Transcurridas más de tres décadas de su realización, y aún cuando Steven Spielberg ha rodado numerosos títulos de superior entidad, lo cierto es que E.T. THE EXTRA-TERRESTRIAL (E.T. El extraterrestre, 1982) supera de entrada cualquier consideración, para haber ingresado por derecho propio en la mitología del Cine –señalado como elemento icónico-, generado en el último medio siglo. Todavía recuerdo el tremendo impacto generado en el momento de su estreno –cuando aún el rito de acudir a la gran pantalla formaba parte de nuestra sociedad-. Aún habiendo sucedido títulos tan o más taquilleros que el que comentamos, es difícil de describir el impacto mediático que supuso el estreno de E.T. en aquel 1982, erigiéndose sin duda en el acontecimiento cinematográfico más importante de la década en este aspecto concreto –no entramos a valorar la calidad de su resultado-, y quizá la última ocasión en la que el espectador pudo asistir a una visión del hecho fílmico como cita social ineludible, ene este caso destinada de entrada al público infantil, pero en el fondo abierta a todo tipo de edades. Se que se han sucedido exponentes como TITANIC (1997, James Cameron), diversas variantes del cine de superhéroes o las ineludibles –para sus seguidores- citas con el personaje de James Bond. Sin embargo, creo que con E.T. se cerró una manera de entender el cine espectáculo, y es por ello que al intentar proponer una visión más o menos inocente ante esta ya legendaria obra de Spielberg, resulta algo difícil y complejo intentar recorrer senderos no manidos, ante una obra sobre la que se han escrito auténticos ríos de tinta.
Pero lo cierto es que una mirada desprejuiciada sobre la película, ha de valorar de entrada la sencillez que preside su configuración general, y hay que señalar que su coste de producción se ciñó a diez millones y medio de dólares. Y desde los propios títulos de crédito –simples, y punteados por una oscura sintonía de John Williams, quien por otra parte se convertirá en aliado de primer orden en la película con una partitura especialmente inspirada-, nos inserta en la presencia de una extraña nave espacial, que está siendo perseguida por una serie de humanos –a los que nunca veremos el rostro-, elevándose hacia el cielo sin advertir -¿O sí?-, que han dejado una de sus criaturas en tierra. Poco antes contemplaremos el interior del vehículo espacial, poblada por extraños seres que contemplaremos en penumbra, rodeados además de una extraña vegetación, y conformando con ello un aspecto de extraño alcance bizarro. Será el inicio de la andadura de ese extraño ser, que gracias a la confluencia de un diseñador como Carlo Rambaldi, se configuró con una extraña humanidad, hasta erigirse como una criatura que el mismísimo Tod Browning hubiera aplaudido de haberla podido contemplar. La belleza interior de la aparente fealdad, se manifiesta en un ser que el director tomará su tiempo en mostrar, hasta hacerlo en un momento oportuno en el que la inquietud se da de la mano con la hilaridad del cartoon. Y en cierto modo, la entraña de E.T. reside ahí. En la de transmitir un cuento centrado en la evolución de un niño que se encuentra traumatizado por el divorcio de sus padres –vive con su madre y dos hermanos, mientras su progenitor reside en Méjico-, encontrándose por tanto un poco al margen de la relación que comporta su familia. Spielberg expresa con brillantez ese estado de alejamiento, sin cargar las tintas, con breves pinceladas –un comentario en el desayuno servirá para aclarar al espectador dicha circunstancia-, hasta confluir en el encuentro con esa criatura que modificará el futuro de su vida.
E.T puede seer entendida de diferentes maneras. Una de ellas es la de proponer una extraña parábola crística –el propio cartel puede contemplarse como una metáfora, a modo de simbólica traslación de la “Creación” de Miguel Ángel, ante la comparación de la figura del extraterrestre como un enviado a la tierra, tocando con su dedo mágico el humano de Elliot (magnífico Henry Thomas, de quien nunca jamás se volvió a saber). Hay secuencias en los que esa acepción se refuerza, como aquella en la que los tres hermanos –cual sorprendentes reyes magos- son mostrados en contraplano desde el punto de vista de Et, teniendo como fondo una estrella de decoración, la propia “resurrección de la criatura”, o el instante final en el que esta vuelve a su nave y asciende al cielo, delante de todos aquellos que ha ido configurando como sus auténticos seguidores –incluido el científico que encarna un joven Peter Coyote-. Es indudable que son episodios que podrían revolver el estómago de más de un dogmático, como lo pudo suceder aquellos que en décadas precedentes repudiaron joyas como THE SONG OF BERNADETTE (La canción de Bernadette, 1943. Henry King) o el admirable díptico de Leo McCarey formado por GOING MY AWAY (Siguiendo mi camino, 1944) y THE BELLS OF ST. MARY’S (Las campanas de Santa María, 1945). Sin embargo, a estas alturas de la vida, creo que el análisis del hecho cinematográfico nos ha permitido dejar de lado esas anteojeras, y valorar lo que tiene la obra cinematográfica en su propia escritura y sensibilidad. Y es a partir de esas premisas, cuando hay que valorar el logro de E.T. como una magnifica y equilibrada propuesta de Steven Spielberg que –aquí si-, logró un largometraje en el que predomina la voz callada, la apuesta por la cotidianeidad y el intimismo, e incluso un grado de sensibilidad hasta entonces poco presente ene el conjunto de su obra. Es más, estoy por señalar que cuando casi dos décadas después puso en marcha el proyecto de ARTIFICIAL INTELLIGENCE (A. I. Inteligencia Artificial, 2001) –que sigo considerando la obra cumbre de su realizador, y una de las cimas de la ciencia –ficción fílmica de todos los tiempos-, nuestro cineasta tuvo como referente esta aventura quizá en su momento no demasiado bien entendida, y ahogada por el estruendoso éxito comercial y la condición de clásico “familiar” que ha ido adquiriendo con el paso de los años.
Sin embargo, el paso de esos mismos años ha sentado de forma magnífica una película que destaca precisamente por su capacidad para introducirse en el ámbito de la falsa inocencia de la infancia, y de entender la misma como un mundo mágico y ensoñador, en el cual los adultos parecen incapaces de poder entender la época más hermosa de su pasado como seres humanos. Es algo que reflejará en ese maravilloso cuarto de juegos –iluminado por fuertes rojos-, y en el que se insertarán algunos de los instantes más hermosos al tiempo que divertidos del film –el momento en que E.T. se encuentra escondido entre los juguetes, para evitar ser encontrado por la madre. Y es que, en definitiva, la obra de Spielberg se revela como una nada solapada lucha entre la inocencia y la autenticidad de los sentimientos –por muy extraños que puedan aparecer entre la criatura y el niño protagonista- y la insensibilidad de la condición humana –representada en el creciente acoso de esos adultos que se van aproximando a la casa, o la repentina invasión de agentes espaciales-, introduciendo en el tercio final del metraje un componente dramático que rompe de manera abrupta con esa sensación de extraña armonía mantenida hasta entonces.
Otro de los aspectos en los que E.T. ha logrado mantener e incluso elevarse con el paso del tiempo, es en su condición de cuento feérico. Lo acentuarán las secuencias desarrolladas en el bosque, los planos generales con la luna al fondo, incluso aquellos que muestran la nocturnidad de la ciudad, o las divertidas secuencias de la celebración de halloween –en la que el camuflaje de la criatura proporcionará momentos entrañables-. Todo ello está orquestado por Spielberg sabiendo casi en todo momento mantener un equilibrio entre lo entrañable y lo sensible, sin concesiones apenas a esa sensiblería que sí se introdujo en otros de sus títulos. Es llegado a ese punto, donde momentos tan recordados como la primera vez que Elliot se eleva con Et en bicicleta por encima del bosque, adquiere una irresistible querencia fantastique. Y hay que señalar, que como buen amante del cine que Spielberg fue y sigue siendo, podemos detectar en la película no pocas referencias de otros títulos señeros. Las vivencias de los pequeños hermanos, en no pocas ocasiones me recordaron a las de los niños de TO KILL A MOCKINGBIRD (Matar a un ruiseñor, 1962. Robert Mulligan). Hay instantes donde cierto alcance maligno me permite intuir referencias de THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955) de Charles Laughton, unos instantes concretos de Elliot manejando la linterna e iluminando su rostro en medio del maizal de noche, parecen resultar una derivación infantil de la mítica secuencia de I WALKED WITH A ZOMBIE (1943) de Jacques Tourneur o, en definitiva, los mismos pequeños, aludirán en las primeras secuencias, en las que intentan descubrir a la criatura, a la serie The Twlight Zone. Pero al mismo tiempo, el film de Spielberg se erige como clareo referente de tantos y tantos títulos posteriores, e incluso algunos tan cercanos. El que podría representarse en la extraordinaria WALL-E (WALL-E. Batallón de limpieza, 2009. Andrew Stanton) a la algo previa SIGNS (Señales, 2002. M. Night Shyamalan) –esta adquiriendo matices sin duda más sombríos, pero manteniendo ese alcance de sugerencia que comparte con el referente que comentamos-. No voy a citar la considerable cantidad de títulos, en general de escaso alcance, que fueron surgiendo al socaire de un éxito tan estruendoso como el generado por nuestro director. Un Spielberg que atesora la alquimia de saber apostar por “lo maravilloso”, en secuencias tan hermosas como la del inesperado vuelo que provoca la criatura con unas bolas de plastilina, intentando explicar sus orígenes planetarios, en montaje paralelo una asombrosa ligazón entre la secuencia de amor cumbre de la fordiana THE QUIET MAN (El hombre tranquilo, 1952) con la que Elliot logra expresar con su pequeña novia –una set pièce de asombroso equilibrio, en medio de una invasión de ranas-. Fragmento este último como culminación a un admirable episodio en el que se muestra con un asombroso sentido del humor, la consecuencia de la telepatía que liga a E.T. con un Elliot que se encuentra en plena clase. Esa capacidad para alternar lo tierno con lo divertido, para articular un dominio de las relaciones humanas, para insertar en suma una extraña y profunda relación de amistad –inolvidable el primer plano de un Elliot transformado con el que culminará la película-, es el que conforma un título al que hoy día hay que mirar despojándose de las anteojeras con las que se contempló en el momento de su estreno, erigiéndose por derecho propio como una de las aportaciones más valiosas de su realizador dentro del terreno del fantastique.
Esa capacidad de atrapar al espectador en sus primeros minutos de metraje –casi sin diálogos-, la atmósfera que esgrime durante todo su conjunto, sabiendo alternar al mismo tiempo secuencias cotidianas y otras más definidas en el terreno de la particular visión del fantástico emanada por su realizador, y que en pocas ocasiones como la presente se me aparecen tan logradas. La clara apuesta por un relato que se articula en voz baja, con humanidad, con una realización en la que constantemente encontramos instantes y matices repletos de sutileza, personalmente creo que solo se interrumpen en la –por otra parte necesaria- persecución de las autoridades a los chavales –entre los que encontraremos a un jovencísimo C. Thomas Howell- que, montado en bicicleta, intentarán proteger a esa criatura que ha encontrado ya el sendero para poder regresar a la nave que le espera. Un episodio algo mecánico, pero que nos proporcionará el placer de ese mágico vuelo colectivo de los mismos, en una apoteosis que culminará con ese ascenso de resonancias bíblicas que, lo confieso, no solo mantiene su vigencia, sino que quizá se erija en uno de los fragmentos más memorables del cine de su autor –dejo de lado a quienes sigan considerándolo sensiblero-. Esa capacidad para mostrar la evolución de un niño trastornado en un joven que en apenas pocos días ha aprendido tantas cosas de la vida, por la llegada de esa criatura “en la que creerá siempre”, supone una de las parábolas más hermosas de la obra de Steven Spielberg.
Con E.T., su director exteriorizó ese niño que llevaba dentro y su pasión por la fantasía. Es por ello que, en definitiva, lo más valioso de la película se encuentra en la sencillez y, al mismo tiempo, hondura, de esos planos / contraplanos que en momentos muy especiales, proporcionan al relato una dimensión de emotividad plena. No cabe duda que E.T. no es la obra cumbre de Steven Spielberg, pero sí una magnífica obra, que no solo ha resistido muy bien sus tres décadas de existencia, sino que contemplada hoy día se nos antoja casi imprescindible para entender la evolución del cineasta, que iría madurando a pasaos agigantados, hasta ir introduciéndose en ámbitos más sombríos, aquí aún apenas esbozados.
Calificación: 3’5