Desde inicios de la década de los cincuenta -y ahí se encuentran exponentes filmados por Fred Zinnemann, para ratificarlo-, se va asentando en el cine norteamericano, una corriente que ponía el foco de su mirada, en esas sombras del gran sueño americano. Historias cotidianas, o incluso centradas en figuras que fueron de gran relieve, que sufrieron en sus carnes y en sus ámbitos, la consecuencia de la presión de una sociedad, que caminaba en la búsqueda del éxito, pero que no dejaba de mostrar su egoísmo y su insolidaridad, con aquellos cadáveres que iba dejando por el camino. Seres que aparecían inadaptados a dichos esquemas, padeciendo las consecuencias de la alienación y la búsqueda ansiada por el triunfo. Fue algo que se manifestó en numerosos títulos con el paso de los años. Ejemplos como NO DAWN PAYMENT (Más fuerte que la vida, 1957. Martin Ritt), MONKEY ON MY BACK (1957, André De Toth), BIGGER TAHN LIFE (1957, Nicholas Ray)… o como FEAR STRIKES OUT (El precio del éxito, 1956), que supuso el brillante debut de Robert Mulligan, imbuido en aquellos años en una sólida andadura televisiva, de cuya generación emergió como uno de sus más distinguidos representantes.
Hay una constante en los títulos que he citado, e incluso algunos otros que les acompañaron en temáticas. En su mayor parte, o no se estrenaron en su momento en nuestras pantallas, o bien han tenido que transcurrir varias décadas, para haber sido considerados en su oscilante grado de valía. En el caso del film de Mulligan, sí que gozó de estreno comercial en España, pero es claro exponente de película, que pese a haber transcurrido más de seis décadas desde su rodaje, se encuentra casi por completo oscurecida y olvidada, sin que sus cualidades hayan sido valoradas como merece. Pero, al mismo tiempo, sin que el transcurso de tantos años, haya hecho en absoluto mella en su conjunto. Digámoslo ya. FEAR STRIKES OUT aparece en nuestros días como una obra magnífica, que sabe orillar los riesgos inherentes a un relato autobiográfico, a la truculencia que puede traducirse una anécdota argumental proclive a excesos dramáticos, y un rasgo ejemplarizante, que no dudo podría ofrecer una base argumental de superación que, al fin y a la postre, propondría la autobiografía planteada por la estrella de beisbol Jimmy Piersall. En su oposición, la película de Mulligan -producida por el posterior realizador Alan J. Pakula, fiel mecenas de los primeros títulos del firmante de la memorable TO KILL A MOCKINGBIRD (Matar a un ruiseñor, 1962)-, brilla por el admirable equilibrio del despliega en el conjunto de su metraje, al tiempo que sabe plasmar un relato que funciona a diferentes niveles, y que tiene en la enorme convicción narrativa con la que despliega su trazado narrativo, así como la sinceridad de su enunciado, la auténtica columna vertebral, que emana en torno a la vigencia de su conjunto. Es más, tengo la convicción de que, pese a situarse en una historia muy alejada en apariencia, de la que protagonizara Gregory Peck, en el título más famoso de su filmografía, Robert Mulligan ya plantea en esta película, no pocos de los elementos que configuraron esa peculiar poética, presente en lo mejor de su cine.
FEAR STRIKES OUT es, de entrada, una propuesta que funciona con voz callada, buscando orillar en su mirada los momentos más importantes y significativos, de la andadura de su protagonista; Jim Piersall (Anthony Perkins). Sus primeros instantes, describen con trasparencia, el contexto de limitaciones en que vive la familia del entonces niño Jim, en la que destaca, por encima de todo, el carácter dominante del padre de familia -John Piersall (Karl Malden)-. Y es que, en realidad, la auténtica entraña de esta espléndida película, reside esa mirada crítica en torno al patriarcado, representado en la figura de ese progenitor dominante que, con la mejor de sus intenciones, no desea más que transmitir su frustración personal, en torno a ese hijo, al que durante varios años ha estado forzando hasta el límite, para lograr convertirlo en una estrella del beisbol. Un deseo que ha intentado que prevalezca en todo momento, sin que para ello contara con las auténticas intenciones de su hijo, que siempre, siempre, ha estado sometido a sus deseos, en buena medida, dada su incapacidad de revelarse a él. Esa será la auténtica alma de una propuesta, que discurrirá siempre con una querencia por la serenidad y el realismo, ayudado por la magnífica fotografía en blanco y negro de Haskell Boggs, y las virtudes visuales emanadas por el uso de la VistaVisión de la Paramount. Todo ello, confluirá en un muy fluído melodrama, sin acusar paches en su desarrollo, que describirá la tormentosa andadura existencial de Piersall ya en su juventud -ya encarnado por Perkins-, cuando desarrolle su peaje durante dos temporadas por ligas menores, hasta alcanzar un puesto -este no deseado-, en el prestigioso equipo de los Red Sox. Todo ello, mientras en su vida persona se producirá su encuentro y rápido enamoramiento con la joven enfermera Mary (Norma Moore), con quien se casará y pronto tendrá descendencia. Siguendo esa antes señalada tendencia por parte de Mulligan, este se detendrá de manera muy especial, en las secuencias ‘a dos’ entre la joven pareja, desprendiendo las mismas una pasmosa sensación de verdad cinematográfica. En su oposición, optará por dejar en el off narrativo, la plasmación de momentos supuestamente importantes, como podría ser la boda o la llegada del pequeño de la familia.
Y es que una de las grandes virtudes de esta injustamente olvidada película, reside en esa mirada naturalista. En esa capacidad de Mulligan por apelar a la sensibilidad de sus personajes. A penetrar en la entraña de sus sentimientos, prolongando de manera inesperada, una corriente del melodrama, que podría retrotraernos a las propuestas silentes de Frank Borzage o, incluso al Murnau de SUNRISE…… (Amanecer, 1928). Dentro de dichos parámetros, no olvidará en ningún momento, una mirada en torno a las complejidades del mundo del beisbol -un deporte tan lejano a mis entendederas, como puede ser el tan cercano fútbol-, en la que se huye de resultar tan complaciente como, en el lugar opuesto, ofrecer sobre el mismo una mirada crítica o distanciada. Y es que, en realidad, no es ese el objetivo de nuestro cineasta, que optará desde el primer momento por centrarse en la figura de ese joven sensible y atormentado, al que Anthony Perkings brinda una performance realmente antológica, que logra transmitir al espectador, el complejo mundo interior que alberga su alma. No me cabe duda, que a la hora de ser reclamado por Alfred Hitchcock, para que protagonizara la película que marcó la cima de la carrera del intérprete -y, a mi modo de ver, del maestro británico; PSYCHO (Psicosis, 1960)-, tuvo muy en cuenta el admirable trabajo que brinda, tomando también la presencia del estupendo Adam Williams, uno de los posteriores villanos de NORTH BY NORTHWEST (Con la muerte en los talones, 1959). Este último, encarnará en esta ocasión, el rol del doctor Brown, especialista en enfermedades de la mente, encargado e interesado en resolver la esquizofrenia que se adueñado de la personalidad de Piersall, una vez este ha logrado resolver exteriormente, las posibilidades de su valía como jugador de beisbol -descrita en la película, en un episodio revestido de una fuerza visual y una emotividad admirable-.
Esa capacidad para alternar la sinceridad, a la hora de describir los momentos en apariencia intrascendentes, sobre todo entre Jim y la que se convertirá en su esposa. Esa ausencia del énfasis. Esa destreza en el manejo del plano largo y la grúa. Esa mirada que transmite verdad en todos y cada uno de los fotogramas de la película. Esa apelación a la esperanza, que describen esos últimos minutos, en los que el protagonista se reconcilia con su padre, casi como una necesidad, para poder ser de verdad, aquello que él mismo desea, y que se plasmará en esa conclusión, en la que los metafóricos claroscuros que se desarrollan desde el interior del vestuario del estadio, desde donde va a protagonizar, animado por si esposa, su retorno al beisbol, en realidad aparece como una llamada a la propia existencia, ya al margen de esa frustrante y traumática ligazón con su referente patriarcal. No olvidemos que poco más de un año antes, el cine USA había estrenado EAST OF EDEN (Al este del edén, 1955. Elia Kazan), con un histriónico James Dean encarnando ese muchacho enfrentado a su padre. Frente a la misma, EAST STRIKES OUT resultó un éxito de crítica, más no de público. Quizá por que su mirada resultada demasiado cercana, creíble, y desprovista de épica. Quizá, por eso mismo, sigue siendo una magnífica película en nuestros días.
Calificación: 3’5