GARBO TALKS (1983, Sidney Lumet) Buscando a Greta
Nos encontramos un periodo febril de la andadura cinematográfica de Lumet, en donde se alternaban algunos de sus títulos más valiosos con otros definidos como trabajos más alimenticios de diferente índole y entidad, que el realizador newyorkino plasmaba con tanta profesionalidad como desigual resultado. Es en este contexto de producción donde se inserta GARBO TALKS (Buscando a Greta, 1983), extraña comedia de índole melodramática que siempre ha quedado como un título casi inexistente a la hora de atender su propia existencia como tal, o en su implicación dentro del cine firmado por su artífice. A este respecto, si hay algún rasgo que nos podría describir la película, la propia singularidad de sus propuestas quedaría finalmente como su elemento característico más fundado. Ahí es nada, proponer un relato de inicial tendencia cinéfila, que muy pronto olvida dicha referencia para describir el extravagante carácter del personaje central de la función –Estelle Rolfe (Anne Bancroft)-… que muy pronto dejará de ser eje de la misma, precisamente en el momento en que se detecta en ella un tumor cerebral incurable.
A partir de ese instante, GARBO TALKS se centrará en el personaje de su hijo –Gilbert (Ron Silver)-, intentando atender el último deseo de su madre antes de que muera; conocer a la Garbo. Esta inusual circunstancia provocará que dedique todo su tiempo para intentar proporcionar ese momento de felicidad a su madre, lo que de forma paralela derivará a que desatienda su vida familiar, que su esposa viaje hacia el domicilio de su padre, y que incluso padezca graves problemas económicos y laborales. Esa búsqueda le permitirá conocer a seres ya decadentes, intentando con su ayuda más o menos puntual, poder acceder al domicilio de la mitificada y retirada estrella. Pero lo realmente interesante de la película proviene de la paradoja que se establece en su enunciado dramático. Es decir, el hecho de lograr la transformación de un hombre adormecido dentro de una vida donde ni existe el amor con su esposa, ni su trabajo es el que él desea. Esa alienación generalizada de su existencia se verá repentinamente rota con el anuncio del tumor irreversible que sufre su madre, que ejercerá como detonante de cara a esa desesperada búsqueda de la envejecida actriz. Un anhelo que Gilbert acometerá con gran entusiasmo y, al mismo tiempo, notoria desesperación. Al mismo tiempo esa búsqueda le facilitará a conocer y escuchar consejos y experiencias de una serie de personas, permitiéndole adquirir otra conciencia de la propia andadura vital. En este sentido, justo es señalar que la película alcanza su mayor grado de intensidad en las secuencias de conversaciones y planos medios de larga duración, como por ejemplo el que mantiene el hijo con su padre –un maravilloso Steven Hill, que en las dos únicas escenas en las que aparece alcanza a definir un personaje sensible y quizá un poco acomodaticio-, las de Gilbert con el veterano fotógrafo encarnado con enorme ternura por el entrañable y décadas atrás “duro” Howard Da Silva o, finalmente, la conversación que mantendrá con un homosexual de mediana edad (Harvey Fierstein), cuando ambos se dirigen a una pequeña isla en donde se encuentra una casa de veraneo a la que ocasionalmente acude la veterana estrella.
Pero lo que realmente plasma la película –aunque inicialmente sus derroteros discurrieran en otros sentidos-, es el nuevo modo de entender la vida, lleno de valentía, que asumirá Gilbert de forma progresiva, y que incluso le facilitará relacionarse con esa compañera de trabajo en la que antes ni siquiera se había fijado. En este sentido, lo interesante de la propuesta estriba en la originalidad de plantear un eje central desarrollado a partir de una circunstancia externa. Esa capacidad de estructuración narrativa, unido a la clara apuesta por la elipsis, es la que evitará que GARBO TALKS incurra en excesos ternuristas o melodramáticos. Una apuesta estética que permitirá obviar la muerte de la enferma; la cámara solo mostrará a su hijo haciendo una maleta en la que incorporará la foto de la Garbo que la difunta tenía situada en la mesita, dejando, no sabemos si voluntaria o involuntariamente, la imagen que también tenía puesta del propio Gilbert en su niñez.
En cualquier caso, pese a la sequedad y cierta ausencia de timming detectada en sus escenas directamente escoradas hacia la comedia, lo cierto es que el film de Lumet funciona mucho mejor a la hora de mostrar exteriores urbanos newyorkinos, en donde todos sentimos la fuerza de la vida diaria en la ciudad. Al mismo tiempo, los minutos finales alcanzan una extraña y, por momentos, conmovedora temperatura emocional. Algo que se manifestará en el encuentro de Gilbert con la envejecida Greta –a la que localizará en un mercadillo de antigüedades-, contándole en un plano largo sin interrupciones los motivos que le llevan a rogarle que vaya a visitar a su madre. Dicho y hecho, la Garbo acudirá al hospital, contemplando a la ya casi moribunda Estelle, quien dentro de su inmensa alegría relatará a la mítica actriz todos los momentos de su vida en donde la contemplación de sus películas le acompañó. En definitiva, ante su diosa de la pantalla confiesa la alienación que produjo en ella, una mujer rebelde y combativa en otras facetas de la vida. Una escena resuelta de forma admirable, partiendo de un plano general que de manera casi imperceptible se irá acercando al rostro de su fiel admiradora a punto de dejar de existir. Como en el resto de instantes intimistas de la película, también en esta ocasión tendrá un peso determinante la apuesta por una iluminación proveniente de fuentes naturales, y que en cierto modo se convirtió, con el paso de los años, en uno de los referentes más reiterados y característicos del cine de Lumet.
Paradojas del destino. GARBO TALKS puede que no funcione muy bien como comedia –aunque en su última escena, una nueva presencia fugaz de la Garbo permitirá irónicamente que Gilbert pueda aspirar a relacionarse formalmente con la joven compañera del trabajo que poco antes ha abandonado-, pero lo cierto es que su tímido discurrir, finalmente irá revelando lo insólito de su planteamiento, la sensación de asistir a una película un tanto “antígua” –podría haber tenido más aceptación rodada una o dos décadas antes- y, fundamentalmente, la sinceridad de sus propuestas, envueltas además en una estructura y formulación cinematográfica dominada por una nada desdeñable singularidad. Si a ello sumamos el hecho de que Lumet “ata corto” a Anne Bancroft, que Ron Silver ofrezca una notable performance –recordémoslo más de dos décadas después recuperado por el propio realizador, como el juez de FIND ME GUILTY (Declaradme culpable, 2006. Sidney Lumet)- la gracia de sus títulos de crédito y el aire melancólico de su banda sonora –obra de Cy Coleman-, nos permite un resultado todo lo desigual que se quiera, pero en el que finalmente gana la batalla del sentimiento, la ironía y la lucidez, dentro de un panorama que se prestaba para excesos de toda índole. En definitiva, un Lumet no demasiado valorado, pero que habría que ir reconsiderando en sus logros y virtudes.
Calificación: 3
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Luis -