Aunque nos encontramos en el ámbito de un cineasta de culto de Nicholas Ray, en el que el conjunto de su obra ha sido contemplada, en mi opinión con desacostumbrada pasión, no cabe duda que coexisten grandes obras, con otras quizá sobreestimadas, e incluso algunas de discutibles cualidades -A WOMAN’S SECRET (1949), HOT BLOOD (Sangre caliente, 1956)-, no acierto a comprender como una película como RUN FOR COVER (Busca tu refugio, 1955), haya gozado de un general desapego. Es probable que en ello tengan bastante que ver, los comentarios desaprobatorios emitidos por el propio realizador -matizados a lo largo del tiempo- que, por otro lado, no dejó de extender hacia buena parte de una obra que, en sus virtudes y sus defectos, siempre encontró oposición en su enfrentamiento con los productores un elemento recurrente, y en buena medida lógico. En esta ocasión, la desaprobación se vio apoyada por la manifestada por su principal intérprete, James Cagney, viviendo ambos la decepción, en torno a la supresión en el montaje final, de ciertas singularidades que habían introducido en la película, al objeto de insuflar a su conjunto personalidad propia. Es cierto que figuras tan relevantes como el desaparecido José Mª Latorre, comentaba frialdad la película -con argumentos muy sólidos, por otra parte-, pero no es menos evidente que intuyo que dos han sido los factores que han pesado en su contra; el hecho de estar ubicada dentro de dos obras mayores del cineasta -JOHNNY GUITAR (Idem, 1954) y REBEL WHITOUT THE CAUSE (Rebelde sin causa, 1955)-, y la circunstancia de que la misma haya sido poco visionada.
En cualquier caso, creo que ello no justifica el escaso aprecio a una película que, justo es reconocerlo, no se encuentra entre los máximos logros de la obra de Ray, pero que más allá de manifestar argumentalmente una serie de obsesiones temáticas del cineasta -quien asumió el proyecto cuando el mismo ya se encontraba elaborado, y gracias al apoyo que le brindó James Cagney, cuando del mismo salió fuera el veterano William Dieterle. Así pues, dentro de dichos parámetros, y sin poder comprobar aquellos matices o elementos introducidos por Ray que fueron descartados en el montaje final, lo cierto es que pese a todo ello, RUN FOR COVER aparece, en nuestros días, como una singularidad. Una película que podría tener una lectura interesante, planteándola como la lucha de un cineasta personal, cuando casi de improviso, se enfrenta a un producto de la Paramount -William Pine y William Thomas se aprestaban a dar un paso adelante, en producciones más ambiciosas para dicho estudio-, intentando plantear un western, pese a todo, anti convencional, que en realidad utiliza muy de soslayo una serie de convenciones del género, para experimentar con las virtudes visuales del VistaVision. Es este el planteamiento que me permite, más allá de reconocer por un lado el verdadero aporte de esta cinta, que solo alcanza en determinados instantes, el lirismo consustancial a su cine, pero que por otro lado aparece como una historia, en la que la serenidad visual, se contrapone a determinados estallidos emocionales, y ciertos giros argumentales y narrativos, que le proporcionan personalidad propia.
El inicio de RUN FOR COVER, de alguna manera, revela las cartas de la película. A la orilla de un río se produce el encuentro entre el ya veterano Matt Dow (Cagney), con el joven Davey Bishop (John Derek). Al inmediato enfrentamiento de caracteres, se sucederá una determinada complicidad entre ambos. Todo se producirá en exteriores naturales, que supondrán uno de los elementos más significativos de la película, rodados todos ellos en Durango (Colorado). Ray los utiliza con serenidad, aunque precisando de la agresividad de estos en ciertos momentos -la secuencia del equívoco que provocará la entrega a los dos protagonistas, de la saca con las nóminas, por parte de los asustados funcionarios de ferrocarril; el contraste que se produce cuando la patrulla de vecinos que comanda Matt, se encuentra de repente con el terreno agreste que dominan los indios; el episodio en que este y Davey se esconcen, para pasar desapercibido ante una ceremonia india; la huida de ambos cruzando la corriente de un caudaloso río-. Ayudado por la labor del operador Daniel L. Fapp, bajo la poderosa e inconfundible impronta del gran Richard Mueller, el gran pintor del estudio, Ray se introduje en un relato, dominado por unas tonalidades mucho más relajadas de lo habitual en su cine -recordemos el casi excesivo cromatismo de la previa JOHNNY GUITAR-, uno está dispuesto a pensar que ello favoreció ese relajamiento narrativo, que unos podrían argumentar como distanciación, pero que personalmente considero se trata de una manera de mirar, dominada por una extraña personalidad.
Los dos protagonistas vivirán, por azares del destino, la persecución de los vecinos que han escuchado los testimonios de los ferroviarios, acudiendo en patrulla a capturar a los supuestos forajidos, hiriendo de gravedad al joven, y encontrándose a punto del linchamiento de Mat. El muchacho era miembro de la comunidad -más adelante sabremos que procede de una familia de triste pasado, y ha sido acogido en el seno de la comunidad-. Herido de gravedad, será acogido en el hogar de los Swenson, unos emigrantes suizos, en un hogar formado por el padre -Jean Hersholt- y la joven hija -Helga (la personalísima Viveca Lindfors)-. Mat se ofrecerá a custodiar al muchacho, que inicialmente se encontrará en las puertas de la muerte, pero gracias a la fe en sus cuidados se recuperará. También logrará recuperarse, parcialmente, de la grave fractura de pierna, aunque el doctor indicaba como imposible que Dave pudiera volver a andar. El tiempo discurrirá con el uso de la elipsis, ya que a Ray le interesará ante todo desarrollar las relaciones contrapuestas, expresadas entre esos tres seres desarraigados. Por un lado, Mat, el llegado, que atesora un pasado traumático, en el que la pérdida de un hijo esconderá una vivencia como presidiario por una falsa acusación. De otra, ese muchacho de explosiva personalidad, incapaz de asumir una existencia dominada por la convención y la rutina. Y, entre ambos, la presencia de la sensible Helga, desde el primer momento enamorada de Mat, y al mismo tiempo deseosa de romper amarras, en una existencia dominada hasta entonces por el dominio de su padre, un hombre honesto, hosco y agudo.
Es cierto. RUN FOR COVER acusa desequilibrios. No se si por los cortes efectuados, o por la propia forma que Ray tenía de escenificar su cine. Hay pasajes en los que la presencia de abruptas elipsis, parecen dejar caer una determinada desatención al seguimiento de su base narrativa. Incluso el elemento discursivo que plantea la mirada crítica a una comunidad de seres intolerantes, pronto dispuestos al linchamiento, hasta por parte de sus componentes más respetables, deviene en cierto modo un formulismo, en la medida que se encontraba plasmado de manera más apasionada en la reiterada JOHNNY GUITAR, por no citar títulos emblemáticos en esta parcela, como SILVER LODE (Filón de plata, 1954. Allan Dwan). No, no son esos los factores que permiten vislumbrar en el film de Ray una extraña personalidad. Lo hacen las secuencias confesionales establecidas entre Mat y Dave -están dominados por una especial brillantez en su planificación; el último encuentro de ambos a la orilla del río, escondiéndose del acecho de los indios-. El pasaje, lleno de electricidad, en el que Derek descubrirá su irremisible invalidez, hasta que merced a la agresividad verbal de Cagney, este logre de manera sobrehumana levantarse. O la manera en la que describe la salida de los asistentes a la ceremonia religiosa, dominada por cierto primitivismo, para contemplar el asalto al banco que se ha producido tras una explosión. O la extraña secuencia en la que Mat y Helga confiesan de manera definitiva su compromiso, en una secuencia planificada tomando como fondo las celdas en el recinto en que este está ejerciendo como Marshall. La singularidad que revestirá el episodio en el que Mat decidirá pedir la mano de Helen a su padre… jugando con él una partida al ajedrez. El anciano pronto vislumbrará sus intenciones, y de nuevo una escalera -un elemento muy recurrente en el cine de Ray-, servirá para dejar constancia del acercamiento del que pronto se convertirá en su padre político. O, como no podía ser de otra manera, en esa extraña mixtura de planificación arquitectónica y fatum que Ray describirá, en el último encuentro entre Cagney y Derek, en el interior de un templo indio, revestida de una extraña ritualidad, en donde finalmente un gesto del destino culminará la tendencia autodestructiva del muchacho.
Sin embargo, más allá de sus virtudes -bastantes más de las que se suele reconocer-, y de sus -evidentes- desequilibrios, hay algo que a mi modo de ver revaloriza esta obra de Ray, quizá menos personal y arrebatada que los mejores exponentes de su cine, pero al mismo tiempo, apuesta con sinceridad en la integración del cineasta en uno de los modos visuales más perdurables de su tiempo. Y ello permite sentir el placer de adentrarnos en unas formas visuales, consustanciales a esa segunda mitad de los cincuenta, en la que Hollywood se prestó a vivir, casi de manera inesperada , el inicio de su cenit.
Calificación: 3