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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MAN WHO COULD CHEAT DEATH (1959, Terence Fisher).

THE MAN WHO COULD CHEAT DEATH (1959, Terence Fisher).

Escondida, apenas comentada a la hora de apreciar su significación en el contexto del cine fantástico inglés o en la propia trayectoria de su realizador –tan solo creo que el experto José María Latorre la destacaba en su magnífico libro “El cine fantástico”-, lo cierto es que el paso del tiempo ha sido muy injusto con THE MAN WHO COULD CHEAT DEATH (1959, Terence Fisher). Puede hasta cierto punto entenderse ese prolongado desdén, al situarse la película en un periodo especialmente fértil en la trayectoria del gran director británico, y en su entorno insertarse títulos que han conocido la merecida vitola del clásico, o quizá se encuentren más fácilmente asequibles para ser adscritos a los mitos del terror que Fisher renovó de forma rotunda durante aquel inolvidable periodo de su filmografía. Pero aún pudiendo intentar comprender esas razones, personalmente considero que THE MAN… supera en calidad títulos muy cercanos en su realización como THE MUMMY (La momia, 1959), THE HOUND OF THE BASKERVILLES (El perro de Baskerville, 1959) o THE STRANGLERS OF BOMBAY (1960) –todos ellos dotados de notable interés-. En cualquier caso, creo que con esta película nos encontramos con un exponente especialmente sangrante de despiste crítico, al que evidentemente en nuestro país han contribuido sus escasas posibilidades de visionado. Más vale, por tanto, tarde que nunca, y pese a que tengamos que admitir que no nos encontramos ante una de las cimas del cine del británico –lo cual equivaldría a calificar una auténtica obra maestra-, sí que es cierto que estamos ante un film que pide a gritos una necesaria revalorización, que muestra una de las parábolas morales más agudas del cine de su autor –en ello preludia la mostrada poco tiempo después con THE TWO FACES OF DR. JEKYLL (Las dos caras del Dr. Jeckyll, 1960)- y que, además de sus intrínsecas cualidades de puesta en escena, posee lo que podríamos denominar “estilo propio”. En efecto, ya desde la propia secuencia que acompaña los títulos de crédito –ubicados sobre la descripción en una neblinosa noche parisina de finales de siglo XIX, y que muestra el asesinato de un hombre de mediana edad-, la planificación de dicha secuencia tomando como base un fondo musical un tanto extraño en el cine de Fisher –obra del estupendo Richard Rodney Bennett-, proporciona a la película una extraña testura, quizá más cercana a la personalidad que en aquellos años estaba viviendo el cine británico –con la eclosión del Free Cinema-. Muy pronto, nos introducimos en el entorno del carismático Dr. Bonnett (Antón Diffring, probablemente en la mejor interpretación de su carrera, y conservando un notable parecido con el “bondiano” Daniel Craig). Se trata de un prestigioso médico, apuesto y sensible, que va a presentar en una pequeña fiesta el busto que ha realizado de una joven sobre la que se le adivina una relación sentimental. Esta presentación coincidirá con la llegada de Janine Dubois (la magnífica, sensual y recientemente fallecida Hazel Court), acompañada del Dr. Pierre Gerard (Christopher Lee). Muy pronto, la planificación de Fisher y su intencionada dirección de actores, nos mostrará un contexto de pulsión sexual existente entre Janine y Bonnet, mostrándose la última celosa de las preferencias de este con la joven modelo. Sin embargo, la oportuna contemplación del busto que Bonnet realizara anteriormente a la Dubois, advertirá al espectador de la previa relación existente, mientras que tranquilizará a la bella joven sobre el previsible interés que este sigue manteniendo con ella. Sin embargo, el médico protagonista se muestra progresivamente intranquilo. Según va discurriendo el tiempo se apodera de él un extraño pánico, que intentará dominar en su apariencia exterior. Pronto veremos que abre una caja de caudales para ingerir un extraño líquido, un momento que contemplará inoportunamente la joven a la que había inmortalizado con la escultura, lo que le llevará a deformarle el rostro en un momento de transformación física. Muy pronto, con la llegada del veterano cirujano Ludwig Weiss (Arnold Marlé), iremos descubriendo el tormento interior vivido por el protagonista, en realidad un anciano de ciento cuatro años, que en su momento probó en carne propia un experimento que podría hacer realidad la inmortalidad. Weiss en realidad –a pesar de ser un anciano decrépito-, es más joven que Bonnet, ya que en el pasado se negó a probar ese experimento que atentaría contra la voluntad divina.

 

Podríamos seguir enumerando los matices y las sutilezas que encierra el espléndido guión de Jimmy Sangster en esta película, en la que Fisher apostó muy fuerte en el terreno del apólogo moral, exponiendo no solo la debilidad del ser humano a la hora de intentar acceder a un estatus de superioridad sobre los límites que marca su propia condición, sino incluso planteando lo complejo que podría resultar plantear al hombre un elemento que le libreara del terrible atavismo de la muerte. Ese rasgo concreto está ejemplarmente explicado en la película por Bonnet en una de sus últimas charlas con Gerard, exponiendo con lógica aplastante que acarrear con ello no supondría más que el final de la especie humana –de alguna manera retomando ese fatalismo que, esta vez en clave de comedia, planteaba el Alec Guinness de THE MAN IN THE WHITE SUIT (El hombre del traje blanco, 1951. Alexander Mackendrick), a la hora de destruir su descubrimiento de un tejido inmune a la destrucción-. Todo ello está planteado en la película con una absoluta convicción, bien sea esta de índole cinematográfica, como en su vertiente argumental. En el primer aspecto, hay que destacar el hecho de encontrarnos ante una película rodada casi íntegramente en interiores –el escenario del salón de Bonnet, e incluso la disposición de las secuencias, en las que el componente de humillación personal está bien presente, me recordó en bastante momentos las secuencias de ROPE (La soga, 1948. Alfred Hitchcock)-, en la que la vertiente fantastique tiene su justo grado de presencia, combinada con una sexualidad nada solapada, elementos de terror “de biblioteca”, y una admirable utilización del espacio escénico, en donde la ubicación de los elementos de decorado en un primer o segundo plano, sirven como contrapunto decisivo a la hora de completar el rasgo descriptivo y psicológico de la función. A ello, que duda cabe, hay que sumar la magnífica prestación fotográfica de Jack Asher, con unas tonalidades entre lívidas y elegantes, entre cuyas sombras se encuentran los destellos de inquietud de la función. En este sentido, creo que el instante en el que mejor confluye esta suma de elementos –y probablemente el instante más memorable de la función-, esté representado en esa panorámica, insertada tras conocer el sótano de Bonnet, que nos muestra una galería de bustos bellamente modelados que todos sabemos en realidad suponen la colección de víctimas mortales que este ha ido asesinando para, cada diez años, extraer una membrana que le mantenga incólume una década más. Un leve movimiento de cámara, que con dicha configuración muestra la auténtica obra de un hombre que finge amor para en realidad encontrar en esas falsas relaciones la muerte de las mujeres que han pasado en su dilatada andadura existencial, y mantenerse de ellas con vida. Como si fuera una versión masculina del mito de “Carmilla”, Bonnett quedará definido como una muestra anacrónica en un mundo dominado ya por los estragos de la industrialización –esas tabernas que visita por motivos concretos-, sus modales exquisitos en realidad encubren narcisismo –ese empeño en fomentar su inmortalidad- e inseguridad –ofrece fiestas para dar a conocer sus obras y, en cierto modo, no encontrarse solo-. Fisher y Sangster saben ofrecer pinceladas que redondean un personaje tan peligroso como fascinante, que solo tiene miedo a ir quedando solo, y cada cierto tiempo tener que abandonar cualquier huella de su existencia, para instalarse en otro sin que lo conozcan. Indudablemente, todas estas reflexiones, proporcionan a THE MAN WHO… una densidad infrecuente en el género al que pertenece, y son los que otorgan a la película su auténtica significación. Un corpus de reflexión casi filosófica, inserto en una película de género que mantiene las constantes de este fértil periodo para el cine de su realizador y de Hammer Films en general, y al que solo se le pueden oponer pequeñas objeciones. Una de las más evidentes sería la pobreza del maquillaje del protagonista, final e irremediablemente envejecido, a punto de perecer rodeado de las llamas propagadas en su propio sótano. Con esa imagen se cierra una película injustamente menospreciada en la andadura de Fisher, y que quizá por su carácter de obra arriesgada, y por alejarse de los asideros que podía proporcionar asumir cualquier mitología del terror clásico, no alcanzó la importancia merecida. Tiempo tenemos, aunque sea un poco tarde, para saldar esa deuda de reconocimiento.

 

Calificación: 3’5

2 comentarios

Jordan Flight 45 -

You introduction is detail, thank you so a lot of material, but why do not you deliver some reference pictures?

caguenross -

Totalmente de acuerdo JC... esta peli es altamente reivindicable y tiene más miga de lo que parece. Injustamente olvidada merecía tu buen análisis.

Deseo ver una crítica tuya sobre otro film incomprendido: "MENTIRAS Y GORDAS" jajaja http://www.paradosyparidas.com/2009/04/09/me-dispongo-a-ver-la-pelicula-mentiras-y-gordas/

Un abrazo ;)