MAN IN THE VAULT (1956, Andrew V. McLaglen)
Nadie puede dudar que el cine negro alcanzó una de las más amplias expresiones artísticas de cuantas tuvieron lugar dentro de la cinematografía norteamericana a partir de la década de los cuarenta. Ocioso sería evocar nombres, títulos y referentes concretos de temáticas y situaciones generadas en su devenir, pero también resultaría de interés consignar aquellos intentos realizados, demostrativos que la aparente facilidad a la hora de aplicar las virtudes del género, no siempre quedó culminada en productos de interés. Es probable que esa circunstancia tuviera un relativo auge a partir de que la reiteración de elementos comunes al género, facilitara una tendencia casi mecánica, o quizá incluso ya incidiendo en una visión casi retro del mismo. Sin duda, es difícil mostrar esta frontera, pero un buen ejemplo de esa última vertiente podría mostrarse al comentar MAN IN THE VAULT (1956, Andrew V. McLaglen), segundo de los títulos realizados por el hasta entonces ayudante de realización, y que conocería poco después una larga andadura profesional, a partir de su vinculación con el actor John Wayne. Hijo del actor Andrew McLaglen –estupendo y habitual intérprete fordiano-, pocos años después desarrolló durante más de una década una constante aportación al western, en la que muchos creyeron ver una continuidad de los grandes realizadores del género. Vana impresión, puesto que a pesar de contar por lo general con intérpretes legendarios –el propio Wayne, Maureen O’Hara, Henry Fonda, James Stewart-, en realidad no se erigían más que como una falsa copia de los modelos imitados, escorándose generalmente a unos modos visuales que no desdeñaron el uso de modas visuales del momento –zooms y teleobjetivos incluídos-. Indudablemente, Mclaglen conocía e intentaba imitar los referentes de Ford, Hawks, Hathaway…, pero nunca se pudo ver en ellos más que productos miméticos y ausentes de una general inspiración.
Quizá ya desde sus inicios, esas limitaciones se pudieron evidenciar ya desde sus propios inicios como realizador. Buena prueba de ello lo tenemos en MAN…, discretísimo producto –casi una serie B mala-, adscrito en la productora de John Wayne –la Balzac Productions-, y que pretende dentro de sus discretos elementos de base, una mirada casi evocativa a numerosos arquetipos del cine noir. Nadie duda de la honestidad del intento, pero hay que reconocer que su resultado jamás sobrepasa la barrera de la grisura, y aunque quizá en algunos instantes eleva su interés, en otros casi deviene en una involuntaria mirada paródica sobre los personajes y situaciones que maneja. El film de Mclaglen centra su mirada en el encuentro que un anónimo cerrajero –Tommy Dancer (William Campbell)- tiene con un matón de siniestra apariencia –Willis Trent (Berry Kroeger)-. Este le propone utilizar su ingenio para robar una caja de seguridad en una oficina bancaria de Los Ángeles. Dancer rechaza la propuesta, pero finalmente se verá abocado a ella, al ver una posible salida a su horizonte vital, que se verá alterado con un inesperado romance con la joven y acomodada Betty (Karen Sharpe). Nuestro protagonista finalmente cometerá el robo –sustrayendo 200.000 dólares de la caja de seguridad de Paul De Camp-, e intentando alcanzar una nueva oportunidad en la vida. Sin embargo, tendrá que verse sometido a la persecución de diversos gangsters, hasta comprobar el reguero de víctimas que provoca la avaricia, decidiendo finalmente unirse a Betty y devolver el dinero a la policía.
MAN… es el ejemplo perfecto de que una contrastada fotografía en blanco y negro –obra de William H. Clothier-, un fondo sonoro en ocasiones adecuado, y algunas propuestas –no todas, hay elementos de un esquematismo evidente en el mismo- que se destilan en el guión de Burt Kennedy, no son suficientes para concretar un producto de interés. El film de McLaglen se resiente de un esquematismo notable –sus setenta minutos de duración no deberían ser impedimento para lograr un equilibrio en sus propuestas-, sus personajes devienen estereotipos –en ocasiones realmente insultantes; solo hace falta observar las ridículas poses de “mala pécora” de la amante de Trent-, y la labor del conjunto de actores es francamente poco estimulante. Esa ausencia de perfiles más o menos definidos y la escasa fortuna de sus intérpretes –empezando por el anticarismático protagonista-, impide que el relato revista interés. Y es que no se observa progresión, la cámara astutamente cinefílica del realizador “vampiriza” con torpeza una serie de ambientes y lugares comunes del género, con una verdadera ausencia de inspiración, teniendo –eso sí- la astucia de desarrollar su argumento en un entorno que le permite elementos recurrentes, como las visitas a conocidos escenarios hollywoodienses. Sin embargo, es vana su intención, del conjunto de obviedades casi de aficionado que se ofrecen en MAN IN THE VAULT, la verdad es que solo cabe destacar las dos secuencias que intentar trasladar algo de tensión –aunque lo cierto es que tampoco puedan ser calificadas de forma muy halagüeña-. Me estoy refiriendo, por supuesto, a las que se desarrollan en el interior de la cámara de seguridad y, finalmente, la que tiene lugar en los instantes finales dentro de la bolera. Intentos no demasiado afortunados de tour de force narrativos, que al menos levantan parcialmente el interés de la función, aunque en el fondo se erijan como intentos estériles. Y es que, por no salirnos del ámbito de la serie B de aquellos años en el cine negro USA, solo había que detenerse en el díptico que culminó la andadura de Lang en dicho país, y títulos tan poco conocidos como NIGHTFALL (1957) o THE FEARMAKERS (1958), ambos de Jacques Tourneur. Pero eso es comparar la malta con el café, y es algo que McLaglen no pudo jamás alcanzar en ese espejismo cinéfilo que definió su trayectoria como director.
Calificación: 1’5
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