M (1931, Fritz Lang) M, el vampiro de Düsseldorf
A raíz de los cercanos atentados en Londres el 7-J, me ha venido constantemente a la mente una de las constantes temáticas de la obra del gran Fritz Lang: los peligros que conlleva una sociedad vigilada. Las maniobras de ese cada vez más peligroso político llamado Tony Blair y las consecuencias de todos conocidas del asesinato impune de un inocente me han hecho reflexionar –mas allá de la indignación que me produce- en el hecho de que la sombría visión de la condición del hombre contemporáneo que ofrecía uno de los más grandes maestros del cine universal... finalmente se ha quedado corta a tenor de la realidad nuestra de cada día. Si todo ello se ha instaurado en una de las sociedades más caracterizadas por su liberalismo –la londinense o, por extensión, la británica- ¿Qué nos espera el futuro próximo? Pero dejemos estas pesimistas reflexiones para intentar esbozar algunos apuntes de una de las películas del maestro vienés que más letra impresa ha provocado. Me estoy refiriendo a M (1931) –subrayada en España como M: EL VAMPIRO DE DÜSSELDORF-, clásico título sobre el que resulta bastante difícil señalar algo nuevo. Es por dicha imposibilidad por la que prefiero –tras una revisión -, simplemente comentar aquellos aspectos que me han resultado de interés en la misma.
Cabría iniciar el mismo señalando en primer lugar que M es un film importante. La inequívoca influencia que ha ejercido en determinado tipo de cine posterior –aunque esa influencia y en otras vertientes habría que extenderla a bastantes de las realizaciones del vienés; pocos hombres de cine han dejado una estela más considerable a través de su obra-. En cualquier caso, esta inequívoca trascendencia quizá limite el acercamiento tanto a los considerables logros de la película como a algunos elementos que a mi juicio resultan ligeramente cuestionables y que en muy pocas ocasiones han sido reseñados. Pero vayamos por partes. No es nada nuevo decir que M es una película-experimento en la que, entre otras cosas, Lang se familiarizó el uso del sonido. Ello creo que se manifiesta ya en su espléndida secuencia inicial, donde a la canción tarareada por el corro de niños mostrado en picado se unirá al temor de la madre de una de las niñas, la posterior desaparición de esta, el creciente temor de la madre, el montaje del tiempo transcurrido sin que la pequeña acuda a su casa, la sombra ominosa del asesino –en un contrapicado imposible-, hasta finalizar el encadenado de situaciones con el plano de la pelota que portaba la niña rodando sola y el globo que paseaba estrellado junto a unas líneas telefónicas. No se puede comenzar mejor una película, y M atrapa al espectador de forma inmediata.
A continuación –incidiendo con ese carácter de experimentación buscado por Lang- se nos muestra el relato por conversaciones telefónicas entre investigadores, superiores y políticos del desarrollo infructuoso de las investigaciones que no ofrecen resultado positivo. Junto a estos intercambios se nos brindan imágenes paralelas de la labor de las mismas, en unos instantes eficaces pero de menor intensidad que la espléndida secuencia inicial y, en algunos momentos, algo farragosas. A partir de ahí se va mostrando con incisiva mirada el creciente desconcierto de una población voluble que muy pronto se siente vulnerable y demuestra sus fisuras en la convivencia, viendo en cualquier ciudadano la propia imagen del asesino. De alguna forma se extiende, con una mirada que muestra de forma clarividente a la pantalla ese malestar que generaría poco después el fantasma del nazismo, esa máxima no pronunciada de “todos son culpables” que desarrollaría Lang en buena parte de su obra y que, bajo mi punto de vista, tendría su máximo exponente en la que personalmente considero su obra cumbre. Me estoy refiriendo a MIENTRAS NUEVA YORK DUERME (While the City Sleeps, 1955, en la que esa sensación de vulnerabilidad de las libertades ciudadanas eran sustituidas por una sensación de vigilancia de unos contra otros. En M los escasos resultados de las investigaciones llevarán a constantes redadas y ello obligará al gremio de ladrones –idea absolutamente genial- a procurar ellos mismos la captura del asesino para liberarse del acoso policial.
En una secuencia que quizá pueda resultar chirriante pero que indudablemente es reveladora de un gran talento, se van alternando los puntos de vista en las conclusiones y manifestaciones de sendas reuniones paralelas de policías, psiquiatras y ladrones, encaminadas todas ellas a lograr la captura del criminal. Las pesquisas dan como resultado que la policía logre localizar su domicilio e identifique su identidad. Pero los ladrones, contando con la colaboración de los mendigos de la ciudad –otro detalle sin duda sorprendente de la película-, han extendido su ámbito de vigilancia repartiéndose la vigilancia por las calles y serán los que finalmente puedan detectar al asesino –Hans Beckert (Peter Lorre)- cuando se destinaba a cometer un nuevo crimen –la niña se encuadra con un escaparate de decoración en el que una flecha en movimiento la destaca-. Los mendigos, en un constante y relevado seguimiento logran rodear al asesino en un estación –con un decorado de una enorme sobriedad y en el que se denotan las tendencias arquitectónicas de Lang-. Este huye y se introduce en los trasteros de un gran edificio de oficinas. Como quiera que los ladrones desean capturarlo primero reducen a los guardias de seguridad y finalmente logran atraparlo y trasladarlo a una fábrica en ruinas. Allí lo someten a una especie de juicio sumarísimo en el que, al igual que el resto de la población, se gritarán consignas que podría pronunciar cualquier ciudadano y que aparentemente resultan demagógicas, pero que en el fondo demuestran ese lado oscuro que todos llevamos dentro. Cuando Beckert reconoce tanto su culpabilidad como su impotencia para evitar esos crímenes propio de un individuo de doble personalidad –en una secuencia que consagró la personalidad de Lorre para la posteridad-, está a punto de ser linchado por los delincuentes metidos a condenadores. Sin embargo, a última hora la policía logra localizarlo y detenerlo. El juicio se celebrará. Sin embargo, nuevamente la demagogia de las madres afectadas será una señal de que la historia no ha terminado.
Viendo M uno parece tener la desgraciada visión de que el tiempo no ha pasado a la hora de racionalizar la percepción del delito e intentar racionalizar las mejores soluciones o posibles desarrollos de esas situaciones extremas. Ese poder de las turbas que hace que el más probo ciudadano se convierta en un energúmeno sería posteriormente analizado por Lang en otros títulos prestigiados –FURIA (Fury, 1936), su primera obra norteamericana-, pero ya en M adquiere un turbador poso revestido de la más nítida ambigüedad. Pero al mismo tiempo que encontramos elementos temáticos posteriormente presentes en su obra, también lo manifiestan otros puramente cinematográficos que serían retomados en películas posteriores. Y hablo de ello al subrayar la enorme semejanza que el instante en el que Beckert quiere huir de sus delincuentes capturadores, del que muchos años después protagoniza el arquitecto Harald Berger (Paul Huchdmidt) al caer accidentalmente en el siniestro recinto en el que se hacinan presos en la admirable LA TUMBA INDIA (Das Indische Grabmal, 1959) e intentar huir de ellos.
Otro detalle que destaca en M es la enorme importancia que tiene un personaje concreto pese a que su presencia en pantalla sea muy menguada. Nadie puede negar la intensidad y vulnerabilidad con la que un joven Peter Lorre encarna a este asesino psicópata que tanto ha influido en los posteriores que se sucedieron en el devenir del séptimo arte. Sin embargo, su presencia en pantalla no superará el tercio del metraje total, en uno de esos casos de personaje cuya fuerza trasciende la presencia directa –cada uno tendrá su lista al respecto, yo como ejemplo máximo citaría al Vincent Price de EL HUNDIMIENTO DE LA CASA USHER (The Fall of the House of Usher, 1960. Roger Corman), otros mencionarán al estupendo Marlon Brando de EL PADRINO (The Goldfather, 1972. Francis Ford Coppola).
En cualquier caso y pese a un cierto regusto que oscila entre elementos farragosos o una cierta sequedad que posteriormente Lang sabría depurar con mayor sutileza -y que ambos casos quizá procedan de ese afán experimentador que aún sigue vigente en la película-, M es un título en el que el maestro vienés demuestra –por si alguien aún lo dudaba-, la madurez del realizador en el dominio del lenguaje cinematográfico. Grúas, movimientos de cámara, angulaciones, picados, sombras y todo tipo de registros son manejados no solo con absoluta soltura sino con la destreza de alguien que –se nota en todo momento- quiere llegar a algo más en ese peregrinar narrativo. En M únicamente sobran algunos planos cortos, un poco de verborrea y algún elemento estático que impiden que el logro sea total.
Fritz Lang confesó en ocasiones que esta película era su obra más considerada, basando su predilección por ser una historia que tenía lecturas para todo tipo de públicos. Es evidente que unos 75 años después de su realización, no solo el mensaje de M sigue –lamentablemente- de plena actualidad, sino que su formulación puramente visual –mas allá de estos detalles que en algunos instantes la empobrecen levemente- es lo suficientemente atractiva como para que siga manteniendo el status de clásico de permanente modernidad.
Calificación: 4
2 comentarios
santi -
es absolutamente asombroso la forma de contar esta peli , donde todo funciona como un mecanismo de relojeria, una obra maestra absoluta con unas imagenes que han perdurado , y perduraran siempre en la memoria de cualquier aficionado al cine
dos ultimas cosas , a mi esta obra maestra me parece mucho mas terrorifica , inquietante y perversa que muchas otras que vinieron despues
y por ultimo es verdaderamente magistral como en mi modesta opinion lang pasa del mudo al sonoro sin ningun problema, cuando a otros maestros que son santo de mi devocion , por ejemplo john ford estuvieran desorientados con el mudo al sonoro al menos al principio
ahora voy a mear fuera del tiesto cuando lang empieza su andadura hollywoodiense ninguna peli me atrapa tanto como esta y el testamento del dr mabuse que me impacto tremendamente
cierto es que los sobornados y deseos humanos son excelentes peliculas , y que encuentro ciertamente apreciable la pelicula los verdugos tambien mueren, hasta disfruto con the man hunt y la celeberrima peli perversidad que lamento decirlo no me gusta en exceso
por cierto hay una copia de m que debe ser la unica que existe hoy en dia con algunos trozos en aleman , el unico pero que senti al ver este film verdaderamente maravilloso de fritz lang un innovador en su tiempo llegandoa influenciar hasta el mismisimo ford , vease el delator , que de no haber recalado en hollywood donde su cine pierde un poco de fuelle , para mi hubiese sido no de los mejores cineastas que lo es , sino el mas grande.
Gerardo -
Un saludo,