JASON AND THE ARGONAUTS (1963. Don Chaffey) Jason y los Argonautas
Tras tener la oportunidad de contemplar buena parte de sus aportaciones cinematográficas –especialmente durante la segunda mitad de la década de los cincuenta, aunque extendiendo su radio de acción hacia el siguiente decenio-, creo que podríamos destacar tres de entre las numerosas aportaciones cinematográficas debidas al mundo de fabulación de ese gran mago llamado Ray Harryhausen. El paso de los años ha permitido redescubrir su importante aporte al cine fantástico del periodo, especialmente vinculado a la Columbia, colaborando con el productor Charles H. Scheneer, y expresado en una serie de títulos que hicieron las delicias de las generaciones más jóvenes de aficionados de aquel entonces. De todas las que contaron con su talento como encargado de visualizar las ya inmortales maquetas de monstruos y animales mitológicos –varias de ellas también como productor asociado-, personalmente me quedo con THE SEVENTH VOYAGE OF SINBAD (Simbad y la princesa, 1958. Nathan Juran), MYSTERIOUS ISLAND (La isla misteriosa, 1961. Cy Enfield) y también JASON AND THE ARGONAUTS (Jasón y los argonautas, 1963. Don Chaffey)
Entre esta terna, cabría destacar una especial relación entre el primero y el tercero de los títulos citados. Ambos se caracterizan por su desarrollo en parajes y ambientaciones temporales basadas en la leyenda y la fantasía, mientras que en ellos hay una característica en común que, bajo mi punto de vista, permite que emerjan como productos sólidos e inspirados, más allá de la innegable destreza de los elementos creativos dispuestos por Harryhausen. Me estoy refiriendo por supuesto a una adecuada formulación como título de aventuras, que quizá en el film de Juran adquiera unos tintes más acabados, pero que del mismo modo se extiende a esta realmente estimulante mezcla de producto mitológico, en donde además se vehicula una nada velada visión nihilista de la fe religiosa. Todo ello se alcanza mediante la conjunción de un importante equipo técnico que funciona con una gran compenetración, permitiendo que la película adquiera una gran consistencia al cumplir con creces su función de “gran espectáculo”. Esta confluencia tendrá sus exponentes más brillantes en la aportación del propio Harryhausen, creando algunas de sus criaturas más inolvidables; en la luminosidad de la fotografía de Wilkie Cooper; en la de Bernard Herrmann como artífice de una banda sonora que deja entrever ya su estilo más característico, y que por momentos logra definir el carácter de algunas de sus secuencias –el matiz casi paródico que preside la célebre pelea de Jason con los esqueletos- y, de forma muy especial en la eficacia de un montaje –obra de Maurice Rootes- que logra casi en todo momento, proporcionar la necesaria fluidez a un conjunto que quizá precisamente por ese rasgo -unido a su propia ingenuidad-, logra contagiar todo su encanto.
JASON AND THE ARGONAUTS combina en su desarrollo argumental su ascendiente mitológica, con su inclinación al cine de aventuras. Es precisamente esa vertiente, la fluidez de su conjunto, o el aprovechamiento de pequeños detalles –esa hermosa presencia de la imagen de la diosa que protege al protagonista en el barco que porta a todos sus tripulantes, generalmente encuadrada con el fundo azul luminoso del cielo-, el que permite que la película adquiera personalidad propia, intercalándose en ellas con rara perfección, las diferentes criaturas y “maravillas” creadas por la labor de Harryhausen. Entre ellas, quizá sea especialmente valorada la presencia de los esqueletos en un duelo a espada –puede que por su complejidad técnica-, aunque personalmente prefiera el empaque y la integración que se ofrece en el episodio del gigante Talos –el descubrimiento de la inmensa galería de tesoros que se esconde en su base, la espléndida planificación de la ubicación de las figuras mitológicas en la isla perdida, el aliento trágico que tiene el momento en que Jason logra vencer al enorme gigante blandiendo su punto débil en el talón-, o la tensión que se vislumbra en los momentos previos al discurrir de la nave por medio de unas montañas a punto de desplomarse, y poco antes de que el dios Neptuno aparezca con forma humana y logre ayudarles en su cometido.
Esa mezcla de ingenuidad y convicción y el adecuado ritmo logrado, a mi juicio solo tienen un relativo bache a partir de la llegada de la tripulación del protagonista hasta las tierras en donde se encuentra el vellocino –objeto de la expedición-. Pese a la adecuada planificación, no faltarán secuencias de danzas folklóricas y una serie de elementos directamente inspirados en el peplum italiano, que lograr interferir un poco en el resultado final –que por otra parte tiene una conclusión un tanto apresurada-. Una conclusión esta que recurrirá una vez más a una visión en la que se traslada la batalla de los humanos, como fruto del juego caprichoso de los dioses. Una mirada indudablemente reveladora y hasta blasfema, que contempla incluso el enfrentamiento entre Zeus –un magnífico Niall MacGinnis- y Medea –Nancy Kovacs-. El primero de ellos solo valora el devenir de los mortales como elementos de diversión, mientras que la joven diosa se muestra dispuesta a ayudar a Jason en su aventura mitológica, con una conmiseración que llega a demostrar un atractivo hacia este –algo que llega a provocar la mirada irónica de Zeus-. Pero esa misma crueldad de los dioses, es la que en un momento determinado hará manifestar al protagonista que en un futuro indeterminado, los seres humanos llegarán a prescindir de los dioses para el desarrollo de sus vidas. Como se puede comprobar, en muchas ocasiones incluso dentro del cine de evasión del pasado, no dejaba de deslizar a través de sus imágenes y propuestas, reflexiones y pensamientos de los que generalmente tan ausentes se encuentra el equivalente de nuestros días.
Calificación: 3
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