COME BACK, LITTLE SHEBA (1952, Daniel Mann)
Resulta curioso recordar lo que sucedió tras el paso de muy pocos años con muchas de las adaptaciones teatrales de originales de Broadway que trasplantó a la pantalla el cine de Hollywood durante los años cincuenta. En líneas generales, gozaron de un éxito tan atronador como efímero, pasando en muy pocos años de ser desmesuradamente galardonadas, a quedar rápidamente relegadas al olvido, mostrándose como ejemplos de un cine teatral y anquilosado, quizá poco representativo de la progresión de un medio que en aquel entonces buscaba otros recursos para ofrecer la competencia a la televisión, al tiempo que marcar su propia impronta de modernidad. Y es curioso remarcar que muchos de estos exponentes, fueron realizados por los entonces jóvenes representantes de aquella denominada “generación de la televisión” que, afortunadamente, en los últimos años está viendo reivindicar la valía de buena parte de sus propuestas. Cabe recordar a este respecto títulos como MARTY (1955. Delbert Mann), THE BACHELOR PARTY (La noche de los maridos, 1957. Delbert Mann), 12 ANGRY MEN (Doce hombres sin piedad, 1957), exponentes todos ellos tan insuficientes como estimables y ocasionalmente atractivos, que al menos intentaron reflejar otros problemas y otra mirada menos complaciente, hacia esa Norteamérica urbana, llena de sueños frustrados.
Quizá cabría reseñar como precedentes de todas esta corriente, las adaptaciones teatrales que, en el seno de la Paramount, trasplantaron a la pantalla nombres como Joseph Anthony o Daniel Mann. Precisamente del último de los realizadores citados, es uno de los más conocidos –y actualmente olvidados-; COME BACK, LITTLE SHEBA (1952) -jamás estrenada comercialmente en nuestro país-. La película describe el ambiente existente en un matrimonio de mediana edad –los Delaney-, fomado por Lola (Shirley Both) y Doc (Burt Lancaster). Bajo su aparente comodidad, no son sino un ejemplo más de una pareja inexistente, acomodaticia en sus manifestaciones de afecto, y basada en una falsa convivencia. Ella es una mujer bastante simple aunque de buen corazón, y él en el pasado tuvo una buena posición, que arruinó al dejarla embarazada de un hijo que perdió, imposibilitando poder tener más-, casándose con ella de forma apresurada. A raíz de ello, Doc se dio a la bebida, debilidad esta de la que ha logrado la recuperación momentánea. Sin embargo, dentro de un entorno tan monótono como plácido, surge una nueva luz con la llegada de la joven Marie (Terry Moore) como hospedada en la casa de los Delaney. Se trata de una joven estudiante que a Doc le recordará el pasado, relacionada con un joven bastante vulgar –Turk (Richard Jaeckel)-, y que al maduro propietario se le antoja inadecuado. Ello propiciará su repentina caída en la bebida, y la intuición a Lola de la soledad de su existencia, plagada de abandono y dejadez.
Indudablemente, se trata de una temática quizá demasiado recurrente vista a ojos de nuestros días, pero no lo era tanto en aquellos primeros años cincuenta, en donde posteriormente aparecían en otros países, equivalente como el que en nuestro país ofreció MUERTE DE UN CICLISTA (1955, Juan Antonio Bardem) y otros títulos del estilo, definidos por personajes frustrados, mediocres y de escaso horizonte vital. Pienso que una mirada actual sobre todos estos exponentes debería estar desprovista de prejuicios, e intentar apreciar lo que de aplicación de lenguaje cinematográfico demuestran cada una de ellas por separado. En este sentido, hay que reconocer que, pese a sus limitaciones y latiguillos, el film de Daniel Mann resulta en su conjunto un producto más que estimable, logrando una adaptación teatral en la que la movilidad de la cámara y el uso de reencuadres, rompen en todo momento con el previsible estatismo de la función –en este sentido, su resultado es mucho más atractivo que la posterior THE ROSE TATTOO (1955) del mismo director, más plegada al forzado histrionismo de Anna Magnani. Nadie niega la teatralidad de la misma –es más, la acción se centra en el interior del hogar de los Delaney-, pero lo cierto es que la aplicación de ese rasgo resulta francamente atractiva, depositando el peso de la función en una cuidada escenografía, un excelente trabajo fotográfico de James Wong Howe, el peso que queda de la adaptación del original escénico de William Inge, magnífico observador de los vicios y costumbres del americano medio y, por supuesto, la labor del conjunto de intérpretes. Y en ese sentido, preciso es reconocer que cuando la acción se detiene en el desarrollo de los personaje de la pareja de jóvenes, el interés decrece –por más que Richard Jaeckel componga con eficacia un retrato de estudiante obtuso de atractiva presencia, cortas luces, avidez de sexo e imagen deportiva-. Sin embargo, es en los conflictos generados por el matrimonio protagonista, donde la labor de los actores se entrega a lo que quizá algunos podrán descalificar como un ejercicio histriónico. No me sumo a esa opinión. Puede que Lancaster caiga en algunos tics cuando se plasme su retorno a la bebida –algo que por otro lado parece inevitable cuando se plasma el alcoholismo en la pantalla; Ray Milland, Jack Lemmon, Albert Finney-, pero lo cierto es que su trabajo es espléndido. Mas lo es el fabuloso despliegue de vulnerabilidad efectuado por una actriz hoy día olvidada –Shirley Both, que logró con este trabajo el Oscar a la mejor actriz de aquel año-, quizá debido a su corta carrera en el cine, y más destacada en los escenarios de Broadway –donde logró tres premios Tony-. El retrato que ofrece de la alelada Lola es todo un prodigio de matización y sinceridad –en el que tanto aporta su peculiar acento-, y logra junto a Lancaster algunos instantes realmente conmovedores; la confesión que ambos mantienen de los motivos que los unieron en matrimonio en el portón de su casa, o la secuencia de reconciliación-aceptación final, dan la medida de la sinceridad de una propuesta quizá deudora de un modo de hacer cine hoy día totalmente olvidado, pero no por ello menos eficaz en sus fórmulas e, incluso en sus mejores momentos, realmente conmovedor.
Calificación: 2’5
2 comentarios
Johnny Guitar -
jeff costello -
Bueno, a seguir viendo cine...