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CINEMA DE PERRA GORDA

THAT LADY IN ERMINE (1949, Ernst Lubitsch y Otto Preminger) [La dama del armiño]

THAT LADY IN ERMINE (1949, Ernst Lubitsch y Otto Preminger) [La dama del armiño]

Resulta curioso reflexionar ante la sempiterna admiración que Ernst Lubitsch prolongó siempre con un subgénero tan caduco, limitado y escasamente atractivo cinematográficamente como fue el de la opereta. Es innegable señalar que merced al mismo logró títulos  atractivos, que sabía aprovechar de sus pobres referentes elementos valiosos, y que en conjunto dominaba como pocos las limitadas posibilidades de sus propuestas. En cualquier caso, no es menos cierto que su implicación con la misma, se encuentra entre lo menos distinguido de una trayectoria brillante y reconocida.

Y en consecuencia a dicha adscripción, se carrera se cerró apresuradamente con una póstuma apuesta por la opereta historicista, que a su inesperada muerte tuvo que concluir su discípulo Otto Preminger. Nos referimos a THAT LADY IN ERMINE (1949), rutilante, recargada, apreciable, discreta, en ocasiones divertida y en otros momentos desangelada comedia musical de época, que se desarrolla en el norte de la frontera italiana en la segunda mitad del siglo XIX.

Estamos situados en el castillo de una localidad dominada por Angelina (Betty Grable), joven aristócrata que se acaba de casar con un oportunista oficial –Mario (César Romero)-. Poco después de la boda la población es invadida por oficiales del ejército húngaro, comandados por el coronel Ladislas Karolyi Teglas (Douglas Fairkbanks, Jr.). Mario huirá antes de la invasión para evitar ser ejecutado, mientras que los húngaros se hacen cargo de las dependencias, siempre al mando del enérgico y duro coronel.

No obstante, y pese a su adusto carácter, este no podrá evitar enamorarse del retrato de Francesca, una antigua antepasada de la actual propietaria, que conserva un asombroso parecido con esta. En realidad, los espíritus de estos nobles antepasados se han reunido para conjurar con su influjo la invasión húngara de estas instalaciones.

El núcleo argumental sobre el que se desarrolla THAT LADY IN ERMINE, en realidad bastante previsible, llega a evocar una lejana estampa de siglos atrás en la que un invasor precedente –igualmente encarnado por Fairkbanks- fue asesinado por la ya señalada Francesca para evitar la invasión de aquel entonces. En realidad, no se puede encontrar en la película un asidero de importancia, mientras que por contra se evidencian incoherencias de estructura –esa inocua secuencia musical de cierre-, así como una no muy afortunada combinación de elementos de índole fantástica –un poco en la línea de THE GHOST GOES WEST (El fantasma va al oeste, 1935. René Clair) o THE CANTERVILLE GHOST (1944. Jules Dassin). Si a ello unimos la escasa ductilidad de Betty Grable y el no suficientemente desmontado aire “kitsch” de la función, quizá nos permita concluir en el escaso nivel del conjunto.

Sin embargo, y pese a resultar una conclusión poco distinguida a su trayectoria –alberga similares aciertos y limitaciones que otra opereta cinematográfica realizada en aquel periodo por su discípulo y aún embrionario realizador, Billy Wilder -THE EMPEROR WALTZ (El vals del emperador, 1948)-, hay bastantes detalles que revelan el ingenio del realizador y hacen medianamente atractiva la función. Destellos y elementos que van desde el aprovechamiento que se hace de Douglas Fairkbanks Jr., sus juegos irónicos con ese gitano que resulta ser su rival amoroso, la presencia de secundarios como el mayordomo Luigi que encarna el gran Harry Davenport. Aspectos como esas “bombas mágicas” que se instalan delante de la orquesta cuando los dos contendientes amorosos se suben de tono, o la recurrencia al paso del tiempo en función del sentimiento amoroso.

Y es precisamente en esa vertiente, donde a mi juicio se alcanzan los mejores instantes de la película, ratificando una experta mano sensible y romántica que me sigue pareciendo una de las mejores cualidades de Lubitsch como realizador, y que puso de manifiesto en algunos de los mejores títulos de su última etapa –THE SHOP AROUND THE CORNER (El bazar de las sorpresas, 1940) , CLUNY BROWN (El pecado de Cluny Brown, 1946), HEAVEN CAN WAIT (El diablo dijo no, 1943)-. Y ello se manifiesta en esta ocasión en esa parte final en la que la pareja –que representan diferentes países- no puedan refrendar sus instantes amorosos. Y con ellos la nostalgia, la melancolía y la ausencia, finalmente resuelta con ese innecesario y breve número musical protagonizado por los fantasmas de los antepasados.

Calificación: 2

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