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CINEMA DE PERRA GORDA

THE WEDDING MARCH (1928. Erich Von Strohëim) La marcha triunfal

THE WEDDING MARCH (1928. Erich Von Strohëim) La marcha triunfal

De todos los creadores que forjaron los mejores años del cine mudo, sin duda alguna el vienés Erich Von Strohëim fue uno de los que pagaron de forma más cruel el eterno choque entre la labor del artista y el peso de las productoras –un referente posterior podría ejemplificarlo la figura de Orson Welles-. Tal es así que el grueso de su trayectoria como realizador se encuentra amputada, remontada y troceada, pese a lo cual ha quedado como una de las cimas de un estilo muy personal posteriormente imitado por otros prestigiosos nombres.

De entre las obras suyas que he podido visionar –algo no muy fácil, por otra parte-, me quedo sin duda con la magistral AVARICIA (Greeds, 1924) una de las cumbres del cine mudo. Pero tras ella elegiría LA MARCHA TRIUNFAL (The Wedding March, 1928) que ahora comentamos y que en su momento no solo se saldó con un enorme enfrentamiento con los directivos de la Paramount, sino con un notable fracaso comercial y crítico en aquellos años finales del periodo silente. Sin embargo, cerca de ochenta años después la película emerge con plena fuerza erigiéndose como un título realmente excelente.

Pienso que una de las mayores singularidades de Strohëim como realizador siempre estuvo en su particular capacidad para trasladar a la pantalla los más bajos instintos del ser humano, y contraponerlos por otros representativos de sinceridad y pureza. En este aspecto, LA MARCHA TRIUNFAL es realmente admirable. Tras unos breves planos que nos remiten a la Viena de 1914 y recuerdan los dos polos opuestos que simbolizan el amor y la frialdad de sentimientos, se pone de manifiesto el satírico y cruel sentido del humor consustancial en el cine del realizador, guionista y también intérprete –en los propios títulos de crédito deja bien clara su autoría-. En una tendencia que estimo posteriormente supo heredar el también austriaco Billy Wilder, se nos presentan a los príncipes Ottokar (George Fawcett) y María (Maude George); dos ociosos que se repelen entre ellos y que no dejan de formularse reproches. El hijo de ambos es el príncipe Nicky (Erich Von Strohëim) como no podía ser menos un arrogante joven familiarizado con juergas nocturnas y conquistas amorosas.

Nicky está sin recursos económicos y pide dinero a sus padres, prometiéndole a la madre que se casará con quien ella quiera, ya que se le plantea la ocasión de una posible boda de intereses. Espoleado por ello decide acompañar a sus padres en la misa de la celebración del Corpus Christie. En las afueras del templo, ataviado con sus mejores galas y en su montura conoce casualmente a la joven Mitzi (bellísima, encantadora Fay Wray, unos años antes de sus célebres gritos en KING-KONG). Ambos se insinúan pese a que el príncipe está de servicio y Mitzi se encuentra junto a su pretendiente, el grosero Schani (Matthew Betz).

Dentro del templo los veteranos príncipes insinúan que su hijo se case con Cecilia (Zasu Pîtts), la ingenua hija de un acaudalado que podría solucionar los problemas económicos de la noble familia. Una vez celebrada la procesión religiosa un accidente provoca que Mitzi sea llevada al hospital, mientras que su novio es encarcelado. A partir de esa circunstancia Nicki galanteará con la joven iniciando una sincera relación amorosa sin que evite sus ocasionales fiestas y aventuras nocturnas.

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Pese a ello sus padres le recuerdan la promesa que hizo delimitando su boda con Cecilia. La noticia llega a los oídos de Mitzi al anunciárselo Schani -que ha salido de la carcel-, pero ella jura fidelidad al joven noble provocando que su novio jure matarlo el día de su boda. En una jornada caracterizada por la tristeza Nicki contrae matrimonio. A la salida de la ceremonia ambos amantes se ven furtivamente, decidiendo finalmente Mitzi casarse con Schani para evitar que mate al príncipe. En el carruaje nupcial, su ya esposa le pregunta de que conocía a la joven que acaban de contemplar y este le responde que jamás la había visto. Tras su impertubable actitud, Nicki se quita el monóculo del ojo y una lágrima furtiva se le escapa, mostrándose finalmente bajo la lluvia el símbolo de la frialdad de los sentimientos; el hombre de hierro.

Una vez más, Strohëim plasma con agudeza la decadencia de todo un status social basado en la nobleza que se tiene que unir a la riqueza de los nuevos ricos, mientras que los segundos han de aclimatarse a estas anacrónicas castas si quieren ver prestigiar su ascensión social. Pero sería empobrecedor observar este único rasgo en esta magnífica película. Desde el carácter opresivo del poder militar y religioso o los fastos que unifican ambos al tiempo que el austriaco no deja de aplicar la fuerza expresiva de sus primeros planos y al excelente retrato de personajes con apenas pocos detalles o analogías –es excelente a este respecto la afinidad que se realiza en diversas ocasiones de Schani con un cerdo-. Pero al mismo tiempo esa forma narrativa permite aflorar la belleza del rostro de Mitzi en su inocente amor por Nicki, en unas secuencias llenas de lirismo rodeados los dos amantes de naturaleza junto al Danubio y entre ramas de manzano cuyas flores les envuelven en todo momento, ocupando una carroza abandonada. Con una cadencia musical –que supo entender muy bien Carl Davis a la hora de componer la banda sonora en la reconstrucción del film, ribeteada de conocidos valses y piezas de música clásica-.

Hay otro elemento que singulariza especialmente la personalidad artística del creador vienés. Me estoy refiriendo a su maestría para introducir nada veladas alusiones sexuales que van mucho más allá de lo habitual en la época y que incluso inciden en el terreno de la perversión. Desde la mirada de deseo que Mitzi dedica a Nicki cuando lo conoce ataviado con su uniforme –una panorámica ascendente que se reitera en dos ocasiones-, el detalle de este de meterse en su reluciente bota una flor que esta le ha entregado –instantes antes su novio le ha dado un ramo de flores de entre las que surge esta-, constantes son las referencias de este tipo, por otro lado habituales en el estilo de su artífice.

Al mismo tiempo, LA MARCHA TRIUNFAL es una muestra más de la capacidad de Strohëim para lograr momentos dignos de la mayor superproducción –lo que encolerizaba por su minuciosidad a sus respectivos productores-. Las secuencias de masas del interior del templo son majestuosas y en ellas se combina a la perfección la suntuosidad con los detalles de descripción de personajes –la conversación de los príncipes en la misa del Corpus Christie viendo la candidata ideal para esposa de su hijo-. De igual modo, los rótulos de los diálogos son punzantes y llenos de mordacidad –un ejemplo: cuando Nicki y Mitzi se conocen este le pregunta si conoce su apellido, a lo que la joven le responde ingenuamente: “Tu apellido debe de medir un kilómetro” en referencia a su origen noble-. Por otra parte hay un detalle que me ha sorprendido en la copia restaurada del film, y es la presencia de una secuencia en color –la de la procesión-, caracterizada por unos tonos rojos y verdes, que presumiblemente fue un experimento del realizador.

Con especial capacidad Strohëim sabe aplicar humanidad con algunos de sus personajes pese a casi ridiculizarlos en otros pasajes. Es el caso de Cecilia, la joven y acaudalada joven que finalmente se convertirá es esposa. Una mujer inocente acentuada por la sensible interpretación que realiza la gran Zazu Pitts, a la que no se priva de mostrar en algunos picados acentuando su cojera pero con la que se tiene una cierta compasión que se muestra en el sincero abrazo que su padre le brinda poco antes de la boda. Pese al interés, al deseo de establecer una dignificación social integrándose en la caduca nobleza, aún queda un momento para el amor entre padre e hija.

Pero con ser brillante toda la película, no es menos cierto que en el aire de tragedia que adquieren sus secuencias finales se encuentra, a mi juicio, lo más acertado surgido de la personalidad creadora de su artífice –al menos entre lo que he tenido oportunidad de contemplar-. Habría que llegar hasta la obra de Mx Ophuls –CARTA DE UNA DESCONOCIDA (Letter from an Unknown Woman,1948) MADAME DE... (1953)- para encontrar unos momentos tan melancólicos y hondamente teñidos de tristezas como las de la boda del joven príncipe y Cecile –el detalle casi fantastique de esas manos de esqueleto que tocan el órgano-, la presencia de la lluvia y la sensación de un amor perdido que la ya casada intuye bajo el aparente estoicismo de un Nicki que, pese a todo, no puede dejar escapar una casi imperceptible lágrima, impropia de su habitual frialdad.

1928 fue un año excepcional para el cine mudo. En aquella ocasión se rodaron la sublime ...Y EL MUNDO MARCHA (The Crowd. King Vidor) –mi obra preferida de aquel periodoy una de mis películas de cabecera- y títulos tan excelentes como EL CAMERAMAN (The Cameraman. Edgar Sedgwich & Buster Keaton), EL CIRCO (The Circus. Charles Chaplin), ESPEJISMOS (Show People. King Vidor) o LA PASIÓN DE JUANA DE ARCO (La passion de Jeanne d’Arc. Carl Theodore Dreyer) –entre los que yo he podido ver-. Solo puedo decir que LA MARCHA NUPCIAL no solo no desmerece a su altura, sino que proporciona otra mirada a una cinematografía mundial a la que la llegada del sonoro cogió de forma demasiado temprana, impidiendo una más extensa proyección visual que obras como esta vaticinaban.

Calificación: 4

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