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CINEMA DE PERRA GORDA

UP THE SANDBOX (1972. Irvin Kershner) [Casada de Nueva York]

UP THE SANDBOX (1972. Irvin Kershner) [Casada de Nueva York]

Es probable que el hecho de cabalgar a caballo de dos generaciones bien opuestas de realizadores, máxime cuando nos encontramos ante la frontera del clasicismo cinematográfico, y la antesala de una nueva manera de entender el hecho fílmico, perjudicara y descolocara la figura del buen cineasta que fue Irvin Kershner (1923 – 2010). Quizá conocido por haber filmado la aventura más reconocida de las seis que formaron parte del universo STAR WARS –THE EMPIRE STRIKES BACK (El imperio contraataca, 1980)-, lo cierto es que la aportación cinematográfica de Kershner –previamente experimentado en el formato televisivo- se extiende en una quincena larga de largometrajes, de los cuales un tercio de los mismos apenas son conocidos. Su nombre empezó a cobrar cierta fuerza con el atractivo melodrama protagonizado por Don Murray THE HOODLUM PRIEST (Refugio de criminales, 1961), y alcanza su más alto grado de reconocimiento con dos insólitas comedias, en las que demuestra su apego al tratamiento de personajes iconoclastas. Me estoy refiriendo a A FINE MADNESS (Un loco maravilloso, 1966) y, sobre todo, THE FLIM-FLAM MAN (Un fabuloso bribón, 1967). En ambas se despliega su querencia por personajes insertos al borde de la marginalidad, luchando contra universos hostiles definidos en marcos alienantes.

Fue un sendero que Kershner siguió recorriendo, en modos ligeramente más escorados al drama, bebiendo de nuevas corrientes, pero al mismo tiempo proponiendo una mirada revestida de cierta personalidad, que ya quedó marcada en LOVING (1970) –una de sus propuestas más personales, lo que no quiere decir necesariamente que fuera la más redonda-. Y es quizá combinando el universo del mencionado título, con el aura irónica marcada en las dos comedias antes citadas, donde se podría emparentar con presteza UP THE SANDBOX (1972), una extraña y por momentos divertida comedia, que aúna en sus imágenes una visión poco menos que demoledora sobre la caótica sociedad estadounidense de aquella época. Sorprendentemente, y pese a estar protagonizada por una estrella entonces en un enorme apogeo como Barbra Streisand, esta variante femenina de referentes como THE SECRET LIFE OF WALTER MITTY (La vida secreta de Walter Mitty, 1947. Norman Z. McLeod) o BILLY LIAR (Billy, el embustero, 1962. John Schlesinger), apenas tuvo repercusión alguna, no llegándose a estrenar en nuestro país –solo con el paso de los años se ha emitido esporádicamente en pases televisivos, y ha conocido hace poco tiempo su edición digital con el título CASADA DE NUEVA YORK-. Es una lástima que así fuera, puesto que nos encontramos con una interesante combinación de géneros, quizá una de las más valiosas a la hora de enfrentarse a unas nuevas corrientes de la comedia, que muy poco después capitalizaría casi por completo la figura de Woody Allen.

UP THE SANDBOX narra las tribulaciones sufridas por la joven Margaret Reynolds (una espléndida Barbra Streisand), casada con un prometedor escritor Paul Reynolds (David Selby). Ambos forman un matrimonio con dos pequeños, y  ella conocerá muy pronto que se encuentra embarazada de una tercera criatura, noticia que teme anunciarle a su marido. Muy pronto descubriremos que se trata de una mujer insatisfecha, relegada a la sombra de su esposo, e intentando ser dominada por su madre –Mrs.. Koerner (impagable Jane Hoffman)-. Esa creciente opresión, unida a la noticia de la llegada de su próximo hijo, propiciará la única manera que tiene de evadirse de la realidad; inventarse episodios de una vida paralela. He ahí donde se encuentran los instantes más divertidos del film de Kershner, bañados de un sentido del humor ácido y disolvente, y al mismo tiempo ligados en su mayor parte al contexto social en que se encuentran insertos. Entre sus diferentes “fugas”, podemos encontrar la presencia de un Fidel Castro (Jacobo Morales), quien poco a poco se confesará en la intimidad como ¡Una mujer camuflada!, el ataque de un grupo de Black Panthers a la estatua de la libertad –lo que nos permitirá contemplar un lado poco gratificante de la zona costera de las World Trade Center, al tiempo que un mensaje premonitorio de los conocidos atentados-, o el impagable episodio imaginado en la celebración del treinta y tres aniversario de sus padres, donde con la excusa de una filmación familiar, se distorsionará una celebración insoportable, para añadir en ella la ira que Margaret ha ido acumulando en torno a su madre. No serán las únicas disgresiones más o menos cómicas del relato, que tendrán su primera manifestación en el imaginado encuentro de nuestra protagonista con una compañera de trabajo de su marido, de la que supone es su amante. Esa mezcla entre la frustración de la realidad y la ira que se despliega en la ficción, incluso se extenderá a un episodio desarrollado en la propia África –donde contaremos con la presencia de Paul Benedict, un actor cómico bastante conocido en aquellos primeros setenta-, teniendo quizá su exponente más datado y menos convincente en el ambiente pesadillesco desplegado en el fragmento casi de conclusión, en el que Paul se enfrenta a la clínica abortista a la que su mujer ha decidido incorporarse para eliminar un pequeño que entiende puede ser letal para la continuidad del matrimonio.

En cualquier caso, más allá del grado de regocijo que proporcionan estos episodios, lo realmente interesante del film de Kershner, es la manera con la que el director equilibra su presencia, en el desarrollo de ese drama personal y al mismo tiempo cotidiano sufrido por Margaret. Nos encontramos en un periodo en donde la influencia del cine de Bergman es patente en todo el mundo, y lo cierto es que el director logra incardinar con agudeza el apunte irónico, la descripción de personajes y comportamientos, la facilidad con la que se nos inserta en un entorno reconocible –lo que con el paso de los años permite otorgar a la película un plus de crónica de un determinado aspecto de la sociedad USA de su tiempo- y, por encima de todo, la decidida actitud del cineasta por intentar no elevar el tono en ningún momento. Más allá de la ya señalada secuencia de pesadilla protagonizada por Paul cuando su esposa se encuentra a punto de abortar, lo cierto es que la película discurre con ese extraño sentido de la cotidianeidad –que no de placidez-, marca de fábrica de un cineasta que en lo mejor de su obra se caracterizó por una especial comprensión hacia sus personajes, por más que estos estuvieran insertos en el ámbito más extraño.

Arropada por una fotografía de Gordon Willis –posterior e inseparable operador de Woody Allen-, que se convierte en un singular aliado a la hora de apostar por ese grado de cotidianeidad y falta de glamour, UP THE SANDBOX finaliza de una manera inesperada… pero al mismo tiempo coherente con el resto de su metraje previo. Mientras Paul se encuentra ocupando un tiovivo con sus dos hijos, su esposa le comenta que se encuentra embarazada de nuevo. La expresión de sorpresa de este resultará sorprendente, pero más lo será su aceptación del tercer hijo, dejando de lado los temores que han provocado los desequilibrios de Margaret. Simple y contundente conclusión en plano fijo, para uno de los títulos más atractivos y al mismo tiempo menos conocidos y valorados de Irvin Kershner, que sin poder ser catalogado como un logro absoluto, sí debería ocupar un lugar de cierto peso, dentro de la transformación –y casi la disolución- de la comedia americana, en el inicio de la década de los setenta.

Calificación: 3

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