AQUILA NERA (1946, Riccardo Freda) Águila negra
Bastante antes que, por inesperadas circunstancias, su aportación apareciera como la precursora dentro de la escuela italiana del terror, casi nadie recuerda que el italiano -nacido en Alejandría- Riccardo Freda (1909-1999), ya había desarrollado una dilatada filmografía compuesta por unos veinte largometrajes, e iniciada en 1942 con DON CESARE DI BAZAN. Se trata de una extensa aportación, muy mal conocida, en la que al parecer se establecían las pautas de unos modos visuales, en los que se imbricaba la querencia por un cine popular con las inquietudes estéticas de su realizador, así como su adhesión por la producción de géneros norteamericana. Aun asumiendo mi escaso conocimiento de este en teoría interesante periodo, uno podría establecer una curiosa semejanza ubicando esta aportación de Freda, como un equivalente europeo de la inclinación que en USA manifestaba otro realizador olvidado, y necesitado de una revisitación de su obra, como fue Rowland V. Lee.
AQUILA NERA (Águila negra, 1946) es el cuarto de los títulos de la filmografía de Freda. El primero que filmó tras finalizar la II Guerra Mundial -erigiéndose como un inesperado éxito comercial en Italia- convirtiéndose en la segunda película más taquillera del año. Es evidente que dicha acogida comercial -y, en menor medida, crítica-, bien pudo abrir caminos al realizador, para prolongar una andadura inmediatamente posterior, ejemplificada en títulos carazterizados en su apuesta por un cine de género ligado a ciertas referencias literarias, así como una especial inclinación por las raíces del folletín. Unas características que ejemplifica esta interesante adaptación del relato de Alexander Pushkin, de la que cabría recordar la previa adaptación silente, firmada por el gran Clarence Brown en 1925 y protagonizada por Rodolfo Valentino -con la que mantiene bastante diferencias, fundamentalmente de enfoque-. De entrada, una puntualización, la copia que he contemplado es infecta, no solo por su ausencia de nitidez y la oscuridad de su imagen, hasta el punto de limitar poder apreciar los planos en sus secuencias nocturnas. Su mal estado lleva incluso a una muy molesta presencia de cortes y abruptos saltos de imagen, convirtiendo en ocasiones el visionado en una pequeña tortura.
Durante el periodo zarista, tras un periodo previo de amenazas, el cacique Kirila Petrovic (Gino Cervi) forzará el desahucio del ya anciano y enfermo, el conde Andrea Dubrowskij (Petr Sharov). Este se refugiará en una vieja cabaña, donde será atendido por los que han sido sus sirvientes, y mandando avisar a su hijo -Vladimir Dubrowskij (Rossano Brazzi)- que se encuentra en la corte del imperio. Este ha sido galardonado por su destreza con las armas, y llegará a ser desafiado por el intrigante Sergej Ivanovic (Harry Feist). Precisamente, horas antes de protagonizar ambos el duelo que se ha establecido, Andrea será avisado del triste destino de su padre avisando a Sergej sobre su inevitable incomparecencia, y viajando de inmediato a su población, al objeto de reunirse con su progenitor, quuien fallecerá poco después de dicho encuentro, y de que su hijo jure vengarse. Las propiedades del anciano conde, serán concedidas por Petrovic al juez de la zona, quien ha sido el favorecedor del sucio juego legal que ha quitado las mismas a su hasta entonces dueño. Este se hará cargo de la hacienda conservando el servicio, e intentando acercarse a una de las mujeres de la zona, sin imaginar que iba a recibir la venganza de Vladimir, quien lo matará en una noche dominada por la tormenta.
Muy pronto Vladimir se rodeará de un vigoroso ejército de lugareños oprimidos, hartos de un modo de vida miserable. Todos ellos facilitarán la leyenda de nuestro protagonista, -llamado ‘Águila Negra’-, asaltando e incluso liquidando a las corruptas autoridades enfundado en un antifaz negro. En medio de ese periodo de agitación, este llegará a imprimir temor en el entorno de Petrovic -aunque en apariencia él lo niegue- asumiendo el riesgo de ser atacado por el bandido, aunque desconozca la identidad y las razones de venganza que se ocultan en él. La hija de este -Mascia (Irasema Dillán)- regresa junto a su doncella a los dominios de su padre sufriendo un asalto en el camino por los hombres de Vladimir. Este último decidirá de manera galante no robarle ninguno de sus bienes, llegando a retarla, al señalarle que esa misma noche le devolverá en su alcoba el pañuelo que le acaba de quitar. A la llegada al entorno de su padre, la joven en el fondo deseará ver el retorno de ese pañuelo y, con él, prolongar la instantánea atracción que se ha establecido entre ambos. Finalmente, ese pañuelo regresará a su bandeja, pero de manera paralela se incorporará como profesor de francés de esta, alguien que en realidad ha sido sustituido por el auténtico, capturado por los hombres de Alexei. Camuflando su personalidad bajo unos amanerados ademanes, Vladimir poco a poco irá acercándose hasta la muchacha, mientras que en ciertos momentos el supuesto profesor de idiomas, no dejará de jugar con los miedos e incertidumbres de un hombre que, bajo su capa de crueldad, esconde una serie de debilidades interiores, que el sagaz y camuflado Dubrowskij, sacará a la luz.
De manera paulatina, la fuerza de la relación de este último y la muchacha llegará a un punto de intensidad, que prepararán la huida de este. Sin embargo, en el último momento llegará hasta el castillo el desafiante Ivanovic, trayendo al profesor de francés que, en teoría debería haber huido. Todo ello, acelerará la catarsis de una película que, no por previsible en su resolución, destacará por su impecable progresión narrativa, inventiva visual y un cierto grado de originalidad en su conclusión. Dicha circunstancia dejaría la puerta abierta a una continuación de su argumento, que se produjo cinco años después con el mismo director y protagonista masculino.
Contemplando AQUILA NERA, casi desde sus primeros compases, uno percibe el respeto con el que Riccardo Freda asume las costuras y códigos de un género como el drama de aventuras de reconstrucción histórica, en el que se desenvuelve con elogiable ligereza, al tiempo que un creciente grado de densidad narrativa. De entrada, se percibirá la eficacia de un guion -en el que se cuenta con la colaboración del tándem formado por Mario Monicelli y Steno y, al parecer, una apócrifa del aún incipiente Federico Fellini-. La progresión de la película nos permite ratificar que cualquier giro de guion, tendrá su oportuna consecuencia en secuencias posteriores -ese profesor de francés que luego aparecerá; el anillo que Alexei entrega a Mascia, de tan importante efecto dramático posterior; la presencia inicial del siniestro Ivanovic, decisiva más adelante para propiciar el climax del relato…-. Igualmente destacará el esmero con el que Freda utiliza la dirección artística potenciando las secuencias de interiores o el uso de las sombras -ese extraordinario duelo final entre el protagonista y Sergej, descrito en la escalinata interior del castillo-. O incluso una clara anuencia por los estilemas del fantastique, en secuencias tan admirables como la que prefigura la venganza de Alexei contra el juez que ha usurpado la hacienda de su padre, en esa insistencia de manifestar la presencia del escudo de la familia, o incluso ese retrato del fallecido conde, hasta que en medio de la tormenta aparezca su hijo entre la oscuridad de la noche; la fuerza visual que albergará el momento en el que la doncella de Mascia deposite el anillo de Alexei en un enorme árbol, una vez más manifestada en la nocturnidad de una tormenta-. Sin embargo, con ser valiosas estas circunstancias, uno destacaría por encima de ellas esa humanización de sus personajes. Esa capacidad de Freda para hacernos compartir los sentimientos y, con ello, escapar a esa consideración de estereotipos. Estoy hablando de momentos como aquel en el que Petrovic, en el salón junto a sus siervos dejará caer al suelo a uno de sus perros, ratificando su hija con ese gesto la malignidad de su personaje. A la pasión que resuena en ella cuando se encuentra en su alcoba, al esperar la llegada de ese bandido que, pese a su antifaz, la ha turbado hasta la pasión, no dudando para ello en expulsar a su doncella de la sala, teniendo su respuesta al día siguiente, al ver que ese pañuelo prometido se encuentra en su bandeja. El instante en que comprobará que las gafas del supuesto y pomposo profesor de francés son simples vidrios, confirmando que se trata de Alexei. O la intensa tristeza de su rostro cuando se encuentra probándose el vestido de novia, incapaz de responder los ruegos de su doncella.
Calificación: 3