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CINEMA DE PERRA GORDA

MONTANA BELLE (1952, Allan Dwan) [La bella de Montana]

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Dentro el dominio de unas televisiones para las que en materia de emisiones cinematográficas, la condición de clásicos se reduce poco menos que a programar TITANIC (1997, James Cameron), cada vez es más improbable descubrir o repasar aquellas muestras que forjaron el cine de siempre en Hollywood –y no hablemos cuando se trata de las cinematografías europeas-. En los tiempos actuales hay que ceñirse a los canales de televisión por cable destinados al cine clásico –cada vez más limitados por otra parte-, para que el aficionado curioso pueda acercarse o fundamentalmente redescubrir títulos lejanos a ello.

Este ha sido para mi –y supongo que para muchos otros aficionados de mis características- desde hace años el ejemplo que se ofrece con la figura de Allan Dwan. Considerado como uno de los máximos representantes del auténtico clasicismo en el cine norteamericano, Dwan no goza en su filmografía sin embargo de títulos que adquieran la condición de “culto” –como incluso puede suceder con Edgar G. Ulmer con DETOUR (1945)-. Dicha circunstancia ha permitido que prácticamente sus películas no sean emitidas en canal alguno, ni siquiera editadas en DVD. En definitiva, parece ser que su figura y su amplísima filmografía –en cuyo número nadie parece coincidir y que aborda centenares de títulos desde la época del cine mudo- ha de quedar en el anonimato para todos aquellos que, de una forma u otra, queremos valorar en primera persona sus previsibles cualidades y rasgos.

Cuando apenas he podido contemplar hasta la fecha media docena de sus títulos –entre ellos el magnífico FILÓN DE FLATA (Silver Lode, 1954)-, comprenderán el interés que tenía para mi poder ver MONTANA BELLE (1952) –jamás estrenado en España pero emitido como LA BELLA DE MONTANA-. Pese a que según rezaba la advertencia previa a su emisión se perdió el negativo original rodado en “trucolor” optándose por proyectar una copia en blanco y negro cuyas deficiencias eran patentes, creo que el visionado no resultó decepcionante y en él se pueden detectar numerosos rasgos inherentes –tal y como destacan las referencias a las que he tenido acceso- a las constantes temáticas y estilísticas del ya entonces veterano Dwan –le quedaban pocos años ya en la profesión-. En cualquier caso hay que señalar que la película se filmó en 1948, y no fue hasta cuatro años después cuando se exhibió en las pantallas.

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Prácticamente desde sus primeros compases, MONTANA BELLE demuestra una capacidad de síntesis propia de la Serie B, con la llegada de ese elemento que servirá de catalizador de las tensiones del grupo de personajes comandado por los hermanos Dalton. En apenas unos escasos planos vemos como la llegada de Belle Star –salvada in extremis de la horca por Bob Dalton (Scott Brady)- provoca un notable recelo entre el grupo de bandoleros. Con gran economía de medios cinematográficos –lo cual hace que el ritmo de la película siempre sea rápido y lleno de sobriedad-, nos adentramos en el contraste entre el grupo de salteadores y una comunidad pequeña ubicada en Montana. Una localidad que recurre de los servicios de Tom Bradfield (George Brent) para intentar capturar a la banda de los Dalton, los cuales han sembrado la ruina de las compañías aseguradoras con sus constantes robos. Bradfield –dueño de un casino ubicado en la población- acepta el reto, para lo cual utiliza los servicios de Pete (Andy Devine), un borrachín que sabe tiene contactos con los bandidos.

Sin embargo este no cuenta con que la llegada de Belle de alguna manera ha levantado la espita de los recelos en la banda de atracadores. Los Dalton deciden atracar el casino de Bradfield sin la compañía de sus habituales colaboradores y por ello los que se quedan en el escondite pronto aceptan el liderazgo de la ahora forajida, decidiendo adelantarse en el atraco a dicho salón. Una vez llegados al salón estos logran un botín exiguo y ello permite que posteriormente a la llegada de los Dalton estos puedan escapar. Con esta situación de división entre los bandidos, Belle decide ataviarse como una dama distinguida y acudir de nuevo al casino de Bradfield. Este secretamente logra averiguar la identidad de la joven y en su fuero interior desea secretamente llegar hasta ella, para lo cual deja incluso que se haga socia de su casino. En el proceso la joven se acerca a la personalidad honesta de Tom, intentando ver en el incipiente amor que nace entre ellos la posibilidad de un nuevo modo de vida para el cual es obligado pagar por aquellos delitos que jalonan su pasado.

En medio de esas circunstancias, en la localidad se prepara el señuelo del atraco a un banco para permitir la captura de los Dalton y su banda de forajidos, atraco del que finalmente Belle desea interceder para evitar que estos sean liquidados, y una vez ella y Tom han declarado abiertamente sus intenciones y la posibilidad de compartir su futuro inicialmente en México. Finalmente, el atraco se podrá abortar y los Dalton serán liquidados pero la forajida será herida, aunque quede abierta la posibilidad de su redención.

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Pese a una en ocasiones demasiado esquemática ejecución, lo cierto es que en todo momento MONTANA BELLE hace gala tanto de una notable economía narrativa como una no menos destacable inventiva cinematográfica, que en ocasiones nos remite incluso al cine mudo. Desde los insertos de detalle que permiten a Tom identificar la verdadera identidad de la encapuchada Belle, hasta aquellos que demuestran las habilidades en el lazo de Pete (especialmente para lograr sus dosis alcohólicas), pasando por la utilización de fundidos en negro, la del paisaje exterior en algunas cabalgadas, el sentido del humor que describe al personaje de Pete –un humor además que sirve para dosificar la intensidad de otros personajes-, o la notable filmación del intento del atraco final –desde el interior del propio banco- o la casi ritual aniquilación final de los Dalton, casi a modo de suicidio revestido de dignidad, son elementos que definen esta producción rápida y seca, en ocasiones cercana al serial, que va siempre al grano, en la que pese a su narración en ocasiones a trallazos encierra no pocas sutilezas, y que define el talento cinematográfico de un Allan Dwan del que se deberían desempolvar muchas de sus películas. Seguro que nos llevaríamos bastantes sorpresas.

Calificación: 3

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