio.

Digna predecesora de tantos y tantos relatos de carácter gótico auspiciados en el cine de los cincuenta y primeros sesenta –no solo por Hammer Films y la American International de la mano de Roger Corman-, lo cierto es que THE BLACK CASTLE se inicia de un modo arrebatador. Más allá de contemplar en su elegante travelling lateral de apertura la procedencia de una fuente artificial de viento que se esconde en el off visual, la cámara del realizador logrará describir un entorno propio de película de terror –el exterior de la zona fúnebre del palacio del protagonista-, que tendrá su continuidad cuando sus sirvientes se dispongan a sellar los ataúdes de la pareja formada por Burton y la condesa. Será en ese preciso instante, cuando la imagen descubra su rostro inexpresivo en su exterior en primer plano, mientras el impactante grito del inmóvil aristócrata clama sin respuesta antes los operarios, constatando ante el espectador el hecho de que tanto él como la joven se encuentran con vida. Será el magnífico inicio de una ficción que, justo es reconocerlo, jamás alcanzará la fuerza de estos primeros minutos –un elemento que pesará en su contra-. Ello no nos impedirá asistir a un aceptable divertimento de programa doble, en el que nada en sí resulta especialmente destacable, pero al tiempo tampoco demasiado cuestionable, y en donde si algo aparece como digno de ser resaltado de manera moderada, es una inequívoca atmósfera gótica y malsana, en la que la aportación del operador Irving Glassberg resulta poco menos que decisiva. Se trata de un planteamiento de época, tantas y tantas veces llevado a la pantalla –con mejor pero también con peor resultado que en esta ocasión-, en la que no faltan héroes ni villanos, la chica de turno, secundarios siniestros –como ese criado encarnado por Lon Chaney jr., al que parece que por contrato había que presentar en sus películas siempre desde la penumbra-, aliados de extraña condición –el doctor encarnado por Boris Karloff, que de forma inesperada se convertirá en aliado de nuestro protagonistas-, pinceladas siniestras y bizarras –ese foso atestado de cocodrilos, al que se accede por unos pasadizos en los que se intrincan unos extraños mecanismos; la apurada situación que vive Burton en la cacería, de manos del leopardo con el que se somete a lucha directa en un foso-, una ajustada dirección artística, y un ritmo más o menos aceptable. Sin embargo, cuando uno ha contemplado previamente THE STRANGE DOOR –rodada el año anterior para el mismo estudio de manos de Joseph Pevney, tomando como base una historia de Robert Louis Stevenson, y de quien se recupera a Karloff y a Michael Pate en el reparto-, se puede comprender la relativa decepción que se adquiere al contemplar una película que poco a poco va descubriendo su grisura, y ni siquiera en sus pasajes finales alcanza un climax de especial relieve. Sea por la indefinición que alberga su enunciado –en su inicio tiene todas las trazas de ofrecerse como un film de terror-, sea por la escasa garra demostrada a la hora del trazado de sus personajes –una de sus carencias más notables-, o en último término por el déjà vu que adquiere el seguimiento de su recorrido argumental, lo cierto es que, con ser un relato aceptable, se olvida con la misma facilidad que se ha contemplado. Por una vez, el disfrute de un inicio casi apasionante y unas premisas prometedoras –esas ya detectadas referencias literarias-, no confluyeron en un conjunto atractivo en exceso. Lástima

Calificación: 2

THE DEADLY MANTIS (1957, Nathan Juran)

THE DEADLY MANTIS (1957, Nathan Juran)

Es curioso como una mirada basada simplemente en un aspecto sociológico y/o historiográfico en torno al hecho cinematográfico, nos permita detectar en películas más o menos escoradas al producto de consumo de su época, unos valores o referencias que han quedado como iconos en el séptimo arte. Es algo que nos brinda, supongo que sin pretenderlo, THE DEADLY MANTIS (1957, Nathan Juran). Se trata de uno de tantos exponentes de la S/F desplegada durante la década de los cincuenta en el contexto del cine de consumo norteamericano, a través del cual sus pantallas encontraron un caldo de cultivo inesperado para exorcizar la histeria anticomunista permanente desde el triste episodio precedente capitaneado por el infausto senador McCarthy. Es algo que podremos detectar con facilidad en varios de los pasajes de la función, pero al mismo tiempo el film del competente artesano que fue Nathan Juran ofrece momentos indudablemente icónicos dentro de la historia del fantástico. Desde ese ascenso de la mantis de gigantescas dimensiones hacia el obelisco del Pentágono –que asume cercanos ecos de King-Kong-, hasta la ejemplar conclusión desarrollada en el escenario del tunel de Manhattan –que nos trae ecos de la estupenda THEM! (La humanidad en peligro, 1954. Gordon Douglas), pasando por la manera con la que en ocasiones se muestra en primer plano el rostro de la criatura –que nos trae a la mente los insertos que tanto detestaba Jacques Tourneur y que el productor había impuesto a su maravillosa NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1958)-, o incluso las semejanzas que esta película ofrece con títulos como THE THING FROM ANOTHER WORLD (El enigma de otro mundo, 1951. Christian Nyby y el no acreditado Howard Hawks), CAT PEOPLE (La mujer pantera, 1942. Jacques Tourneur) –el encuentro de una joven con la criatura cuando sale de un autobús dentro de una noche dominada por la niebla-, THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold) –los planos del monstruoso insecto plasmados desde el interior de la ventana, teniendo a Marge como aterrorizada espectadora- o la británica THE ABOMINABLE SNOWMAN (1957, Val Guest). Lo cierto es que, más allá de sus intrínsecas cualidades, el film de Juran puede entenderse e incluso apreciarse como un ejemplo representativo no solo de una serie de rasgos consustanciales a la hora de entender el fenómeno de la ciencia-ficción USA de la década de los cincuenta, sino como un curioso recordatorio de momentos perdurables del fantastique norteamericano.

 

Más allá de esta circunstancia, lo cierto es que THE DEADLY MANTIS queda como un producto quizá excesivamente deudor de los condicionamientos que insertan su desarrollo dentro de ese contexto militarista deudor de la guerra fría. Pese a este rasgo antipático que alcanza un cierto peso en la primera mitad del relato –el tonto romance entre el coronel Parkman (Craig Stevens) y la desdibujada periodista –Marge (Alix Talton)-, lo inoperante del rol del general y, en definitiva, a la pobre definición del conjunto de sus personajes, lo cierto es que la película funciona a través de un ritmo bastante ajustado caracterizado por un logrado crescendo –a lo que contribuye su escueta duración-. Unamos a ello el logro de una atmósfera eficaz –manifestada ya en la manera con la que se nos muestran las dos tragedias iniciales, descritas por un dominio innegable de la composición del plano y su escenografía-, combinada por una adecuada inclusión de la elipsis. Pero si algo permite que el film de Juran alcance un determinado nivel es, sin lugar a duda, esa desmesura y alcance delirante que va adquiriendo en su último tercio, y que da pie a unos veinte minutos finales quizá poco creíbles en su argumentación, pero francamente efectivos en su desarrollo. Desde el  fallido intento de aniquilación de la criatura –por cierto bastante bien descrita en las maquetas que se insertan-, hasta la reaparición de la misma junto al capitolio de Washington ¿Por qué siempre las monstruosidades en la pantalla acudían a New York o los lugares estratégicos de USA? Pero no contento con ello, ese paroxismo propiciará que la criatura trepe por el célebre obelisco que preside la plaza central del edificio gubernamental, siendo además la secuencia reforzada con el rasgo claustrofóbico que le permite estar planteada desde la mirada aterrada de los vigilantes que se apostan en el interior de dicho monumento. Pero aún yendo más lejos, la criatura escapará y se dedicará a provocar catástrofes en una noche neblinosa, provocando el terror urbano al tiempo que dejando las suficientes pistas para que pueda intentar ser capturada. Finalmente, la gigantesca mantis quedará rodeada en el ya citado túnel de Manhattan, el cual han llenado de humo los oficiales. La expresión visual de todo este episodio deviene realmente demoledora y malsana, y tendrá su prolongación con el espléndido episodio de la búsqueda del comando que lidera Farkman –debidamente equipados con mascarillas- para poder combatir con gases a la criatura. Será este, sin duda alguna, el fragmento más memorable de la función, en la medida que nos insertamos en un terreno de suspense dominado por esas luces lívidas provocadas por las linternas de los soldados, proporcionando a esta búsqueda un notable grado de tensión argumental y abstracción formal. Y es en el encuentro final con el monstruo cuando la película parece apostar por una relativa humanización de esta, siendo mostrada en su sufrimiento a la hora de recibir los ataques de los humanos. Será otro de los aspectos que refuerzan la contundencia del final, pese a que los últimos planos de la película estén a punto de arruinar la contundencia lograda pocos instantes después en la pantalla.

 

En cualquier caso, y aún reconociendo desequilibrios y determinadas dependencias argumentales, lo cierto es que THE DEADLY MANTIS se erige como una estimulante muestra de la S/F norteamericana en uno de sus periodos más prolijos para el género, legando detalles e interesantes elementos temáticos y narrativos –el ritmo del film es notable- que permiten un conjunto bastante estimulante pese a la modestia de su planteamiento base de producción.

 

Calificación: 2’5

LAW AND ORDER (1953, Nathan Juran)

LAW AND ORDER (1953, Nathan Juran)

Algunos años antes de firmar la que finalmente sería la película más reconocida –y probablemente conseguida- de su filmografía –THE 7th VOYAGE OF SIMBAD (Simbad y la princesa, 1958)-, especializándose en una serie de títulos ligados al cine fantástico contando con la égida de Ray Harryhausen, el norteamericano Nathan Juran firmó en una de sus primeras películas -LAW AND ORDER (1953)-, una adaptación de la novela Saint Johnson de W. R. Burnett que previamente ya había tenido acomodo en la pantalla en dos ocasiones precedentes. En este contexto, la primera de ellas –LAW AND ORDER (1932, Edward L. Cahn)- goza de cierto prestigio dentro del primerizo western cinematográfico. No puedo hacer comparaciones con estos referentes, pero sí cabe definir el conjunto de esta producción de la Universal como una típica propuesta de serie B de inicios de los cincuenta, en el que se insertan –con desigual acierto- diversas de las constantes que tuvieron acomodo en el cine del Oeste en aquel periodo. Desde la incorporación activa del paisaje –que ciertamente alcanza efectividad solo en los pasajes iniciales y finales de su metraje-, la adscripción a su vertiente psicológica, el proceso de integración del mundo del Oeste a unos nuevos modos dominados por el respeto a la ley, o la descripción que realiza de un contexto humano caracterizado por la crispación e hipocresía, personalmente considero que es en el último de los rasgos citados, donde el film de Juran ofrece finalmente una cierta espesura. No por ello cabe señalar que nos encontremos ante un título que destaque por su singularidad o logros expresivos. En su defecto, para apreciar las virtudes que adoran esta finalmente apreciable al tiempo que pequeña película, habría que dejar de lado las múltiples ingenuidades y el esquematismo que su desarrollo muestra en más ocasiones de lo deseable, deteniéndonos por el contrario en sus aciertos –que van desde unos agudos diálogos hasta la eficacia narrativa de algunas de sus secuencias, especialmente la brutal pelea que se desarrolla finalmente entre el sheriff protagonista –Frame Johnson (un estoico y al mismo tiempo eficaz Ronald Reagan) y el cacique Kurt Durling (el veterano Preston Foster)-.

 

Virtudes y defectos que, de alguna manera, se hacen extensivos al alcance que podía alcanzar la eficacia artesanal desplegada generalmente por Nathan Juran a lo largo de su filmografía, en la que ciertos comentaristas han querido vislumbrar una serie de propiedades que, lo confieso, jamás he podido detectar en los títulos del realizador que he tenido ocasión de contemplar hasta la fecha, y eso que un servidor se declara ferviente defensor de esa veta creativa innata al conjunto del artesanado de Hollywood. Es algo que en la película nos plantea la singladura humana del ya citado Johnson, el hombre que ha logrado llevar a la paz la ciudad de Tombstone, y que de la noche a la mañana advierte que su vida en dicha localidad dejó de tener sentido, ya que después de lograr adaptar la población a un contexto más civilizado y respetuoso con la ley, en realidad él ha quedado allí como un peligroso representante de aquella antigua manera de entender la existencia. Consciente de que su tiempo ha pasado y que su continuidad como sheriff de la localidad podía entrañar más un peligro que un beneficio, abandonará su ocupación y viajará hasta Cottonwood, dejando en la célebre población a su prometida –Jeannie (Dorothy Malone)-. Sin embargo, lo que se vislumbraba como un nuevo rumbo, para adquirir un rancho que podría brindarle una segunda oportunidad en la vida, muy pronto le permitirá vivir en sus propias carnes la imposibilidad de abandonar el rol que le ha proporcionado su existencia. Es así como muy pronto advertirá que Cottonwood es una población dominada por el impulso caciquil del veterano Durling, quien en el pasado se enfrentó a nuestro protagonista, resultando gravemente lesionado en uno de sus brazos. La fama que antecede a Johnson le verá forzado a recibir el ofrecimiento de ser jefe de policía de la localidad, cargo que rechazará pero aceptará su hermano más joven. Sin embargo, todo ello no supondrá más que el inicio de una espiral de acontecimientos que alcanzarán un tinte trágico, y que culminarán con el enfrentamiento del mayor de los Johnson contra el cabeza de los Durling. Un combate largo tiempo larvado del segundo contra el primero, que se expresará en la pantalla como una auténtica catarsis y elemento de confrontación, para que el ya veterano hombre de la ley pueda, definitivamente, iniciar una nueva vida, cansado ya de tener que ejercer sin convicción como mandatario de la ley.

 

Sin duda, hay que introducir LAW AND ORDER dentro del conjunto de producciones que se insertaron o tomaron como punto de partida la descripción de una sociedad en descomposición, manifestando en sus imágenes una nada solapada metáfora sobre el malestar que se estaba viviendo en la sociedad norteamericana con las consecuencias del maccarthismo y la histeria anticomunista. Se trata de un marco en el que cabe introducir el ejemplo quizá inicial de HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952. Fred Zinnemann) y que probablemente tuvo su exponente más logrado en la excelente SILVER LODE (Filón de plata, 1954. Allan Dwan), pasando por otras manifestaciones como la posterior y sobrevalorada BUCHANAN RIDES ALONE (1958. Budd Boetticher). En medio de dicho contexto, lo cierto es que el título que comentamos jamás llega a superar la barrera de lo estimable, en la medida que sus propuestas en muy pocos momentos logran traspasar las barreras del estereotipo. Un nada larvado maniqueismo lastra las posibilidades de un relato en el que fundamentalmente los personajes negativos no atienden ningún matiz de complejidad –atención a ese sheriff corrupto, tan escasamente sutil en su psicología-, mientras que aquellos definidos en su alcance positivo tampoco alcanzan elementos complementarios. Por su parte, ciertas incidencias del relato son despachadas con no poco apresuramiento –por indicar dos ejemplos pertinentes ¿Qué es del bandido que inicia la película junto al protagonista, una vez este abandona Tombstone?, ¿Cómo se puede entender que con una sola visión queden perdidamente enamorados el más joven de los Johnson con una de las hijas de Durling?-.

 

Quizá sea demasiado pedir dentro de una película que apenas alcanza los ochenta minutos de duración y que, si más no, es innegable que sabe mantener la atención merced a unos buenos diálogos –quizá el elemento más punzante de la reunión-, un atractivo empaque visual –en el que el tratamiento del color resulta de notable importancia- y oportunas pinceladas narrativas. Apuntes que van desde la fuerza que adquiere la secuencia inicial, en la que el aprovechamiento y la terrosidad de los exteriores manejados, logran cincelar el retrato del protagonista, esa panorámica que muestra las tumbas que se describen junto al rótulo de Tombstone –reveladoras del espíritu que en la población reina la aplicación de las leyes que defiende Frank-, o la ya secuencia de la pelea entre el eterno hombre de la ley y el rival suyo, dominada por una garra notable, que logra elevar el apagado ritmo que hasta entonces rige la parte final de la función. Junto a ello, no cabe dejar de destacar dentro de su relativo alcance, el matiz humorístico que advierte la presencia de ese empleado de funeraria que viajará junto al protagonista con su coche fúnebre, unido en la búsqueda de una mayor pujanza de su negocio, tras la ausencia de muertes violentas que rige una Tombstone ya entonces “pacificada”, que permite además un detalle premonitorio cuando dicho carruaje discurre delante del hermano de Frank una vez ha asumido la jefatura de policía, premonitorio de su posterior –y previsible- asesinato.

 

En cualquier caso, entre un nivel medio atractivo pero carente de grandes méritos, lo cierto es que el film de Juran pierde la ocasión a la hora de mostrar la complejidad de la atormentada personalidad de ese Frame Johnson, condenado a pesar suyo a tener que sufrir en su interior el dilema de ejercer como defensor de la ley, aunque dicha noble condición le impida vivir la paz de su vida. Un dilema de alcance existencial que la película no acierta a mostrar en la pantalla con toda su deseada complejidad, aunque ello no le impida mostrar una estructura dramática dominada por su simetría. Es así como LAW AND ORDER tendrá un inicio y una conclusión basada en espacios exteriores, en cuyo desarrollo se expondrá la paradójica evolución de ese hermano del protagonista que inicialmente se oponía a que el veterano sheriff atendiera el peso de la justicia, mientras que finalmente a punto estará de acabar con él cuando se encuentra a punto de hacerla servir de nuevo, aunque ello pueda motivar su captura ante la misma. Una interesante paradoja que quizá no esté aprovechada en la medida que sí lo pudieran proporcionar otros mucho westerns del periodo, aunque no nos evite contemplar un título aparente en su aspecto y llevadero en su desarrollo.

 

Calificación: 2’5

20 MILLION MILES TO EARTH (1957, Nathan Juran)

20 MILLION MILES TO EARTH (1957, Nathan Juran)

La segunda mitad de la década de los años cincuenta fue el periodo dorado de lo que podríamos denominar monster movies. Que duda cabe que buena parte de esa prodigalidad proviene de dos factores esenciales: por un lado la abundancia de producciones de ciencia-ficción en aquellos tiempos de “guerra fría” –y en la que una vertiente como esta no podía estar ausente-. Y otra es evidente que lo supuso la presencia de personalidades de extraordinaria habilidad en el manejo y la articulación de criaturas monstruosas ente la pantalla. El campeón de las mismas fue Ray Harryhausen y a él se deben una serie de títulos que tienen entre sus mayores virtudes su pericia en esta faceta.

20 MILLION MILES TO EARTH (Nathan Juran, 1957) es una de ellas y ciertamente no se pude decir que estemos ante un gran film, pero tampoco ante un producto desdeñable. Combinando esa presencia del ejército, viajes espaciales y una criatura que paulatinamente crece de tamaño se nos brinda una sencilla peliculita que al menos tiene la virtud de lograr un ritmo interesante y permitir que las escenas de lucimiento de la creación de Harryhausen –motivo por el que el film tiene su razón de ser-, se combinen en el conjunto de una narración al menos aceptable.

Estamos en aguas italianas y cerca de unas barcas de pescadores cae una enorme nave espacial. Pese a sus temores estos deciden socorrer a las posibles víctimas, logrando recuperar a dos hombres con vida antes de que la nave sea engullida por las aguas. Una vez que los heridos son atendidos en el hospital, un pequeño pescador encuentra un extraño recinto del que extrae su contenido: una masa gelatinosa que envuelve algo indefinido. Tal y como es su costumbre la vende al Dr. Leonardo (Frank Puglia), quien más adelante y ante la presencia de su asustada hija verá que de dicha masa surge una pequeña criatura con formas de reptil y torso humano.

De los dos heridos uno de ellos -médico- fallece, mientras que el otro –el coronel Calder (William Hopper)- se recupera pronto y junto a un destacamento del ejército USA –inevitable presencia- buscan el rastro del tubo y la criatura que se encontraba en ella. Logran dar con su rastro merced a la información del pequeño, encontrándose con ella en una granja y cuando ya ha adquirido ciertas proporciones. En realidad se trata de una criatura procedente de un viaje secreto de Venus de la nave estrellada y que se encontraba en estado embrionario.

En su pugna entre el ejército USA y la policía italiana –el primero desea conservar con vida la criatura y los segundos eliminarla para evitar posibles víctimas-, esta logra ser atrapada con intervención de aviones y redes eléctricas. Es trasladada al zoo de Roma donde se le estudia y de la que se escapa finalmente -al afllar el mecanismo eléctrico que la mantenía adormecida-, cuando realmente sus dimensiones son casi gigantescas. Provoca el pánico por la ciudad pero finalmente es reducido en el escenario del coliseo romano.

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Es evidente que la originalidad no es el mayor rasgo de interés de 20 MILLION MILES TO EARTH. Sin embargo no es menos cierto que dentro de su modestia adquiere una serie de cualidades. Entre ellas destacaría el tono sobrio con que se relata la historia con un interesante tono fotográfico bastante verista, el interesante aprovechamiento que se realiza de los escenarios marítimos italianos y finalmente de ciertos lugares emblemáticos de Roma –curiosamente jamás aparece la Basílica de San Pedro-, o la ya señalada presencia de un considerable ritmo cinematográfico que impide el aburrimiento y al mismo tiempo permite que los convencionalismos existentes –que no son pocos: la fuerza del ejército USA, el forzado romance entre Calder y la hija del Doctor-, no molesten demasiado. Ello permite igualmente la existencia de secuencias brillantes como la que se desarrolla en el granero –el primer ataque de la criatura-, o su escape del zoo por causa de un apagón eléctrico que impide mantenerlo controlado y provoca su estampida por las calles de Roma, hasta concluir en el coliseo romano donde es derribado en una secuencia claramente deudora de la célebre KING-KONG.

En resumen; un producto tan discreto como ameno, representativo de una época de la S.F. cinematográfica, la habilidad de Harryhausen y Nathan Juran y una pelicula con cierto encanto camp que se ve con cierta simpatía.

Calificación: 2