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CINEMA DE PERRA GORDA

THE HALLIDAY BRAND (1957, Joseph H. Lewis)

THE HALLIDAY BRAND (1957, Joseph H. Lewis)

La segunda mitad de la década de los cincuenta experimentó en el seno del cine USA uno de los periodos más florecientes del western. Podríamos decir que fue el ámbito en el que el género norteamericano por excelencia vivió su mayor momento de madurez, en la medida que a inicios del decenio siguiente se siguieron manifestando los que serían exponentes casi testamentarios del mismo. Dentro de ese florecimiento antes señalado, resulta fácil destacar una corriente interiorizada, de aspecto casi claustrofóbico, dominada por un componente sombrío manifestado de un lado en su clara adscripción a su vertiente psicológica, unido a una expresión visual dominada por un contrastado blanco y negro. Es el ámbito en el que encontraremos títulos espléndidos –aunque desigualmente valorados- como FORTY GUNS (1957, Samuel Fuller), 3:10 TO YUMA (El tren de las 3’10, 1957. Delmer Daves), DAY OF THE OUTLAW (1959, André De Toth), MAN IN THE SHADOW (Sangre en el rancho, 1957. Jack Arnold)… Una amplia galería en suma, de valiosos exponentes del cine del Oeste que logró en su conjunto uno de los capítulos más interesantes dentro de la madurez de su plasmación cinematográfica, en la que sin duda cabría incluir THE HALLIDAY BRAND (1957, Joseph H. Lewis), penúltima película firmada por uno de los realizadores más personales del cine norteamericano a partir de su periodo de posguerra, y que ha vivido una revalorización de su figura en los últimos años.

 

Todos recordaremos en este sentido que el estatus de culto logrado por Lewis se sustenta fundamentalmente en sus explosivas aportaciones al cine noir, aunque ello no debe llevarnos a dejar en segundo término una reiterada apuesta por el “western” quizá no tan rotunda como la anteriormente señalada, aunque puede que sea la hora de considerar en ella su real importancia. En este sentido, es probable que sea un poco aventurado señalar que nos encontramos con su más valioso exponente cinematográfico enmarcado en este género, pero lo cierto es que nos encontramos con una magnífica película, en la que claramente detectamos los modos expresivos que permitieron que Lewis haya sido considerado un destacado exponente del cine policiaco norteamericano, y que en esta ocasión traslada a esta producción de serie B al amparo de la United Artists, en aquellos años tan sensible a propuestas de estas características. Al amparo de dichas características logra un conjunto opresivo, dominado por sus tientes de tragedia griega, y que en sus menos de ochenta minutos de duración destaca por la minuciosidad con que es planteado, albergando incluso la sensación de que ningún instante está dejado al azar o resulta innecesario. Todo ello contribuirá a conformar un relato opresivo en el que el determinismo del destino pesará casi como una maldición para sus protagonistas.

 

Prácticamente desde sus primeros instantes, THE HALLIDAY… deja bien a las claras su vocación de síntesis y el sustrato dramático que desarrolla su propuesta. Clay Halliday (un sorprendentemente eficaz Bill Williams) acude a caballo por el monte en búsqueda de su hermano mayor Daniel (Joseph Cotten). En apenas pocos planos el espectador recibirá la suficiente información que le permita introducirse en el sustrato dramático de la película. De manera especial habrá que destacar ese larguísimo plano que encuentra a los dos hermanos, y en el que sus atinados diálogos y el propio movimiento de un encuadre constantemente revisado, proporciona constante referencia sobre el enfrentamiento que Daniel mantiene con su padre, en esos momentos moribundo y deseoso de encontrarse con él antes de morir para perdonarle por su comportamiento. Del mismo modo apercibiremos la existencia de una mujer –Aleta (Viveca Lindfors)- con la que Clay desea casarse. El reencuentro está a punto de producirse, y un inesperado acercamiento de la cámara al rostro de Daniel nos retraerá –mediante flash-back- a un pasado no demasiado lejano, en el que se produjeron los primeros hechos que distanciaron a este de la figura de su padre –Dan (Ward Bond, en uno de sus mejores y más matizados roles cinematográficos)-. El veterano patriarca es dueño de un gran rancho, al tiempo que ejerce durante muchos años como respetado sheriff. En un momento dado, Dan descubrirá el romance que sostiene su hija menor –Martha (Betsy Blair)- con un mestizo. Iracundo con una relación que él considera inaceptable, la pretendida –y nunca demostrada- implicación de este en un robo de ganado permitirá que de forma pasiva este sea linchado por los lugareños. La crueldad de tal circunstancias será el primer elemento que marcará la separación de Daniel con su padre. A la misma sucederá el enfrentamiento que Dan mantendrá con el padre del muchacho ajusticiado, que finalizará con la muerte de este. Será ya una situación insostenible para nuestro protagonista, máxime encontrándose ya ligado a la hija de este y hermana del mestizo –Aleta-, quien posteriormente tendrá que sufrir una enfermedad que casi le llevará a la muerte. No sucederá tal cosa por la ayuda brindada por Martha, que verá en ella un modo de recordar a su amado, trasladándola a la mansión de los Halliday para ser cuidada debidamente. Una vez allí, Clay se verá atraído a ella, mientras el patriarca del rancho no cejará en su empeño que localizar a su hijo mayor, presa del odio de la misma manera que manifiesta Daniel hacia él. Paulatinamente la lucha entre ambos aparecerá más desnuda, sórdida y desafiante, logrando el hijo despojar a su arrogante padre de ese aura de imbatibilidad que le había caracterizado hasta entonces –tendrá que renunciar a su condición de sheriff-, llegando padre e hijo a enfrentarse en un combate a ras de tierra, descrito con el más sórdido de los primitivismos, en el que el progenitor finalmente sufrirá un síncope.

 

Las virtudes de THE HALLIDAY… emergen a partir de la justeza con la que expone el doloroso proceso de enfrentamiento del poderoso Dan con su más astuto y civilizado hijo Daniel. Cada una de las situaciones se encuentra férreamente engarzada, y el hecho de asistir a una propuesta que atesora las mejores virtudes de la serie B –una de las cuales, la capacidad de concisión, se manifiesta plenamente en sus imágenes- lleva aparejado el progresivo carácter sombrío de sus imágenes, dentro de una tendencia que paulatinamente irá tornándose más y más intensa e inevitable –en este sentido, bien podría tenerse como interesante referente THE FURIES (Las furias, 1950. Anthony Mann), con la que comparte no pocos elementos de su enunciado. La labor del conjunto de intérpretes es intensa y lograr trasladar a su galería humana un alcance trágico, que quizá tenga en el rol asumido por el veterano fordiano Ward Bond una gama de matices que dejan entrever su deseo interior de arrepentirse de los hechos que ha posibilitado su apuesta dominada por el odio. No convendría, llegados a este punto, olvidar la aportación de Ray Rennahan a la hora de apostar por un tono visual heredado del cine noir, que acentúa aún más si cabe la garra expresiva del relato.

 

Estos elementos son orquestados con verdadera inspiración por Lewis, que planificará la película sabiendo extraer el potencial dramático de todas y cada una de las secuencias planteadas, varias de ellas plasmadas en base a planos únicos dominados por reencuadres que saben aportar la dirección precisa para que la historia marque los senderos de su progresión. Unamos a ello la ascendencia expresionista del relato, la fuerza que aporta la presencia árida de la tierra, el recurso reiterado al primer plano o la resolución final –que solventa con facilidad una momentánea tendencia sentimentalista que parecía haberse adueñado de la secuencia-, nos llevará a la conclusión de una película pequeña en formato pero francamente brillante en su alcance, en la que solo cabe objetar que finalmente quede en el aire la opción sentimental elegida por Aleta –los dos hermanos Halliday se han visto unidos a ella-, pero que bien podría haber quedado como el film póstumo de su realizador. No fue así, ya que al año siguiente Joseph H. Lewis rodó la tan insólita como, a mi juicio, insatisfactoria, TERROR IN A TEXAS TOWN (1959), en la que lo que aquí aparecía como coherente e inspirado, en su título posterior quedó como gratuito y, por momentos, estéril.

 

Calificación: 3’5

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