SHENANDOAH (1965, Andrew V. McLaglen) El valle de la venganza
Si alguna vez se le planteara a algún aficionado la “pequeña” gran diferencia entre la grandeza del cine de los grandes clásicos como John Ford –dentro de las lógicas oscilaciones que plantea una obra extensa- y el pobre resultado que lograron con elementos de base en apariencia similares algunos jóvenes realizadores que pretendieron imitar una fórmula única, no tiene más que echar un vistazo a SHENANDOAH (1965, Andrew V. McLaglen) -EL VALLE DE LA VIOLENCIA en España- para poder darse cuenta de ello.
Y es que desde muy pronto las imágenes rodadas por el hijo de aquel gran actor fordiano que fue Victor McLaglen en todo momentos demuestran por un lado su añoranza de un tipo de cine perdido, y por el otro su ineficacia a la hora de intentar al menos narrar con eficacia una historia por otra parte mil veces vista, y expuesta anteriormente con mayor hondura, profundidad y sentido cinematográfico. La historia de SHENANDOAH se centra en el drama de la familia de los Anderson, de eminente corte tradicional y conservador comandada por su patriarca –Charlie (James Stewart)-. Se trata de un hombre viudo y rodeado de hijos que reside en una granja de Virginia –en concreto en el valle que da título al film- y quiere mantenerse al margen de la guerra civil que vive, en la que por diferentes razones no quiere vincularse ni a Confederados ni a los fieles de la Unión. Esa presencia de la realidad de la guerra cada vez se hará más cercano a su tranquila vida habitual hasta que de forma casual su hijo más pequeño será hecho preso por el primero de los bandos. Será el inicio de su concienciación ante la tragedia y el inicio de una búsqueda acompañado de todos sus hijos que finalizará tanto con consecuencias trágicas como una final llamada a la esperanza.
En realidad, la película de McLaglen quizá en su momento pudo engañar a alguien pero no hizo más que servir para el inicio de una serie de títulos en los que pretendió prolongar la imagen mítica de actores como el mencionado Stewart o John Wayne, a los que incorporaron en películas de marcado carácter reaccionario y en donde la humanidad, ambigüedad y complejidad psicológica de sus personajes era sustituida por un claro mensaje conservador en el que la apología de la familia era una de sus premisas más evidentes. En este caso el indicio es francamente poderoso especialmente en su primera parte, en donde prácticamente asistimos a la descripción de una familia modélica en la que todos sus hijos respetan escrupulosamente las “sabias” proclamas de su padre. Un personaje –como en tantas películas posteriores de este y otros realizadores- que sirve por completo a los “tics” más evidentes de sus protagonistas –la manía de Stewart de preparar y fumar puros- y que lamentablemente se ve rodeado por personajes adolescentes interpretados por muy pobres intérpretes –quizá con la excepción del muy eficaz Glenn Corbett-.
Al mismo tiempo cabe señalar que en esa ineficacia psicológica de la historia, por un lado se desaprovecha la oportunidad de sacar partido a un interesante planteamiento; el dilema que plantea la realidad de la guerra. Una situación que se muestra tan solo de forma superficial aplicando elementos y referencias ya plasmadas en otros títulos del Hollywood clásico. En su lugar imperarán los clichés melodramáticos pobremente expuestos –el tratamiento de la aventura del joven hijo hecho preso es una buena prueba de ello- y a los que hay que unir la aplicación en ocasiones de un igualmente torpe sentido del humor que en algunas situaciones concretas llega a irritar por su penoso planteamiento –la secuencia de la vaca que se disputan los dos bandos a punto de iniciar su batalla es paradigmática en este sentido-.
¿Qué queda pues de aprovechable en SHENANDOAH? Pues fundamentalmente habría que referirse al hecho de que McLaglen al menos no sucumba a la tentación de aplicar efectismos cinematográficos que pocos años después no tendría recato en introducir en sus posteriores realizaciones. Es decir, al menos se agradece un cierto aunque importado aire de clasicismo y la ausencia de “zooms” o teleobjetivos que hubieran arruinado por completo esta mediocre y engañosa cinta, que encima desaprovecha la presencia de uno de los actores más apreciados del cine clásico.
Calificación: 1’5
1 comentario
Lorenzo -
Me veo de jovencillo leyendo aquellas críticas en las que la calidad de una obra artística se medía por su mayor o menor grado de "reaccionarismo".
Pensé que esta forma de hacer crítica estaba ya superada, pero veo que no.
Gracias por rejuvenecerme.