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CINEMA DE PERRA GORDA

JOHNNY EAGER (1942, Mervyn LeRoy) Senda prohibida

JOHNNY EAGER (1942, Mervyn LeRoy) Senda prohibida

Como la de tantos y tantos gangsters que antes y después de esta película, poblaron el planeta cinematográfico, JOHNNY EAGER (Senda prohibida, 1942. Mervyn LeRoy) muestra un descenso en la búsqueda de la dignidad en torno a un personaje protagonista, que al mismo tiempo se ve envuelto por el peso de un destino que finalmente acabará con su existencia. Johnny (un eficacísimo y finalmente conmovedor Robert Taylor) es un convicto de largo bagaje delictivo, que se encuentra a un año de culminar su libertad provisional. Aparentemente trabaja como honrado taxista, e incluso mantiene a la familia de un compañero suyo desaparecido que toma como propia. En realidad, toda esta puesta en escena no es más que una más de los ardides de un hombre inteligente y calculador, que sabe dosificar por un lado su casi diabólica intuición para defender del entorno que le rodea, e incluso con ella lograr subvertir de la voluntad más honesta que se pueda poner a prueba en su camino, lo que le ha permitido estar al frente de un gang, e incluso estar a punto de abrir un canódromo que le permitiría aumentar considerablemente sus ingresos.

 

Pese a tener completamente dominados los perfiles de su actuación, habrá algo que se escape al mismo: la llegada de una imprevisible enamorada encarnada en una joven estudiante de sociología con la que se encontrará cuando acude a cumplir con los requisitos de su condicional, y posteriormente volverá a cruzarse cuando se dirige a reprender a alguno de sus clientes –dándose cuenta la muchacha del verdadero alcance de la persona que ya había detectado anteriormente escondía algo en su personalidad-. Ella es Liz (una jovencísima y sensual Lana Turner), sin que Johnny lo sepa, hija del fiscal John Benson Farrell (Edward Arnold), el mayor enemigo que ha tenido de manera legal nuestro protagonista. Esta circunstancia constituirá, sin duda, un nuevo “handicap” que tendrá que superar Eager con su ingenio. Indudablemente, lo sorteará. Pero en este recorrido moral, se incrustará en el aparentemente gélido corazón del temible gangster un cierto estilema de dignidad y generosidad, que aunque se empeñe en ocultarlo, finalmente hará acto de presencia en un giro final de honestidad, en el que de alguna manera se planteará la imposibilidad de sobrevivir en un mundo en el que para él no había lugar, quizá por haber encontrado en el mismo la existencia de un sentimiento hasta entonces ausente en su modo de contemplar la vida diaria.

 

Es más que probable que todos estaremos de acuerdo en reconocer no solo la impersonalidad del cine de Mervyn LeRoy, la acusada pesadez e incluso la cursilería que emana la mayor parte de una filmografía planteada al socaire de los más trasnochados rasgos planteados por la M. G. M. Sin embargo, como con cualquier otro cineasta, en su filmografía coexisten títulos de gran relieve –uno de los cuales sería I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932), realizada dentro de su periodo con la Warner-. Probablemente, JOHNNY EAGER sea su mejor obra dentro de la larga vinculación con la Metro Goldwyn Mayer. Una magnífica película, que personalmente se me antoja ofrece un valiosísimo enlace entre la producción del cine de gangsters tan presente en el cine norteamericano hasta muy pocos años antes –primordialmente bajo el amparo de la Warner Brothers-, y la inminente llegada de una nueva concepción fílmica que expresaba la denominada “serie negra”. De este modo, la película de LeRoy queda como un valiosísimo puente en el que detectamos por un lado una superación de la sequedad manifestada en las películas que protagonizara Cagney o Edward G., Robinson, mientras que en sus imágenes ya detectamos esa turbiedad moral que muy poco tiempo después sería el elemento vector de una de las corrientes cinematográficas más valiosas que jamás haya aportado el séptimo arte. Quizá solo por esa circunstancia de carácter coyuntural, el título que nos ocupa ya debiera ocupar un lugar de cierta relevancia. Pero la valía de su propuesta dramática no se queda limitada a su alcance historiscista; JOHNNY EAGER es una película que sigue manteniendo vida propia, que se encuentra absolutamente dominada por una inescrutable fatalidad del destino, desarrollada bajo el sabio tiralíneas dramático forjado por los expertos guionistas John Lee Mahin y el magnífico James Edward Grant –mostrando en su desarrollo unos diálogos admirables-. Es indudablemente que con esa base férrea de inspiración, la inventiva cinematográfica del generalmente acartonado LeRoy se despertó por completo, quizá intentando evocar su lejana experiencia previa realizando películas del género en la Warner, logrando un conjunto en el que no solo cabe destacar la eficacia de su narración. La cámara del director sabe ofrecer una realización inspirada, que ya se advierte en los primeros y vertiginosos minutos de proyección, en los que una dinámica planificación nos describe a la perfección la doble vida que sobrelleva su protagonista, y su primer encuentro con esa joven que cambiará el rumbo de su vida –una pulsión sexual que se establece entre ambos, y que capta muy atinadamente el realizador-. A partir de ahí, la película irá girando en torno a diferentes pruebas que muestran la crueldad, estoicismo y agudeza de Eager y, del mismo modo, ofrecer una magnífica descripción de caracteres. Será una gama de personajes a cual más corrupto y deplorable, dentro de un contexto dominado por una absoluta carencia de principios. Un entorno en realidad fácil de controlar por alguien de la astucia de nuestro protagonista, quien sin embargo tendrá que asumir por parte del destino, ligarse con la hija de quien fuera su enemigo más encarnizado, dentro de un contexto que a él se le ofrece como ajeno; la ética y la legalidad.

 

Buena parte del atractivo de esta película proviene de las chispas que ofrece en esa lucha del ingenio por parte de alguien que lo tiene, pero que por otro lado carece de la inteligencia y la educación necesaria para hacer manifestar en su personalidad rasgos de nobleza. Es quizá por ello por lo que tiene en la figura del alcohólico y sensible Jeff Hartnett (un sensacional Van Hefflin, que logró con este papel el Oscar al Mejor Actor Secundario de aquel año), ese contrapunto de lucidez bañado en nobleza que a él le falta. Hartnett es el amigo fiel de Johnny, insinuando en su relación una nuance homosexual por lo demás bastante extendida posteriormente en el cine noir norteamericano. Entre todos estos rasgos y personajes caracterizados por su nobleza –a los que hay que unir el aristocrático y noble antíguo prometido de Liz –Jimmy (Robert Sterling)-, se establecerá un invisible halo de ética que acabará por hacer mella e incluso destruir esa muralla de férrea frialdad que el protagonista había edificado de manera concienzuda durante toda su vida –quizá intentando con ello trascender una existencia que se vislumbraba gris a todos los niveles-. LeRoy encuadrará a Johnny en numerosas ocasiones plasmando como fondo persianas, escaleras y elementos que sugieren la opresión de un pasado, y al mismo tiempo destacará en todo el relato por un dinamismo e implicación cinematográfica, sabiendo que tenía entre manos un material de primera, e incluso logrando una admirable prestación del conjunto del reparto, en el que Robert Taylor perfilará un retrato que, casi dos décadas después, recuperará en la igualmente magnífica y casi testamentaria PARTY GIRL (Chicago, años treinta, 1958. Nicholas Ray), mientras que la Turner, aún deudora del aparato de maquillaje y peinado habitual en su personalidad cinematográfica, ofrecerá un retrato dominado por la frescura de su personalidad, un rasgo este que quizá más adelante no tendría acto de presencia en su filmografía.

 

En medio de un relato dominado entre el augurio del destino y la imposibilidad de emerger de un modo de afrontar la existencia, definido por la ausencia de sentimientos positivos, JOHNNY EAGER culminará en unos minutos finales realmente memorables, en los que el protagonista se inmolará –como tantos otros gangsters cinematográficos-, no sin antes dejar paso a sus verdaderos sentimientos, reconociendo en un maravilloso diálogo final que realmente ama a Liz, y disponiendo que ella se reúna con su verdadero novio, el joven Jimmy. Un fragmento final en el que al dinamismo de la realización –esos travellings laterales que sirven para mostrar de forma vibrante el duelo de pistolas final dentro de la niebla y la penumbra nocturna- se aúna el cierre del círculo del destino; el policía que nuestro protagonista había logrado trasladar por la petición de una antigua colaboradora suya –esposa del agente-, será el que finalmente y por azar acabe con su vida. Una pequeña gema del cine policiaco, ante cuya justa valoración cualquier espectador debería dejar en el olvido cualquier prejuicio previo; las películas perdurables, lo son bajo cualquier circunstancia. Sin embargo, en ello deberemos dejar de lado una pequeña convención que se asume en su desarrollo aunque ofrezca una cierta merma en la credibilidad de la propuesta; es difícil aceptar esa dualidad existente en el personaje de Eager, que en unos estamentos judiciales permanece como preso modelo en libertad condicional, mientras que en otros –sobre todo cuando la acción avanza- conocen su clara implicación en el mundo del crimen.

 

Calificación: 3’5

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