THE MATINEE IDOL (1928, Frank Capra)
Como generalización previa a un análisis más detallado, no resulta demasiado arriesgado definir THE MATINEE IDOL (1928, Frank Capra) como un film sobre la representación. No sería la única ocasión, por otra parte, en la que Capra recurriría a este rasgo en su posterior trayectoria cinematográfica, y para ello podríamos recordar títulos como la excelente LADY FOR A DAY (Dama por un día, 1933) –y por ende, el remake que supuso el último título de su filmografía; POCKETFUL OF MIRACLES (Un gangster para un milagro, 1961)- o THE MIRACLE WOMAN (1931)-. Sin embargo, sorprende encontrarse con un título que presente las singularidades de esta propuesta, que estoy convencido supuso un referente de importancia en la progresión como hombre de cine del realizador italo americano. No conviene olvidar a este respecto que la película está fechada en 1928 –un año decisivo en la evolución del séptimo arte-, y en donde pueden encontrarse algunos de los títulos más memorables, atrevidos e innovadores de su historia. Por ende, esa circunstancia se haría extensiva al cine cómico mudo, que mostraba ya unas destacadas cotas manifestadas en títulos tan emblemáticos como THE CAMERAMAN (El cameraman, 1928. Edgar Sedgwick y Búster Keaton), STEMBOAT BILL, JR. (El héroe del río, 1928. Charles Reisner), THE CIRCUS (El circo, 1938. Charles Chaplin), SPEEDY (Relámpago, 1928. Ted Wilde) o incluso SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928) -realizada por un director poco habitual en el género como fue King Vidor-. Resulta evidente concluir a este respecto, que la práctica del slapstick había favorecido una mayor complejidad en esta vertiente, debido en buena parte a la experiencia y talento de las figuras que capitanearon esa inolvidable corriente, y también al que proporcionaron tantos y tantos nombres talentosos tras la cámara. Indudablemente, uno de ellos fue Capra –quizá no con tanta intensidad como Chaplin, Keaton o McCarey-, a través de su larga colaboración con el cómico Harry Langdon, hoy tan olvidado, y de las que se conocen poco sus exponentes –más allá de LONG PANTS (Sus primeros pantalones, 1927)-.
En todo caso, se detecta en THE MATINEE… una clara voluntad de explorar nuevos caminos al género cómico, combinando esa estela del slapstick con una clara vertiente melancólica e incluso amarga, que a mi juicio la emparenta con la mencionada THE CAMERAMAN, preludiando esa eterna combinación entre comedia y melodrama que definió su cine posterior. La película durante muchos años se dio por perdida, y fue afortunadamente recuperada merced a una iniciativa de la Cinemateca Francesa, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas y Sony Pictures, permitiendo incluso su edición en DVD mediante una copia cuidadosamente restaurada, y de la que al parecer solo faltan unos cinco minutos de metraje. El visionado de esta progresivamente sorprendente comedia, revela en primer lugar la capacidad de concisión característica de las postrimerías del cine mudo. En muy pocos planos se nos describe la marea urbana de Broadway y el éxito profesional de la estrella Don Wilson (Johnnie Walter), especializado en la imitación de los estereotipos de los negros –tal y como haría popular aquel año en la pantalla Al Jonson con THE JAZZ SINGER (El cantor de jazz, 1928. Alan Crossland). Situado en su mejor momento laboral y presumiblemente conquistador del público femenino, se le invita a unas jornadas de vacaciones en compañía de sus representantes. Accidentalmente llegarán a un pueblo en el que actúa una tan risible como entusiasta compañía teatral, representando una obra basada en la guerra de secesión cuya heroína es Ginger (Bessie Love), la hija del director de la misma. Simulando una falsa identidad, Don aparenta ser el anónimo Harry Mann, convirtiéndose en un extra de la obra y contribuyendo divertido a una desastrosa representación que, sin embargo, brinda a los empresarios teatrales la oportunidad de ser trasladados a la nueva función teatral de Don, en calidad de contrapunto cómico. Lógicamente, los miembros de esta pequeña trouppe están convencidos de la valía de su puesta en escena, valorando encantados el ofrecimiento. Una vez en New York, Ginger resistirá la seducción de la estrella teatral, teniendo bien presente la imagen del ficticio Mann, mientras este no deja de ocultar a la joven la existencia de su duplicidad, incluso en el ciclo previo de ensayos. Llegado el momento del estreno, como era de prever la representación del grupo teatral incorporado resultará un gran éxito al provocar las carcajadas del público, aunque para ellos resulte una enorme decepción comprobar como su esfuerzo es tomado a burla. Ginger y su grupo abandonan Broadway, pero para Don llegará de nuevo el momento de fingir una identidad y volver a la localidad en que encontró a la joven, recobrar de nuevo la condición de “extra” con frase y, finalmente, sincerarse al mostrarle su amor.
Como señalaba al inicio de estas líneas, en todo momento se traza el carácter de simulación y suplantación de los personajes que pueblan esta deliciosa comedia. Don que es actor e imita a los negros, en un momento dado simula una identidad y huye de su auténtica personalidad encontrando un ámbito y una mujer ante la que se confesará atraído. Entre actores que huyen de serlo, intérpretes de pacotilla e intentos por no revelar auténticas identidades, se desarrolla una película inicialmente escorada al slapstick, en numerosas secuencias revela un enorme ingenio –las dos representaciones en las que se describen las torpezas de la patética compañía, los instantes en los que Don esconde su identidad en su camerino ante la llegada de Ginger, parapetado tras un antifaz y ridículamente agazapado con una capa-, pero que con pasmosa y conmovedora facilidad sabrá trasladar el entorno de la comedia por el drama. Y a este respecto, lo cierto es que THE MATINEE… ofrece los momentos más espléndidos y característicos de esta vertiente capriana, situados además de forma muy cercana en el metraje. Me estoy refiriendo a la dolorosa percepción que Jasper (Lionel Belmore), el padre de Ginger, tiene de la ridiculez de su propia compañía, sintiendo en el patio de butacas como el público ríe de lo que para él ha resultado un trabajo revestido de seriedad. Será algo que poco después apreciará su hija en plena representación, gritando desconcertada ante una actitud de los espectadores para ella incomprensible. Los límites entre la risa, la representación y la humillación se plasman en unos instantes de sorprendente fuerza, ante una película francamente brillante en la que el conocido director demuestra su dominio de la composición y duración del plano, así como la fuerza de una dirección de actores, que serán algunos de los mejores aliados de su posterior y exitosa trayectoria como hombre de cine. Sin duda, THE MATINEE IDOL es una pequeña delicatessen.
Calificación: 3’5
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