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CINEMA DE PERRA GORDA

JUDEX (1963, George Franju) Judex

JUDEX (1963, George Franju) Judex

Es indudable que antes de entrar en el recorrido más o menos pormenorizado de sus peculiaridades, hay que consignar que un título de las características de JUDEX (1963, George Franju) solo podía marcarse en las coordenadas del cine europeo de los primeros años sesenta. Fue un  contexto de enorme riqueza, caracterizado por un lado con la simbiosis de la irrupción de los nuevos cines, la instauración de la denominada modernidad cinematográfica, y al mismo tiempo estableciendo a través de ella una mirada no nostálgica aunque si revestida de ventaja analítica, en torno a lo que hasta entonces se había forjado como clasicismo en la pantalla. Es en medio de dicho contexto donde a mi juicio se ofrecen títulos de la envergadura de THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton), THE BRIDES OF DRACULA (Las novias de Drácula, 1960. Terence Fisher), ROCCO E I SUOI FRATELLI (Rocco y sus hermanos, 1960. Luchino Visconti), REKOPIS ZNALEZIONY W SARAGOSSIE (El manuscrito encontrado en Zaragoza, 1965. Wojciech Has) Parece que en aquellos años tan apasionantes para el desarrollo de la cinematografía, esa ventaja a la hora de volver a plasmar en la pantalla, situaciones, argumentos y planteamientos, fue acompañada de un respeto entremezclado de audacia a la hora de dar vida títulos inolvidables. Pero me gustaría ir un poco más lejos en mi argumentación tomando como base buena parte de este conjunto de títulos –en el que cualquier aficionado puede incluir y excluir aquellos que estime oportuno-, parece que el paso del tiempo ha permitido descubrir ciertas semejanzas en su aspecto. Unas similitudes que, fundamentalmente, se aprecian en el hecho de estar mayoritariamente expresados en algunos de los blancos y negros más admirables que jamás ha generado la pantalla. Se trata de una oscura y penetrante fuerza cinematográfica, que contribuía a forjar unas atmósferas envolventes e inolvidables, casi ejerciendo como factor fundamental para favorecer la garra irresistible de sus propuestas.

 

Es algo que, de manera evidente, se erige como rasgo distintivo de JUDEX, una película que desde el momento de su estreno fue objeto de culto, pero al mismo tiempo ha quedado relegada como tal en su consideración, sin que el paso de los años haya permitido una mirada renovada en torno a uno de los títulos más valiosos del cine francés de la primera mitad de los sesenta. Una propuesta ofrecida casi a contrapelo en el contexto de una cinematografía dominada por el impulso de la nouvelle vague, dejó en segundo término la valiosa aportación de un free lance como Franju, de quien no conviene olvidar su excelente LES YEUX SANS VISAGE (Ojos sin rostro, 1960) –quizá aún más lograda que el título que nos ocupa, y con probabilidad uno de los títulos cumbre del cine fantástico galo-. Y al mismo tiempo, con la libertad formal de la que podía hacer gala y el clasicismo que abrumadoramente asume en sus imágenes, coexisten dos rasgos que finalmente perfilan un título magnífico. Por un lado la mirada respetuosa que realiza del material que le sirve de base; el argumento creado en 1916 por Louis Feuillade y Arthur Bernède para realizar el film del mismo título. Una mirada que al mismo tiempo se hace extensiva en torno al espíritu del denominado “serial”, que Feuillade instauró y potenció en su alcance casi pionero. Pero la gran virtud de Franju al acometer este homenaje, es la de plantear la recuperación de aquel tipo de cine, su ingenuidad, eficacia y atmósfera, y al mismo tiempo saberla trasladar al momento de rodaje sin que se detectara una visión de algún modo marcada por la distanciación –un elemento que anuló las posibilidades de tantas y tantas revisiones de género puestas en marcha en aquellos tiempos-. Por el contrario, Franju cree absolutamente en lo que filma, conservando el espíritu que guió aquellas producciones -extraídas en base a referentes literarios de base eminentemente popular-, demostrando con ello que a partir de dichos materiales no solo se podía reconstruir un modo de cine, sino que se podía insuflar vida propia en sus imágenes.

 

Ello es lo que sucede en esta casi mágica JUDEX, de inclasificable configuración genérica –aborda elementos de cine fantástico, de misterio, policiaco, melodrama y comedia-, ante cuya contemplación podemos por momentos asistir ante a una proyección que escapa a cualquier clasificación temporal. Es algo que el realizador francés logra aplicando una impronta poética bastante personal, basada en la admirable atmósfera lograda por la iluminación en blanco y negro de Marcel Fradetal, de extrema fisicidad y capacidad evocadora, que sirve de igual modo para describir la aparente placidez de la campiña que rodea la mansión del malvado Favraux (Michel Vitold), como posteriormente resultará indispensable para destacar la sordidez de los rincones rurales o tímidamente urbanos que describirán la acción en su segunda mitad. Con este valiosísimo elemento de partida y con la aportación del fondo sonoro compuesto por un inspirado Maurice Jarre –antes de plegarse con tanta facilidad a la reiteración de los tics románticos de su estilo-, lo cierto es que George Franju sabe articular una adaptación sentida y asumida, en la que la elegancia de sus movimientos de cámara nunca deviene en estecismo, y en donde toda su belleza convulsa en modo alguno evita que los tintes de tragedia dejen la impronta final del relato. Una propuesta en la que, cierto es reconocerlo, tenemos que asumir unos ciertos planteamientos revestidos de ingenuidad ante nuestra mirada, pero que en esta ocasión no dejan de ofrecerse más que como elementos definitorios del respeto que para su realizador merecen los originales cinematográficos y literarios que le sirvieron de base. Es algo que tendremos que asumir, en la medida que JUDEX se plantea con la estructura de una serie de pequeños episodios unidos entre sí a modo de serial, algunos de los cuales se resuelven con la inserción de rótulos, pero en otros dejan entrever la aparente gratuidad de episodios como el que muestra el rescate de la atormentada Jacqueline tras ser lanzada al río –fascinante la imagen de su rostro discurrir por las aguas fluviales-, o la aparición casi inverosímil de una compañía de circo entre la noche, que inesperadamente ejercerá como asidero para poder rescatar al héroe protagonistas.

 

Indudablemente, todas estas ingenuidades forman parte del espíritu del serial instaurado por Feuillade, que con el paso del tiempo serviría como referente en tantos y tantos seriales rodados especialmente en el cine norteamericano como complemento a su programación cinematográfica. El título que nos ocupa logra al mismo tiempo mantener aquel arquetipo de episodios de breve duración, culminados con una situación de peligro inminente como elemento de intriga destinado a captar el interés del capítulo que le seguía a continuación. Lo único que varía en esta ocasión, es el hecho de estructurar la película en torno a una serie de breves capítulos, manteniendo el espíritu, perfeccionando y dotando de complejidad a su atmósfera, y al mismo tiempo definiendo a sus personajes con una psicología perturbadora. De todos modos, hablar en estos términos, puede inducir al hipotético lector a pensar que nos enfrentamos a un título intelectualizado o despojado de humanidad. Nada más lejos al respecto. JUDEX es un espectáculo lleno de hechizo, fascinante, del que el espectador muy pronto logra contagiarse, introduciéndose en una ambientación y una atmósfera del principio de siglo XX perfectamente recreada, y en la que una sensación de cierta sordidez, ejercerán como marco de acción del misterioso Judex (un estólido Channing Pollock) en contra del poderoso Favraux, al cual reclama reponga los daños que ha ejercido contra tantas y tantas personas. Muy pronto sabremos el verdadero y oscuro pasado del dueño de la mansión, pero en la fiesta que este organizará con numerosos invitados –un fragmento absolutamente mágico e irresistible-, supondrá la aparente muerte de este. En realidad será la venganza de Judex, quien no llegará a matar a Favraux, aunque lo mantendrá retenido en una extraña celda. A partir de esa situación, la hija del dueño –Jacqueline (Edith Scob)- adquirirá su fortuna, pero declinará ejercer como propietaria de la misma. Será el inicio de una serie de aventuras centradas en la búsqueda de Favraux por parte de la joven pareja de hermanos que se encontraba en la mansión del aparentemente muerto, así como en la intención de matar a su hija, que se encuentra protegida por Judex y cuya relación con esta finalmente revelará la presencia del amor.

 

La sucesión de hechos y situaciones destinadas a sorprender al espectador, la presencia de la guarida de Judex y sus hombres, la extraña relación mantenida entre los dos jóvenes hermanos que finalmente lograrán reducir a nuestro héroe, el alcance trágico que definirá los últimos momentos en la vida de la pareja –él apuñalado por ella al creer que se trata de Judex, que poco antes había rechazado una insinuación de esta, ella caída desde el tejado de una vivienda de considerable altura- y también de Favraux, quien se suicida con la puerta cerrada, consciente de que su presencia en el mundo de los vivos es una posibilidad de tintes inquietantes. Una conclusión revestida de tragedia, enmarcable en el sentir cinematográfico de un Franju que en sus títulos precedentes apostaba igualmente por una cierta poesía malsana, y que en el que nos ocupa culmina una de las películas más arriesgadas formuladas en el cine francés de aquel tiempo. También, justo es reconocerlo, una de las más valiosas.

 

Calificación: 4

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