UKIGUSA (1959, Yasujiro Ozu) [La hierba errante]
Más allá de las intrínsecas cualidades que emanan de este uno de los últimos títulos en la filmografía de su autor –donde quedaba sedimentada su sabiduría de estilo tamizada además por un uso de las propiedades del color pocas veces superados en el cine-, creo que si hay una singularidad que caracterice UKIGUSA (1959, Yasujiro Ozu) –que ha sido editada en DVD bajo el título LA HIERBA ERRANTE-, esta no es otra por la exteriorización de unas tensiones internas, que por lo general permanecían más ocultas en el cine del realizador –o al menos entre las pocas grandes obras suyas que he podido ver-.
En este caso, la que supondría su tercera cinta en color, nos cuenta la historia que se produce con la llegada de una compañía de teatro a un tranquilo y luminoso pueblo de la costa japonesa. La misma está encabezada por Komajuro Arashi (Ganjiro Nakamura), un actor ya curtido tanto en la interpretación como en la propia vida y del que pronto se detectará su facilidad como conquistador de mujeres. Pocos adivinan porqué ha decidido acudir a ofrecerse a una población de incierta aceptación en un repertorio quizá ya gastado, pero Komajuro sí que lo sabe; allí vive su antigua amante –Oyoshi (Haruko Sugimura)- regentando un pequeño local de bebida, y en su casa vive el hijo ilegítimo que esta tuvo con el hoy veterano intérprete. Este ya es un joven y atractivo muchacho llamado Kiyoshi (Hiroshi Kawaguchi), que cree que Komajuro es hermano de su madre. Kiyoshi está trabajando en una oficina de correos y con ello ahorra para proseguir en sus estudios.
Junto a este nexo central convergen pequeñas historias paralelas correspondientes a diversos personajes de la propia compañía, pero dos de ellos estarán centrados en el personaje protagonista. Serán por un lado la aún atractiva primera actriz de la compañía –Sumiko (Machiko Kyo)-. Ella se mostrará inicialmente suspicaz por la ausencias de Komajuro y más adelante dolida y resentida al descubrir la existencia de esa amante anterior a su relación con el protagonista de la historia. Es por ello que Sumiko se vengará de ello acudiendo a la casa de Oyoshi y relatándole a esta su actual relación, lo que provocará la indignación del amante de ambos, pegándole bajo la lluvia. No quedará contenta pese a todo su hasta entonces amante, quién logrará de otra de las jóvenes actrices –Kayo (Ayazo Wakao)-, la intención de seducir a Kiyoshi. Kayo accede y tras intentar cumplir con la petición, quedará muy pronto enamorada del joven al comprobar su honestidad e inocencia.
La relación de los dos jóvenes irá en aumento, novedad que finalmente advertirá una vez más enfadado Komajuro. Ello provocará su definitivo repudio a Sumiko, despreciando igualmente a Kayo por haber accedido a las peticiones de esta. La situación casi obligará a que este cuente la verdadera relación que existe con su hijo. Sin embargo, un acontecimiento precipita todo ello; las decrecientes recaudaciones en las funciones teatrales se verán finalmente subrayadas con el robo que efectuará uno de los componentes de la compañía, provocando la traumática disolución de la misma. Todos sus actores se han de incorporar a otros trabajos, mientras que Komajuro solo ha recibido el desprecio de su hijo cuando junto a su madre han revelado la auténtica relación que mantuvieron ambos en el pasado. A este solo le cabe el abandono del pueblo y del pasado de su vida, pese a la comprensión que Kayo le manifiesta. Sin embargo, una nueva oportunidad se le manifiesta en la estación mientras espera el tren. Allí se encuentra también Sumiko y ambos, quizá asumiendo el ocaso de sus vidas, se darán una nueva oportunidad en su relación, conscientes ambos de que no tienen otra alternativa en la vida. Ambos viajarán finalmente juntos en el tren y de nuevo el amanecer luminoso se cierne en la pantalla.
Creo que fundamentalmente hay que entender UKIGUSA como una película en la que se ofrece un viaje de autoreconocimiento por parte del principal personaje de la película –nos estamos refiriendo a Komajuro, por más que la obra tenga un cierto carácter coral-. Esa sensación de retorno a un pasado, de saldar una cuenta con su propia conciencia tiene su referente más evidente en ese retorno hacia la que fue su principal amante y con la que mantuvo su único hijo. Pero es a partir de esa situación, que tendrá una gran importancia en el conjunto del film, la que dará pie a ese conjunto de disgresiones que conformarán el conjunto de una obra densa, sugerente, de gran serenidad y riqueza visual –como por otra parte es habitual en el cine de Ozu-, y en el que las tonalidades de su gama cromática irán evolucionando desde la claridad y alegría inicial, hacia una progresiva oscuridad y tonalidades tenues, hasta concluir en sus pasajes finales con un retorno a las claridades –esa imagen diurna con la que concluye la misma una vez Komajiro y Sumiko viajan de nuevo juntos en busca de un futuro-, volviendo a ese tono aparente optimista que había abandonado su segunda mitad.
Pero al mismo tiempo, en esas imágenes se refleja –en ocasiones en una secuencia bien cotidiana-, el atavismo del papel tradicional de la mujer, de la madre japonesa, el sentido ritual de sus habitantes, el contraste y conflicto entre generaciones o la propia influencia occidental (el vestuario y el propio aspecto de Kiyoshi). Esa sensación de totalidad, de que cada encuadre, cada mirada, cada movimiento de los actores, cada mancha de color, está imbricado en diversas interpretaciones y sutiles pinceladas de pensamiento, apreciaciones y matices, se da de nuevo en esta obra de madurez de Ozu. Una película de la que cabe retener sus imágenes iniciales llenas de luminosidad, la nunca suficientemente valorada capacidad del realizador de saber introducir una secuencia con apenas unos breves planos que sirven de introducción a las principales secuencias o el encanto que tienes aquellas intersecciones que sirven para unir las diferentes secuencias –generalmente envueltas en una cálida melodía-. En el film que nos ocupa podríamos destacar los planos exteriores que nos muestran el colorido de las pancartas que anuncian el teatro, el discurrir de los miembros de las compañía por las áridas calles de la población acompañados de niños que se harían protagonistas de una de las últimas películas del realizador; la significación de los vestidos de los protagonistas; la herencia del kabuki que ofrecen los momentos de la representación; el sentido de catarsis que ofrece la llegada de una densa lluvia; la belleza que manifiestan los contraluces y las sombras en el momento en que Kiyoshi y Kayo descubren que realmente están enamorados...
Son toda una sucesión de instantes memorables, densos y sutiles al mismo tiempo, relacionados siempre unos en otros, a los que solo cabría oponer la presencia en algún momento de algún montaje abrupto entre la sucesión de una secuencia a otra –quizá algo que venga manifestado por algún corte ajeno al realizador-. En todo caso, que duda cabe que UKIGUSA es una obra de madurez y extraordinaria belleza, que hay que incluir por derecho propio entre las grandes obras de Yasujiro Ozu.
Calificación: 4
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