Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

ADA (1961, Daniel Mann) El tercer hombre era mujer

ADA (1961, Daniel Mann) El tercer hombre era mujer

El paso del tiempo, ha relegado en el olvido la filmografía del norteamericano Daniel Mann, siempre en detrimento de los otros dos “Mann” compañeros de profesión en el cine USA –Anthony y Delbert-. Si en el caso del primero, ya al inicio de los sesenta consolidó entre la crítica su condición de realizador de primera fila, y en el del segundo, que con el paso de los años ha quedado en un segundo término –pese a la irregularidad de su filmografía- al menos recibió en 1955 el reconocimiento de la industria con un Oscar por su labor en MARTY (1955), lo cierto es que Daniel Mann jamás mantuvo consideración alguna, más allá de servir en sus películas como plataforma de lanzamiento para que los intérpretes de sus películas –en especial mujeres- recibieran nominaciones o incluso Oscars de interpretación. Proveniente del terreno de la puesta en escena teatral, actrices como Liz Taylor, Anna Magnnani o la menos conocida pero excelente Shirley Booth, fueron las beneficiarias de sendas estatuillas con títulos firmados por nuestro director, lo que le hizo objeto del interés de actrices capaces y deseosas de lograr a dicho galardón, como lo fue Susan Hayward –lo alcanzó con I WANT TO LIVE! (Quiero vivir, 1958. Robert Wise), que había protagonizado ya en 1955 I’LL CRY TOMORROW (Mañana lloraré) al auspicio del cineasta. Consciente de las facilidades y la mano experta que llevó a la cabo a la hora de extraer en la pantalla el histrionismo de sus intérpretes, retomó la dirección de otro vehículo de la magnífica actriz –ADA (El tercer hombre era mujer, 1961) –horrible título español- que,  pese a sus servilismos, seis décadas después de su realización demuestra mayor interés del que se reconoció en su día, como ha venido sucediendo con buena parte de las películas protagonizadas por la actriz. Dramas por lo general acaparados por un personaje femenino de fuerte personalidad, capaz de permitir a la intérpretes ofrecer sus rasgo de estilo como tal.

En esta ocasión, nos encontramos ante una comedia dramática que bien podría tener una pequeña referencia –jamás alcanzada-, dentro del subgénero de cine político filmado en USA, puesto que dentro de la sumisión a la fauna humana descrita, no deja de aparecer como una descripción de los turbios manejos de la política americana –por otro modo bastante extrapolable al panorama que domina la andadura política en nuestro país-, dentro de una historia extraída de la novela de Wirt Williams que, si bien puede aparecer algo primitiva, no deja de ofrecer su grado de efectividad, tanto en su vertiente temática, como al mismo tiempo en su plasmación a la pantalla. Y es que de entrada, podemos señalar que el personaje que contempla en primer momento el espectador, no deja de aparecer como una extraña mixtura del candidato finalmente vencedor frente al veterano Spencer Tracy en la entrañable THE LAST HURRAH (El último hurra, 1958) de John Ford, así como un preludio simplón del más maquiavélico aspirante republicano encarnado y dirigido por Tim Robbins en las estupenda BOB ROBERTS (Ciudadano Bob Roberts, 1992. Tim Robbins). Ese Bo Gillis encarnado por Dean Martin, un sheriff de cortos pensamientos pero empática y simple personalidad, catapultado por un eterno medrador de la actividad política –Sylvester Martin (excelente Wilfrid Hide Whyte)-, y acompañado por un antiguo compañero de colegio –Steve Jackson (Martin Balsam)-, encargado de elaborar sus discursos. Gilis siempre irá acompañado de su guitarra, dirigiendo pobrísimos mensajes a un auditorio eminentemente rural que no deja de apoyar a su candidato a gobernador de un innombrado estado sureño. Una noche tras una jornada repleta de actos, será presentado a una ya veterana mujer de compañía –Ada (Hayward)-, con la que de inmediato se iniciará un flechazo que al cabo de dos semanas, y de manera inesperada concluirá en matrimonio-, provocando la alerta de Martin e incluso Steve, quienes intentarán en vano que disuelva dicha unión. Gillis alcanzará –mediante una última argucia de Sylvester, que provocará que la mujer del máximo contrincante se suicide; una muestra de la ausencia de escrúpulos de sus manejos- el cargo ansiado, viendo muy pronto como su figura se diluye en una auténtica marioneta de su mentor y promotor. Intentará oponerse a sus intenciones, pero ello aparecerá casi imposible, registrándose la renuncia por chantaje de su vicegobernador. La intención de Ada de postularse para ocupar dicho cargo, utilizando para ello la ayuda de Sylvester, provocará la decepción de su esposo, quien sufrirá un atentado de bomba en su coche del que saldrá herido. Herido física pero también moralmente, al comprobar como su esposa va a suplantarle como gobernadora en funciones, sin saber que en realidad ha decidido aplicar los mismos modos de Martin, para intentar revertirlos en su contra, logrando erradicar su nefasta presencia en el parlamento estatal.

Lo cierto es que pese a la limitación de su alcance –no pretendamos encontrar en esta producción de la Metro un análisis en profundidad de la actividad política, como el que ofrecería al año siguiente el admirable Otto Preminger de ADVISE & CONSENT (Tempestad sobre Washington, 1962)-, lo cierto es que el film de Daniel Mann se erige en una nada desdeñable actualización, más realista y también menos efectiva a nivel fílmico, de aquellas parábolas caprianas propuestas en la obra del realizador italiano entre mediada la década de los años treinta e inicios del siguiente decenio. La moderada valía de ADA reside por un lado en la capacidad de ofrecer un título que nos recuerde la grandeza y la miseria de la actividad política estadounidense, a partir de la incorporación de una ficción dominada por ese rol femenino encarnado con su habitual solvencia por Susan Hayward. Esa mujer de compañía que se transformará en poco tiempo en primera dama, e incluso por circunstancias en regidora del estado, y que con la ambivalencia que dominará su personalidad, destruirá la lacra que atenaza la iniciativa política del estado, dominada por hombres que solo esperan obtener beneficios a través de las leyes que se aprueban.

Daniel Mann articula las casi dos horas de la película con oficio. Es cierto, como antes señalaba, que los primeros minutos resultan difíciles de creer, a la hora de mostrar unos asistentes a los ridículos mítines de Gillis, deseosos de jalear a un candidato que demuestra en todo momento su enorme simpleza. Poco a poco, iremos conociendo la enorme eficacia de los turbios manejos de ese Sylvester que, tanto cuando está en escena como en el off narrativo, aparece en todo momento como el demiurgo de la función. Combinando una creciente presencia de elementos dramáticos –la por otro lado esperada secuencia del atentado al gobernador, narrada con extraña sobriedad-, otros deudores de la comedia –esa secretaria de Sylvester, que es mostrada haciendo calceta en su despacho- y siempre dentro de un tono cotidiano. Su realizador demuestra conocer a fondo la caligrafía cinematográfica –el uso de los fundidos en negro- y, sobre todo, saber extraer lo mejor del plantel de actores que tiene a su cargo. En ADA, ello se manifiesta de manera especial en la secuencias “a dos” –quizá el espacio dramático donde se encuentra más cómodo y alcanza una mayor intensidad en sus títulos-. Es precisamente ese ámbito, donde se pueden destacar las que quizá sean los dos momentos más atractivos del relato. Uno será la casi dolorosa secuencia en la que Ada visita a su esposo, herido por el atentado en el hospital, recibiendo de este todo tipo de reproches en un corto episodio dominado por la iluminación en semipenumbra y la excelente dirección de actores. El otro es quizá el más valioso a nivel de puesta en escena, y se encuentra inserto cuando la esposa de Bo implora a Sylvester su ayuda para ocupar el cargo de vicegobernadora, simulando su aparente servilismo al corrupto e intrigante personaje. Con mucho tacto, Daniel Mann aprovecha como nunca el formato panorámico insertando a Martin en el lado derecho del encuadre, relacionando a Ada mediante su reflejo en el espejo ovalado que se encuentra en la parte izquierda del mismo, y describiendo que ese aparente servilismo, no es más que una falsedad.

Al margen de estos elementos concretos, ADA adquiere un especial interés en su parte final, cuando la acción se traslada a la cámara donde se van a votar las leyes que irían a minar buena parte de los intereses que Sylvester tenían de la mano, utilizando los resortes de su fiel y al mismo tiempo detestable coronel Yancey (un magnífico Ralph Meeker). Este no dudará en someter a una encerrona a Ada, a la que al mismo tiempo desea, al objeto de lograr una grabación que descubra su pasado. Ese periodo que ella misma ocultará a la alta sociedad del estado, mostrando con ello una cierta ambivalencia en su comportamiento, que a la postre servirá para conceder una superior fuerza al hacer creíble su impecable comportamiento con la ciudadanía. Ello permitirá un intenso episodio magníficamente rodado en la cámara parlamentaria, en la que su ágil planificación tendrá su punto de máximo interés con esos travellings laterales que seguirán el maletín que contiene la grabación que supondría el definitivo hundimiento de la gobernadora provisional, mientras se lograr articular esa votación in extremis que debilitará el poder de Sylvester. Un intento que, de manera dramática, solo podrá culminar con éxito un Bob Gillis que, por vez primera, articulará su vocación de servicio, reconocerá la valía y las nobles intenciones de su esposa… y al mismo tiempo llevará a reconocer a Steve que ha hecho su mejor discurso… sin su ayuda. En definitiva, una película que aúna s vocación mainstream –entendida esta en aquellos inicios de los sesenta-, ofreciendo al espectador un producto que quizá hoy día resulte más interesante que en el propio momento de su estreno, donde resultó rápida e injustamente condenado al olvido.

Calificación: 2’5

0 comentarios