THE BIG LIFT (1950, George Seaton) Sitiados
Al contemplar SITIADOS (The Big Lift, 1950), uno parece darse de bruces con dos películas diferentes. Una de ellas se manifiesta en sus primeros veinte minutos y en su parte final. Es bastante molesta y no deja de ser una amalgama de secuencias de ambiente militarista –por muy tamizadas de realismo y cotidianeidad que estas resulten-, a lo que contribuye la innecesaria presencia de personalidades militares interpretando a los propios oficiales del ejército –tal y como se agradece de forma, casi ridícula en los rótulos finales-.
Sin embargo, a veces casi dándose de la mano, y fundamentalmente en su hora central –la película se prolonga excesivamente en 120 minutos-, se esconde una crónica sensible pero al mismo tiempo sobria de la vida diaria del Berlín de la posguerra. Rodada por el siempre discreto George Seaton para la Fox, SITIADOS adquiere una voluntad de mayor veracidad al rodarse en escenarios reales –hay que reconocer que se sabe extraer una notable tristeza de las ruinas que sirven para filmar buena parte de las secuencias desarrolladas en la capital alemana-, está presente una muy contrastada fotografía en blanco y negro de Charles G. Clarke y, en su conjunto, la misma responde a un tipo de cine ya ejecutado en aquellos años con títulos de sobra conocidos por los aficionados. Si a ello unimos que ya Montgomery Clift había casi debutado con papel y entorno similar en la estimable LOS ÁNGELES PERDIDOS (The Search, 1948. Fred Zinnemann), la verdadera intención de la película, fundamentalmente explotar la popularidad adquirida por Clift –que una vez más demuestra ser uno de los grandes actores surgidos en el cine americano durante la segunda mitad del pasado siglo, aunque quizá este no se encuentre entre los más memorables trabajos de su carrera-, al tiempo que ofrecer una apología nada velada de las virtudes de la democracia norteamericana.
Monty interpreta en THE BIG LIFT a Danny, joven mecánico del ejército del aire USA que es destinado junto a sus compañeros a Berlín para ayudar a eliminar junto al resto de aliados el bloqueo puesto en marcha por Rusia tras la conclusión de la II Guerra Mundial. Entre ellos su mejor amigo es Hank (estupendo Paul Douglas), un veterano oficial especialmente orgulloso del modo de vida norteamericano como receloso del pueblo alemán, al que en todo momento reprocha su colaboracionismo con los nazis –durante la película conoceremos que fue hecho preso en un campo de guerra, a cuyo vigilante reconocerá dentro de un bar, en uno de los episodios menos creíbles de la misma-.
Una vez ya presentes en Berlín durante cuatro meses –estancia que mostrará Seaton con el que quizá sea el movimiento de cámara más inteligente de todo el film; un fundido encadenado ejerce de elipsis dentro de la sucia cabina del avión, ofreciendo una panorámica con grúa hacia la izquierda que nos muestra ya la cotidianeidad de los soldados que un plano antes prácticamente acababan de aterrizar-, tres de sus soldados son agasajados simbólicamente por ciudadanos berlineses. Danny es uno de ellos y se encarga de entregarle el maletín de regalo Gerda, una sobria y hermosa joven con la que este se enamora, mientras ambos recorren su aparente “breve encuentro”, por unas calles y pasajes en los que la miseria, el estraperlo, las ruinas, las señales de un esplendor caído –esas estatuas en la avenida de la Libertad que aparecen como casi fantasmagóricas- y la incapacidad de los ciudadanos por reconocer la responsabilidad de su pasado –entre ellos el de la propia Gerda-, se dan de la mano con notas de humor casi kafkiano –el vendedor de estraperlo que incluso puede ofrecer un plátano cuando irónicamente se lo pide Danny; el aire de tragicomedia que existe cuando en el metro han de discurrir hacia la zona oriental y los pasajeros han de ser registrados, con el episodio del olor a café que solventa un estraperlista de forma insospechada; ese espía ruso que contabiliza y anota los vuelos norteamericanos y no deja de constatar en sus palabras la inutilidad de los miles de espías que de ambos lados sobreviven en Berlín; la increíble situación que se da cuando Danny y Gerda son detenidos en la frontera con la zona británica y que da pie a una absurda discusión entre oficiales de las tres zonas y que finaliza con la huída de la pareja-.
En su conjunto cierto es que SITIADOS molesta en esas secuencias apologéticas, pero no es menos evidente que hay una voluntad por parte de George Seaton de lograr una notable sutileza en el retrato de esa relación amorosa –que acabará al conocerse la falsedad de la actitud de Gerda-. Sin embargo, esa tendencia a no enfatizar ninguno de los detalles del romance beneficia el conjunto de la misma y contribuye a dotarla de una cierta autenticidad. Para ello destacaríamos momentos excelentes como aquel en que Danny se separa de Gerda mientras esta trabaja frente a unas ruinas al saber que sus familiares eran nazis. Un fragmento del edificio que apenas se mantiene en pie cae formando un espeso humo blanco. Se suceden a continuación planos del soldado paseando por diversos lugares de Berlín y constatando –y de alguna manera justificando- el comportamiento de su enamorada. A continuación regresará de nuevo con ella –que sigue limpiando escombros-. Ambos no pronunciarán palabra alguna. Únicamente vemos en plano general encuadrando a ambos mientras Danny se quita su gorra con gesto afectuoso.
Ese tono intimista que bebe de fuentes neorrealistas pero que adquiere una cierta personalidad, es el que permite que más de medio siglo después de su filmación –y pese a esas interferencias que señalaba al inicio- THE BIG LIFT sea una película que se ve con bastante agrado y merezca ser recordada especialmente por ser uno de los títulos menos conocidos de la filmografía del gran Montgomery Clift.
Calificación: 2’5
1 comentario
Jose Campos -
Saludos cordiales
Campos