THE WHEELER DEALERS (1963, Arthur Hiller) Camas separadas
Tras una trayectoria ya larga en el terreno televisivo, el norteamericano Arthur Hiller inició su experiencia como director cinematográfico con dos títulos en 1963. Uno de ellos MIRACLE OF THE WHITE STALLIONS (Operación cowboy), fue rodado en el entorno de la Disney y no he tenido ocasión de contemplarlo –tampoco creo que me pierda nada-. El otro es THE WHEELER DEALERS (Camas separadas, 1963), de la cual albergaba unas ciertas esperanzas, fundamentalmente centradas en el buen nivel que el propio realizador demostró en su siguiente film –THE AMERICANIZATION OF EMILY (1964), indudablemente ayudado por un atractivo guión de Paddy Chayeffsky-. También el planteamiento del título que cometamos partía de una base prometedora –una sátira de los modos de trabajo en Wall Street-. Lamentablemente, las expectativas no pudieron ser más decepcionantes, y THE WHEELER… se caracteriza por la blandura e inoperancia de su tono, y en la que no se produce ni siquiera química alguna entre un actor ya experimentado en el género como James Garner y la joven y excelente Lee Remick.
Henry Tyrooon (Garner) es un avispado negociante de Texas, que está pasando malos momentos al comprobar que una prospección petrolífera auspiciada por él no está dando el resultado apetecido. Acuciado por una previsible falta de fondos, decide viajar hasta New York para introducirse en el entorno financiero de Wall Street y poder alcanzar esos dos millones de dólares que necesita para mantener las perforaciones. Para ello no dudará en adquirir y transformar un restaurante francés o embarcarse en la compra de pintura moderna y especular con su venta. Este coqueteo monetario le llevará a conocer a Molly (Remick), una joven financiera que –sin ella saberlo- se encuentra en una apurada situación profesional, y es la encargada de sacar adelante el impulso de unas acciones ruinosas… que esconden un producto inexistente. Gracias al empuje que le proporciona ese avispado empresario que es Tyroon, lo que parecía un planteamiento ruinoso pronto se convertirá en un producto emergente que llegará a situarse en la cima de los mercados bursátiles. De forma paralela, ese contacto con Molly llevará a ambos al inicio de una relación que intentará ser contraatacada por el eterno aspirante en el corazón de la joven, el apagado Leonard. Sin embargo, y pese incluso al ataque que brindará a ambos un investigador estatal, el empresario tejano logrará extraer petróleo de las antiguas y ruinosas instalaciones de esa empresa que ni siquiera fabricaba el producto por el que se encontraba en el mercado financiero ¡y que nunca conoceremos de que se trataba a lo largo de toda la película!
Es indudable que el relato sucinto del argumento de THE WHEELER DEALERS, puede dar la idea de la base de una divertida comedia. Sin embargo, su resultado en la pantalla resulta totalmente decepcionante, en la medida de encontrarnos ante un producto escasamente divertido, y que además no supone más que una revisitación tardía de los modelos ya instaurados por las películas protagonizadas por el tandem Doris Day – Rock Hudson. Nada hay de malo en ello, aunque no es nada ocioso señalar que estas tuvieron un tan reconocido resultado comercial como corta valía cinematográfica. En esta ocasión, incluso se traslada un elemento concreto ya tratado –con mayor gracia, por cierto- en LOVER COME BACK (Pijama para dos, 1961. Delbert Mann). Me estoy refiriendo al apunte satírico mostrado con la difusión de un producto inexistente en el mercado consumista –en el film de Mann se trataba de las pastillas vips-. En cualquier caso, Hiller destaca por su escaso punch para la comedia, iniciando una andadura en el género ciertamente poco estimulante –y que le diferencia por ejemplo de un David Swift, también surgido del entorno de la Disney-. Las secuencias del título que nos ocupa transcurren con total abulia, desaprovechando por completo el formato panorámico –podría haber sido rodada en pantalla cuadrada sin merma alguna de su planificación- y si en algunos momentos, la película adquiere una cierta entidad, es sin duda por las pinceladas que proporcionan personajes secundarios en su trama.
Con ello no me refiero a esos tres millonarios tejanos amigos de nuestro protagonista, que no aportan nada. Pero sí, por el contrario, a jugosos apuntes que protagonizan episódicas presencias como la del maitre del restaurante francés, el chismoso conserje del hotel en el que coincide la pareja protagonista –por cierto muy parecido en su físico al excelente comentarista cinematográfico Miguel Marías-, el oportunista artista de pintura moderna –impagable el momento en el que, subido a una bicicleta, “crea” una pintura de enorme tamaño- o el dueño de la empresa financiera en la que trabaja Molly –un Jim Backus al que recordarán como padre de James Dean en REBEL WITHOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955. Nicholas Ray)-. Son pequeños apuntes, esbozos de un conjunto apagado, aburrido y definido en el seguimiento de unos senderos no solo muy transitados, sino sobre todo mostrados en la pantalla con una evidente desgana, hasta erigirse como una de las más desangeladas comedias de este periodo que he tenido ocasión de contemplar. Estoy incluso convencido, que este mismo planteamiento llevado por realizadores como Michael Gordon o el ya citado Delebert Mann, hubiera dado un juego algo más atractivo.
Calificación: 1
1 comentario
Jordan Flight 45 -