MUTINY (1952, Edward Dmytryk)
Sin lugar a dudas el caso de Edward Dmytryk es uno de los más tristes de la trayectoria del cine norteamericano posterior a los años cuarenta. Nombre reputado en la profesión y con un notable peso progresista en sus películas –algunas de ellas de gran prestigio-, llegado el infierno de la “Caza de Brujas” de McCarthy, Dmytryck fue finalmente uno de sus delatores facilitando nombres en base a su pasado en el Partido Comunista. A partir de ahí dirigió algunas de sus obras en Inglaterra y pese a estar integrado en el seno de la industria, sufrió un menosprecio generalizado en su trayectoria posterior olvidando algo muy importante; el más que notable nivel de buena parte de sus películas y su personalidad como director. Cierto es que a partir de finales de los sesenta sus contadas películas fueron irrelevantes –la mayor parte de los directores coetáneos sufrieron esta situación-. Pero no es menos cierto que en la andadura de Edward Dmytrik predominan los buenos títulos, incluso algunos títulos excelentes como es el caso de EL HOMBRE DE LAS PISTOLAS DE ORO (Warlock, 1959), uno de los grandes westerns de la segunda mitad de los años cincuenta.
Es por ello que se impone una retrospectiva en torno a su figura que nos permitiría un sello de personalidad y –me atrevería a señalar-, una prolongada constante temática en buena parte de las realizaciones que se sucedieron tras su conocida delación, en los que se detecta un sentimiento de expiación de culpa trasladado en los diferentes personajes que protagonizan las mismas través de diferentes ambientaciones históricas.
Este es el ejemplo que nos brinda MUTINY –una serie B jamás estrenada en España-, filmada en 1952 antes de la estupenda THE SNIPER –para algunos comentaristas su mejor obra-. Se trata de una extraña película de aventuras navales, amistades y expiaciones de conductas llenas de arrepentimiento ¿les suena a algo?. Su argumento –en el que participó como guionista Philiph Yordan (y quizá su equipo de “negros” me atrevería a señalar)- se traslada al año 1812. Ya en plenos títulos de crédito y para mayor economía de metraje –que no alcanza los 80 minutos-, contemplamos el abordaje de un barco norteamericano por ingleses que motiva finalmente la declaración de guerra de ambos países. En medio de la misma unos patrocinadores particulares franceses entregan para la causa americana una fortuna de diez millones de dólares en oro que hay que transportar de Francia a USA en una nave. Para ello se recluta como capitán a James Marshall (Mark Stevens, conocido por sus intervenciones en films policíacos), quien procura como segundo de a bordo al que fuera su mentor Ben Waldridge (Patric Knowles). Este inicialmente se resiste a aceptar ya que ejerció durante muchos años como capitán, pero finalmente accede poniendo como condición principal poder recuperar en Francia a Leslie (Angela Lansbury) su antigua amante, a la que tiene siempre presente en un retrato que porta consigo.
La misión se inicia incorporando incluso una especie de modelo primitivo de submarino en el velero y todo funciona según lo previsto, logrando esquivar los embates de barcos británicos y funcionando la química y el sentimiento de amistad entre ambos marinos que llegan a salvarse la vida. Llegados a Francia estos logran su objetivo; camuflando en el ancla la fortuna en oro y recuperando a Leslie. Poco antes, dos de los tripulantes descubren el objeto de la misión y su posible fortuna para el conjunto de sus compañeros, a los que convencen logrando para ello la inestimable ayuda de Leslie –mujer especialmente ambiciosa-, que logra inclinar a Ben para que comande el motín contra James. Este se produce y tanto el capitán como sus oficiales son encerrados. Sin embargo y pese a que tanto Leslie como los sublevados conminan a Waldridge a que mate a Marshall el primero simula su muerte y le da una oportunidad de escape en alta mar. Este logra sobrevivir, ser rescatado y con un equipo de oficiales darán captura de nuevo al navío, recuperado el botín además de capturar a Ben. Sin embargo, un giro permitirá por un lado utilizar ese extraño artilugio submarino, combatir un inminente ataque inglés y, sobre todo, que el veterano Waldridge logre recuperar su prestigio como marino a costa de su propia vida.
Como se puede colegir por estas líneas, el principal núcleo de interés de MUTINY reside precisamente en esa relación de amistad, respeto y algo de recelo entre los dos principales personajes. La parte central del film incide precisamente en esos lazos de amistad y sostiene con eficacia la misma con momentos como el salvamento del más veterano –que finalmente ha accedido a ser segundo de a bordo- por parte de su joven superior. Por su parte este logra con su experiencia salvar a la nave de un ataque inglés al navegar entre aguas profundas. Dmytryk sabe plasmar todo ello con una narrativa basada fundamentalmente en planos de índole expresionista –algo común en su obra-, encuadrados con esmero, utilizando las sombras de forma dramática y al mismo tiempo recurriendo a los fundidos encadenados para proporcionar gran fluidez al relato.
Al incorporarse en la historia el personaje femenino creo que la película flaquea de alguna manera ya que Leslie está planteada con bastante esquematismo y a lo que no ayudan nada los mohines de una joven Angela Lanbury. Pese a ello y sus poco creíbles intervenciones su presencia marca el elemento que hará que Waldridge incurra en el encabezamiento de la rebelión. Será su pecado, el que al final le obligará a tener que expiar con su vida, de forma todo lo atropellada que se quiera pero indudablemente formando en su conjunto un título que tiene su mayor debilidad fundamentalmente en ese personaje femenino pero que en líneas generales goza de un notable brío, esa corriente oscura y de arrepentimiento tan común a buena parte de la obra de Dmytryk y que revela el buen pulso de un realizador que merece el reconocimiento a una andadura digna de mayor estima que otros directores revalorizados en los últimos años quizá de forma poco comprensible –como bajo mi punto de vista podría ejemplificar un André De Toth-.
Para terminar, dos detalles. El primero de ellos es la intuición de Ben y Leslie de que su tripulación han bebido ron –que el primero había ordenador arrojar al encabezar el motín-, por el ruido de estos cantando alegremente. Detalles como este emparentan hiMUTINY con películas como EL CAPITAN KIDD (Captain Kidd, 1955. Rowland W. Lee) o EL PIRATA BARBANEGRA (Blackbeard, the Pirate, 1952. Raoul Walsh), con las que además comparte un extraño tono sombrío. El segundo es constatar la pésima edición en DVD que tuve casi la tortura de sufrir. Que la película se ofrezca en una colección de un medio de prensa a coste muy bajo no justifica una transcripción que no solo destroza la previsiblemente brillante fotografía en color de Ernest Laszlo –VERA CRUZ-, sino que llega al punto de hacer casi indescifrables los numerosos momentos nocturnos de la misma. Para lanzamientos como este, la verdad es que casi es preferible no ver nada.
Calificación: 2’5
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