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CINEMA DE PERRA GORDA

THE NAKED KISS (1964, Samuel Fuller) Una luz en el hampa

THE NAKED KISS (1964, Samuel Fuller) Una luz en el hampa

Considerada en sí misma, creo que THE NAKED KISS (Una luz en el hampa, 1964) es una de las propuestas más extremas alcanzadas por el cine norteamericano en la década de los sesenta. Un auténtico exorcismo fílmico y analítico que combinaba en su alcance ecos extremos y tardíos del cine noir, con otros procedentes de melodramas ejemplificados en títulos como PEYTON PLACE (Vidas borrascosas, 1957. Mark Robson). Dentro de la confluencia de esa mezcla explosiva, el título que nos ocupa deviene bajo mi punto de vista quizá la mejor obra de su realizador. Al menos es la más atrevida y ajustadamente desesperanzada en su implicación analítica. Es por ello, que teniendo entre mis títulos preferidos de Fuller, referentes como PARK ROW (1952), PICKUP ON SOUTH STREET (Manos peligrosas, 1953), FORTY GUNS (1957) o RUN OF THE ARROW (Yuma, 1957), la contemplación de THE NAKED… me ha noqueado de forma muy directa, permitiendo calificarla como mi obra preferida del realizador, de entre las que he tenido oportunidad de acceder. Hace no demasiado tiempo hablaba de la cierta decepción que –dentro de sus cualidades- me produjo SCHOCK CORRIDOR (Corredor sin retorno, 1963). Pues bien, todo lo que en este título precedente se caracterizaba a mi juicio –para lo bueno y lo menos bueno- por una irrenunciable retórica y la simpleza de su guión, tengo que reconocer que en esta ocasión se describe como una propuesta radical –la de la prostituta Kelly (Constance Towers)-, en el seno de una aparente amable ciudad, que muy pronto dejará traslucir todo lo que de hipócrita había –y sigue habiendo-, en esa sociedad paradigmática del progreso y la aparente convivencia, mientras que sus normas y leyes están fijadas para aquellos que se otorgan la prerrogativa de velar por la moralidad y de establecer a su conveniencia la frontera del bien y del mal. Un terreno este en el que Nelly emergerá como un auténtico revulsivo –la progresión de su guión me hizo pensar en ciertos personajes o resonancias bíblicas-, sirviendo como revulsivo la aparente comodidad que describe la vida habitual de una ciudad aparentemente idílica y tranquila, pero que en su lado oculto no alberga más que un cúmulo de falsas moralidades, apoyándose sus ciudadanos unos a otros en al refugio de sus rasgos inconfesables –especialmente entre aquellos representantes que deberían ser los portadores o valedores de esa moralidad intachable-.

Creo que nadie puede dudar del arrojo y la rotundidad de la secuencia que inicia como si fuera un puñetazo en el estómago THE NAKED… -una de las más estúpidas traducciones registradas al castellano, destrozando ese directo “el beso desnudo”-. En ella, la protagonista decide pegar una paliza al que se encuentra a su lado en una habitación, utilizando para ello el aparato telefónico y cayéndosele de la cabeza la peluca que lleva -ya que Kelly la tiene sorprendentemente afeitada-. Una vez noqueado este, se lleva los setenta y cinco dólares que el agredido le debía, y durante los títulos de crédito veremos a nuestra protagonista arreglando su aspecto mirándose al espejo, sobre el que se ubica la pantalla. La cámara gira tras su marcha hacia una hoja de calendario; nos encontramos en el 4 de julio de 1961. La elipsis nos lleva a un par de años después, con la llegada de Kelly a las calles de Grantville. La llegada provocará las reticencias del jefe de policía local –el capitán Griff (Anthony Eisley)- quien le invita a marcharse, sugiriéndole ejercer su profesión en una ciudad cercana pero perteneciente a otro estado, después de haber mantenido con ella una efímera relación. Tal vinculación será definida de una forma tremendamente original y a tono con la tendencia que va a definir la película: Kelly se encuentra con Griff en el banco de un parque y le muestra su maleta, en la que se contienen unas botellas de champañ.

El desarrollo del film de Fuller se caracterizará por una sucesión de secuencias definidas en su arrojo, inventiva, sentido de la elipsis y modernidad narrativa. Esa mezcla de relato melodramático lindante con el más puro folletín, el sustrato de cine negro y el fondo de crítica social, es el que da forma a la casi imposible historia de la conversión de la protagonista en una enfermera caracterizada por su extrema dedicación a niños minusválidos, provocando desde el primer momento la atracción de Grant (Michael Dante), descendiente del fundador de la ciudad, filántropo local y prototipo del esposo perfecto. Este compartirá con Kelly las inquietudes y sensibilidades por la lectura o la música clásica –esa admiración compartida por Goethe y Bethoveen, que no impedirá a la ahora enfermera advertir en él algo extraño cuando mantiene su primer beso con él-. Pese a esta insólita advertencia en una mujer experta en los manejos del amor, finalmente caerá hechizada ante la petición de matrimonio que el joven le formula, sincerándose ella en lo referente a su pasado. Todo parecerá ir a pedir de boca –incluso finalmente alcanza la aprobación de ese agente de policía que siempre la ha deseado sin ser correspondido-, cuando casualmente Kelly descubre las perversiones de su prometido con niñas menores de edad, matándolo furiosamente con el auricular del teléfono. El círculo se inicia de nuevo.

El asesinato de Grant será un mazazo para la ciudad y todo se volverá en contra de una protagonista que inútilmente intenta hacer valer sus argumentos, basados en su rehabilitación social. Todo aquello contra lo que ha combatido –centrando su lucha contra la falsedad y la hipocresía- se opondrá a ella con furia. Aparecerá el chulo al que agredió tras humillarla, la madame a la que se opuso se venga de aquel rechazo declarando en falso contra ella, y la joven muchacha a la que ayudó e intentó evitar que se introdujera en la prostitución, evitará declarar a favor de la encausada. Sin embargo, un fondo de justicia se vislumbrará cuando esta finalmente acceda a testimoniar a favor de Kelly. Será el indicio que necesita Griff para empezar a creer en los argumentos de la protagonista, y lograr con ella encontrar a la niña que provocó la acción por la que es acusada.

Como en todo relato folletinesco, la casualidad será la que permita esta circunstancia y la confesión final de la pequeña. Kelly es absuelta de su acusación, y finalmente reconocida por los habitantes de la ciudad, al haberles librado de un pervertido que ya había abusado de otras niñas. Ello no servirá de nada a la eterna desplazada en una sociedad que no perdona a personas que desde su aparente inmoralidad, cuestionan un modo de vida aparentemente consensuado y, en el fondo, tan cuestionable. Por ello se marchará de Grantville por medio de un hermoso plano general de la calle central de la localidad, sobre la que discurrirá caminando una mujer que ha permitido a esta comunidad, la incómoda evidencia de la falsedad de sus postulados.

Como antes señalaba, una de las mayores virtudes de este film admirable, estriba en haber sabido sintetizar esa desmesura narrativa inherente en el cine de su autor, dentro de un estilo de asombrosa modernidad. Las secuencias de THE NAKED… en todo momento sugieren mucho más de lo que muestran. Expresadas con resoluciones cinematográficas en muchas ocasiones deslumbrantes, y en no pocos casos delimitadas por medio de contundentes fundidos en negro, lo que aparentemente queda definido como un delirio cinematográfico finalmente conformará un relato sin fisuras, del que cabe destacar la entregada labor de Constante Towers, la espléndida iluminación de Stanley Cortez y la elegante partitura de Paul Dunlap, que reelabora unos fondos sonoros de ecos mancinianos, tan familiares en ese periodo.

Desde su deslumbrante inicio, el film de Fuller proporciona más que ninguna otra de sus películas esa desmesura visual que fue la impronta de su cine, y ofrece una sensacional ruptura de tono en su último tercio con el noqueante descubrimiento de las perversiones de Grant –que ansiaba casarse con Kelly al pretender encubrir en el pasado de ella su comportamiento sexual obsceno-. Ello no supondrá más que la piedra de toque para comprender el fariseismo de una comunidad en apariencia idealizada, pero que con demasiada facilidad muestra sus debilidades y fisuras. Sin duda la película se presta a un análisis mucho más detenido que el que ofrece esta reseña. Sirvan tan solo estas líneas para resaltar secuencias como las que describen la relación que se establece entre Kelly y Grant, el momento del propio asesinato de este, o las que marcan el desarrollo en la vocación de Kelly con las niñas discapacitadas, la más intensa de las cuales nos muestra a la protagonista cantándoles una canción en el hospital.

Todo en THE NAKED KISS es tan delirante en su apariencia como profundamente coherente en su formulación interna, permitiendo que figure en un lugar secundario la frustrada historia de amor que el capitán Griff mantiene con la protagonista –una de las más insólitas del cine USA en la década de los sesenta-, y nos haga recordar que Samuel Fuller quería incidir en el alcance discursivo de su propuesta, filmando una intervención acusatoria de Kelly en el juicio por asesinato a que era sometida. Por rara fortuna, las presiones de la productora impidieron tal incorporación, y creo que ello benefició el conjunto y proporcionó a su conclusión una enorme contundencia. En ocasiones, presiones externas finalmente arrojaron resultados insospechados. Sin duda, una gran película.

Calificación: 4’5


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