EYE OF THE DEVIL (1967, John Lee Thompson)
Hay dos elementos que pesan –en diferentes direcciones- en el resultado final de EYE OF THE DEVIL (1967, John Lee Thompson). La primera de ella es la referencia que toma de diversos éxitos precedentes en el cine fantástico británico –especialmente el de THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton), pero en menor medida THE MASQUE OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja, 1964. Roger Corman)-. La segunda –y esta en su vertiente negativa-, es constatar como diversos efectismos visuales propios de la década de su rodaje se insertan con demasiada estridencia en la película, incluso hasta malograr algunas secuencias potencialmente interesantes, como aquella en la que la esposa del protagonista es rodeada por unos hombres encapuchados, o la propia pesadilla posterior de esta. Ambas escenas se caracterizan por una fealdad visual definida en planos cortos, grandes angulares y zooms que empobrecen momentos en teoría atractivos. En todo caso, y aún reconociendo esta debilidad sixtie, creo que la película de Lee Thompson supone una brillante y, por momentos, fascinante muestra de cine fantástico, a la que el paso del tiempo no ha llevado a su reconocimiento –diversas causas habría para justificar esa laguna en cualquier tratado sobre el género inglés-, y que fue una de las producciones de la división inglesa de la M.G.M. auspiciadas por Martin Ranhosoff. Las crónicas señalan que fueron numerosos los problemas de producción surgidos. Entre ellos, la inicialmente prevista Kim Novak tuvo que ser sustituida en el rodaje por Deborah Kerr cuando ya se habían rodado casi todas sus secuencias, debido a una enfermedad –creo que la película salió ganando con el cambio-. Del mismo modo, se consignó la presencia de hasta cuatro directores en diferentes momentos del rodaje, lo cual puede explicar esas irregularidades y saltos existentes caracterizados por lo abrupto. Incluso en algunos momentos se tiene la sensación de haber sido cortada la película, como así señalan las crónicas.
Nos situamos en una atractiva velada musical en la casa del aristócrata francés Philippe de Mountfacon (David Niven) en Londres. Esta se interrumpe cuando el aristócrata es avisado por un lugareño, sobre la sequía de tres años que sufren sus viñas en la campiña francesa. Philippe pronto advertirá en su semblante la inquietud, teniendo que acudir a su castillo familiar para poder atender a la solicitud de sus vecinos. A ella se sumará al día siguiente su mujer, Catherine (Deborah Kerr), acompañada por sus dos pequeños. A su llegada a la fortaleza notará que se encuentra en un entorno extraño y cerrado, para el que no parece haber pasado el tiempo. Sufrirá extrañas vivencias y será testigo casual de una ceremonia en la que parece atisbar a su marido participando en ella. El paso del tiempo no será más que la constatación para Catherine de la intuición de que su esposo forma parte de una secta pagana que se extiende a toda la población de Bellenac, y cuyos antepasados murieron todos sacrificados como ofrenda. Será esta una terrible realidad que tendrá que asumir pese a sus deseos en dirección opuesta... y que será transmitida a Jacques, su pequeño hijo.
Como antes señalaba, numerosos fueron los inconvenientes que marcaron el proceso de rodaje de EYE OF THE DEVIL, que en la práctica provocan un notable desequilibrio en sus estructuras y secuencias. Se tiene la impresión de alargar innecesariamente una historia, los efectismos visuales aparecen intermitentemente, en varios momentos tenemos la sensación que la película discurre de forma abrupta... Y sin embargo, en todo momento se tiene la impresión de asistir a una experiencia absorvente y fascinante, hipnótica y sin escapatoria posible de sus personajes. El título que comentamos constituye –de la manera más intermitente que se quiera-, un ejemplo de que un rodaje lleno de problemas y unas circunstancia de producción adversas, pueden dar como resultado un título mucho más atractivo que muchos otros perfectamente ejecutados. Las propiedades del cine no dejan de ser un misterio más, y en este caso puede que gracias a la fuerza que le proporciona la excelente fotografía en blanco y negro de Edwin Hillier -esta película en color no sería ni de lejos la misma-, el acierto de la partitura musical de Gary McFarland -con ese tema bellísimo y sugerente que se interpreta por vez primera en los instantes iniciales durante la fiesta del aristócrata, avanzándonos un aroma inquietante-, unido a un excelente reparto en el que destaca la mirada transparente de Deborah Kerr, la forma de transmitir la tragedia en su rostro por parte de David Niven, el aspecto diabólicamente angelical del joven David Hemmings o el semblante torturado de la veterana Flora Robson, se erigen fácilmente por encima de la nulidad de la bella Sharon Tate, que trata en vano de resultar misteriosa.
Pero EYE... en todo momento sabe esconder en sus imágenes siempre turbadoras el secreto de una adoración milenaria –adelantándose a THE WICKER MAN (1973, Robin Hardy)-, superficialmente envuelta en el cristianismo, en los recovecos de una mansión llena de oscuros secretos, de sombras, de angostas escaleras circulares que parecen no tener fin. Toda una iconografía del horror gótico, trasplantada a un entorno detenido en el tiempo dentro de una sociedad modernizada. Es curioso a este respecto, señalar que tras un aparatoso progenérico definido por un resumen en planos cortos de la película, y los estupendos títulos de crédito diseñados por Maurice Binder tomando como base unas vías de tren nocturnas, la película inicialmente parece remedar la hechura de cualquier fiesta sixtie aparecida en las más populares comedias del periodo –la presencia de Niven hace pensar en el primer momento en THE PINK PANTHER (La pantera rosa, 1963. Blake Edwards)-. Es por ello, que quizá de forma casual, EYE OF THE DEVIL me parezca una oposición de tradición y modernidad esgrimida a partir de adoptar una serie de tics visuales totalmente desfasados. Rasgos todos ellos inherentes en una película indudablemente imperfecta, pero al mismo tiempo turbadora y merecedora de una mayor consideración. Es el misterio del cine, que muchas veces está ausente de interés en películas impecablemente confeccionadas, pero que en un producto defectuoso como el que nos ocupa, parecen trasladarnos de forma sensible a un mundo de pesadilla.
Calificación: 3
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Jordan Trunner -
Jordan Trunner