THESE THOUSAND HILLS (1959, Richard Fleischer) Duelo en el barro
Para aquellos que piensen que la imagen y la aparente buena apariencia y modales, son elementos prácticamente ineludibles para la integración en la vida social y política de alguien procedente de una clase social humilde, obrera o de ascendencia conflictiva, y creen que ambos rasgos son determinantes en unas sociedades tan superficiales como las del mundo occidental de nuestros días, lo único que resulta erróneo en esa afirmación, es reconocer que dicha premisa siempre se ha expresado así.
El cine ha estado en todo momento atento a la narración de la trayectoria de estos arribistas procedentes de clases humildes que, llegado un momento de sus vidas y combinando sus cualidades, ambiciones y posibilidades, logran acceder a este entorno del poder que siempre han anhelado secretamente, basándose tanto en su encanto personal, como en una sutil combinación de inicial honestidad e integración en el terreno de la hipocresía que les elevará a un nuevo estrato social. Ejemplos conocidos de esta vertiente los tenemos en el Montgomery Clift de A PLACE IN THE SUN (Un lugar en el sol, 1951. George Stevens), el Lawrence Harvey de ROOM AT THE TOP (Un lugar en la cumbre, 1959 . Jack Clayton) –que tuvo una continuidad años después con NOTHING BUT THE BEST (Fango en la cumbre, 1964) de Clive Donner- o, de forma mucho más cercana, el excelente Jonathan Rhys Meyers de MATCH POINT (2005, Woody Allen). Los dos primeros surgieron de la intuición literaria y capacidad de crítica social de Thedore Dreiser –siendo trasladado al cine previamente en un poco conocido film de Joseph Von Sternberg- y el film de Clayton de la pluma de John Braine, conservando todos ellos una serie de semejanzas, como si realmente la descripción que se realiza de este tipo de relatos se desarrollara a partir de parámetros similares.
Pues bien, resulta francamente sorprendente que a la hora de realizar la aproximación de conocidos arribistas trasladados a la pantalla, no se haga mención a Lat Evans, el protagonista de la excelente THESE THOUSAND HILLS (Duelo en el barro, 1959), que no solo permite uno de los más valiosos personajes cinematográficos de esta vertiente, sino que además lo inserta en el contexto del western. Además de esta característica, resulta obligado considerar esta película como uno de los últimos grandes exponentes del cine del Oeste realizados en un periodo casi terminal para el género. Situándose asimismo entre los títulos más logrados de la filmografía de Richard Fleischer, ubicado en el periodo más importante de la trayectoria de este sorprendente realizador.
Evans -un modélico Don Murray, que demostró una vez más ser el auténtico heredero de Montgomery Clift en el cine norteamericano de finales de los 50 e inicios de los 60- es un joven procedente de Oregón que ha tenido una infancia problemática. Del fracaso existencial y las actitudes violentas de su padre, ha heredado la intención decidida a triunfar en la vida, siempre avalando ese deseo en el trabajo que emprende, hasta concretarlo en su deseo nada oculto de poseer un rancho en propiedad. Es adoptado por un grupo de vaqueros que comanda Ram (Harold J. Stone), y desde el primer momento se proyectará la dualidad en su joven y al mismo tiempo compleja personalidad. Por un lado aflora su ambición –demostrada en el deseo de realizar un doble trabajo y la intención de enriquecerse lo más rápidamente posible- y por otro la nobleza que despliega en la relación de amistad que mantiene con Tom (Stuart Whitman). Una vez el grupo llega a una localidad de Montana, Lat conocerá a Callie -magnífica, como siempre, Lee Remick-, sintiendo la joven que él puede encontrarse el hombre de su vida, aunque Evans no sea consciente de ello. Nuestro protagonista viajará y luchará contra las nieves del invierno acompañado por Tom, cazando numerosas pieles de lobos. Sin embargo, y tras una discusión, su fiel amigo decide marcharse y abandonar a Lat, dejando a este solo en sus deseos ante la nieve y la intemperie del campo. Pero poco después se adentrará hasta allí un grupo de indios, quienes desean el caballo que es propiedad de Lat. Se sucede en dicho encuentro un tenso incidente que se salva por la cercana presencia de Tom y la resistencia del propio protagonista, que ha sido hecho herido. Su compañero lo llevará hasta la ciudad, donde se recuperará en la casa de Callie, quien atiende al herido de la manera más amorosa posible. Una vez logrado su restablecimiento, el joven vaquero acudirá banco con la intención de pedir un prestamos, que se le negará en la medida que no disponer de avales que puedan asegurar el retorno del dinero. En esta tesitura y cuando comenta a la muchacha las circunstancias vividas, esta le ofrece con sinceridad todos sus ahorros –más de dos mil dólares-, para que pueda cumplir su sueño de tener un rancho, devolviéndoselos cuando pueda. A partir de este inesperado giro, Evans se convertirá con rapidez en un hombre afortunado y dispuesto a alcanzar sus pretensiones. Un sendero en el que tendrán una especial incidencia sus encuentros y posterior boda con Joyce –Patricia Owens-; tía del banquero local, y persona definida en unos aparentes refinados modales, que en realizad esconden una puritana de segunda generación.
Será era la trampa en la que Lat caerá sin red de fondo, casándose con ella e incluso teniendo niños posteriormente. Con la normalización de su nueva condición social, el próspero ranchero ha abandonado de hecho a esos viejos amigos que le ayudaron en el pasado, cuando era un joven amable y activo. Ahora de ha convertido en un hombre que ha heredado las consignas puritanas propias de las fuerzas vivas de la localidad, y con ello opta a presentarse como Senador de los Estados Unidos. Será ese el detonante para acudir –junto al resentido Jehu (Richard Egan), que siempre ha envidiado el carisma natural del protagonista- a la captura de unos ladrones de caballos y reses. Tras rodearlos y situarlos se descubre que uno de ellos es su viejo amigo Tom. Entre los que hasta allí han llegado se impone la sentencia improvisada de colgarlo, aunque Evans sugiere llevarlo ante la ley y juzgarlo. Su intervención es abortada al ser agredido y perder el conocimiento, y llevando a la horca a su entrañable amigo del pasado.
El retorno del respetado ranchero a la ciudad supondrá para él un auténtico calvario. En su viaje a caballo se acumularán los recuerdos y pensamientos, y la nostalgia del pasado se refleja en el trayecto por el campo, ante esas montañas nevadas que tanto significaban en su origen, transmitiendo ecos de una vida pasada de la que quiso huir a cambio de perder todo atisbo de integridad personal. Al llegar a su casa se planteará con su esposa la necesidad de atender un mensaje de Callie –que se ha convertido en la prostituta de la localidad y ha recibido una brutal agresión-, en el que esta le pide ayuda. Será el detonante –junto a la muerte de Tom-, que hagan vivir en su mente el remordimiento por una conducta reprobable y lo equivocado que ha estado al optar por el camino del fácil halago, el puritanismo y la falsedad. Por ello, y aún sabiendo que esta acción anulará totalmente cualquier intento de una trayectoria política –en la que tenía casi asegurada su concesión de Senador-, se dirige a Jehu –culpable de la paliza que ha proporcionado a la joven-, retándolo a una brutal pelea en el barro de la calle, donde intentará vengar todo el mal que ha hecho hasta el momento presente –destacando en ello la paliza que este ha provocado –y del cual la agresión a Callie es su último exponente-. En un momento determinado, Jehu estará a punto de disparar contra Lat y matarlo, pero es la propia agredida quien rematará a este, tras cuya catarsis permitirá que la ciudad retorne a la normalidad. Evans abandonará cualquier intención de ascenso social, pero mantendrá su matrimonio con Joyce y sus hijos, a los que quiere sinceramente, y al mismo tiempo encontrará una insospechada comprensión en su esposa, para que él mismo declare a favor de Callie cuando sea encausada en el juicio por el asesinato de Jehu.
Al principio de estas líneas, hablaba de la singular incursión de un Richard Fleischer en el mejor momento de su trayectoria, dentro de un género que apenas practicó en el conjunto de su filmografía. Es quizá por dicha circunstancia, que esta magnífica película denota desde el primer momento una extraña personalidad basada en el respeto a los rasgos más comunes que el cine del Oeste comporta, pero al mismo tiempo es clara su querencia melodramática, el acierto en la descripción de los retratos psicológicos de sus personajes, la inclusión de elementos que confluyan en un estallido violento y, fundamentalmente, el desarrollo de una narración que permite describir una dura crítica hacia la falsedad que la apetencia del poder se interna en las personas. Una mirada esta que permite que se solapen y queden en off narrativo muchos elementos que han servido para el ascenso social de Lat. En ese rasgo concreto, el film de Fleischer resulta hasta cierto punto insólito, en la medida que no se plantea buscar un relato de efectos melodramáticos, sino ofrecer todos los elementos más proclives a dicha tendencia, definidos por lo general en elipsis o notables saltos temporales. Estos se encuentran por otra parte tan bien insertados, que la claridad de la película se mantiene incólume.
Sin embargo, a la hora de destacar algunas de las virtudes que hacen de este título uno de los últimos grandes westerns del cine norteamericano, me atrevería a señalar una vez más su espléndido uso del formato panorámico, la perfecta integración de los personajes en la majestuosidad del paisaje exterior, o la sensibilidad que se establece en las secuencias conjuntas que protagonizan Lat y Callie. Es evidente que se trata de personajes por los que el director siente un especial cariño, y en el fondo sabe que el joven arribista esconde en lo más hondo de su ser un notable sentido de la ética, mitigado y escondido tras el atractivo del dinero, el ascenso social y el sentimiento de poder. La excelente dirección de actores aplicada por Fleischer, permite obtener de Murray un retrato en el que la duda, la seguridad y la nobleza se aúna con su deseo de acenso social y económico, y de Lee Remick una labor llena de contención, sensibilidad y encanto. Por su parte, sabe definir a la que será esposa de Lat, con una serie de miradas y gestos que denotan su reprimido deseo hacia quien logrará convertir en su marido, así como también su militante y apenas soterrado puritanismo religioso. Fruto de estas características, me gustaría destacar uno de los instantes de realización más rotundos de esta magnífica película. Me estoy refiriendo a la salida de Evans airado del bando al negársele el préstamo que pide. En la puerta se encuentra Joyce –la sobrina del banquero-, con quien mantiene un breve diálogo lleno de aspereza. Sin embargo, Fleischer ya nos anuncia que este personaje será el detonante para su ascenso social, al encuadrar su figura tras una de las ventanillas abiertas del banco. Se trata, que duda cabe, de un detalle revelador de la tensión interna aplicada –en distinto grado- a todas las secuencias de la película, una de las propuestas más singulares de un género que estaba en aquellos años experimentando diversas variantes, antes de que pocos años después, su realidad como tal fuera prácticamente, un espectro cinematográfico.
Calificación: 4
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claudio -