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CINEMA DE PERRA GORDA

RIOT IN CELL BLOCK 11 (1954, Don Siegel)

RIOT IN CELL BLOCK 11 (1954, Don Siegel)

Es evidente que en apenas dos décadas mucho había cambiado en el desarrollo del cine carcelario. Desde unas propuestas tan rudimentarias y toscas como 20.000 YEARS IN SING SING (20.000 años en Sing-Sing, 1932. Michael Curtiz) la evolución de Hollywood permitió adentrarse en dicha problemática con bastante más hondura. De todos modos, no se puede negar que incluso ya en los primeros albores del sonoro –y cuando el código Hays no limitó las posibilidades de esta vertiente-, se brindaron productos de reconocida hondura, como I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932. Mervyn LeRoy). En cualquier caso, y con todos los elementos de valía que puede proporcionar la implicación de esta vertiente en RIOT IN CELL BLOCK 11 (1954, Don Siegel), preferiría adscribir esta película como una mirada nihilista sobre el lado oscuro del ser humano. Unido a ello, creo que puede decirse sin temor a duda que nos encontramos con uno de los títulos más valiosos de su director. Ese sentido de la sequedad, la concisión narrativa que proporciona un relato dominado por un tono de crónica afianzado en un contrastado blanco y negro, o la definición de un retrato coral espléndidamente seleccionado y encarnado por una magnífica galería de actores de carácter, son elementos que contribuyen a redondear un producto francamente modélico dentro de la serie B norteamericana, y que bajo mi punto de vista supera ampliamente el posterior acercamiento a esta temática brindado por el propio Siegel con la por otro lado interesante ESCAPE FROM ALCATRAZ (Fuga de Alcatraz, 1979).


Con un preciso montaje documental de secuencias de motines de cárceles y una voz en off aclaratoria, se introduce la película comentando la sucesión de estos episodios en diferentes cárceles del estado, tras lo cual se ofrecen breves declaraciones de un político reformista. No voy a ocultar que las mismas constituyen el elemento más prescindible de la película, e induce a contemplar con recelo el discurrir de sus imágenes. Afortunadamente, esta pronto despliega su interés con la rápida descripción del entorno opresivo, asfixiante e inhumano de la cárcel de un estado. Allí se hacinan cuatro mil presos, pese a la prohibición gubernamental que limita estas cifras y dicta una serie de normal que son sistemáticamente ignoradas por las autoridades del estado. Las condiciones de las instalaciones ejercerán como una olla de presión para sus inquilinos, entre los que se combinan desde presos provistos de una notable fluidez, otros enganchados al delito, hasta algunos de ellos caracterizados por sus desequilibrios psíquicos lindantes con patologías psicóticas. No será por tanto de extrañar, que los reclusos del pabellón 11 se amotinen, demostrando desde el primer momento una notable unión entre todos ellos a la hora de dotar de mando a sus representantes, e intentando con ello lograr una serie de mejoras en sus condiciones de vida. Para ello tomarán como rehenes a los cuatro guardias que los custodiaban, haciéndose frente al responsable de la prisión –Emile Mayer-. Este es un hombre consciente de las dificultades que asume en su responsabilidad, y que durante varios años ya ha reclamado estas reformas ante las autoridades políticas. De este ámbito llegará Haskell (Frank Faylen), representando al gobernador, partidario de unos métodos más expeditivos, aunque en su puesta en práctica lleven por delante la muerte de algunos de dichos presos. La espiral de tensión tendrá un leve punto de inflexión cuando el alcaide, acompañado por Haskell y un numeroso grupo de periodistas, escuchen las demandas de Dunn (un magnífico Neville Brand), erigido como cabecilla de la rebelión. La actitud combativa de Haskell hará fracasar ese intento de acercamiento, y muy pronto el motín del pabellón 11 se extenderá a otro de la misma prisión, de las cual sus propios inquilinos secuestran a sus respectivos guardianes, aumentando con ello a nueve los que tienen retenidos los presos, y obligando a que intervengan las fuerzas policiales para intentar contener la generalizada rebelión. En un posterior encuentro con el alcaide, Dunn declama las necesidades de los prisioneros, pidiendo que estas sean firmadas por el propio mandatario del recinto y el gobernador. La rúbrica del segundo se hará de esperar, mientras se plantea el hecho de la muerte de un preso a cargo de un disparo de policía cuando estos se han desplazado para contener el avance del motín. La situación se tornará tensa, irremediablemente tensa, hasta que finalmente el responsable penitenciario y el gobernador firmen el documento con las reivindicaciones de los presos. Será aparentemente un triunfo de estos, convenientemente aireado por la prensa, pero finalmente la lucha devendrá inútil. Mas allá de unas puntuales medidas preventivas de presos, en realidad todo seguirá como hasta entonces, teniendo que asumir Dunn la culpabilidad de la situación, que probablemente le condenará a treinta años más de estancia en la cárcel.

Sin duda,  muchas de las vertientes mostradas en RIOT IN CELL… se prestan a un exponente de cine de tesis. Sin embargo –y esa es una de las principales cualidades del conjunto-. Los apuntes, diálogos y detalles que se van desplegando a lo largo de su escueto metraje, en ningún momento se superponen al aire físico del conjunto, y a esa claustrofobia casi existencial que dominará el relato. En última instancia, la película deviene en una mirada pesimista sobre la propia condición humana. Una mirada que tendrá un exponente primordial en el retrato de esa galería de presos tan conectada con el primitivismo del ser humano, y a la que en realidad pienso que en poco le importa el objetivo aparentemente buscado –lograr mejoras en su entorno-, y sí más hacerse notar y, en definitiva, existir. A este respecto es sintomático el encargo de las reivindicaciones al único preso definido por su lucidez –el coronel (Robert Osterloh)-, cuyas ideas son sorprendentemente similares a las mantenidas por el responsable del centro. Pero junto a ellos, la tipología que se despliega en la película no tiene desperdicio y, lo que es más importante, logran salirse del estereotipo, rebosando autenticidad. Desde esos oficiales de prisiones que en algún momento no dudan en exteriorizar su crueldad con los presos, pero en realidad son hombres que cobran cincuenta dólares por semana y tienen que alternar con otro empleo, políticos indecisos, delegados que demuestran su carencia de sentimientos, o periodistas que solo buscan una denuncia para llenar sus páginas. En realidad, nadie hace lo que debe o lo que le indica su conciencia, dentro de una galería humana tan triste que desprende un aura nihilista casi desoladora.

Es por todo ello, por lo que hay que destacar ese equilibrio en el relato, esa querencia por una mirada física, directa y tensa con lo narrado, y esa deliberada huída por un alcance discursivo que, aunque siempre está latente en sus imágenes, nunca llega a sobrepasar las propias cualidades cinematográficas del relato, y que mas de medio siglo después de su realización permite la notable vigencia de su conjunto. En este sentido, el film de Siegel deviene por momentos como una auténtica lección de cine. A la fuerza que desprenden las secuencias desarrolladas en el interior del pabellón y la espléndida utilización que se efectúa de auténticos escenarios presidiarios, hay que añadir una serie de instantes que se encuentran entre lo mejor jamás filmado por su realizador. Por un lado, el impetuoso travelling que sigue la huída del sádico guardia carcelario hasta que es atrapado por los presos. Mas adelante, la insospechada reacción de Dunn al lanzar una navaja al pecho de Haskell, las impecables secuencias en el patio del centro, en las que la policía domina a un buen conjunto de presos amotinados a partir de disparos de balas de humo, que finalmente llevarán a la muerte de un preso. Pero sin duda el momento más impactante del conjunto se desarrolla en los momentos finales, cuando en plena pelea interna los presos advierten que en el exterior están ubicando cargas explosivas para que la policía pueda horadar el muro e introducirse en el pabellón. Ello llevará a que aten a los nueve guardias y al Coronel en las tuberías, formando una estampa de reminiscencias crísticas y quedando a la espera de morir destrozados por la onda explosiva de dicha bombas, rasgo este que es destacado con un lento travelling de retroceso.

Amparada en la interesante productora Alliet Artist –una de las señeras de la serie B tardía-, RIOT IN CELL… es una apuesta directa de ese gran hombre de cine llamado Walter Wanger, promoviendo el proyecto tras una experiencia personal en la cárcel que le permitió acercarse a un submundo inhumano, y por lo general ignorado por el conjunto de una sociedad siempre dispuesta a mirar hacia otro lado cuando han de reflexionar con temas incómodos y que aparentemente –solo aparentemente- no afectan a su vida diaria. Don Siegel supo trasladar muy bien esa premisa, dentro de una película quizá un tanto adusta pero, por momentos, admirable.

Calificación: 3’5

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