THAT KIND OF WOMAN (1959, Sidney Lumet) Esa clase de mujer
Tercera de las propuestas cinematográficas de un Sidney Lumet centrado en aquellos años en su trayectoria televisiva, lo cierto es que THAT KIND OF WOMAN (Esa clase de mujer, 1959) se erige como uno de los títulos menos conocidos de su realizador. Probablemente se trate del menos comentado de los primeros años de su obra para la gran pantalla. Esa circunstancia, y el hecho de situarse inmediatamente antes que la efectista THE FUGITIVE KIND (Piel de serpiente, 1960) –uno de los pocos films prescindibles que conozco de la misma-, quizá serían señales suficientes para asumir su visionado con no pocas reservas. Reservas que, justo es reconocerlo, se desvanecen muy poco después de iniciarse la proyección, ratificando no solo el hecho de encontrarnos ante una propuesta que sigue manteniendo su efectividad más de medio siglo después de llevarse a cabo, sino la sorpresa de reconocer que Lumet transitó por caminos hasta entonces no explorados en su cine, y que en el futuro tampoco reiteraría en demasiadas ocasiones. Una vez más, a la escasa valoración de la película, tan solo hay que atribuirla al hecho prosaico de que apenas se haya recuperado desde el momento de su estreno, sin tener proyecciones televisivas ni haberse editado en DVD. Siempre es momento, sin embargo, de destacar las cualidades de este relato sensible y convincente.
THAT KIND… se desarrolla en la Norteamérica urbana de 1944. En la estación de tren de Miami contemplamos el discurrir paralelo de los que serán los protagonistas de la historia, dispuestos ambos a realizar un viaje sin conocer que dicho desplazamiento cambiará sus vidas. De un lado se encuentra la opulenta Kay (Sophia Loren), una joven de espectacular belleza que va acompañada de su amiga Jane (Barbara Nichols). Kay es la mantenida del denominado The Man (George Sanders), un acaudalado hombre de negocios, dirigiéndose en tren hasta New York. Por otro lado, conoceremos al apuesto e ingenuo Red (Tab Hunter), un joven marine que va acompañado de su amigo y compañero George (Jack Warden). Los dos jóvenes protagonistas se conocerán en pleno viaje, instalándose entre ellos una inesperada mutua atracción, bañada de sinceridad, que proporcionará al recluta la intuición y el arrojo por intentar prolongar esa relación apenas iniciada entre ellos, y que lo más lógico es que quedara en un encuentro cotidiano. Para ello la seguirá –con la ayuda indirecta de Jane- por los lugares en los que esta recalará durante su breve estancia en la ciudad de la gran manzana, acrecentando en Kay una sensación de angustia, al comprobar cómo su atracción por el muchacho no mengua, y al mismo tiempo esa progresiva certeza le hará tomar conciencia y asumir la posibilidad de romper con la cómoda opción de vida que ha sobrellevado hasta entonces.
Ayudada por la excelente fotografía en blanco y negro de Boris Kauffman, que acentúa los tonos realistas y sombríos del relato, el film de Lumet se erige con asumida modestia, pero también con una gran dosis de sensibilidad cinematográfica, a modo de mirada sobre la fugacidad de la felicidad y los sentimientos. Lo hará abandonando esa tendencia discursiva inherente al cine de su realizador, transitando por el contrario por los meandros de ese moderno melodrama que se había instalado en el contexto del cine norteamericano, y que en pocos años brindaría muestras tan valiosas como SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan) o ALL FALL DOWN (Su otro infierno, 1962. John Frankenheimer). En efecto, parece que en aquellos años se estaba explotando una veta de especial riqueza en aquel Hollywood que transformado en sus estructuras, permitiendo un sendero por el que transitaron crónicas revestidas de cotidianeidad sobre seres y lugares comunes, que tuvieron como base historias de dramaturgos como William Inge, entre otros. En ese preciso contexto se encuentra este notable drama, definido en un medido y corto espacio temporal, y en el que sorprende constatar como Sidney Lumet prescinde en su realización de esa tendencia a lo discursivo y ciertos efectismos de realización –puesto al servicio de películas más o menos logradas-, que serían norma habitual en ese periodo inicial de su obra. Por el contrario, asistimos a un relato evanescente, en el que su corpus dramático jamás forzado no oculta esa extraña y relajada sordidez que preside todo su trazado. En este sentido, hay que reconocer que THAT KIND… además de ser uno de los exponentes más valiosos del primer periodo de la filmografía de Lumet –algo que el poder acceder a sus imágenes nos permite afirmar-, ratifica las posibilidades de un hombre de cine tan pronto entronizado, como posteriormente devaluado ante la más mínima consideración. Un aspecto que en las dos últimas décadas se ha sometido por fortuna a una definitiva revalorización, permitiendo que su figura revista en la actualidad de un merecido prestigio. Un prestigio este, que personalmente se me acrecienta en un grado suplementario con el descubrimiento de esta cinta velada durante mucho tiempo, que parte de una historia de Robert Lowry, que transformó en sólido soporte dramático para la pantalla el blackisted Walter Bernstein. Pero es sin duda en la capacidad de Lumet para extraer de la misma esa mirada sensible e incluso dolorosa, logrando trasladar ese encuentro entre dos personalidades opuestas que desde el primer momento manifestarán un profundo atractivo, donde se encuentran las cualidades más relevantes del film.
Para lograr esta sensación, el realizador se basará en uno de sus puntos fuertes; la dirección de actores. Llegados a este punto es cuando cabe destacar como un reparto que a primera instancia lo tenía todo para un resultado ridículo, ofrece una labor convincente e intensa. THAT KIND… estoy convencido que se gestó como uno más de los productos que sirvieron para la promoción de Sophia Loren en el cine norteamericano. Nada malo hay en ello, en la medida que se logra una labor convincente e intensa de la actriz italiana, e incluso no se duda en filmarla de perfil, donde su belleza se encuentra más tamizada. A ello cabe destacar la magnífica labor de Jack Warden –uno de los intérpretes habituales de la “cuadra” del realizador newyorkino-, el espléndido George Sanders –que logra incorporar matices humanos a su encarnación del maduro hombre de negocios que mantiene a Kay; atención a su reacción de derrota cuando esta decide abandonarle-, el eficaz Keenan Wynn, y una sorprendente Barbara Nichols, que aporta un registro tragicómico en su encarnación de la compañera de la protagonista. En este terreno, la sorpresa viene dada por la sensible labor del atractivo Tab Hunter. Recuerdo a este respecto una lejana entrevista con Lumet realizada en la primera mitad de los setenta, donde destacaba al joven intérprete, calificándolo como un talento desaprovechado y del que resaltaba su facultad para la comedia. Siempre he creído que Hunter aportó a la pantalla algo más que lo que se le suele reconocer como efímero ídolo para teenagers, aunque no siempre los roles que se le brindaron le permitieran aportar sus –en ocasiones solo intuidas- posibilidades, que de forma curiosa se abrían mucho más cuando encarnaba a personajes con un marcado lado oscuro –como los que asumió en dos estupendas películas; GUNMAN’S WALK (El salario de la violencia, 1958. Phil karlson) y THEY CAME TO CORDURA (1959, Robert Rossen)-. Sin embargo, en esta ocasión se brinda como un galán sensible, aspecto que Lumet sabe explotar en sus protagonistas con el uso admirable de primeros planos que captan las emociones de los seres de la ficción, logrando extraer de ellos toda una consistente gama de emociones y sensaciones. En definitiva, configurando un relato sensible, sencillo sobre el papel, y revestido de sinceridad en su plasmación fílmica. Una película que casi todos sabemos cómo se va a desarrollar y culminar pero que, y esa es la máxima virtud del cine, sentimos como propia, viviendo de cerca las emociones vividas en este breve encuentro, que poco a poco se irá convirtiendo en una auténtica apuesta de vida.
Calificación: 3
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