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CINEMA DE PERRA GORDA

THE BANK DICK (1940, Edward F. Cline)

THE BANK DICK (1940, Edward F. Cline)

Cualquier repaso más o menos pormenorizado a las personalidades que alcanzaron su status más o menos reconocido dentro del ámbito de la comedia norteamericana, jamás podría estar completo si en ella no tuviera mención la aportación de W. C. Fields (1880 – 1946). Insolente, malicioso, desafiante, transgresor y misántropo, con el paso del tiempo ha quedado como una especie de “eslabón perdido” entre la figura de Oliver Hardy y la personalidad de un Walter Matthau, erigiéndose como uno de los cómicos que con mayor pertinencia se incorporó al tren de la comedia a la llegada del sonoro, después de un periodo de rodaje dentro del cine silente –recordemos para ello la entrañable y olvidada SALLY OF THE SAWDUST (Sally, la hija del circo. 1925) dirigida por David W. Griffith-. Admirado durante bastantes años en su país de origen, lo cierto es que su popularidad jamás llegó a España, debido en buena medida al simple hecho de que la mayor parte de sus títulos jamás fueron estrenados en nuestro suelo. En este sentido, dos podrían ser las excepciones que confirman este enunciado, con sendos personajes –siempre episódicos- que Fields encarnó en ALICE IN WONDERLAND (Alicia en el país de las maravillas, 1933. Norman Z. McLeod) –por cierto, dentro de uno de los repartos más sorprendentes del cine USA en la década de los años treinta-. y THE PERSONAL HISTORY, ADVENTURES, EXPERIENCE, & OBSERVATION OF DAVID COPPERFIELD  THE YOUNGER (David Copperfield, 1935. George Cukor). Es por ello que a la hora de evocar su figura, siempre haya que remontarse a referencias externas o lejanos pases televisivos, que de algún modo han remediado de manera incipiente esta laguna a aficionados ya veteranos.

 

Es por ello que poder acercarme a THE BANK DICK (1940, Edward F. Cline) puede servir para atisbar los rasgos que hicieron de Fields una de las personalidades cómicas más transgresoras de su tiempo. Algo que en esta película se puede detectar prácticamente desde los primeros compases de sus poco más de setenta minutos de duración. En ella nos introduciremos en la apacible y tranquila localidad de Lompoc. Allí reside la familia Sousé, definida por una madre y un entorno familiar absolutamente desagradable, dominado por la presencia del componente femenino. Dentro de dicho contexto, Egbert (Fields) queda no solo como el único hombre –el patriarca-, sino que representa a un auténtico hedonista –bebedor, fumador y juerguista-, absolutamente desligado de un cuadro familiar francamente desazonador. Las desventuras de nuestro protagonista le llevarán de manera absurda a ejercer como improvisado director cinematográfico, protagonizando poco después el improbable rescate de un botín de dos atracadores del banco local. En prueba de agradecimiento, el director de la entidad empleará a Egbert como “guardaespaldas” del mismo, desarrollando una ocupación que lo único que favorecerá es a tentar al novio de su hija para que tome prestados quinientos dólares de los fondos de la entidad, para con ellos comprar acciones de una mina. Todos se las prometen felices, pero la inesperada llegada de un atildado inspector financiero –Snoopkington (Franklin Pangborn)- verá alterados sus planes y atormentará al joven incauto, al cual intentará ayudar Sousé.

 

Con guión del propio Fields, lo cierto es que THE BANK DICK carece de lo que podríamos denominar propiamente un argumento como tal. En realidad, este se extiende en un conjunto de viñetas y situaciones, establecidas a partir de una tenue línea argumental en torno a las cuales quedaba potenciada la personalidad de su estrella. En este sentido, y supongo que como en todos los títulos que protagonizara, nos encontramos con una divertida combinación del elementos heredados del slapstick mudo, con una visión no por absurda menos crítica de la sociedad provinciana norteamericana –un poco preludiando el tipo de comedia coral que precisamente este año iniciaría Preston Sturges como realizador-. Dentro de ambas características, Fields no desaprovecha la ocasión para combinar la presencia de gags absolutamente físicos, absurdos, y situaciones en apariencia incoherentes, pero que en realidad responden a una personalidad cómica absolutamente definida y consciente de la manera de introducir el humor que planteaba en su cine. Es probable que quizá a no pocos de nosotros se nos pueda escapar la intención que pueden manifestar los planos finales de la función -en los que el protagonista deambula y esquiva un paquete que se encuentra en el suelo del camino a su nueva mansión-. Sin embargo, no cabe duda del alcance crítico que destila esa descripción inicial absolutamente misógina del entorno familiar del protagonista, de las puyas marcadas contra el puritanismo provinciano, en la hipocresía destilada por el directivo del banco local, o en la suprema ironía final, en la que Fields se muestra como un rico hacendado admirado por sus “mujeres” en una improbable y falsa estampa familiar. Junto a ello, podremos contemplar situaciones absolutamente inverosímiles, giros improbables y momentos indudablemente ligados a la comedia muda –un poco como sucedió a figuras como Harold Lloyd en sus títulos sonoros, en donde la aportación como realizador del veterano Eddie Cline –tantas veces codirector de cortos con Buster Keaton-, indudablemente aporta una impronta ligada a esa ya lejana manera de entender el género, basada en una cierta distanciación, un notable escepticismo en la manera de narrar, y unos movimientos de cámara absolutamente funcionales, destinados sobre todo como soporte a los efectos cómicos de la función. Situaciones como la del encuentro del protagonista con un coche averiado que arregla el chofer mientras la elegante dama que lo tripula apoya a Fields en la intromisión de la tarea, en la lucha que poco antes este ha manifestado con los componentes de su insufrible familia, en la hilarante estratagema que mantiene con el inspector financiero para impedir que este descubra la falta de los fondos que ha sustraído el atolondrado novio de su hija, o en la tremendamente divertida carrera final, deudora de los mejores momentos del burlesco norteamericano.

 

Son todos ellos bloques narrativos –especialmente los dos últimos citados-, que de alguna manera nos permiten olvidarnos de ciertos vaivenes o desajustes existentes, algo por otra parte bastante comprensible en un tipo de cine basado antes en la acumulación libre de efectos cómicos, que en el seguimiento de una línea argumental definida. En cualquier caso, lo que aquí importa es consignar la vigencia de la personalidad del iconoclasta W. C. Fields y, de modo más concreto, la estimulante eficacia de una propuesta que goza de enorme consideración en su país, y de la cual prácticamente no se conoce nada en España. Peor para nosotros, aunque nunca es tarde para remediarlo.

 

Calificación: 3

1 comentario

Xavier Sans Ezquerra -

¡Que grande, que campechano y que maravillosamente anárquico era este hombre!; la escena del inspector de bancos, genialmente encarnado por Franklin Pangborn, hizo que me mondara de risa. Hay muchas similitudes entre Fields (Egbert Sousé), y el personaje del nuevo rico en el cómic "Educando a papá" de George McManus de los años 20 del siglo pasado. Fields hace un homenaje a Orson Welles y a P. G. Wodehouse en el apartado de guíon de los títulos de crédito de THE BANK DICK, poniéndose el seudónimo de Mahatma Kane Jeeves; Orson Welles solía disfrazarse de árabe e imitar a houdini en la mansión de Fields, Fields odiaba los trucos con cartas y monedas; Orson Welles admiraba al cómico de la gran nariz de prepucio y se caracterizó de W.C. Fields en "SED DE MAL" para interpretar a Hank Quinlan