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CINEMA DE PERRA GORDA

HOODLUM PRIEST (1961, Irvin Kershner) Refugio de criminales

HOODLUM PRIEST (1961, Irvin Kershner)  Refugio de criminales

En la historia del cine norteamericano –como en cualquier otra cinematografía- han coexistido de manera pacífica grandes y pequeños títulos. Y no hago esta manifestación como algo revestido de gratuidad. Hollywood sabía alternar productos de mayor o menor entidad, con otros definidos y gestados dentro de una reconocida limitación previa de su alcance. Indudablemente, no siempre se producía la debida equivalencia entre las pretendidas calidades de un título ambicioso y otro en apariencia de cortos vuelos, ya que cualquier antología cinematográfica mostraría numerosos ejemplos que invertirían su interés a partir del previsible grado de atractivo de sus elementos de partida. De todos modos atendiendo a uno u otro enunciado, no cabe duda que HOODLUM PRIEST (Refugio de criminales, 1961. Irvin Kershner) –una especialmente equivocada traducción española del título original- entraría de lleno en el segundo apartado, el de los títulos modestos, aunque el paso de los años ha permitido que el cómputo de sus virtudes específicamente cinematográficas, emerjan dentro del temible ámbito en el que su propuesta se inserta de lleno. Y es que resulta bastante espinoso adentrarse en el planteamiento casi hagiográfico de la figura del sacerdote jesuita Charles Dismas Clark (Don Murray), persona decidida en la casi quijotesca tarea de la redención y dignificación en el trato social hacia la figura del delincuente. Una tarea en la que se empeñó a nivel personal ese excelente actor que siempre ha sido Don Murray, una especie de hermano tardío de Montgomery Clift, cuyas aportaciones a títulos tan valiosos y variopintos como BUS STOP (1956, Joshua Logan), FROM HELL TO TEXAS (Del infierno a Texas, 1958. Henry Hathaway), THESE THOUSAND HILLS (Duelo en el barro, 1959.Richard Fleicher) o ADVISE & CONSENT (Tempestad sobre Washington, 1962. Otto Preminger), debería permitirle figurar por derecho propio como uno de los mejores actores jóvenes norteamericanos surgidos entre la segunda mitad de los cincuenta y la primera del decenio siguiente. Sin embargo, la especial conciencia del actor en el terreno moral y religioso fue la que finalmente le relegó de este estrellato que en tantos momentos rozó, dirigiendo su carrera cinematográfica a través de la encarnación de personajes más o menos ejemplarizantes. Su rol protagónico en esta película es uno de los más representativos, en la medida que coprodujo esta película y participó activamente en su gestación.

 

Afortunadamente, en las intenciones de todos cuantos participaron en la misma, estuvo bien presente la oportunidad de ofrecer un producto más o menos verista. Algo que con el paso de los años permite que el film de Kershner mantenga vigente sus rasgos de frescura y, sobre todo, unas capacidades específicamente cinematográficas que, en bastantes de sus momentos, logren trascender el alcance discursivo de la propuesta. Y este en este sentido, donde quizá cabría insertar HOODLUM… como una especie de prolongación de la en su momento prestigiosa y hoy tan estimable como olvidada I WANT TO LIVE! (¡Quiero vivir!, 1958. Robert Wise), y un tímido precedente de la excelente IN COLD BLOOD (A sangre fría, 1967. Richard Brooks). Puede parecer notablemente exagerada esta última comparación, pero algo hay de ello en las precisas imágenes captadas por la cámara por momentos asfixiante del magnífico operador Haxkell Wexler, en la precisión de la puesta en escena orquestada por un casi debutante Kershner –de trayectoria posterior tan errática como, por lo general apreciable en sus resultados-, en la vigencia de su textura visual, emergiendo en sentido positivo del fácil efectismo de otros títulos similares –y recuerdo con ello la coetánea THE YOUNG SAVAGES (Los jóvenes salvajes, 1961. John Frankenheimer-, y permitiendo de manera perceptible la confluencia de dos películas diferentes que en sus mejores momentos confluyen en instantes magníficos, mientras que en los más débiles dejan entrever lo estereotipado de sus perfiles. Con sinceridad, creo que esa duplicidad fue algo que asumieron los responsables del film, apostando casi de manera inadvertida por intereses contrapuestos. Digamos que la lectura inicial de la película sería articular el elemento hagiográfico en torno a la figura del jesuita a quien se dedica la historia. No obstante, en muchos de sus momentos HOODLUM… se atisba e intuye la historia de un fracaso existencial y una mirada bastante desasosegadora en torno a la incapacidad de remontar el destino de la condición humana. Es probable que quizá estemos apelando a la presencia de un planteamiento excesivamente ambicioso, probablemente inadvertido por los propios artífices del film. Sin embargo, no me cabe duda que la intención –visualmente evidente- de Kershner, es la de ofrecer un testimonio que sobrepasara la blandura del planteamiento inicial. Para ello no solo apostó por la filmación en los escenarios reales de la historia, sino que en muchos momentos queda clara esa desesperanza y, sobre todo en las secuencias que muestran la ejecución del joven Billy Lee Jackson (el intenso debut cinematográfico de Keir Dullea), la película alcanza una tensión y un alcance demoledor no solo en su intento de denuncia social –ese solitario manifestante que inútilmente apuesta por la conmutación de la pena capital-, sino en la medida que describe la inutilidad de la tarea del sacerdote protagonista.

 

Con estos elementos plausibles y la presencia de un buen número de situaciones estereotipadas –el romance de Billy con una joven y guapa heredera; la manera con la que Dismas intenta recaudar fondos pronunciando proclamas a señoras adineradas-, lo cierto es que HOODLUM PRIEST se mantiene con fuerza por la destreza con la que su joven director lograr aplicar una puesta en escena clásica y fresca al mismo tiempo, la espléndida labor de su cast y también, y antes lo hemos mencionado, la fuerza que Haskell Wexler aporta con una fotografía en blanco y negro de notable fisicidad. Todo ello me ha permitido revisar con buen resultado una película que dos décadas antes me pareció un cúmulo de convenciones discursivas, y hoy aparece como un producto que convive con dichos estereotipos, pero cuya textura propiamente cinematográfica deviene francamente valiosa.

 

Calificación. 2’5

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