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CINEMA DE PERRA GORDA

SAINT JOAN (1957, Otto Preminger)

SAINT JOAN (1957, Otto Preminger)

El ondear de varios péndulos de reloj que forman los espléndidos títulos de crédito de Saul Bass, envueltos con el igualmente brillante preludio sinfónico de Mischa Spoliansky, nos adentra en una de las obras más singulares de la filmografía del gran Otto Preminger, y que en el momento de su estreno logró uno de los escasos fracasos comerciales de su carrera. Se trata de SAINT JOAN (1957), jamás estrenada comercialmente en España. En cierto modo, no es difícil de entender que en plena conclusión de la década de los cincuenta, se aventure una nueva visión sobre el personaje de Juana de Arco, que contaba con extraordinarios referentes cinematográficos, tanto a nivel artístico como comerciales en el propio entorno de Hollywood. Para ello, el vienés optó por la traslación a la pantalla de la exitosa adaptación teatral que George Bernard Shaw había elaborado previamente, logrando la prestación del escritor Graham Greene para la elaboración de su guión cinematográfico. A partir de esa premisa, creo que Preminger logró un resultado que –pese a ciertas irregularidades, baches de ritmo, o ciertos reflejos teatrales- conserva un notable interés. El primero de ellos sería, en mi opinión, sumirse en una interesantísima propuesta de cine-teatro, que entronca con precedentes tan brillantes como las adaptaciones shakesperianas de Lawrence Olivier, y que en aquellos años tenían exponentes en el cine norteamericano -me viene a la mente ahora un título tan dispar del que comentamos, como SEPARATE TABLES (Mesas separadas, 1958. Delbert Mann).

En este caso, Preminger no oculta el origen escénico –la caracterización y la propia interpretación de los actores o incluso sus movimientos dentro del plano-. Pero al mismo tiempo y desde el primer momento se describe una magnífica planificación y los complejos y densos movimientos de cámara que se suceden en la película. Una planificación esta que revela la personalidad cinematográfica del productor y realizador, y que incluso recuerda en su concepción otros títulos previos suyos. A este respecto, pienso que es digno de ser resaltado ese riesgo –que en apariencia puede parecer comodidad- a la hora de procurar un respeto notable al referente teatral en que se basa –es evidente que debió interesar mucho al director-, apostar por un producto “de prestigio” que indudablemente no estaba destinado a todos los públicos y, fundamentalmente, lograr un resultado de considerables virtudes cinematográficas.

SAINT JOAN ofrece una reflexión tan interesante como quizá hoy día un tanto previsible, sobre la crueldad de los mecanismos de poder. En este caso esa crueldad es la que rodeará la impertinente e incómoda figura de Juana de Orleáns (Jean Seberg), que desde el primer momento es utilizada a partir de sus supuestos contactos sobrenaturales, para que se corone un rey casi retrasado mental –Charles VII (Richard Widmark)- y que muy pronto intentará ser eliminada por los representantes de ese propio poder –iglesia y estado-, precisamente por esa capacidad de enardecer a las masas que sirvió para que ellos llegaran a detentar el mismo.

Y en un marco lleno de hipocresía envuelta en lucidez, los representantes de la iglesia y la inquisición no dudarán en condenar por herejía a una joven devota e ingenua que saben que es inocente, y los del poder civil harán dejación de la posibilidad de salvarla, precisamente por resultarles igualmente molesta.

Me parece claro que todas estas reflexiones tienen su punto de interés, aunque no es menos cierto que su vena discursiva está un poco superada –pese a las dificultades de la época, creo que en el mundo actual hay muchos motivos como para sentirse absolutamente pesimista ante esa visión de los mecanismos destructores que propicia el poder-. Sinceramente, SAINT JOAN me interesa mucho más como producto cinematográfico. En esa ya señalada y brillante planificación, en el logro de una ambientación lúgubre y por momentos casi expresionista –realzada por la magnífica fotografía en blanco y negro de Georges Périnal-, en la excelente prestación de un magnífico reparto que saben interpretar a partir de unos modos teatrales para lograr un trabajo intenso y envolvente –Gielgud, Andrews, Aylmer y Walbrook realizan un trabajo memorable-. En este sentido es imposible dejar de destacar el acierto de Preminger al incorporar a una debutante Jean Seberg en el rol protagonista. La actriz lleva hasta sus últimas consecuencias el carácter andrógino de la caracterización de su personaje, muestra una ingenua altanería, sabe estar a la altura de la veterania y experiencia del reparto y ofrece finalmente una entrega absoluta a las secuencias más intensas del film.

En SAINT JOAN se da cita una notable variación con respecto al origen escénico, como es la presencia de un doble flash-back que realmente se extiende en casi toda la película y que finalmente ofrecerá la reunión de la encarnación en sueños de los espíritus de los principales personajes en torno a la figura del ya veterano rey Charles VII. Curiosamente, la primera de sus secuencias –que incide en esta vertiente-, mantiene una cierta relación con la más célebre de LAURA (1944). En aquel caso el oficial encarnado por Dana Andrews se dormía ante el retrato de la protagonista y esta aparecía viva. Aquí Charles duerme y se le aparece Juana como un fantasma –en realidad está soñando-.

Es al final cuando ante la presencia en sueños de los principales personajes, se ofrezca quizá un epílogo un poco previsible, aunque en él se de cita un notable y agudo sentido del humor, que diluye y dosifica la fuerza de las intensas secuencias precedentes. Secuencias estas en las que, bajo mi punto de vista, se encuentra lo más valioso de la propuesta; los modos de iglesia e inquisición para luchar contra Juana, la batalla contra la razón dentro de la propia fe religiosa, y la certeza de todos cuantos la llevan a la hoguera de que se trata de una joven llena de virtudes –ese cambio de impresiones entre pasillos de los dos mandatarios eclesiales, en el que ratifican su decisión de condenar a una inocente-.

Al mismo tiempo es fácil destacar en la película una manifiesta huída de cualquier secuencia que mostrara los ataques y batallas disputados. Para ello, unas bien insertadas elipsis logran que siempre tengamos la sensación de que a Preminger no le importaban los “grandes momentos” y sí en cambio lo rápido que los que llegaron al poder gracias a la “Doncella de Orleáns”, reniegan de tal forma de la muchacha, hasta finalmente tener que asesinarla en nombre de la iglesia y el estado.

Como señalaba al principio de estas líneas, SAINT JOAN es una propuesta arriesgada y valiente, que no mereció el rechazo recibido. Sin embargo, algunos resabios teatrales –la primera secuencia de la película, tras el inicio del primer flash-back que se desarrolla en el patio del palacio con el futuro rey- y discursivos –la ya citada reunión en sueños de los principales personajes, mitiga en cierto modo el alcance de sus propuestas-.

Calificación: 3

1 comentario

fabiani -

Me gusto mucho, la vi por la tele hace mas de 15 años pero creo recordar que la pusieron en color.