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CINEMA DE PERRA GORDA

PEACH-O-RENO (1931, William A. Seiter) ¿Nos divorciamos?

PEACH-O-RENO (1931, William A. Seiter) ¿Nos divorciamos?

Aún sin haber podido contemplar aún algunos de sus títulos, creo que PEACH-O-RENO (¿Nos divorciamos?, 1931. William A. Seiter) supone una de las películas en las que más equilibrada ha quedado la presencia de la pareja cómica formada por Bert Wheeler y Robert Woolsey, al tiempo que se plantea como una divertida sátira sobre los modos y maneras utilizados en la época de realización del film, para tramitar los divorcios en la ciudad de Reno –el centro neurálgico de esta vertiente-. En su conjunto, la película que firma el experto William A. Seiter, deviene una de las más logradas de la pareja, sobre todo centrando sus puyas a un argumento ligado al absurdo, al nonsense, centrado además en una serie muy medida de situaciones, de las que se extrae todo el partido cómico a sus posibilidades. Sin embargo, y evitando con ello que nos encontremos ante un producto delirante, se echa de menos esa catarata de gags visuales que sí lograron estar presentes en otras muestras de la labor cinematográfica de la pareja –DIPLOMANIACS (1933, William A. Seiter) o HIPS, HIPS, HOORAY! (1934, Mark Sandrich)-, y que proporcionaban a estos dos títulos concretos, ese necesario “gramo de locura” que las define como quizá las más brillantes y efectivas muestras que esta pareja legaron al cine de los años 30.

PEACH-O-RENO se inicia con la conmemoración de las bodas de plata del veterano matrimonio formado por Prudence y Joe Bruno. En el convite –que acompañan con su presencia sus dos aleladas hijas-, muy pronto las palabras cariñosas de ambos se tornará en una progresivamente tensa disputa entre los componentes del veterano matrimonio. Una secuencia en la que además Seiter lograr trasladar a la imagen esa transposición de ánimos, demostrando en ella su sentido del tempo cómico.

A consecuencia de esta disputa, los dos esposos se marchan hasta la ciudad de Reno por separado, acogiendo ambos los servicios jurídicos de la firma Wattles & Swift, comandada por la pareja protagonista. Allí recalarán por separado los Bruno, siendo ambos atendidos por cada uno de los dos abogados, y recibiendo ambos la misma recomendación: que los vean con un acompañante para poder cerrar el proceso de divorcio. Es más, en el caso de Joe, será Wheeler quien travestido de mujer, acompañe e intente cortejar al veterano marido. Pero de forma paralela llegarán hasta allí las hijas del matrimonio, deseosas de que el divorcio no se lleve finalmente a cabo, así como un violento y petulante pistolero, que desea matar a Wattles (Wheeler), ya que fue el que facilitó el divorcio que le libró de su mujer. Como se puede comprobar, todo un cúmulo de situaciones divertidas y chispeantes, en las que el grado de absurdo es notable, y en la que están presentes diálogos de gran efectividad. Si a ello le unimos la escasa duración de la película –apenas sobrepasa la hora de duración, y en ella incluso hay lugar para la presencia de ciertas canciones y números musicales-, habrá que concluir en el reconocimiento de la eficacia de un producto, que revela la reiteración afortunada de unas fórmulas utilizadas llegado el sonoro, por tantos y tantos cómicos de aquel periodo.

En PEACH-O-RENO ese rasgo funciona con un notable sentido del ritmo cinematográfico, y logra incluso marcar algunos rasgos que posteriormente se convertirían en influencias cinematográficas para comedias largamente posteriores y mucho más alabadas que esta. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a esa conversión de la sala de abogados en un auténtico salón de juego, algo que de forma más menos similar se mostraba en la magnífica SOME LIKE IT HOT (Con faldas y a lo loco, 1958. Billy Wilder) –esa funeraria que escondía una sala similar-. Pero esas semejanzas no se limitan ahí, ya que la actuación travestida de Wheeler no deja de parecer un curioso precedente del personaje que en el film de Wilder interpretaba el gran Jack Lemmon.

El sentido del absurdo tendrá de nuevo acto de presencia con esa auténtica batalla del rústico hombre del Oeste, que viene con la intención de matar a tiros a Wheeler, y finalmente es detenido… ¡por haber aparcado mal el coche en la entrada al edificio! A partir de ello, se desarrollará en los últimos minutos la vista entre los dos esposos que se quieren divorciar, siendo el momento en el que el sentido del absurdo se muestra con un grado superior de eficacia. Será esta una vista en la que cabe que se introduzcan vendedores de cacahuetes y chucherías, en la que el propio juez acceda a machacar nueces con el martillo que dispone para deliberar, y en el que incluso las lágrimas aflorarán en una secuencia opuesta a la que ha iniciado el film; si en aquella de la aparente felicidad conyugal pasábamos a una auténtica disputa entre el matrimonio que dará inicio al conflicto del film, en esta ocasión la declaración de ambos contrayentes les devolverá a la nostalgia por esos veinticinco años de matrimonio, registrando incluso de forma irónica las lágrimas de los presentes, y concluyendo el film con la conversión de los miembros del jurado en improvisados componentes de unas orquesta final dentro del juicio.

Serán secuencias estas últimas, en las que además la agilidad de la cámara de Seiter será manifiesta, lo que unido a las ingeniosas réplicas y diálogos, nos lleve en los mejores momentos a ese sentido del absurdo que conocemos fundamentalmente en el mundo expresado por los Hermanos Marx, pero que también tuvo en la pareja comentada, un exponente quizá no tan valioso como el de aquellos, pero sí indudablemente merecedor de una cierta revisitación.

Calificación: 2’5

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