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CINEMA DE PERRA GORDA

THE PRESTIGE (2006, Christopher Nolan) El truco final. El prestigio

THE PRESTIGE (2006, Christopher Nolan) El truco final. El prestigio

Quizá excesivamente valorado en el resultado de la andadura cinematográfica desarrollada hasta la fecha, lo cierto es que desde su debut en MEMENTO (2000), Christopher Nolan ha sabido navegar con bastante habilidad entre las aguas del cine comercial con un cierto marchamo de calidad y originalidad. Desde su inclinación a argumentos que de por sí puedan ya provocar un interés de partida, su desprecio a la narrativa más o menos convencional, su capacidad para recrear cinematográficamente atmósferas asfixiantes y contrapuestas, pasando por esa –a mi juicio excesiva en ocasiones- recurrencia al montaje, definen las cuatro películas realizadas hasta el estreno de THE PRESTIGE (El truco final. El prestigio, 2006). He de señalar de antemano que esta quinta propuesta cinematográfica de Nolan es me parece con diferencia la más lograda de toda su trayectoria hasta el momento. Y lo es a mi juicio por conjugar con acierto todos aquellos elementos que se han venido expresando en sus títulos precedentes, y ofrecerlo además en un soberbio espectáculo cinematográfico, accesible a todo tipo de públicos. Lo ha logrado además con un producto sin fisuras en su ritmo, que combina la estupenda ambientación, el interesante estudio de caracteres, un constante suspense, misterio y juego con el espectador, y un aura fantástica que en esta ocasión Nolan ha sabido aplicar con destreza. Lo cierto es que su trayectoria ya empieza a despuntar como uno de los exponentes más prometedores del género, junto a nombres como M. Night Shyamalan o Andrew Niccol.

 

Pero por encima de todo, viendo el casi apasionante desarrollo de THE PRESTIGE, me atrevo a calificarla como el SLEUTH (La huella, 1973. Joseph L. Mankiewicz) del siglo XXI. Puede que tal afirmación a primera vista pueda parecer excesivamente entusiasta, más allá de la común presencia de Michael Caine en ambos repartos, y partiendo de la base de que tampoco llego a considerar el film de Mankiewicz como una obra maestra. Pero lo que me hace unir ambos títulos es el hecho –que quizá pocos hayan advertido- de que mas allá del constante juego que Nolan mantiene con el espectador, en realidad lo que refleja la película es la eterna representación de la lucha de clases. Se trata de una afinidad que emparenta ambos films, y que a mi juicio en el que ocupa estas líneas es lo que permitirá que su presencia perdure como un título para recordar, al tiempo que ejercer como uno de los exponentes más valiosos del cine mainstream 2006. Y es que lo que realmente resulta apasionante en esta magnífica película, es sin duda el duelo que durante años de sus vidas se empeñan en sobrellevar el acaudalado Robert Angier (Hugh Jackman) y el humilde pero atrevido Alfred Borden (Christian Bale). El primero tiene clase y apariencia, pero el segundo está dotado con el talento, la intuición y el atrevimiento de sobresalir, de intentar en definitiva rebelarse contra su origen obrero. A partir de ese nudo gordiano, es donde quizá mejor pueda entenderse el grado de fascinación que produce una historia que podría pecar de artificiosa, pero que tiene la enorme sagacidad de estar centrada en dos soberbios personajes y en el desarrollo de su eterna pugna, puesto que ambos son magos.

 

A partir de la presencia de esa profesión, es a través de la cual que Nolan construye y dosifica los elementos de su propuesta –que parte con guión propio y de su hermano Jonathan-, retomada de la novela de Christopher Priest. Es entonces cuando se produce un montaje desordenado de secuencias, momentos y actitudes de los principales personales –en una tendencia que se irá mitigando según vaya discurriendo el metraje, siempre centrados en la competición, la lucha y la rebelión por parte de Borden-, al ser consciente de su mayor calificación como mago y, sobre todo, su destreza a la hora de detectar el truco de los del resto de compañeros de profesión. Es quizá por ello que su personaje adquiere una mayor presencia en la función, ayudado fundamentalmente por la excelente prestación del joven Christian Bale –su trabajo se erige como un alarde de matización-, y basado en la aparente mayor honestidad de su forma de entender la vida –luego en realidad podremos comprobar que no deja de ser una apariencia, y en realidad el hecho de esa aparente autenticidad, no ha sido más que una norma de comportamiento forzada por su condición de clase.

 

Cierto es que dicha lectura no es en primera instancia la primordial o la que más cercanía ofrece dentro del conjunto. Es tan brillante su desarrollo visual, y están tan bien entrelazados, definidos y contrapuestos sus dos principales personajes, que ese juego del gato y el ratón permite que el espectador se mantenga constantemente atraído por lo que sucede en pantalla, por los giros de la función, y por la previsible réplica que pueda producir el oponente en esa lucha por dos brillantes exponentes del mundo de la magia a inicios del siglo XX en Londres. Pero es indudable que dicho artificio no podría sostenerse y dejar esa sensación final de obra cercana a lo apasionante, si el entramado psicológico de la función, o ese soterrado enfrentamiento de clases, no estuviera tan bien introducido, dosificado y entremezclado con el relato de suspense, las pinceladas fantásticas y una ajustada ambientación. Antes mencionaba la espléndida prestación de Bale. A ella cabría añadir la de Michael Caine –su expresión cuando confiesa a Angier que no puede acompañarle a Estados Unidos, es magnífica-, la ajustada labor de Hugh Jackman y el conjunto de personajes secundarios que rodean la función –están muy bien elegidas sus tipologías-, con especial mención a un soberbio e insospechado David Bowie. No se puede decir lo mismo de la espantosa Scarlett Johansson. Según la voy contemplando en más películas, me sumo a su creciente grupo de detractores, que no solo ven en ella una pésima actriz, sino una muchacha de rostro francamente vulgar.

 

Ni que decir tiene que con THE PRESTIGE no nos encontramos ante un título redondo –me molesta cierta redundancia de su banda sonora, y la excesiva inclinación al montaje de Nolan en algunos momentos debilitan el ritmo interno de la película. Pero en su conjunto, sí podemos afirmar que nos encontramos con un producto valioso, en el que además esos saltos temporales que se prodigan especialmente en su tercio inicial, tienen una relativa justificación. Es algo que no se puede decir de tantas “piruetas” en este sentido, ofrecidas por tantos premiados y aclamados falsos prestigios como 21 GRAMS (21 gramos, 2003. Alejandro González Iñárritu) y otros derivados, pero que en esta ocasión se revelan de verdadera pertinencia.

 

Calificación: 3’5

 

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