SAYONARA (1957, Joshua Logan) Sayonara
Cuando me enfrento ante el visionado de cualquiera de las películas que conforman la filmografía de Joshua Logan (1908-1988), me invade una extraña sensación contradictoria marcada en dos límites muy concretos. Uno de ellos es el placer que me transmite su cine, y otro la escasísima consideración que su obra mantiene entre la crítica. Mucho que temo que pese al paso de los años y la presencia en su filmografía de títulos que pueden definirse en el capítulo de “films míticos” –PICNIC (1955), BUS STOP (1956), CAMELOT (1967)-, vamos a ser una pequeña minoría los que sigamos disfrutando cuando, una vez tras otra, revisamos sus películas, y sintamos el deseo de reivindicar a Logan como uno de los realizadores más sensibles con que contó el cine norteamericano en los años cincuenta y sesenta. En ocasiones, lo reconozco, el hecho de defender –con todas las matizaciones que se quieran ofrecer-, la obra de determinados cineastas que no gozan del beneplácito generalizado –aunque en su momento sus películas gozaran de éxito-, quizá pueda parecer producto de un snobismo trasnochado, pero en este caso concreto creo que la evidencia de sus imágenes hablan por sí solas.
Y es que al hablar de Logan hemos de reconocer a un poderoso estilista que supo plasmar como pocos el erotismo cinematográfico, fue –bajo mi punto de vista, y se que es una afirmación muy personal- el mejor directores de actores con que contó el cine norteamericano, logró aportar a sus películas de una carga de sensualidad, fuerza expresiva, cromatismo y estilización de los elementos melodramáticos, que no le impidieron ofrecer una experta mano con la comedia, el musical, o una facilidad notable para tratar problemáticas de índole melodramática, que bajo su sensible criterio fraguaron en una serie de títulos que –guste o no su cine- llevan una impronta muy especial. En este sentido, SAYONARA (1957) es una muestra más de estas características, y aunque quizá no quepa considerarla entre la cima de su cine –personalmente, elegiría entre su obra, por este orden, FANNY (1961), PICNIC y BUS STOP-, es una película representativa del mismo, caracterizada por un excelente tratamiento melodramático, y en donde brillan las facultades que hicieron de Logan uno de los realizadores mimados por la industria y deseados por los propios actores –Marilyn Monroe lo tenía en su lista de realizadores para los que deseaba trabajar-. Cierto es que al hablar de las cualidades de la película, hay que intentar dejar en un segundo término las debilidades y convenciones que puede ofrecer su material dramático de base. Es algo que, por lo general, hay que intentar poner en primer término al evocar títulos caracterizados por expresar en imágenes romances y situaciones desarrolladas en medio de conflictos interraciales, que plasmó Hollywood en enclaves orientales. Y al hablar de ello me centro en títulos que personalmente tengo en notable estima, como son LOVE IS A MANY-SPLENDORED THING (La colina del adiós, 1955. Henry King), THE WORLD OF SUZIE WONG (El mundo de Suzie Wong, 1960. Richard Quine) y, muy especialmente, la maravillosa THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1957) que bajo su aparente blandura logra subvertir y sublimar al tiempo en su vertiente de comedia los estereotipos generados por este tipo de cine, que tantos –y por lo general, poco distinguidos- exponentes manifestó en la segunda mitad de la década de los cincuenta. En este sentido, el sustento dramático de SAYONARA se asienta sobre bases muy trasnochadas en su componente de alegato contra el racismo, sin lograr trascender una visión reduccionista de la mujer en Japón. No se trataba en aquel momento de plantear una defensa de la mujer independiente –hubiera sido mucho pedir-, pero lo cierto es que la película finalmente opone la manera discriminatoria que la misma tenía en Japón, por una visión de la misma como respetuosa pertenencia del hombre.
Es quizá ahí donde reside la máxima debilidad de una película que, por otra parte, destaca por su fluidez, por la sinceridad de sus formas cinematográficas, por una concepción de su planificación –explorando las virtudes del formato panorámico- realmente admirable, en donde el componente de exotismo se encuentra bastante mesurado, no desaprovechando por otra parte las posibilidades que brindaba un marco geográfico provisto de tal riqueza artística y costumbrista. En este sentido, el film de Logan plantea fundamentalmente la transformación que sufrirá el mayor Gruber (Marlon Brando) viajar hasta Japón en 1951. Ha sido destinado allí para una misión más cómoda, tras detectársele cierto agotamiento en su reconocida faceta de aviador en la guerra de Corea. Gruber es inicialmente un estricto militar que desaprueba las relaciones entre norteamericanos y japoneses, en un contexto donde estas son desaconsejadas por los mandos. Su presencia como padrino de la boda de su fiel subordinado Joe Kelly (Red Buttoms) con una japonesa, será el inicio de una inflexión en sus percepciones que, paulatinamente se instalará en la psicología del reconocido aviador. En ello tendrá bastante que ver el reencuentro con su prometida –Eileen Webster (Patricia Owens)-, hija del general del que depende el protagonista, y que muy pronto intuye que sus personalidades no pueden fraguar en su matrimonio. Todo este proceso está muy bien definido en la película, advirtiendo la hasta entonces prometida que un importante cambio se está fraguando en el interior de Gruber. Pero hacía falta un elemento que llevara dicha intuición a una tangible realidad. Lo propondrá la aparición de la primera actriz Hana-ogi (Miko Taka), de la cual quedará el aviador desde el primer momento perdidamente enamorado, y a la que perseguirá incansablemente pese a la aparente oposición de esta. Sin embargo, las estrategias del galanteador le permitirán comprobar que la aparentemente esquiva actriz en el fondo también se siente atraída por él. Será su fiel amigo Kelly –junto a su esposa japonesa- el que brinde a su superior la posibilidad de conocerse ambos. Todo ello se manifestará en un fragmento de tal fuerza y al mismo tiempo sencillez y sinceridad cinematográfica, que contagia al espectador la turbación de sus propios personajes. A partir de ahí el romance entre la actriz y el aviador seguirá su rumbo, pero muy pronto el mismo se transmitirá a los mandos, en un situación incómoda no solo para el norteamericano, sino también para el entorno de Hana-ogi, que en modo alguno aprueban su posible relación con un extranjero –pese a que ella desde su encuentro personal con Gruber dejara de un lado sus hasta cierto punto lógicos prejuicios antiestadounidenses-. Todo ello confluirá en una espiral de tensiones que en todo momento son mostradas con un enorme sentido de la sutileza, sin levantar el tono, apostando por una planificación definida en la sensualidad de su marco, el cromatismo de sus imágenes, la intensidad de la dirección de actores y la ubicación de estos en el plano. Es evidente que estamos citando los puntos fuertes del cine de Logan, y que tienen en esta ocasión una demostración quizá no tan rotunda como en otras de sus películas, pero indudablemente esta siempre se mantendrá con notable interés.
En este sentido, una vez más el realizador estadounidense demuestra su magisterio con los actores, logrando extraer el mayor grado de intensidad de todos y cada uno de ellos –sorprendente la fuerza manifestada por la infravalorada Patricia Owens-, obteniendo de Marlon Brando unos registros no solo magníficos, sino sobre todo inéditos en su personalidad artística –algo que ratifica la destreza del director con un intérprete tan magnético como proclive a los excesos-. En este sentido, las secuencias intimistas o “a dos” revisten una fuerza inusitada, una sensación de verdad cinematográfica incuestionable, y logran que de una película dominada por no pocos estereotipos y limitaciones, poco a poco emerja un halo melodramático irresistible. Irresistible como lo es el descubrimiento de Eileen del atractivo del Japón, o el momento –maravilloso-, en que Gruber descubre los cadáveres abrazados de Kelly y su esposa, incapaces de separarse por mandato militar. En esa sensualidad, en el sentido del erotismo con que se plasma el romance del protagonista con la prestigiosa actriz, en la delicadeza de sus mejores momentos –la llegada de Eileen a casa de Kelly, donde al contemplar a su prometido descubre que Hana-ogi ha estado allí; la conversación que se mantiene con Nakamura (un sorprendente Ricardo Montalbán)-, se encuentra la quintaesencia de este cineasta romántico, despreciado en nuestros días, y que proporcionó al melodrama USA algunos de sus exponentes más ilustres. Puede que la conclusión de SAYONARA sea apresurada y convencional –después de un metraje generoso y definido por un tempo admirable-, pero ello no invalida la fuerza irresistible de sus imágenes.
Calificación: 3
2 comentarios
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logan una auténtica debilidad.
Saludos.
Juan Carlos Vizcaíno
El 26 de agosto de 2011 21:07, Blogia <
thecinema.2009010402....@email.blogia.net
Gonzalo Gala -