THE TARNISHED ANGELS (1957, Douglas Sirk) Ángeles sin brillo
Ya desde los propios títulos de crédito de THE TARNISHED ANGELS (Ángeles sin brillo, 1957. Douglas Sirk) –que prolongan la presentación de sus personajes en la propia acción del film, tal y como sucedía en la previa WRITTEN ON THE WIND (Escrito sobre el viento, 1955. Douglas Sirk)-, me viene a la mente la impronta que conoció un determinado rasgo visual en las películas que en aquellos años produjo Albert Zugsmith para la Universal. En muchas ocasiones se tiende a olvidar el papel de estos de cara a la configuración del universo cinematográfico del Hollywood clásico –y aquí podrían recordarse exponentes tan significativos como Darryl F. Zanuck, David O’Selznick, Harry Cohn, Dore Schary, Val Lewton, Arthur Freed-, pero al mismo tiempo es justo señalar que no siempre en la andadura de estos grandes hombres de cine –denominación que no cabría, en líneas generales, aplicar a los productores de nuestros días-, se ha producido un periodo en el que las obras que cometieron lograran no solo tan alto nivel de calidad sino, sobre todo, un look visual reconocible. Este es el ejemplo que brindó Zugsmith –sorprendentemente escorado años después hasta incluso dirigir algún film nudie-, en buena parte de las películas que acogió bajo su amparo en la segunda mitad de la década de los cincuenta. Películas todas ellas rodadas para la Universal, y que en líneas generales respondían a un rasgo de relativa austeridad, lindante con la serie B, unidas además por el rasgo de un poderoso blanco y negro lleno de contrastes. En este conjunto, me estoy refiriendo a títulos que oscilan entre la brillantez de MAN IN THE SHADOW (Sangre en el rancho, 1957. Jack Arnold), a las cotas de excepción que definen dos obras maestras de la categoría de THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold) y TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957. Orson Welles), inolvidables referentes ambos del cine fantástico y el noir tardío.
Entre ambos ejemplos, cabe señalar a mi juicio THE TARNISHED…, que puede calificarse como uno de los más grades films rodados en la andadura de Douglas Sirk –sin duda es su gran película en blanco y negro-, y cuyas características visuales y de producción se entroncan a la perfección con los títulos antes señalados de la producción de Zugsmith. Como todos ellos, la elección fotográfica formal obedeció a factores económicos, y por ello cabría reflexionar en primer lugar sobre la dificultad de concebir hoy día un producto de estas características en color. Nadie puede dudar del virtuosismo que Sirk manifestó en todo momento tenía para utilizar el cromatismo de sus films, que se integraron no solo en sus melodramas, sino también cuando tuvo ocasión de abordar otros géneros. Pero lo cierto es que en esta ocasión se antoja insustituible el dominio de un blanco y negro fotográfico –extraordinaria la labor de Irving Glassberg-, que potencia de forma en ocasiones casi dolorosa, esta intensa sinfonía de sentimientos fatalistas, definido como un auténtico ballet de la muerte, en la traslación a la pantalla de la novela de William Faulkner “Pylon”.
Ambientada en plena gran depresión norteamericana, el film de Sirk narra el encuentro que se produce entre un periodista ávido de noticias –Burke Devlin (Rock Hudson)-, con una familia dedicada al pilotaje definido como elemento de atracción de una feria que se desarrolla coincidiendo con el carnaval de New Orleáns. Esta está formada por Roger Shumann (Robert Stack) –antigua figura de la aviación en la I Guerra Mundial, hoy venida a menos en su destreza al tener que recurrir al triste desempeño actual como elemento de feria-, su mujer –LaVerne (Dorothy Malone)-, joven insatisfecha con su modo de vida, también participante en el entorno acrobático de su esposo y madre de un pequeño –Jack-, del cual siempre se ha dudado si realmente es hijo de Roger, o en realidad fue fruto de una relación de LaVerne con Jiggs (Jack Carson), el eterno ayudante técnico de Shumann y amigo de la familia. Este es el contexto en el que se desarrollará esta mirada descrita ante unos seres a los que –en palabras certeras del propio Devlin-, les falta la sangre en las venas. Seres que han hecho del riesgo quizá la única salida para poder simplemente sobrevivir de un marco de fracaso y rutina existencial. Un entorno vital en el que Roger arrastra la vivencia de momentos de gloria que actualmente son girones de una andadura rota, y su esposa sobrelleva con amargura, desperdiciando su existencia junto a un ser que solo vive –o mejor sería decir, malvive- con su obsesión por el vuelo, y que jamás ha tenido un mínimo gesto con ella. Es por ello que le llegada del joven y alcohólico periodista, supondrá para LaVerne el atisbo de una mínima llama de esperanza. Un descenso con sus más mínimos sentimientos, que incluso le llevará a mantener con Devlin una exteriorización del sentimiento amoroso que aún se encuentra encerrado en ella.
Este conglomerado de sensaciones y percepciones se muestra con intensidad casi lacerante en esta sinfonía fatalista que define todos y cada uno de los fotogramas de THE TARNISHED… Fotogramas definidos en una puesta en escena que destacan tanto en la poderosa concepción de sus planos generales –caracterizados por una excelente utilización del cinemascope, por sus composiciones horizontales y la sensación de vacío que en ellas se describe-, como en una planificación de interiores que busca la potenciación en el uso de sombras y claroscuros. Una puesta en escena que en ningún momento muestra un instante de relajación –quizá esta solo se exprese en los planos finales, donde con la desaparición de Shumann y el grado de lucidez que se presenta en su viuda, se atisbará ante ella el indicio de una oportunidad probablemente unida a ese periodista de raza, que ahogado por su alcoholismo no ha dudado en poner en riesgo su profesión, debido a la fascinación vital que, pese a todo, ha encontrado en la desagarrada familia del decadente aviador.
Devlin devendrá como una actualización del Nick Carraway surgido de la mente literaria de F. Scott Fitzgerald. Testigo y protector de una familia rota e inexistente, de un grupo de seres tripulantes de un vuelo al abismo emocional, que tienen en el entorno de la aviación comercial una expresión de ese estado de desorientación vital y afectiva. Todo ello es mostrado por la cámara de Sirk con una implicación llena de dolorosa armonía, incidiendo en su demostrada maestría para las composiciones visuales, y en la que resultan parte destacada la propia ubicación de los actores en el encuadre –en bastantes momentos, la presencia de algunos de ellos en un segundo término ofrece un asidero emocional de gran importancia-. Este rasgo de puesta en escena permitirá describir una dramaturgia habitual en el cine de Sirk –y ahí tenemos el referente ya citado de WRITTEN ON THE WIND-, pero que en esta ocasión se brinda con un singular sentido de lo trágico.
Un rasgo este al que complementa la capacidad para extraer el máximo erotismo del personaje de LaVerne –es sorprendente la presencia de este elemento en el escalofriante momento del triple salto de esta en paracaídas-, y una dirección de actores intensa y sentida, en la que quizá cabría destacar la sorprendente fuerza que imprime Rock Hudson en su encarnación del periodista errante. Pocas veces el conocido galán ha logrado unos registros más admirables como intérprete, que en secuencias de THE TARNISHED… como la que registra el arrebato de sinceridad romántica con Laverne –interrumpido por la presencia de una pareja de borrachos disfrazados-, o el monólogo que pronuncia, totalmente borracho, en la redacción del periódico que ha abandonado, y al que invariablemente regresará, por que es en realidad parte de su percepción de la vida.
Desarrollada en el ámbito de unos carnavales de New Orleáns que son aprovechados dramáticamente en su progresión argumental, pudorosa y profunda en la plasmación de sentimientos amorosos perdidos o quizá nunca encontrados, otros esbozados en un deseo sexual finalmente convertido en consideración, todos ellos centrados en Laverne –el intuido y recordado de Jiggs, el que siempre ha manifestado el acaudalado Matt Ord-, THE TARNISHED ANGELS supone uno de los más singulares, tristes y desesperanzados melodramas realizados en el seno del cine norteamericano en las postrimerías de la década de los 50. Una auténtica rara avis dentro de un entorno cinematográfico por lo general enmarcado en el esplendor del American Way of Life, quizá en ocasiones cuestionando elementos de dicho marco de consumo y falso progreso, pero sin duda pocas veces plasmado de forma tan amarga y desesperanzada –aunque se desarrolle en un marco temporal precedente-, que en esta triste y desoladora película de Douglas Sirk.
Calificación: 4
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