THE MAN UPSTAIRS (1958, Don Chaffey)
En no pocas ocasiones he escuchado aquella aseveración que señala que una de los rasgos argumentales más propio del cine inglés, ha sido la plasmación de una historia que podría aparecer de entrada lo más extravagante posible, pero que era tratada con la mayor contención y sensatez que pudiera parecer. Se trata de una premisa que se utilizó de manera muy especial en su modo de entender la comedia -y ahí tenemos el ejemplo de las surgidas en los Ealing Studios- pero que se extendió a muestras de los géneros más contrapuestos, ofreciendo con ello magníficas muestras de lo uno se atrevería a denominar como el ‘cine del matiz’.
Plena muestra de dicho enunciado lo propone a mi juicio THE MAN UPSTAIRS (1958) realizada por el apreciable Don Chaffey, un relato minimalista que se extiende en su duración a la real del inesperado drama sugerido, y que combina en su desarrollo ña tensión del relato policial de tensión con el drama psicológico surgido a partir del elemento catalizador del mismo. Todo sucede en la madrugada de un día cualquiera de Londres. En el último apartamento de un modesto y vetusto edificio contemplaremos la pesadilla vivida por John Wilson -en realidad Peter Watson- (un magnífico Richard Attenborough). Se trata de alguien que despierta aterrorizado e incapaz de encender la calefacción de aquella fría noche. Acudirá a pedir ayuda a su compañero de rellano, un joven y adusto pintor, quien mostrará su recelo a hacerlo. En el desconcierto por su deambular por la escalera, el protagonista agredirá inconscientemente a otro de los vecinos -el quisquilloso e intolerante Mr. Pollen (Kenneth Griffith)- quien llamará asustado a la policía. Esta acudirá de inmediato, al tiempo que lo hará el joven psicólogo Sanderson (Donald Houston). Sin embargo, y contra el deseo de este último de procurar un tratamiento psicológico al alterado Wilson, los agentes de policía intentarán reducirle acorralándole en la puerta de su apartamento, lo que accidentalmente provocará en la brusca respuesta de este, que uno de dichos agentes sea arrojado por la escalera, quedando herido de gravedad. A partir de ese momento se hará cargo de la situación el curtido y un tanto intolerante Inspector Thompson (un sensacional Bernard Lee), quien en todo momento intentará reducir al individuo por medios expeditivos. Llegados a este punto, todo se articulará en una doble lucha. Por un lado, el debate entre Sanderson, el duro Thompson y el veterano y agudo superintendente (soberbio Walter Judd), a la hora de dilucidar que métodos utilizar para resolver una situación enquistada, y en la que se han pedido refuerzos exteriores que han provocado la curiosidad de los viandantes en plena noche. De otra, la lucha mantenida por la joven Mrs. Barnes (espléndida Dorothy Allison), una muchacha que pronto se ha erigido implícitamente en la defensora de alguien a quien ha conocido en sus gentilezas poco tiempo antes, y al que intentará ayudar localizando a la que fue prometida de este y, sobre todo, revertiendo la opinión absolutamente contraria que mantiene con el conjunto de residentes del edificio.
Así pues, THE MAN UPSTAIRS deviene en un relato tenso y por momentos crispado, que alberga en su alcance claustrofóbico quizá su principal virtud- Por momentos, me recordó una más alejada producción de 20th Century Fox -FOURTEEN HOURS (1951, Henry Hathaway)- en el que se describía la lucha para hacer desistir del suicido a un hombre que se quería tirar de un edificio. En este caso nos encontramos ante una mirada tan documental como sombría. Tan cotidiana como revestida de una notable capacidad descriptiva de caracteres, e intentando expresar en ello una pequeña radiografía de la sociedad inglesa del momento. Carente de banda sonora, lo que acentuará el grado de verismo de su enunciado, y surgida a partir de una historia y guion obra de Alun Falcuner, el film de Chaffey se beneficia de la precisión de su planificación, a lo que colaborará de manera considerable la áspera iluminación en blanco y negro de Gerald Gibbs. Para ello será determinante el brillante uso que se realizará de los diferentes rincones y estancias del edificio, que se convertirá prácticamente en el principal personaje de la función -serán muy escasos los planos exteriores nocturnos, todos ellos referidos a los avances de la presencia de bomberos y otras fuerzas, todos ellos encaminados a rescatar al protagonista desde el exterior-. Serán elementos que en su incardinación lograrán dar vida a un relato minimalista, alentado en momentos determinados por secuencias de crecimiento emocional, y en la que personalmente encontraré con mayor interés su letra pequeña, aquello que escapa a una cierta inclinación al estereotipo, que en ciertos momentos se adueñará de la película, impidiendo que se eleve su apreciable resultado general. Es algo que, por ejemplo, aparecerá de manera notoria en las secuencias en las que Mrs. Barnes intentará convencer a sus convecinos del lado oculto y las posibles justificaciones al comportamiento de Watson, mientras todos ellos se encuentran reunidos en su vivienda. Serán momentos en donde cierta tendencia al lugar común hará acto de presencia, en unos pasajes que estoy seguro tuvieron como punto de referencia el muy cercano 12 ANGRY MEN (12 hombres sin piedad, 1957) de Sidney Lumet.
Sin embargo, lo mejor, lo más valioso y convincente de THE MAN UPSTAIRS proviene de las secuencias más intimistas desarrolladas entre el psicólogo, el inspector y el superintendente, donde de manera más convincente se establecerá un contraste de mundos -la fuerza, la mente y la veteranía- o en los diferentes momentos en que se intentará convencer al encerrado para que deponga su actitud. Es por ello que el gran pasaje de esta interesante e ignorada película, se da cita en la secuencia final, que por momentos adquiere una cierta aura sobrenatural y de tiempo detenido, y en la que destacará en un segundo término esa mirada y leve sonrisa de comprensión del hasta ese momento intolerante inspector -maravilloso en ese momento Bernard Lee-, al asumir con convicción que su punto de vista era el erróneo. Así pues, en menos de hora y media no solo un hombre se salvará de su autodestrucción y tendrá una luz de esperanza, sino que todas aquellas personas que han vivido en carne propia el drama quizá, solo quizá, hayan iniciado un punto de inflexión en su manera de entender la existencia.
Calificación: 2’5
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