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CINEMA DE PERRA GORDA

DIPLOMANIACS (1933, William A. Seiter) Diplomanías

DIPLOMANIACS (1933, William A. Seiter) Diplomanías

Uno de los capítulos menos explorados dentro de la historia de la comedia cinematográfica norteamericana –por lo menos fuera de sus fronteras-, es el periodo que se inicia a partir de la llegada del sonoro, y que se extiende hasta la segunda mitad de los años treinta, con la consolidación de la screewall comedy. Son unos años en los que abundarán las producciones al servicio de estrellas cómicas hoy prácticamente olvidadas –por ejemplo, W. C. Fields o Eddie Cantor-, y firmadas por nombres vinculados al género como Eddie Cline, Edward Sedgwick o A. Edward Sutherland. Profesionales de ya probada eficacia en el cine cómico mudo, y que a lo largo de sus trayectorias trabajaron con las más populares personalidades del género. Siempre he manifestado que sería muy interesante establecer un cuadro general de la interacción existente entre estas figuras cómicas y dichos realizadores; las conclusiones serían poco menos que sorprendentes.

Pues bien, en este periodo de implantación del sonoro, la aplicación de la comedia se centraba en la adaptación de libretos más o menos satíricos, en los que los diálogos tuvieran un peso notable. La herencia del nonsense procedente del periodo mudo también alcanzara su importancia, contándose con el aderezo de canciones y números musicales. Una combinación que, punteada con ecos del viejo vaudeville, tuvo su exponente más exitoso en los hermanos Marx –de los que confieso no ser tan devoto como es habitual entre una auténtica legión de aficionados-. Y creo que no hay que ser demasiado observador para afirmar que en DIPLOMANIACS (Diplomanías, 1933. William A. Seiter), hay que buscar un intento de la primitiva R.K.O., de aprovechar el éxito reciente logrado por los Marx en la que supone su mejor película –en lo que tiene bastante que ver la labor de un Leo McCarey que quedó harto de ellos-. Me estoy refiriendo a DUCK SOUP (Sopa de ganso, 1933). No por esas claras influencias debemos despachar la capacidad satírica y de subversión cómica que alcanza esta película de Seiter –un artesano que navegó con habilidad en los meandros del género-, que debe bastante de su alcance a la mano del futuro realizador Joseph L. Mankiewicz –autor de la historia y coguionista-, ofreciendo un guión destinado a la entonces popular pareja de cómicos que en aquella época formaban Bert Wheeler y Robert Woolsey. Poder rememorar su estilo cómico nos permite la mixtura que en ellos se producía entre Laurel & Hardy y los citados Marx Brothers.

DIPLOMANIACS se inicia con unos divertidos rótulos que hablan de la ausencia de pelo en los indios, para a continuación comprobar como la pareja protagonista ha decidido –contra toda lógica- abrir una barbería en una reserva de dichos aborígenes. Los componentes de la tribu se los llevan con un embajador indio, prometiendo este a los dos provisionales barberos, acudir a la convención de paz en Ginebra para lograr un armisticio relativo a los miembros de su pueblo. Para ello, le entregarán un millón de dólares a cada uno en condición de dietas, con la promesa de duplicar dicha cantidad al cumplir la misión. Los protagonistas marcharán hasta allí embarcándose en un trasatlántico en el que también viaja Winklereid (Louis Calhern), un conspirador encargado de abortar los planes de los enviados por los indios. Esta faceta boicoteadora intentará llevarla a la práctica en numerosas ocasiones, pero sus destinatarios siempre saldrán indemnes de los atentados, logrando llegar a la caótica conferencia –que preside el entrañable cómico que fue Edgar Kennedy, al igual que el ya citado Calhern, presente en el cast de la recurrente DUCK SOUP-, donde llegarán a revertir el crispado ambiente de la misma retornando a USA con la ingenua convicción de haber alcanzado un pacto mundial contra la guerra. Al regresar a tierras americanas, se les hará entrega de sendos fusiles para que se sumen como soldados, mientras los indios los aplauden y jalean.

Lo mejor que se puede decir de DIPLOMANIACS es que aguanta el pulso comparada con el ya mencionado DUCK SOUP que le sirve de base. Es evidente que Seiter no alcanza la altura de McCarey y que Wheeler y Wolsey no son los Marx –aunque habría que hablar largo y tendido de virtudes y defectos entre ambos cómicos-, pero es cierto que planteamientos tan deliberadamente absurdos como los que contiene esta película, no son habituales en el cine de este periodo. El film de Seiter –de poco más de una hora de duración-, destaca por su fuerte apuesta por el slapstick, aplicando un auténtico torrente de gags y situaciones disparatadas al servicio de una sátira corrosiva que llega a manifestar en pantalla el absurdo de una conferencia mundial, en la que todos sus manifestantes se encuentran a la greña. Pero hay más. En su muy trepidante metraje, numerosos son los motivos de regocijo: la petición del intrigante Calhern de una conspiradora, y de una puerta en la pared aparecerá una joven envuelta en una bolsa transparente, la constante presencia de flechas indias que indicarán a los protagonistas que están siendo controlados en todo momento, o ese detalle genial de una flecha que huye, tras facilitarles en un papel la descripción que les demandaban o, por remontarnos al viaje en barco, el detalle de que dos viejos sordos comuniquen en voz alta la intención oculta entre la pareja protagonista.

Es cierto que el planteamiento subversivo de DIPLOMANIACS no debió ser muy habitual en el cine de su época, y en su estructura se encuentran bastante integradas las canciones y números que la acompañan –uno de ellos, con ecos del figurativismo de Busby Berkeley-, mientras que una de las canciones –que interpretan cuando están a punto de ser asesinados por los poco recomendables clientes del mesón “la rata muerta”-, adquiere un aire claramente nihilista. En su conjunto, estamos ante un título total e injustamente olvidado, pero que a más de seis décadas de su realización nos ofrece un apunte certero del paroxismo cómico y los caminos que dicho género podía alcanzar en aquellos años definidos por el impacto de la gran depresión.

Calificación: 3

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