THE TURNING POINT (1952, William Dieterle) Un hombre acusa
Al contrario de lo que podría suceder con la producción de estudios como Warner, RKO o 20th Century Fox, por lo general siempre ha predominado un considerable desconocimiento en torno a la apuesta que sobre el noir brindó la Paramount. Es probable que nos encontremos ante un corpus de producción más limitado, no lo niego. Sin embargo, entre la misma tan solo parece destacar la mítica de DOUBLE INDEMNITY (1944, Perdición), sin recordar que en dicho estudio y bajo las coordinadas de dicho género, brindaron propuestas cineastas como Robert Siodmak, Mitchell Leisen, Byron Haskin… o William Dieterle. Este último, de obra tan torrencial e iniciada en su Alemania natal, ofrecería en Paramount algunos de sus más brillantes largometrajes, al tiempo que reiteraría su implicación en esta corriente cinematográfica. Y hay que decir que con THE TURNING POINT (Un hombre acusa, 1952) se alberga una brillante dualidad. Por un lado, ser quizá la más rotunda y personal aportación al noir firmada por Dieterle -capaz de parangonarse con los mayores logros del género- y, al mismo tiempo, erigirse como uno de los mejores títulos de su filmografía. De manera en apariencia tímida, pero al mismo tiempo contundente, nos encontramos ante una película que no solo hereda ciertos elementos del pasado de tan importante corriente cinematográfica, sino que, en su discurrir, aparece como un extraño puente e incluso preludia elementos que el género consolidaría en años inmediatamente precedentes.
De entrada, THE TURNING POINT brinda ya desde sus primeros instantes una decidida apuesta por el verismo, la inmediatez, y una mirada que ahonda en la crítica de una sociedad corrupta y convulsa. Nos encontramos en la entrada de escena, rodeado de periodistas, del nuevo fiscal John Conroy (Edmond O’Brien), designado para encabezar el proceso que ha sucedido la amplia investigación desarrollada en torno al basto imperio empresarial encabezado por Neil Eichelberger (Ed Begley). Conroy cuenta como persona de confianza a su amante, la abnegada Amanda Waycross (Alexis Smith). También, con su fiel amigo de juventud, el reputado periodista Jerry McKibbon (William Holden). Este último, ya desde estos primeros minutos desplegará su mirada distanciada -la conversación mantenida con Conroy en el traslado en coche, donde este último dejará ver su mirada idealista-. Al mismo tiempo, intuirá desde el primer momento el doble juego del padre del joven fiscal -Matt Conry (Tom Tully)- en apariencia un ejemplar agente de policía, que su hijo pretende incorporar a su investigación, aunque el periodista pronto compruebe que se encuentra sobornado desde hace lejano tiempo por el entorno de Eichelberger.
A partir de esas premisas, THE TURNING POINT se dirime en un relato denso, oscuro, en ocasiones casi irrespirable, en el que no se sabe que admirar más. De un lado esa atmósfera áspera y desesperanzada en la que tiene una capital importancia la anuencia verista de todas sus secuencias de exteriores -y la mayor parte de las de interiores-. En esa ciudad innombrada del Oeste norteamericano -sus escenas urbanas fueron filmadas en Los Ángeles-, llegan al punto de erigirse en no pocas ocasiones como un personaje con peso propio en la narración. Nos encontrábamos en un periodo en el que el macartismo aún se encontraba plenamente imbricado en una sociedad norteamericana, y ese malestar específico sutura por todos y cada uno de los fotogramas de esta película tan explosiva como desesperanzada. Un relato en el que no hay tregua en su discurrir, recorriendo diversos ámbitos complementarios sin que se pueda percibir en ninguno de ellos el menor atisbo de escapatoria en torno a un contexto plenamente sombrío. Hay que destacar que la película que parte de un guion elaborado por Warren Duff -figura ligada a algunos de los más notables exponentes del noir-, a partir de la novela de Horace McCoy -THE LUSTY MEN (realizada este mismo año por Nicholas Ray)-. Y se encuentra poderosamente enaltecida por la contrastada iluminación en blanco y negro de Lionel Lindon, ayudado de manera muy especial por el dinámico y percutante montaje brindado por el hitchcockiano George Tomasino.
A partir de estas premisas, y ayudado del mismo modo de la entrega absoluta y la sobriedad brindada por un casting perfecto, THE TURNING POINT deviene en una propuesta que, en apariencia podría erigirse como un argumento más en torno a la apuesta en contra del crimen y en defensa de la justicia americana. Sin embargo, a poco que se aterrice en ella y se atienda a su complejo engranaje de puesta en escena -el trabajo en la profundidad de campo, la ubicación del personaje encarnado por William Holden, que parece erigirse en la película como portavoz de una determinada conciencia crítica-, esta proporciona una mirada social global de insospechado alcance, que no duda en alternar del entorno familiar de Conroy al criminal de Eichelberger. Acierta el describir las tensas y multitudinarias secuencias de la vista, pero no olvida mostrar la inesperada relación que se establecerá entre el agudo periodista y Amanda -que tengo como una de las más dolorosas jamás expresadas en el género-. Todo en el film de Dieterle está imbuido en una oscura personalidad, que al mismo tiempo lo entronca con diferentes corrientes del género tanto pasadas como presentes en aquel momento. Y es que si en algunos momentos -las secuencias que describen los crímenes- nos retrotraen el universo de las inolvidables producciones enmarcadas por Warner Bros en el pasado, no es menos cierto que nos encontramos antes un relato que se encuentra plenamente ligado a títulos firmados en aquellos años por cineastas como Edward Dmytryk, Joseph H. Lewis, Samuel Fuller o incluso abriendo sendero al muy cercano Phil Karlson de THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955). Sin embargo, y aún situándose a la altura de todos ellos, lo cierto es que el film de Dieterle alberga personalidad propia.
Lo brinda en esa mirada serena, casi nihilista, establecida incluso entre las relaciones humanas. En la importancia que otorga en ese relato documental que ofrece de una sociedad urbana muy alejada del American Way of Life. Y, por supuesto, focalizando todo ello a partir de una estructura de episodios perfectamente interconectados -y separados por oportunos fundidos en negro-. Entre ellos se describirán una serie de secuencias extraordinarias, todas ellas reveladoras tanto de su precisión narrativa, como en su capacidad para establecer complejos intercambios de opiniones y relaciones, revestidas en esta ocasión de una densidad en ocasiones casi abrasadora. Una de ellas -a mi juicio la más conmovedora del conjunto- en la confesional que se establecerá entre Conroy padre y Jerry, donde el primero confesará con pesar haber caído en el pasado en las garras del soborno por parte de Eichelberger -por momentos, parece que asistimos a un inesperado preludio de PRINCE OF THE CITY (El príncipe de la ciudad, 1981) de Sidney Lumet-. Pero en un sentido opuesto, resultará de extraordinaria fisicidad -y excepcional montaje-, la resolución del asesinato de Conroy padre. Volveremos a asistir a un insólito y acre estallido emocional, en el momento en que el periodista y Amanda no puedan evitar expresar la atracción que ambos sienten, aunque el respeto debido a Jerry se encuentre en su pensamiento.
En algunas antologías del noir se ha hecho notar -creo que con justeza- el impacto que provoca en el espectador el episodio de la explosión provocada para eliminar pruebas que pudieran incriminar a Eichelberger. Un pasaje en el que las miradas de un Conray apesadumbrado, recorrerá en unos leves travellings, sin diálogos, con el solo sonido de las víctimas -el llanto de los niños contrapuesto el fondo de las llamas y las ruinas- provoca unos instantes desoladores. Más adelante, retornaremos el contexto de dolorosas secuencias confesionales, en aquella donde McKibbon revele a su amigo Conroy el lado oculto de la personalidad de su padre.
THE TURNING POINT culminará con un episodio admirable, deslumbrante por momentos, en el que se citará al periodista encarnado por William Holden en un combate de boxeo, con intención de liquidarlo. Una vez más, resaltará la precisión de su montaje y la alternancia de puntos de vista y situaciones, hasta concluir de manera trágica, con una extraña aura casi de sacrificio, en la que las miradas y los sentimientos -en ocasiones en off-, logran concluir el relato con una extraña -y lógica- aura de fatalidad.
Siendo excelentes todos estos pasajes, hay uno que me gustaría reseñar, por su singularidad, para cerrar este comentario, revelando una última e inesperada influencia en este extraordinario film de Dieterle. La inesperada presencia en el relato de Carmelina (Adele Logmire), una testigo que puede concluir con éxito la compleja investigación. McKibbon logrará citarse con ella en una tasca, donde escuchará su testimonio hasta que, aterrada, compruebe la cercanía de los esbirros de Eichelberger. Por un momento, la película orillará las costuras del noir, para trasladar al espectador el horror urbano de las mejores propuestas producidas por Val Lewton para RKO, puestas en escena por Jacques Tourneur o Mark Robson…
Calificación: 4